La llamaron
Sociedad Imperial Zoológica de Aclimatación. Reproducida en Estados Unidos y
Europa, llegarían miles de secuestrados en la Patagonia, África, Asia para
exponerlos, violarlos, venderlos y después de muertos analizar sus cuerpos con
suma crueldad. Desde los confines del planeta, se mostraba la nueva etapa del
capitalismo que se llamó imperialismo.
Por Carlos del Frade
(APe).-
-Muero como he vivido, no me manda ningún
cacique…
Así dijo un tehuelche ante de ser lanceado. Una
verdadera declaración de identidad, individual y colectiva. El apunte está en
el prólogo de un libro indispensable para estos tiempos de crueldad
democratizada. Su autora es Norma Sosa, profesora de historia, que ya publicó,
entre otras obras, “Mujeres indígenas de la Pampa y la Patagonia” y “Cazadores
de plumas en la Patagonia”. Tiene un estilo austero pero en su trabajo abundan
las fuentes, los datos y las fotografías elegidas generan una concepción profunda
de la explotación humana llevada adelante por los países del mundo y la
construcción del racismo como forma de justificación ante las propias
poblaciones de sus naciones supuestamente superiores.
-Esta gente ingobernable fue el objeto de
experiencias con la que el mundo civilizado intentó nuevas formas de
apropiación amparada en la orfandad geográfica que hacían del confín austral
americano una tierra vacía, sin dioses ni diablos. Negocio, espectáculo,
muestra científica, efectismo político, “Human Zoos”, “Faúne Humaine”, Ethnos
Shows o zoos humanos son algunas de las expresiones que se aplicaron
originalmente durante la segunda mitad del siglo XIX a las villas reconstruidas
en los mismos recintos de los jardines zoológicos europeos y otras
instalaciones de distracción pública. Allí los pueblos extraeuropeos expuestos
en lucrativas giras fueron al mismo tiempo útiles objetos de investigación para
la ciencia que buscaba conformar un inventario de tipos étnicos – dice Norma
Sosa en su libro “Tehuelches y fueguinos en zoológicos humanos”, publicado en
2020.
En 1854, los franceses fundaron la Sociedad
Zoológica de Aclimatación que luego pasó a llamarse la “Sociedad Imperial
Zoológica de Aclimatación” que cuatro años después contaba con tres mil
integrantes que la sostenían con sus cuotas anuales de 25 francos.
El nombre es una señal, no solamente de identidad,
sino también de propiedad: sociedad Imperial Zoológica de Aclimatación. En
ella, luego reproducida en Estados Unidos y varias naciones de la culta Europa,
recalarían centenares de personas secuestradas en la Patagonia, África, Asia u
otros lugares del mundo con el fin de exponerlas, violarlas, venderlas y
después de muertas hacerles análisis a sus cuerpos sin sentido y repletos de
crueldad. Personas y animales traídos de los confines del planeta como demostración
de esa nueva etapa del capitalismo que se llamó imperialismo.
Un buscador de oro llamado Julius Popper aconsejaba
secuestrar tehuelches y fueguinos con métodos que luego se repetirían en estos
saqueados arrabales del mundo. Tituló sus sugerencias como “Consejos para cazar
fueguinos” y sostenía que “en este momento mandaréis levar el ancla y os haréis
a la vela, los indios protestarán seguramente pero algunos garrotazos de un
lado, alguna paliza del otro y eventualmente una cadena o soga concluirán por
apaciguar vuestros especímenes antropológicos”.
Pero los explotadores que manejaban estos zoos
humanos de la segunda mitad del siglo diecinueve y primera parte del veinte, no
podían dejar de asombrarse por el amor profundo por las niñas y los niños de
estos pueblos originarios a pesar de semejante maltrato y a miles de kilómetros
de sus lugares de nacimiento y crecimiento.
-El excesivo amor de las indígenas por los pequeños
explica que una persona de edad pide a una madre joven que le preste su hijo
por un breve lapso para colocarlo amorosamente en su seno, jugar con él, tener
en sus manos un delicioso pasatiempo y revivir nuevamente la felicidad de ser
madre – escribió uno de los supuestos eruditos Manouvrier.
Mientras tanto la táctica era látigo y alcohol.
El espectáculo que montaba Buffalo Bill, por
ejemplo, llegó a recaudar 40 mil dólares por semana, al mismo tiempo que nadie
se preguntaba por las condiciones de vida de la gente que era exhibida. Algunos
misioneros, como casi siempre, justificaban el secuestro y la explotación de
personas con argumentos tales como niñas “arrancadas de las uñas del diablo” y
otros, haciendo escuela, comenzaron a decir que tehuelches, fueguinos y gente
de otras latitudes era maltratada por consentimiento propio.
El conocido Estanislao Zeballos llegó a escribir
que “la barbarie está maldita y no quedarán en el desierto ni los despojos de
sus muertos”.
El libro de Norma Sosa es imprescindible para
mostrar el tamaño de la hipocresía del sistema a la hora de explotar, perseguir
y exterminar gente que le molesta. También es notable cuando descubre en
aquellas anotaciones supuestamente científicas, la sorpresa de los europeos
sobre el amor que los pueblos originarios mostraban para sus hijas e hijos.
Nunca un golpe, siempre la ternura y el abrazo, tenerlos cerca, como nos
enseñara, muchas veces, nuestro profeta laico, Alberto Morlachetti.
Fuente: “Tehuelches y fueguinos en
zoológicos humanos”, de Norma Sosa, Editorial “La Flor Azul”, 2020.
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