La
subjetividad colonial es un “logro” de la cultura represora, escribe Alfredo
Grande. Y advierte que hace percibir la esclavitud y el sometimiento como la
más completa libertad. Y en esa mirada aboga por esa gran batalla para la
descolonización de la subjetividad. Que claramente impedirá que haya
masacrados defendiendo a sus verdugos.
Por Alfredo Grande
(APe).- De lo poco que aprendí del filósofo Alain
Badiou, con el riesgo incluso de que lo aprendí mal, es que una verdad es
verdad en todo momento. Por eso quizá -esto pienso yo- hay pocas verdades que
en el mundo han sido. Y hay demasiadas “pos verdades”. Sólo me permito agregar
que esa verdad es siempre una verdad de clase. O sea: cada clase tiene las
verdades que se merece.
Obviamente, los que son ajenos al pensamiento
clasista suelen hacer culto de las “verdades absolutas”. Tienen una visión
maniquea de las verdades que les cabe el epíteto de dogma. Una de las verdades
que yo acepto es el concepto filosófico y politico de la “lucha de clases”.
Aclarando siempre que lucha no es exterminio y que las clases se definen en
cada momento histórico, político, social.
“Los
condenados de la tierra” de Franz Fanon, es una referencia necesaria
para entender la subjetividad de la víctima y del victimario. “Los
condenados de la tierra es un diagnóstico psiquiátrico, político, cultural
e histórico de la colonización en Argelia particularmente y en África en
general, además de constituir un llamado al tercer mundo a emprender
la lucha descolonizadora, es decir, a crear un hombre nuevo”.
La subjetividad colonial es un “logro” de la
cultura represora. Especialmente porque permite percibir la esclavitud y el
sometimiento como la más completa libertad. Los “otros medios” que mencionara
Clausewitz en su recordada afirmación sobre la continuidad de la guerra, debe
incluir a la subjetividad colonial. La lucha por la niñez y la ancianidad
vulnerada, es también la lucha por erradicar los conceptos represores
sobre qué es la niñez y qué es la ancianidad. Incluso en su
continuidad histórica. Pulverizar la jubilación es una estafa retroactiva ya
que los aportes han sido hechos. Y los que no han sido hechos es más por robo
empresarial y por políticas laborales de servidumbre, que algunos llaman
trabajo informal.
Dije masacrados porque los condenados de la tierra,
siguiendo las ideas de Fanon, han sido condenados a muerte. La pobreza
es la vida miserable. La indigencia es la muerte miserable. Y
hay condenas a muerte con lo cual el mito burgués de la “puerta giratoria”
deviene criminal, ya que la muerte no convoca ninguna puerta giratoria.
El llamado pomposamente “Estado Nación” alberga al
colonizador y al colonizado. Cantan el mismo Himno, alientan al mismo
seleccionado, consumen si pueden lo mismo que la publicidad delirante propone.
Esta coincidencia objetiva entre colonizador y colonizado es al menos tan
siniestra como la condena de Francia a Argelia. No solamente hay un
eurocentrismo, tan genialmente enunciado y denunciado por el filósofo Enrique
Dussel, sino un argentino-centrismo. La Argentina es muchas cosas, pero también
es una abstracción. Dios no atiende ni siquiera en Buenos Aires, pero al menos
sostiene esa abstracción. La abstracción se sostiene con un curioso dispositivo
de masacre denominado coparticipación.
El colonizador y el colonizado negocian. La otra
orilla de las luchas de emancipación. La emancipación ha sido reemplazada por
acuerdos más que turbios, chantajes, estafas varias. Lo más terrible es que el
denominado Estado de Derecho legitima esas aberraciones. No es necesario ningun
Estado de Excepción. Con éste basta y sobra para seguir masacrando. Los
condenados/ masacrados de la tierra han sido adecuadamente colonizados. Por eso
insisten en que las Malvinas son argentinas. Lo cual es cierto, pero lo siniestro
es que la Argentina son las Malvinas.
La batalla cultural, al menos desde la clase a la
que pertenezco por convicción, es la batalla por descolonizar la
subjetividad. Es posible que haya muertos en ese combate, pero no masacrados
defendiendo a sus verdugos.
Es una batalla, y como decía mi amigo Gregorio
Baremblitt, quizá una victoria sin final.
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