Las líneas
de tiempo se cruzan y se enredan. En 2013 Bergoglio se transformaba en un
Francisco planetario y había comenzado el ascenso de su línea de tiempo. En
estas tierras en una línea de tiempo contraria comenzaba a asfaltarse el camino
para llegar a este presente de una ultraderecha berreta con ínfulas
dictatoriales. La línea de tiempo de Francisco se cortó. Y ahora la de
Argentina es una.
Por Silvana Melo
(APe).- En 2013 enloquecen las líneas de tiempo. Se
cruzan y se enredan.
Y evolucionan al revés.
El cura, el viejo, el pontífice, el papa fogoneado
por Quarracino y sucesor del Benedicto Ratzinger, el conservador arzobispo de
Buenos Aires se hacía un bolsito y con un boleto de ida para Roma no volvía
nunca más. Y en la cúspide de sus sueños, iniciaba el camino contrario del
resto de los mortales. De la derecha rancia al progresismo vaticano. Era marzo
de 2013
El país que lo puso en tierra, esas puntas de pie
del fin del mundo, veían languidecer diez años de progresismo
latinoamericanista, con liderazgo carismático sin continuador digno y sin
construcción transformadora que le asegure permanencia. Un pragmático de origen
derechista, subido al tranvía oportuno del peronismo, ganó unas legislativas
fundamentales mientras Cristina K era presidenta. Sergio Massa subsiste hasta
hoy. Era octubre de 2013. El país comenzaba un camino opuesto al de Bergoglio.
El progresismo iniciaba el camino ultra inexorable.
En la iglesia argentina Bergoglio fue creciendo
como hijo de Antonio Quarracino (el mismo que había propuesto que “yo pensé si
no se puede hacer acá una zona grande para que todos los gays y lesbianas vivan
allí, que tengan sus leyes, su periodismo, su televisión y hasta su
constitución. Que vivan como en una especie de país aparte, con mucha
libertad”). Trató de hacer oídos sordos a la pedofilia eclesiástica, protegió
desde adentro al cura Grassi y pidió apoyo a la “guerra de Dios” que había que
presentar contra el proyecto de ley de matrimonio igualitario.
Desde el púlpito, condenaba la pobreza y la
corrupción. Y desataba la ira de Néstor y Cristina Kirchner, todopoderosos
durante dos lustros.
Ambos mudaron su presencia al Tedeum del 25 de Mayo
a las provincias para no soportarlo.
Los problemas con la sexualidad que suele tener la
iglesia se licuan con la relación cercanísima de Bergoglio con los barrios
populares donde nadie lo olvidó.
La opacidad de su actuación durante la dictadura no
ha dejado huellas invalidantes.
El 27 de octubre de 2013, siete meses después de la
consagración de Bergoglio y su transformación en Francisco sin Asís, Sergio
Massa –un advenedizo nacido de la Ucedé de Alvaro Alsogaray- le ganó las
elecciones a Cristina Fernández con partido propio. La estrella de Cristina
comenzaba a caer. Hasta el punto de que la derecha cheta de barrio Parque le
ganó la elección en 2015.
Bergoglio, que ya era un Francisco planetario,
había comenzado el ascenso de su línea de tiempo. A la vez que la del país iba
descendiendo, como la estrella de Cristina. Ella, que decidió que Francisco ya
no era Bergoglio y fue a visitarlo con un velo de tul y una sonrisa enorme y le
pidió disculpas y se hicieron amigos y estaba clarísimo cómo se cruzaban las
líneas de tiempo: la de él para arriba y la de ella para abajo. Junto con la
del país, que el Francisco sin Asís vislumbró cuando la visita fue de Mauricio
Macri y la foto oficial denunció una proverbial cara pontificia de asentaderas
abatidas.
Después vino lo demás.
Francisco pudo, en 2019, desaforar al ex cardenal
estadounidense Theodore McCarrick tras ser declarado culpable por un tribunal
vaticano de abusar sexualmente de un adolescente en la década de 1970. Al año
siguiente, un informe del Vaticano reconoció errores de la jerarquía católica y
descubrió que Juan Pablo II ignoró los consejos contra la promoción de
McCarrick.
La celeridad de Francisco fue envidiable: Juan
Pablo II recién absolvió a Galileo Galilei 359 años después. En 1633 había
dicho que la tierra se movía.
También bendijo la unión de los homosexuales.
Y dedicó toda una encíclica a advertir sobre el
colapso del planeta, en medio de la negación global del cambio climático por
parte de los dueños del mundo. A los que les reclamó que repartieran sus
riquezas y pagaran los impuestos.
No bajó el oro del Vaticano como pedía Diego.
Pero algo es algo.
Se murió en semana santa, cuando se resucita.
Mientras la Argentina, a la que no volvió, está
infectada por un virus letal. La ultraderecha horrible, berreta, violenta, con
ínfulas dictatoriales, se le metió en la sangre.
El presidente es el mismo que le dijo que él es “el
representante del Maligno en la tierra ocupando el trono de la casa de Dios”.
Y ahora viajó a su funeral.
La línea de tiempo de Francisco se cortó. Y
probablemente se junte con la de la Argentina.
Vaya a saber quién lo sucederá.
Acaso nada de lo que pase podrá ser mejor.
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