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"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina |
domingo, marzo 17, 2024
La fragilidad de la democracia
Dos caras de la misma moneda: fuerzas federales y
armadas para controlar la población y extranjerización del Paraná para
garantizar el saqueo de las riquezas argentinas a través del manejo de los
puertos. Lo que se anunció hace dos años en Paraguay hoy se completa en la
Argentina del señor Milei y su ministro Caputo que exhibe, sin pudor, la
bandera del imperio en su solapa.
Por Carlos del Frade
(APe).- El dolor causado por los asesinatos de las
bandas narcopoliciales barriales rosarinas fue la excusa perfecta para retroceder
cuarenta años.
En breve, el Congreso de la Nación debatirá la
modificación de la ley de seguridad interna que prohibía expresamente
la participación de las fuerzas armadas en conflictos internos.
Fue una de las leyes fundantes de la
democracia recuperada en 1983.
Con 11 desembarcos casi consecutivos de efectivos
de fuerzas federales en Rosario en los últimos diez años, la población de la ex
ciudad obrera e industrial solamente piensa en el Ejército como sinónimo de
recuperación de algo de la tranquilidad que ya no está, como tampoco está el
empleo en blanco y la movilidad social, fagocitados por el saqueo económico y
cultural que convirtió al segundo cordón industrial más importante de América
Latina después de San Pablo en el ex cordón industrial del Gran Rosario. No
hubo explicaciones para eso pero si surgieron dos de los grandes negocios del
capitalismo de los últimos setenta años: armas y drogas.
Hasta los gobernadores hablan de soberanía para
justificar el reclamo de la participación de las fuerzas armadas en conflictos
internos.
La misma palabra que nunca pronunciaron ante la
extranjerización de la pesca, el litio, los minerales, el petróleo, el gas, el
agua, la soja, el trigo, la carne y los bosques. Ahora hablan de soberanía.
Ahora que Estados Unidos está a punto de marcar Rosario en su mapa de ciudades
que aplicarán la receta de combate contra el narcoterrorismo, la doctrina de
seguridad continental. En los hechos control social y represión contra las
protestas sociales y las pibadas del continente mientras las burguesías
multiplican sus ganancias a través del narcotráfico, el lavado de dinero, la
financiarización de la economía, el contrabando de lo que sea y el manejo de
los puertos del río número 14 del mundo, la principal vía de negocios legales e
ilegales de Sudamérica, el querido y estragado Paraná.
Dos caras de la misma moneda: fuerzas federales y
armadas para controlar la población y extranjerización del Paraná para
garantizar el saqueo de las riquezas argentinas a través del manejo de los
puertos. Lo que se anunció hace dos años en Paraguay hoy se completa en la
Argentina del señor Milei y su ministro Caputo que exhibe, sin pudor, la
bandera del imperio en su solapa.
Es una bisagra histórica, no solamente en historia
rosarina, sino en la historia argentina.
Un retroceso de la democracia en su conjunto, un
nuevo descenso en la intensidad de la propia democracia de cuarenta años.
El plan real es el del imperio y la excusa del
combate al narcoterrorismo servirá para poner en segundo o tercer plano la
entrega más abyecta de la evolución colectiva del pueblo argentino.
Los gobiernos provinciales hasta prometen enviar
efectivos de sus propios subestados nacionales e incluso helicópteros para
ayudar a la ex ciudad obrera.
Es un momento de profunda debilidad de la
democracia argentina.
Una debilidad explícita y atormentada por la
permanente construcción de miedo como verdadero disciplinador social e
individual.
En algunos medios de comunicación quieren
establecer comparaciones entre Los Monos y las maras de El Salvador o preguntan
si la familia Cantero maneja las exportaciones del Paraná. El país
unitario se expresa en la ignorancia de estas asociaciones. El drama
rosarino estriba en que los últimos eslabones en la cadena de la
comercialización de este negocio multinacional y paraestatal como es el
narcotráfico y tal como son estas 47 bandas narcopoliciales barriales, que su
permanente conflicto por el dominio del territorio no puede ser controlado por
las autoridades provinciales por varios motivos.
Pero los que mueven millones de dólares no están en
las playas de estacionamientos ni en las calles donde la sangre de jóvenes
trabajadores se mostró con impunidad. Son los integrantes de las
grandes burguesías provinciales, nacionales y regionales las que no
paran de hacer caja con la brutalidad y cobardía de estas bandas.
Ahora la democracia argentina está en el momento de
mayor debilidad.
Una vez más se pide la presencia de las fuerzas
armadas en las calles de una de las ciudades más bellas y luchadoras del
planeta.
Una especie de regreso del año 1975.
El viejo y siempre vigente plan del imperio.
Control social, represión a la juventud y extranjerización de riquezas.
Sin embargo la historia siempre está
abierta…siempre.
Fuente: Libros del autor de esta nota sobre
“Geografía narco”, tomos del uno al ocho, todos publicados en formato web para
el acceso de cualquier persona a través de www.carlosdelfrade.com.ar
LA TRAICIÓN PRIVATIZADORA DE SCIOLI
El secretario de Turismo, Ambiente y Deporte se refirió a la posibilidad de que ingresen capitales extranjeros al fútbol argentino.
Por José Luis Lanao*
Lo que nos sobra es pasado, futuro es lo que nos va faltando. Al final cada uno encuentra su lugar en el mundo. Parafraseando a un Galeano modificado: «nos mean y Scioli dice que llueve». El cinismo empieza a ser creativo. El secretario de Turismo, Ambiente y Deporte se refirió a la posibilidad de que ingresen capitales extranjeros al fútbol argentino. «Es uno de los grandes desafíos que tenemos ¿Por qué limitar a los hinchas y socios a que, de manera optativa, puedan incorporar capital privado», en clara referencia al desarrollo de las Sociedades Anónimas Deportivas.
Hay sujetos con barba por dentro que con solo abrir la boca ya te han amargado el día. Es que en algunos espacios políticos del transfuguismo primero se habla de cargos y luego de ideología. Uno se pregunta si no hay algo de patológico en el enfermizo deseo de arañar un sillón de mando sea como sea, venga de donde venga. Al excandidato a presidente por el Frente de Todos si se lo palmea por la espalda suena como una caja flamenca, hueca, como un lamento, sin hígado y sin corazón. El ministro coincide con su antiguo rival, Mauricio Macri, con Javier Milei, y con esa tribu de monjes soldados embebidos en la fe mesiánica de la religión del mercado que es necesario privatizar el fútbol argentino.
Da igual que los socios, los clubes, los dirigentes, y la AFA ya hayan rechazado el modelo ultraliberal de Sociedades Anónimas Deportivas. Da igual. Embisten como si en el privatizar se les fuera la vida, y el negocio. Esta nueva modernidad sin alma, en donde nada consuela más a los miserables como la prolongación de sus miserias. Esa forma de lealtad alambicada, casi feudal, de un Daniel Scioli entregado al modelo privatizador.
Es preocupante saber que el debate sobre lo que queremos ser esté en manos de quienes no quieren que seamos. No quieren hinchas que reclamen derechos, pertenencia, dominio, identidad. No se pretende modificar la realidad sino fabricarla, y forzar el asentamiento público de esa depuración. La «empresa-club-empresa» ya es el algoritmo futbolístico de la posmodernidad. «En este momento tenemos la poción del Manchester City de comprarse (si, leyó bien, de comprarse) unos de los clubes grandes de Argentina. Haciendo una inversión monumental y sin embargo está todo parado», expresó Scioli.
En ciertas épocas como la nuestra habría que empezar a disfrutar de lo mal que estamos antes de que las cosas empiecen a empeorar. El ministro se reunió con la legisladora nacional Juliana Santillán, quien junto a su pareja Guillermo Tofoni, están a cargo de activar un nuevo proyecto de ley y volver a impulsar la privatización del fútbol argentino.
Lo mejor de las «religiones» neoliberales es que produce herejes. Sabemos muy bien que el poder de algunas ideas poco tiene que ver con la verdad que contengan. Ya no tenemos tiempo de tener tiempo. Alzar la voz contra la privatización del fútbol argentino es un valor de la desobediencia y un compromiso más allá de la rabia que implica acoger la resistencia al abuso, como una invitación a humanizarse, como un paraíso de la voluntad. En el hecho de que todo sea posible nace la belleza de estar vivo.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón del Mundo 1979.
Voces de ultratumba
Los genocidas frente a la justicia
Por Rodolfo Yanzón
Los juicios por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar continúan, aunque en el nuevo contexto político los acusados parecen haber renovado el ímpetu no sólo para defenderse, sino además para reivindicar las atrocidades que cometieron.
"Los hijos de los desaparecidos tienen la sangre maldita". Alberto Daniel Rey Pardellas, quien se desempeñó en el Batallón de Comunicaciones 181 de Bahía Blanca durante la última dictadura militar, está imputado por 90 casos de secuestros y tormentos, además de otros crímenes gravísimos.
Jorge Luis Guarrochena, exoficial de la ESMA, acusado de cometer crímenes contra casi 400 personas.
Alegato contra Jorge Guarrochena por los crímenes cometidos en la ex-ESMA, Tribunal Oral Federal N° 5 de Comodoro Py.
Rodolfo Yanzón
Abogado querellante en los juicios por crímenes de lesa humanidad. Es, además, autor de "Rouge. Una mirada sobre los juicios por los crímenes de la dictadura".
PERONISMO. Puntos de acuerdo para revivirlo y enfrentar a los enemigos de la patria
La nota que publico debajo me interesó por una variedad de motivos. La primera es que su autora es una joven historiadora peronista hasta los tuétanos, habitante del conurbano, y pone el dedo en la llaga: en la secta de dementes que se encaramó en la cima de un Estado que pretende destruir y gobierna (es un decir) en nombre de los fondos buitres con el apoyo del macrismo que salió tercero en las elecciones y la falta de la necesaria respuesta por parte de un peronismo que no termina de reorganizarse. Milei y su banda pretenden retrotraer al país a tiempos anteriores al peronismo, y borrar toda memoria de éste (una tarea que creo imposible). Es más, Rosa Meza, que así se llama la autora, se queda corta porque Milei quiere retrotraer la Argentina a antes de la irrupción del radicalismo yrigoyenista, a la época del voto cantado y el “fraude patriótico”, y para colmo lo hace con una lectura sesgada de lo que significaron personajes históricos como Juan Bautista Alberdi y Julio Argentino Roca. Como si aquel hubiera sido anarco-capitalista (?) y éste solo un genocida y oligarca, olvidando “detalles” como que Roca fue el mayor propulsor y extensor de la escuela pública que los Milei y Macri aborrecen. En fin… volviendo a Rosa Meza, otras cosas, además de la edad, me separan de ella: se trata de una ferviente católica y santera (que suele buscar la intercesión de santos para mi de existencia tan dudosos como San Expedito o San Judas Tadeo) yo no tengo fe. Para colmo, ella es partidaria de Guillermo Moreno (para mi un caballo de Troya de Techint y Arcor, de Rocca y Pagani, a quienes contra toda evidencia considera “burgueses nacionales”), siempre presto para macarteadas que en el pasado hicieron posible la emergencia del terrorismo paraestatal de la Alianza Anticomunista Argentina, más conocida como “Triple A”.
La autora abomina de cierto marxismo, aquel que en nombre de Stalin se opuso al “fascismo” de Perón y el del socialismo light de Alfredo Palacios, pero no tiene en cuenta que ya entonces hubo disidencias como las de Rodolfo Puiggrós, Enrique Dickman y Jorge Abelardo Ramos, para no hablar de los aportes de John William Cooke, del que es bueno recordar que cuando temió por su vida, Perón lo nombró su único sucesor. En fin, que no soy en absoluto antimarxista, y que aun militando en el peronismo revolucionario, estuve muy influenciado por la izquierda nacional (es una paradoja que el peronismo más ortodoxo, en el mejor sentido del término, sea el de Norberto Galasso, que nunca fue pejotista). Pero aún así, lo que me une a Rosa es mucho más que lo que nos separa, y es que estamos en una situación tan crítica, de vida o muerte no ya del peronismo, si no de la patria, que no sobra nadie y vale más que nunca lo de “todos unidos triunfaremos”… aunque todo tiene sus límites: no me pidan que me fume a Pichetto, que eligió respaldar a nuestros enemigos mortales: de eso no se vuelve.
La sentida descripción que hace la autora del peronismo y sus adláteres (ya decía Perón que hay muchos peronistas sin saberlo, que todavía no han tomado conciencia de serlo) como partido de la patria, enfrentado al Partido del Extranjero (algo que ya estuvo presente en los albores de nuestra nacionalidad, durante las invasiones británicas) es compartida y eso vale mucho más que todo lo demás.
Queda el interrogante final, el lamento por la falta de conducción. Quien escribe cree imposible un peronismo que soslaye a los gobiernos de Néstor y Cristina, y no da a ésta por jubilada. Y en tren de reconciliar al peronismo con la Iglesia Católica (que, recordémoslo, fue el protagonista principal del cruento derrocamiento de Perón) prefiero mil veces a Juan Grabois que a Moreno.
Anécdotas:
1) Me llamaron la atención las observaciones de Rosa sobre las letras de José Larralde. Me parecieron muy atinadas: todas son atemporales en el sentido que podrían haber sido compuestas en los míticos tiempos del gaucho Martín Fierro. Pero me sorprendió porque nunca lo había pensado y porque comencé a militar en el peronismo simultáneamente a escuchar una y otra vez el primer albúm de Larralde en la casa de Juan Leandro Hernández, quien estaba vinculado a la FAP y era mi preceptor en el Colegio Juan Martín de Pueyrredón, del barrio de San Telmo. Debió ser en 1968, el año de Taco Ralo. Como he dicho muchas veces, me descubrí peronista cuando me llegó la noticia del asesinato del Che, abandonado por el PCB y sin posibilidades de sublevar al mayoritario pueblo aymara.
2) Intuyo que la autora está de punta con el movimiento feminista. Yo no me atrevería a decir que durante el peronismo éramos todos, varones y mujeres, “machos”, y que fuera de él estamos castrados. ¿No hay un poco de misoginia en la utilización de esos términos?
Si quieren saber más sobre autora, cliqueen aquí: Rosca Meza, la Negra Peronista
….
Preperonismo
POR ROSA MEZA
Siempre me ha llamado la atención la interpretación de lo que significa como fenómeno cultural el peronismo para la clase trabajadora argentina propuesta por un historiador británico, Daniel James, quien supo ver en el asunto una dimensión que a muchos historiadores argentinos, a menudo influenciados por el marxismo, se les escapa.
Recuerdo que cuando ingresé a la universidad para comenzar mis estudios en Historia, me golpeó particularmente el marote ese discurso de James, único de los autores estudiados habitualmente en la academia que no incurre en el vicio caracterizado por el propio James como “instrumentalismo materialista”. Recuerdo además que ya he escrito en el pasado acerca de ese concepto, pero vale la pena reflotarlo porque como bien dice una popular diva argentina: “El público se renueva”.
Pasa que la mayoría de los autores, influenciados por la teoría de clases, tienden a resumir la adhesión al peronismo a una cuestión meramente material, reduciéndolo a la suma de las prerrogativas sociales y económicas que lo han caracterizado. El peronismo sería entonces la sumatoria del aguinaldo y las vacaciones pagas, la vivienda social y poco más.
De acuerdo con la interpretación canónica en las universidades nacionales argentinas, entonces, los trabajadores se hicieron peronistas porque a partir del advenimiento de Juan Perón como secretario de Trabajo y Previsión le fue más fácil a la clase trabajadora obtener las reivindicaciones sociales y sobre todo económicas cuya obtención no habían conseguido décadas de conflictividad sindical. Daniel James, por el contrario, se vale de testimonios, entrevistas, incluso de otras fuentes como letras de tangos y canciones populares para romper con esa interpretación incompleta y brindarnos una idea más cabal de por qué los argentinos somos peronistas incluso décadas después de derrocado primero y fallecido luego el presidente Perón.
Lo cierto es que parecería insuficiente explicar los lloros en los funerales de Eva Perón, su elevación a la categoría de santa popular o la veneración de la figura de Juan Perón tan solo por la obtención de vacaciones pagas o jornadas laborales de ocho horas, ¿no es cierto? La intelectualidad argentina, acaso por su gorilismo histórico, se quedó corta en la explicación del fenómeno y resulta siendo un extranjero el que, por mirar la cosa desde fuera y desprovisto de todo juicio previo, logra dar en la tecla.
Recuerdo (sin volver al texto, por lo tanto estoy citando de memoria) una sección de la primera parte de su libro Resistencia e Integración. El peronismo y la clase trabajadora, 1946-1976 en la que James recolecta el testimonio de un trabajador, quien le suelta nomás a lo bruto una definición más que clara de lo que significó en tiempo presente el advenimiento del peronismo. “Con Perón éramos todos machos”, decía, dando una descripción precisa y exquisita no solo de lo que cambió con la llegada de Perón sino, por contraste, de la experiencia previa, la del preperonismo.
Porque si “con Perón éramos todos machos”, sin Perón todos habíamos sido un hatajo de castrados. Y esa es la dimensión cultural que hace del peronismo un hecho revolucionario no solo en sus resultados sino en sus ideas. El peronismo enseñó a los trabajadores argentinos a ser altivos, incorformistas, a reclamar y peticionar y a “creerse” (en rigor, a saberse) dignos de progreso no solo material sino y sobre todo cultural y espiritual. He ahí la singularidad del hecho, que explica no solo por qué los trabajadores silvestres de la década de 1940 se hicieron peronistas sino también por qué hoy día ser peronista es sinónimo de argentino y por qué todos los argentinos somos peronistas aun cuando no nos demos cuenta de ello.
Es que toda vez que uno le pregunte a un argentino qué desea como horizonte de posibilidad para su futuro, el argentino va a responder que desea poseer un trabajo registrado que le reconozca sus derechos y sus prerrogativas, pero también un progreso verificable en el tiempo. El trabajador argentino quiere una casa propia e irse de vacaciones pero no le tiene miedo a desear un autito, un departamento para veranear en la playa o que sus hijos lleguen a profesionales o sean capaces de montar un negocio propio. El trabajador argentino ha naturalizado el progreso y también la protesta. Y eso, amigos míos, no es una cosa “natural”, es algo que nos dio el peronismo, que nos lo enseñó y nos lo interiorizó, generando en nuestra sociedad un impacto cultural revolucionario que va mucho más allá de las lealtades político-partidarias.
¿Ustedes creen que un peón rural o un albañil peruano o paraguayo responderán que existe un futuro o un progreso más allá de la supervivencia diaria? No, pues, y no se trata de una cuestión racial ni genética ni mucho menos relativa a la “inteligencia” de cada quien. La diferencia es que por Perú, por Brasil, por Paraguay o Chile no pasaron Perón y Eva. Lo “natural” para otros pueblos es que el pobre muera pobre y engendre hijos pobres y que los ricos sean tan ricos que sus hijos y sus nietos ya sean ricos antes de nacer. De hecho, siempre que uno se tome el trabajo de preguntar a un inmigrante de la región por qué ha decidido vivir en Argentina en lugar de juntar dinero y regresar a su país este le responderá: “Porque aquí solo hace falta tener trabajo para vivir con dignidad. Mis hijos tienen salud y educación gratuitas, tenemos una casa y podemos progresar, lo que en mi país es imposible porque nadie que haya nacido en la miseria logra salir de la miseria jamás”. Lo sé porque me he tomado el trabajo de preguntar, hagan la prueba y comprueben por sus propios medios.
Eso es el peronismo, una revolución cultural que nos quedó inconclusa porque (lamentablemente) no la hemos podido exportar para que abarcara a los pueblos hermanos de nuestra región.
Y sin embargo, cada vez nos son más frecuentes esas expresiones del orden de “pagábamos mucho (N. del E.: ¿me equivoco o la autora quiso decir “poco”?) por X producto/servicio”, “no podemos vivir de arriba” o similares, todas en mayor o menor medida dando a entender que los argentinos somos perezosos, pretenciosos o que nos creemos mejores de lo que merecemos. No, no está bien pagar servicios o transportes a la medida de nuestros salarios, no estaba bien que los trabajadores pudiéramos llegar a fin de mes y mucho menos que llegásemos a ahorrar, a consumir artículos “de lujo” o a conocer destinos turísticos. “Eso era una ilusión, no era real”, diría Javier González Fraga.
Y ahí está la contrarrevolución, esa es la ingeniería del lenguaje operando en favor de la extirpación del peronismo del alma del pueblo, como se extirpa un cáncer de los tejidos sanos. La diferencia es que el peronismo no daña a la sociedad sino que le genera anticuerpos, he ahí su carácter molesto para quienes quieren hacer de este un pueblo sin defensas. Se nos habla de libertad pero no se nos dice en qué consiste esa libertad cuando no somos ni siquiera libres de llenar un changuito de supermercado. Se nos dice que somos libres cuando no poseemos más opciones que someternos a permanecer en trabajos frustrantes y mal remunerados soportando toda clase de abusos o morirnos de hambre. Vaya “libertad” cuando no somos libres de elegir entre tomar el colectivo o ir a laburar a pata porque ya no nos alcanza la plata para el bondi.
Somos libres de reventar los pocos ahorros de toda una vida de trabajo, sacrificio y esfuerzo o perder día a día en calidad de vida. Esa es la libertad que tenemos, la que está tan de moda enunciar hoy entre gritos y aplausos.
En resumen, somos libres de volver a un estado de preperonismo, aquel en que no éramos machos porque teníamos que bajar la mirada frente al patrón para no perder el trabajo. Es eso o morirnos de hambre. Recuerdo una escena de la novela de Suzanne Collins, Los juegos del hambre, en la que se hace referencia a la muerte de una persona. Se nos dice que este hombre, Séneca Crane, ha “decidido” morirse de hambre. Ha sido ese su último acto de rebeldía, se nos dice, y luego nos enteramos de que tras haber sido apresado el presidente Snow (el fascista Coriolanus «Coryo» Snow, N. del E.) decidió ofrecerle como único alimento unos frutos venenosos. Sí, Séneca Crane eligió morirse de hambre antes de morir envenenado, pero ¿eligió realmente? ¿Qué clase de libertad es esa? Es la libertad del pez de nadar en la pecera mientras el pescador lo mira desde fuera con una red en la mano, listo para pescarlo en cuanto se le dé la regalada gana.
Pero ese discurso prende, porque vierte sus raíces en un sentimiento criollo de dignidad que si bien no es incompatible con el peronismo, puede aprovecharse en su contra. Ese orgullo baqueano del folklore que nos enseña que la vida del gaucho es y debe ser sinónimo de sufrimiento, como en las canciones de José Larralde. ¿Vieron que Larralde nunca le canta a la posibilidad de salir de la miseria? “Tengo a mis hijos que a puro brazo los estoy criando/ me priendo a cualquier cosa, el hambre es mucha y el pan, escaso”, “De muy chiquito viví cinchando”, “En esos negros inviernos, cuando la yerba escaseaba/ tu cuerpito calentaba mis manos con su calor”.
Esta última cita proviene de “Mi viejo mate galleta”, una de mis canciones favoritas por la ternura con la que el gaucho le agradece los años de servicio a ese matecito que durante tanto tiempo fue su compañero. Pero, ¿nos hemos detenido a pensar por qué es galleta el mate? Porque el gaucho toma mate cuando no tiene qué comer, para llenarse la panza aunque sea de agua. Y sí, es hermosa la poesía presente en ese acto de gratitud del hombre sencillo ante el mate que lo salvó de morirse de hambre pero, ¿por qué Larralde no le canta a la posibilidad de progresar?
Porque Larralde se referencia en una Argentina preperonista en la que el progreso era impensable y el honor del hombre se mostraba no por su capacidad de producir, crecer, avanzar, sino por su habilidad para sobrevivir en la adversidad. “Doblando el lomo pa’que otro doble los bienes”, esa era la premisa. Y entonces prende. Pagábamos muy poco, comíamos demasiado, teníamos mucho más de lo que merecíamos porque el pobre… El pobre no merece nada, ni siquiera un salario digno. “Andá a decirle al patrón por qué no te da el aumento./ La pucha, que lo ha estudiao’ que hasta te larga contento”. Y está bien, no estoy criticando a Larralde ni mucho menos, como no critico al pueblo paraguayo o al chileno por no haber aprendido lo que para un argentino es elemental porque hemos atravesado una revolución cuyas consecuencias aún perduran, incluso aunque en el tiempo se empiece a diluir como consecuencia de años y años de ingeniería social.
No critico que alguien no conozca lo que no ha vivido, solo estoy advirtiendo que quienes sí lo hemos vivido aunque más no sea a través de las memorias de nuestros padres y nuestros abuelos, por haberlo mamado sin apenas darnos cuenta, estamos perdiendo eso que nos hace únicos, el peronismo, que nos hace argentinos, porque hace de nosotros este pueblo único que somos. Nos están llevando a un estado de preperonismo que nos regresará al tiempo nostálgico de Larralde, el que alguna vez Jauretche definió como de peones pata al suelo condenados al infraconsumo. Si con Perón éramos machos estamos volviendo a ser castrados, porque no somos libres ni siquiera de tener hijos sin condenarlos a la miseria. Estamos siendo testigos de nuestra propia extinción y poco podemos hacer porque estamos solos, huérfanos de toda conducción. Hemos regresado a la década infame.
¿Será solo una década? Dicen que no hay mal que dure cien años… Ni cuerpo que lo resista.