Aguantando los colores que no se manchan. No los quiero convertidos en once marquesinas publicitarias corriendo tras un cuero. Esos colores que nos tiñeron el corazón desde purretes no se manchan. Los colores heredados de nuestros viejos. Los que les robamos al barrio. Al potrero... a la tribuna... Los colores por los que sufrimos, cantamos y reímos. Los colores que no destiñen ni se cotizan en bolsa. Colores que les quedan grande a los intermediarios, representantes, empresarios y a toda esa manga de pelotudos que nunca entendieron de qué se trata este amor incondicional, porque lo único que les interesa es lucrar. Mercaderes de la pasión y el sentimiento que se amasa con barro, sudor y dientes apretados en cada pelota dividida, en cada pique, en cada caño, en cada gambeta, en cada gol donde flamean heroicos "nuestros" trapos. Ladrones de sueños y de vueltas olímpicas, de brazos alzados a un cielo de papelitos. ¡qué saben éstos mercenarios de cómo es vivir con el corazón pintarrajeado de victorias y derrotas!
Dólares y euros son sus banderas. Los colores con que ensucian la camiseta de los clubes hacen irreconocible la divisa que asoma debajo de la publicidad contaminante que la distorsiona.
Dólares y euros son sus banderas. Los colores con que ensucian la camiseta de los clubes hacen irreconocible la divisa que asoma debajo de la publicidad contaminante que la distorsiona.
¿Y cuáles son los colores? ¿Cuál es el precio a pagar por desvirtuarlos? ¿En dónde quedaron los anhelos de identidad proletaria con que soñaron los fundadores de los clubes? Porque el azul ya no es ése azul que corría por las venas xeneizes y el oro que cruzaba el pecho henchido de orgullo es de un amarillo "alimonado". La banda millonaria se hizo gris, negra, blanca. El azul grana se arratonó como las alas de un cuervo senil. La celeste y blanca académica mutó en dameros rosas y la roja infernal en azules y blancos con extraños motivos diseñados por alguna fría computadora que la firma que los viste pergeñó en el sudeste asiático, tal vez. Tonos y tonalidades distintas a la simpleza originaria de quienes las pensaron. Que van y vienen entre franjas, rayones, geometrías, vivos y trazos esfumados, que sólo sirven para destacar el esponsoreo que les dá de comer a los dirigentes. Y el hincha, entonces, estoico y perseverante alienta sin parar "disfrazado" de cualquier cosa que le vendan como camiseta oficial del club de sus amores. Convertido en un publisherman ad honorem que, además de hinchar por su equipo, de dejar los pulmones en cada partido, anda por la vida promocionando las marcas, empresas y/o instituciones que manchan su camiseta. Entonces es ahí que vale la pregunta. ¿Qué pasa con aquellos que queremos lucir la camiseta de nuestros amores sin mácula mercantilista. Abrigarnos con los colores puros que encendieron nuestras pasiones futboleras? ¿Dónde adquirirlas? o, lo que sería mejor, ¿adónde deberíamos dirigirnos para cobrar las regalías por publicitar un producto?
Tampoco soy tan obtuso como para pretender cuestionar la manera en que los clubes salen a la cancha y financian sus planteles, para nada. Sucede que hace años que quiero adquirir la camiseta de mi amado Deportivo Morón en donde sólo se destaquen la franja horizontal roja y el escudo en el blanco de la casaca y me tengo que "fumar" a toda la maraña de anunciantes contaminando con sus colores a "mis colores". Esto también vale para la selección de mi país. No quiero la propaganda telefónica, ni la de una gaseosa, ni la de alguna tarjeta manchando la celeste y blanca. La quiero limpia y reluciente como el aliento de la hinchada que se desgañita aguantando los colores.
Roque Paz
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