Quince comunas. Siete comuneros y un presidente por cada distrito. Y hasta ahí todo más que bien si no fuera por los sueldos que cada uno de esta nueva camada de representantes va a cobrar. Porque la militancia pasa por otro lado. Por las ganas de cooperar, de integrar, del aporte desinteresado que cada uno puede llegar a ofrecer desde el espacio que ocupa. Y porque los sueldos excesivos que van a percibir durante cuatro años solo sirven para ensuciar aún más la política.
Nadie pretende que trabajen gratis, aunque deberían hacerlo por amor a la camiseta, para no desprestigiar las ganas de cambiar nuestra endeble sensibilidad social. Al menos en estas instancias. Para mantener impolutas las ganas, la frescura y el espíritu militante de integrarse y sumar, no para restar.
Con sueldos que oscilan entre los siete mil y ocho mil pesos, salvo honrosas excepciones, lo único que se consigue es enturbiar, aún más, las aguas por dónde transcurre la política; y pasar a engrosar el número de los profesionales de la política.
A lo largo de nuestra historia abundan los ejemplos de aquellos que han hecho de esta herramienta de la democracia su modus vivendi descarado. Porque nadie que ha ingresado al mundo político se quiere retirar. Por el contrario, siempre se los ve prendidos a la teta de la Gran Vaca.
Así vemos a nefastos personajes, que nunca fueron nada, convertidos en empresarios, hombres de negocios, iluminados avatares que mejoraron sus estilos de vida ( y el de su familias ) mientras el resto de la sociedad se consume en el caldo propiciado por los adalides de la democracia.
Ocho mil pesos son una bofetada para los contribuyentes. Veremos que pasará en un futuro con las nuevas camadas de representantes comunales ahora que, además de voz y voto en las decisiones del gobierno de la ciudad, podrían ser tentados para avalar tal o cual proyecto con algunos pesitos por debajo de la mesa.
Seguramente, no todos, intentarán perpetuarse en los diversos cargos que las instancias sucesivas de una política amañada les irá proporcionando; y lo que hoy no es más que una noble expresión de deseos de contribuir a fortalecer el entramado social, se convertirá, lamentablemente en un descarnado juego de poder.
Pero el daño ya está hecho y los cuervos comienzan a revolotear sobre las migajas que les asegurarán un futuro más ventajoso.
¿No hubiese sido mejor que todos aquellos interesados en mejorar la calidad de los vecinos de sus respectivas comunas aceptaran laburar por un viático, en vez de transformarlos en aves de rapiña profesionales?
Nadie pretende que trabajen gratis, aunque deberían hacerlo por amor a la camiseta, para no desprestigiar las ganas de cambiar nuestra endeble sensibilidad social. Al menos en estas instancias. Para mantener impolutas las ganas, la frescura y el espíritu militante de integrarse y sumar, no para restar.
Con sueldos que oscilan entre los siete mil y ocho mil pesos, salvo honrosas excepciones, lo único que se consigue es enturbiar, aún más, las aguas por dónde transcurre la política; y pasar a engrosar el número de los profesionales de la política.
A lo largo de nuestra historia abundan los ejemplos de aquellos que han hecho de esta herramienta de la democracia su modus vivendi descarado. Porque nadie que ha ingresado al mundo político se quiere retirar. Por el contrario, siempre se los ve prendidos a la teta de la Gran Vaca.
Así vemos a nefastos personajes, que nunca fueron nada, convertidos en empresarios, hombres de negocios, iluminados avatares que mejoraron sus estilos de vida ( y el de su familias ) mientras el resto de la sociedad se consume en el caldo propiciado por los adalides de la democracia.
Ocho mil pesos son una bofetada para los contribuyentes. Veremos que pasará en un futuro con las nuevas camadas de representantes comunales ahora que, además de voz y voto en las decisiones del gobierno de la ciudad, podrían ser tentados para avalar tal o cual proyecto con algunos pesitos por debajo de la mesa.
Seguramente, no todos, intentarán perpetuarse en los diversos cargos que las instancias sucesivas de una política amañada les irá proporcionando; y lo que hoy no es más que una noble expresión de deseos de contribuir a fortalecer el entramado social, se convertirá, lamentablemente en un descarnado juego de poder.
Pero el daño ya está hecho y los cuervos comienzan a revolotear sobre las migajas que les asegurarán un futuro más ventajoso.
¿No hubiese sido mejor que todos aquellos interesados en mejorar la calidad de los vecinos de sus respectivas comunas aceptaran laburar por un viático, en vez de transformarlos en aves de rapiña profesionales?
EL Peronauta
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