Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

lunes, enero 09, 2012

Un asesino en común


No voy a ser tan hipócrita como para negar que, en mis largos años de calle, nunca presencié peleas y escaramuzas en donde alguien "peló" un cuchillo, sevillana, estilete o algo por el estilo, con las consabidas consecuencias que una acción de tales características inflige en las personas involucradas. Afortunadamente, en ningún caso, la cosa pasó de tajos y puntazos de los que emanaba abundante sangre sin que se tuvieran que lamentar víctimas fatales. Y no hablo al pedo, cualquiera que haya ido a una cancha de fútbol, jugado amateurmente en campeonatos barriales, o frecuentado bares suburbanos, sabe a qué me refiero.
Pero la experiencia más traumática que me tocó vivir fue prestando servicios como vigilador en el hospital Del Carmen en Zárate.
Fue en el 2003 (si mal no recuerdo), cuando ingresó a guardia un herido de arma blanca. Un sujeto apuñalado en una reyerta entre borrachos ocurrida en un tugurio en la localidad de Lima.
De este suceso me enteré a las pocas horas y, recién tomado el turno, se me ordenó acompañar a dos efectivos de la policía a la morgue para cumplimentar el llenado de las fichas identificatorias del óbito.
Lo recuerdo porque la novedad alteró mi humor matinal debido a que odiaba ése lugar que apestaba a muerte y a formol, producto de la inoperancia del equipo refrigerante que no funcionaba desde hacía bastante tiempo.
A regañadientes y seguido de cerca por los dos policías cruzamos el patio exterior para llegar hasta el edificio en cuestión.
Abrir la pesada puerta para impregnarse del nauseabundo vaho que, potenciado por el calor de aquel domingo de diciembre, fue un trámite desagradable. Y si a eso se le suma la presencia de moscas zumbonas, gordas y molestas por todas partes, ni hablar.
La cámara se hallaba prácticamente despejada a no ser, claro, por los frascos de vidrio alineados en los estantes en donde levitaban fetos y restos patológicos en líquidos ambarinos y la camilla que sostenía el cuerpo yacente, cubierto por una sábana blanca.
"¿es éste?, preguntó uno de los uniformados. "sí", le respondí con una leve inclinación de cabeza. "Ché, no tienen luz acá?, terció el compañero. Un hombre de gran contextura física y tez trigueña que hablaba de costado. "Bueno ayudame, así lo sacamos afuera porque adentro está insoportable... ¿tenés las fichas? Dale, así terminamos rápido y nos vamos... Caco de mierda, nos cagaste el desayuno..."
Entre los tres desplazamos la camilla con el cuerpo hacia la luz en donde se procedería al registro de las huellas dactilares. Munido de almohadilla y rodillo, el morocho, iba embadurnando con la espesa tinta negra los dedos del infortunado caco, mientras su compañero hacía malabares para estampar cada dedo en los casilleros pertinentes de cada cartulina.
El proceso de llenado de las fichas no demandó más de quince minutos. Creo que eran tres juegos y, por la rigidez de las manos, en más de una oportunidad el agente tuvo que recurrir al quebrado de los huesos como única forma de cumplimentar con los requisitos de la ley. Todo esto matizado entre chanzas, risas y comentarios sarcásticos que tenían como único blanco al muerto. Pero yo estaba en otra parte, sin poder despegar la vista de aquel cuerpo inerte que, por momentos, se parecía, y mucho (perdón) a Joaquín Sabina.
Una pequeña protuberancia, emergente de uno de sus costados, un "rulo" intestinal de no más de dos centímetros, de color amarillento... El lugar elegido por los moscardones para posarse.
La cuestión es que el tipo no presentaba otra evidencia más que la mencionada. No había en su cuerpo signos de pelea, escoriaciones, hematomas, cortes, ni siquiera una triste gota de sangre que atestiguara que al sujeto lo habían acuchillado. Lo curioso es que el cuerpo tampoco había sido lavado. Como "espichó", así lo derivaron a la morgue.
Como leyéndome el pensamiento, el avezado policía me preguntó: ¿Qué pasa flaco? ¿Nunca viste un muerto?... Raro, ¿no?Tramontina, flaquito. Al caco le partieron el hígado de un puntazo y se desangró..."
Y yo seguía sin entender. Se desangró, pero allí no había vestigios de sangre. la respuesta no tardó en llegar. Entre los dos se las ingeniaron para ladear el cuerpo muerto, lo suficiente como para tener una clara visión de lo que decía: Una morcilla, eso es lo que parecía la espalda del occiso. Una enorme mancha morada expandida por toda su parte posterior. "El rigor mortis siempre habla. El hombre herido cayó de espaldas y así quedó, desangrándose internamente..."
"Esto es de todos los días, y los fines de semana ni hablar. Cualquier gil anda calzado con un Tramontina. Una pelea entre vecinos, entre familiares, en la calle, en las escuelas, o a la salida de algún boliche, termina así. Un puntazo certero y andá a cantarle a Gardel... Los diarios no manejan estadísticas pero se asombrarían de saber que muere más gente acuchillada con este tipo de elemento que por armas de fuego. Es el asesino común. Silencioso, fácil de esconder y altamente efectivo. Ideal para todo aquel que desee cargarse a alguien..." Me comentó el agente antes de despedirse.

Pasaron muchos años, y si hoy recurro a mi memoria para contarlo es por la enorme cantidad de personas atacadas o asesinadas, víctimas de "un asesino en común que todos tenemos al alcance de la mano en algún rincón de la cocina": El cuchillo Tramontina. Roque Paz

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