Una vez, en una fiesta, me regalaron un trago amargo. Como estaba en confianza me lo bajé de una.
Por el estado de turbación mental supuse que no era de la clase de tragos a los que estaba acostumbrado y que este, en especial debía ser una mezcla de pepa, rivotril y mezcal porque cuando me dí cuenta me estaban garchando.
A mi alrededor algunos me observaban, quizás insatisfechos por el coito, decidieron humillarme un buen rato. Pero como a los pleceres no se los juzga, otros que andaban por ahí se hicieron los boludos y miraron para otro lado.
Por aquel entonces pensaba yo que para olvidar un mal trago no hay nada mejor que otro trago. Fue entonces que decidí sacarme la resaca y los malos recuerdos escabiando.
Ginebra va, ginebra viene, me involucré en el corso nuevamente.
La joda seguía y bastante rescatado me dediqué a auxiliar borrachos. Había algunos medio tristes y otro medio cagados de hambre.
Siempre fui bueno y estaba en confianza.
Empezó a dolerme el pecho. Tenía como algo clavado. Pero restándole importancia seguí a la murga que se reía a carcajadas festejando ya no se qué.
Cuando desperté me hallé una daga incrustada en el pecho. - Che, duele mucho - pensé. Y entonces comencé a buscar a los que me la habían clavado para preguntarles si sabían como sacarla.
Los responsables vivían de joda continuada y me dijeron burlones
- Yo te la puse en la mano - dijo uno
- Y yo te la apunté en el pecho - dijo otro. - Pero fuiste vos el que decidió undírsela
- ¡A quién se le ocurre! - dijeron a coro.
- ¡Me arrepiento, payaso parásito! - Gritó, riendo, uno al fondo.
-Así habla un hombre- Asintió aprobando otro.
- No se la banca. ¡jodete! - aullaron un par de estúpidos mientras me sacaban de ahí a las patadas.
Todo deshecho anduve por calles mugrientas hasta que encontré una vía donde venía un tren y salté.
- Vas a vivir este infierno - dijo la persona que me sacó de las vías. Y me escupió dos veces en la cara. Sin darse cuenta que ese mismo tren ya había pasado unas cuantas veces sobre mi cuerpo destrozado.
En el cuerpo putrefacto una araña roja puso un huevo. El huevo anidó junto a la daga y se gestó al calor de la digestión de las bacterias y los hongos. Cuando la araña sacó la primer pata al mundo, tiró de ella una borrachita de antaño que algo sabía acerca del dolor y algo más acerca del amor.
Buscó el abrazo de la araña y la dejó partir con un gran beso.
By la araña.
es interesante este relato.
ResponderBorrarPuede apreciarse -ya que se destaca en toda la narrativa- la estúpida cobardía del ser que elige vivir desde la victimización. La miseria de quien no se atreve a asumirse como sujeto activo y consciente en este mundo, y decide colocarse donde siempre resulta ser víctima golpeada y basureada.. Hay tanto humano pelotudo como éste! jaja
Muy bueno el cuento, felicitaciones al narrador.
Juan Martín Giorgio. Hay tanto humano pelotudo como éste y tan pocos sujetos elegidos para ser los valerosos activistas conscientes del mundo. Pero estoy seguro que los primeros se equivocan de una forma superable mientras que los segundos jamás van a ver más allá de su propia condición de superiores.
ResponderBorrarLos narradores agradecen.
La Araña