Les presento a mi hijo gato |
Tiene la mirada serena, amarilla y dulce. La más dulce de las miradas cuando me enfoca y me reclama su cuota de mimos. Se mueve lento en los silencios de mi cuarto y salta sobre el teclado estirando una de sus patas para treparse en mi regazo. Me rodea el cuello como una criatura y le hago upa. Una nariz húmeda que me estremece cada vez que contacta mi piel con leves topetazos. Emitiendo sonidos, digamos que un poco "afrancesados".
Le gusta compartir los tiempos de escritura entre cigarrillos y rocanroles. Entre ronroneos y la parsimoniosa filosofía que todo lo reduce al placentero arte de vivir la vida sin conflictos. Vieja filosofía de hippies demodé, sobrevivientes en un mundo plagado de confrontaciones y violencias varias. Pero a no confundirse, también se sabe parar de manos cuando la situación así lo requiere, o cuando los granujas de enfrente osan escalar las paredes para invadir sus dominios. Así es mi Coco. Mi Coquito. Mi hijo gato... Mi albondigón de pelos. Una madeja marmolada en negro, blanco y grises con pancita de algodón despatarrada y ternura al por mayor.
Conocedor de sus horarios. Un tipo que se hace entender sin gritos ni histerias. Desplazándose lento por los rincones, pavoneándose con el volátil pelambre de su cola periscopio siempre erguida.
Como dos desvariados solemos mantener diálogos y percepciones que van más allá de la lógica humana. Cuestiones extrasensoriales que me recriminan ciertas cuestiones que sé que le fastidian. Como por ejemplo su nombre. Y así me lo hace entender con tonada cordobesa.
. Che, loooco... ¿por qué me pusiste ¿Coco? ¿No tenías un nombre mejor?, sabés que no me gusta. La de cargadas que me tengo que bandar cuando me preguntan como me llamo. ¡Cómo te llamás, chango? Coooquiiito. Se me cagan de risa los culiados... ¿Y a quién carajo se le ocurrió llamarte Coooquiiiito? ¿Y a quién va a ser? ¡Al pelotudo de mi viejo! ¿ Y a vos cómo te gustaría que te llamen? ¿A mí? Yaguareeeté... No me llamés coooquiiito porque me pongo loco, llamame yaguareeeté feeeroz. Mirá, tengo colmillos y garras. Así como me ven soy de temer. Pregunteeenlé, sino, al gris y al baaarcino de la veeecina... cómo looos saco cagaaando de la caaasa...
Y así continúan las discrepancias en torno al nombre. Hasta que le digo que está bien su planteo, que lo voy a pensar; porque no es fácil acostumbrarse a un nuevo nombre ¿no?. Además, para su mamá Olga, siempre será Coquito amor. Y bueno, le digo. Vos sabés cómo son las minas. Si hay algo jodido de cargar en esta vida, además de un nombre feo, es la obsesión femenina de pertenencia. Y mirándolo bien, Coco no está tan mal...
Okey, mi gato macho. Desde ahora prometo llamarte Yaguareté. Pero ojo, esto queda entre vos y yo. ¿Sabés mi yaguareté pompón? ¿Cóoomo deeecís? ¿Me estás caaargaaando culiao?... Jé, es una joda...¡qué carácter!
Y podríamos pasarnos horas yendo y viniendo por esos vericuetos telepáticos que nos sustraen del mundo real, allí entre mates y alimento balanceado que hacen a la pacífica convivencia entre hombre y gato o entre gato y hombre. Y sucede que de tanto observarlo, aunque no crea en la reencarnación, de poder elegir en que criatura reencarnar, no lo dudaría ni un instante: Una y mil veces quisiera hacerlo en un gato como lo es mi yaguareté pompón (para los que lo amamos y los íntimos, coquito amor).
Roque Paz
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