La tormenta se cola entre mi piel. Entra profundo hasta mis ojos.
El viento cargado y la luz oscura me endurece el corazón.
El recuerdo no se muere. Pero hoy llega con la tormenta y se irá con ella.
Se arremolina todo antes de la lluvia. La tensión. Ella gime. Él rie. Ella insulta y golpea. Él desprecia y vuelve a reir. Ellos miran para otro lado una y otra vez. Ellos se miran y ríen. Y yo me quedé mirando sin saber que hacer ni entender.
"Mi casa, mi cama", tu propiedad privada. Todo lo que un hombre debe ser. Y yo, un bufón de un circo, que empieza a odiar en silencio como un esclavo indómito, como un perro de la calle.
Sólo en un frio cuarto de un frío psiquiátrico dialogando con un corazón, frío de tan muerto, de aquél.
Una estúpida víctima de un sistema que reparte hasta el placer de forma clasista y desigual y obliga a aceptar.
"Vos no te la bancás" me escupe un cobarde a la cara y yo, el rivotril y la frialdad de ambos elige callar y yo me quedo sin casa.
"No me parece" me contesta otro cobarde y yo, el tren a Carupá y la pobreza me dicen que acepte ese último insulto, pero mirando a los ojos y sin pestañar.
Subo a la bicicleta y vuelvo a ganar el mango. Y me encuentro con ella. Es chiquita y ya fue de Fiorito a La Boca sin poder decir ni "A". Y se calló. Y yo también. Y nos regalamos una sonrisa porque adivinamos que la cosa va a cambiar.
La tormenta trae el recuerdo y se lo llevará. Mi amor acribillado a puñaladas por la espalda no descanza en paz.
La tormenta trae la sangre negra y oscura en el cielo y la lluvia la va a limpiar.
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