Finalmente, la Justicia Federal dio a conocer el veredicto final por los delitos de Lesa Humanidad cometidos en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).
Tuvieron que transcurrir largas décadas para enfrentarnos a esta realidad que conmueve los corazones de todos aquellos que creíamos que no nos alcanzaría esta vida para ver el día en que el largo y lento brazo de la justicia cayera con todo el peso sobre los responsables del genocidio perpetrado por las Fuerzas Armadas en contra de toda una población.
Cierto es que justicia tardía no es justicia. Y que cuesta digerir el hecho concreto de que, durante muchísimos años, estos asesinos gozaran de todas las garantías que el Estado de Derecho tiene la obligación de brindar a los ciudadanos. Paradójicamente esos mismos derechos que sus víctimas nunca tuvieron: Un juicio justo.
Quizás hayan creído que todavía, el cobarde espíritu de cuerpo represor que los identifica y los sectores de poder que los animó a lanzarse a la terrible aventura que hoy los condena, les confería cierta inmunidad. Y no fue así.
Quizás hayan creído que todavía, el cobarde espíritu de cuerpo represor que los identifica y los sectores de poder que los animó a lanzarse a la terrible aventura que hoy los condena, les confería cierta inmunidad. Y no fue así.
Ahora tendrán que pagar como corresponde. Allá van, entonces, con sus tristes huesos hacia la celda que los cobijará hasta el final de sus días. Y no van solos, claro que no. Los acompañan los fantasmas y demonios que anidan en lo más oscuro de sus conciencias malditas. Y allá va él, el más pervertido y traicionero de todos: Astiz. Riéndose, amenazando, besando los colores patrios que no supo defender en los Mares del Sur cuando depuso sus armas sin haber disparado un sólo tiro. Él que se autodefinió como un cuadro de la armada preparado para matar, para infiltrarse en las líneas enemigas y ejecutar con éxito las misiones más osadas. Un comando que sólo sirvió para señalar, secuestrar y desaparecer a inofensivas madres, a dos religiosas francesas, a una jovencita sueca y a un periodista emboscado, que no sólamente tuvo los huevos suficientes para denunciar públicamente el siniestro plan de la Junta Militar, sino que también los tuvo para enfrentarlo con su "22" y caer en combate por defender sus convicciones...
Nosotros, los que creímos que jamás viviríamos lo suficiente para ver este día, no festejamos ni nos vanagloriamos por imaginarlos tras las rejas de una prisión común y con el status que se le confiere a un preso común. Ya que hubiésemos preferido mil veces que estas atrocidades nunca hubiesen sucedido.
Todavía faltan muchos, muchos a los que la muerte les llegará antes de recibir condena. Entre los que figuran clérigos y civiles. Pero es saludable ver a la Argentina ponerse de pie. Vestirse de celeste y blanco. Flameando alto. Mostrando el rumbo a las naciones del mundo que todavía reclaman justicia. Porque es en esta escala de valores en donde late más fuerte la condición humana por sobre cualquier otro bien terrenal.
Roque Paz
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