El estado
nacional se corre de todos los incendios. Del desastre patagónico y correntino.
De la vida misma. Mientras tanto, alambra fronteras, compra aviones de guerra y
culpabiliza de todos los males de la tierra a los más vulnerables e indefensos. Los mapuche como
enemigos. Los pinos, centro de la industria maderera e incendiarios de origen.
Por Silvana Melo
(APe).- Ciego ante una tierra incendiada, ante la
voracidad de un fuego desatado que se devora la vida, la diversidad, uno de los
paisajes más maravillosos del mundo y la vivienda de miles de personas, el
gobierno no apaga. Enciende. Treinta mil hectáreas arrasadas desde diciembre
generaron apenas una primera reacción por parte del presidente de la Nación,
que retuiteó la fake de un troll contra María Becerra, que
llamó a apagar los fuegos que no apaga el gobierno.
Nada más.
El estado nacional se corrió absolutamente del
desastre patagónico. Y de parte del territorio de Corrientes, donde en cada
verano el fuego destruye un retazo de los humedales. Pero Patricia Bullrich
paseó ayer en las vecindades del incendio: fue a Salta a cavar y colocar el
primer palo para el alambrado anti narco en la frontera con
Bolivia. Las políticas públicas para prevenir y controlar el fuego no están en
las agendas gubernamentales. Incluso, todo aquello que funcionaba bien fue
desarticulado, desfinanciado o directamente cerrado.
El Servicio Nacional de Manejo del Fuego peregrinó
tristemente desde la subsecretaría de Ambiente (una cartera simbólica perdida
en la Secretaría de Turismo, Ambiente y Deportes del Ministerio del Interior) a
las manos del Ministerio de Seguridad de Bullrich. Que ayer colocaba un palo en
el alambrado de la frontera con Bolivia. Y si en algún momento dedica un
pensamiento a los incendios, es para atacar al pueblo mapuche. Y acusarlo de
terrorismo incendiario en el rostro del lonco Jones Huala. Cuando son
los propios mapuche los que cuidan el territorio que es la médula de su cultura,
los árboles que son el domicilio de sus espíritus, quienes les indican dónde se
deben establecer, qué comer, con qué curar el cuerpo y con qué curar el alma.
Sin una ignorancia supina, alimentada de racismo y perversidad, sería imposible
semejante andanada anti indigenista sin aportar un mínimo de ayuda a quienes
soportan en soledad una tragedia infinita.
Los incendios seguramente tienen una multiplicidad
de orígenes. El cambio climático genera sequías extensas y temperaturas más
altas que las normales en la Patagonia; los irresponsables sociales, que
encienden fuego en parrillas y no lo apagan como corresponde (no es menor) y
los sectores empresariales beneficiados especialmente por el fuego y sus
consecuencias. Un abanico de hipótesis que enciende peligrosa e
impunemente a la Patagonia.
Las plantaciones
de pinos se originan en la necesidad de cubrir áreas de
estepa, matorrales y bosques de ciprés que abarcan centenares de kilómetros de
soledad. El pino es ideal por su crecimiento rápido pero también porque se
adapta a la tierra después del incendio y crece de las cenizas. Una realidad
que, lejos de ser romantizada, transforma y mortifica la diversidad y el modo
de vida de las comunidades nativas. Las especies autóctonas desaparecen para
dejar lugar a los pinares que crecen de su propia semilla y se esparcen. Cualquier
chispa los enciende.
La industria maderera ha impuesto el pino en la
Patagonia.
Otras hipótesis esbozan proyectos inmobiliarios que
necesitan el espacio de las especies autóctonas que se están quemando sin freno
en este verano atroz. La Patagonia es una maravilla natural explotada apenas en
manchas turísticas con miles de kilómetros ripiados. Sin embargo, estos
incendios están destruyendo una belleza única imposible de recuperar. No
vuelven a crecer las especies autóctonas si no es en décadas.
Está claro que al gobierno no le interesa la
naturaleza, no cree en el cambio climático (forma parte del wokismo,
abstracción destinada al odio a la que pronto le mandará el ejército), compra
aviones 716 bombarderos de guerra (nuevos cuestan 60 millones de dólares pero
se compró chatarra usada) pero no aviones hidrantes (brigadistas profesionales
de El Bolsón aseguran que cuestan unos 27 millones), prefiere buscar culpables
de todos los males en los más indefensos, en los más pobres, en aquellos a los
que saqueó de todo poderío humano y social, prefiere el odio y la mentira
construida, sembrar noticias falsas, utilizar las redes para edificar la peor
de las realidades paralelas, con el poder de un ejército de insultadores bots y
tuiteros imposibles de replicar para cualquier ciudadano común.
A veces parece inimaginable remar contra semejante
construcción que, por ahora, carece de una reacción mayoritaria.
Maristella Svampa y Enrique Viale, en una nota publicada en Eldiario.ar hablan
de la necesidad de comenzar un trabajo de rescate en el regreso a las emociones
y a la sensibilidad en tiempos de odio. Y recogen el libro de 2020,
premonitorio de estos tiempos, de Omar Giraldo e Ingrid Toro “La Afectividad
Ambiental”. Ahora, cuando toda posibilidad de buen pensamiento es hateado (porque
además hay que destruir el idioma con un participio inglés castellanizado) y
“bombardeado con mensajes de insensibilidad y de crueldad”.
Dicen Svampa y Viale que “en el contexto de la
policrisis contemporánea, uno de nuestros grandes desafíos es trazar una vía de
construcción colectiva hacia un cambio en la afectividad que nos reconecte con
la pluralidad de la vida. Esto no se logra solamente por una vía racional o a
través del conocimiento científico (…), sino ‘por la revolución de los afectos
y las emociones’, por la movilización en defensa de la vida que incluye no solo
la nuestra y la de los vecinos, sino la de los seres no humanos, animales,
bosques, fuentes de agua, que están siendo devastadas. Si no alentamos esa
pulsión de vida, nuestros mejores sentimientos y emociones, en clave de
construcción colectiva e interdependencia, de democracia plural y
participativa, nadie se salvará”.
Ante la destrucción planificada, ante el incendio
de la vida, ante la inhumanidad institucionalizada, habrá que ir construyendo
una nueva sensibilidad. La que se desmarque de la fría baja de la
inflación para empezar a mirar al otro.
Para empezar a apagar los otros incendios. Los de
la comarca andina. Y los que se encienden cada día desde los despachos
terribles de un gobierno inexplicable.
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