Tres
millones de chicos con hambre. El fútbol como sueño motor para cambiar la vida.
La mala nutrición no permite un buen desarrollo de los huesos, de los músculos,
del cerebro. Los chicos con expectativas de ser ídolos no llegan a Primera. No
acceden a carnes, frutas ni verduras. Sus ídolos publicitan comida chatarra que
ellos mismos no consumen.
Por Silvana Melo
(APe).- En los suburbios de este largo país de los
pies del mundo unos tres millones de chicos andan pasando hambre. Sus huesitos
no se fortalecen como deberían, sus músculos no son poderosos como los de
sus héroes de Marvel y no están hechos para no romperse a la hora de pelear la
pelota fundacional de un campeonato. El español Ander Herrera, que llegó a
cerrar su carrera en Boca Juniors, reveló hace unos días su perplejidad ante la
pobreza familiar de los juveniles en uno de los dos clubes más importantes del
país. Los medios argentinos que lo replicaron parecían, inexplicablemente,
participar de su asombro. No entendía el delantero europeo cómo había chicos
que a veces faltaban al entrenamiento para ir a cartonear con sus padres. En
menos de un año, la cruel vidriera internacional del bello deporte que deja a
las mayorías en el llano y elige a los privilegiados para el altísimo
rendimiento, mostrará a los 23 argentinos que llegaron a la cima. Entre los
centenares de miles que, año tras año, sueñan desde cada barrio popular con
saltar desde los charcos a primera. Sólo entre el 1 y el 3% de los que acceden
a los clubes lo logra. Y la mayor parte llega con hambre. Mal alimentados y con
el sueño de apariencia imposible de aquel Diego morenito y desaliñado en el potrero
de Fiorito: jugar el mundial y ser campeón del mundo.
Ander Herrera aseguró que “el 90%, o el
85% de los chicos de las inferiores de Boca, están en índices de pobreza
familiar”. Y habló de una presión que desconoce en el primer mundo: la “de
llegar y de sacar a sus familias de la pobreza”. Los chicos en décadas anteriores
surgían de los semilleros de los barrios populares, cuando la pobreza era más
piadosa y no implicaba un hambre que debilita los huesos, que mezquina
nutrientes, que niega proteínas para sumar grasas malas. Hoy esos
semilleros siguen generando brotes pero cada vez menos subsisten ante las
inclemencias sistémicas. Cada vez son dotados con menos resistencias para
soportar la exigencia. Y, por lo tanto, cada vez se genera más angustia, más
frustración. Son escasos los resultados deportivos y las ventas por sumas
siderales a Europa son cada vez menos frecuentes. El hambre se devora cada vez
más sueños.
Los Cebollitas, la prehistoria de Diego.
Los chicos nacen de madres jóvenes, mal
alimentadas, algunas de ellas con consumos problemáticos, solas en su
maternidad. Otros en familias con empleos precarizados. Todos con una
alimentación pésima: las frutas y las verduras son muy costosas y suelen no
estar al alcance de la mayoría de las familias. Las carnes –proteína pura,
fundamental para el desarrollo del cerebro- tampoco es un alimento que reine en
las mesas más pobres. Que terminan llenando panzas con hidratos de carbono
escasos de nutrientes: harinas varias, fideos, arroces blancos, snacks de muy
mala calidad, plagados de sodio y de grasas saturadas. Energía que se gastará
pero que no guardará nutrientes que desarrollen huesos, músculos, cerebro,
dientes. Que permitan pensar una jugada, soportar una caída sin quebrarse,
estirar la pierna hasta llegar a esa pelota sin que el músculo colapse.
La alimentación de la primera infancia marcará el
rumbo futuro. El desarrollo físico y cerebral. Los entrenadores van observando
la evolución de los chicos a partir del paso de los años. Los ven excederse de
peso, por ejemplo. La escasez de conexión neuronal –sinapsis- provoca falta de
atención, reacción lenta, dificultad para responder a situaciones inmediatas.
El cerebro es un órgano muy versátil que necesita de una alimentación rica en
los primeros rudimentos de la historia del ser humano para poder desarrollar la
capacidad de recordar y aprender, por ejemplo. La plasticidad cerebral, así le
llaman. Que posibilita la maravilla de la sinapsis, la comunicación entre las
neuronas y todo lo que viene después.
Una mala alimentación desde el origen deshilacha
los sueños posibles. Ahoga el desarrollo de potencialidades físicas.
Alexis Sánchez, el mágico jugador chileno que
provino del desierto de Atacama
Así van llegando los chicos de los semilleros de
los barrios, los que sueñan con salvarse en la primera. María Belén Comini,
nutricionista de Rosario Central, dice al diario Perfil que
“la mala alimentación en la primera infancia deja secuelas: si en séptima
división el chico no logra una buena alimentación o sigue con una mala
nutrición va a tener repercusiones a largo plazo”. Las repercusiones son
quedarse afuera cuando llega la prueba para ingresar a primera. Y asistir al
derrumbe del sueño mayor.
Presiones
Algunos entrenadores que respondieron a Perfil
notan grandes problemas en los chicos de hogares pobres para superar la
preselección. Los nutricionistas de los clubes de primera división sostienen
que “los chicos que tienen grandes deficiencias difícilmente puedan destacarse
entre sus pares”. Claramente, “notamos que los chicos tienen desgarros y
calambres producto de la mala alimentación. Al club llegan entre un 15% y 20%
de chicos con sobrepeso o bajo peso”.
Viven una presión constante que oscila entre un
futuro –que en su mirada es demasiado corto-, un presente desgarrador de
carencias, padre y madre en problemas graves, familia que suele verlo como
posibilidad de salvataje a través, por ejemplo del fútbol y una presión que se
profundiza con la propia: asumirse como quien debe llevar ese salvavidas
económico a su familia.
Una investigación del Conicet (2020) en
un club de Primera División en CABA observa que los apoyos anímicos principales
de los chicos, en un ciento por ciento de las respuestas, es la familia. El
desarraigo, en ese sentido, tiene un precio afectivo muy duro: el 21 por ciento
dijo que “sólo veía a su familia una vez por año, y otro 68% dijo verla dos o
tres veces por año. Es decir que el 90 por ciento de los chicos que viven en
pensiones no ven regularmente a quienes identifican como soportes afectivos”.
El Fideo Di María, a los 9 años en Rosario Central
La importancia de esta percepción es que el 60% de
los jugadores de inferiores considera que la meta más importante de su carrera
es “darle un buen pasar económico a mi familia”, objetivo que pusieron por
encima de metas deportivas como “jugar en la Selección” o “ser el mejor en mi
puesto”. El mito extendido del futbolista joven que compra un auto deportivo y
no una casa con su primer sueldo importante tiene vinculaciones con la realidad
pero no es generalizado.
Superhéroes
El fútbol es la maravilla, la pasión
inconclusa, el héroe que repentinamente tiene cuatro brazos y cuatro piernas
para atajar la pelota que iba a birlar el título del mundial 2022. O el que
salía todo tiznado de la carbonería familiar de los suburbios de Rosario,
flaquito y cansado y terminó bajando a todos los demonios del Maracaná. El
fútbol es el superhéroe planetario archimillonario que quisieran ser mientras
que a la hora de volver al barrio se convierten en calabazas.
Sin embargo, esos mismos héroes que recaudan no
sólo con su talento sino con la publicidad de ese talento y de sus cuerpos
privilegiados, incitan al consumo de alimentos absolutamente desaconsejables
para la salud y el crecimiento de un niño, de un adolescente. Y, obviamente, de
un deportista. Esos ídolos publicitan las papas fritas, las hamburguesas, las
gaseosas y los panchos que no consumen. Porque sus dietas son cuidadosamente
equilibradas por nutricionistas. Y no por decisiones económicas de extrema crueldad
que saquean de frutas, verduras, carnes y nutrientes la mesa de los niños.
Mundos absolutamente paralelos, donde los Superman
y las calabazas de las doce de la noche no se juntan casi nunca.
Salvo cuando duendes únicos surgidos de taperas del
desierto de Atacama como Alexis Sánchez o Carlos Tévez y Thiago Almada, de los
pasillos oscuros de Fuerte Apache, o Diego Maradona, del hambre, el techo de
chapa y el piso de tierra de Fiorito, o Samuel Eto’o, de la pobreza extrema del
Africa profunda. Todos ellos con infancias castigadas, subalimentadas la
mayoría, estresadas por la vastedad del sufrimiento. Pero elegidos vaya a saber
por qué destino, por qué azar.
El resto, los niños de todos los días, de todos los
hambres y de todos los sueños construidos con una terquedad esperanzada, comen
cuando pueden, donde haya plato y milanesa con papas que es el sueño cortito de
cada almuerzo. Para pegarle fuerte a la pelota un rato después. Y para que el
país, tackleado, por el norte y por el sur, pueda disponer una utopía modesta,
extendida como un mantel para los tres millones de pibes que andan pasando
hambre en estos días por estas tierras.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario