Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

domingo, septiembre 25, 2011

Novela "Una rosa para Junior" - (6) -


Ciudad de mar del Plata, febrero de 1995.

    La máquina roja y blanca de junior voló en círculos sobre el imponente marco iluminado del estadio mundialista. Allá abajo el espectáculo era realmente alucinante. Miles de personas cantando y agitando los colores celeste y blanco de las banderas y las pancartas alusivas al acto de lanzamiento de la fórmula presidencial. Aquella multitud enfervorizada parecía sacada de una película surrealista, envuelta en el azulado humo de las bombas de estruendo, los fuegos artificiales y el de los choripanes que, paulatinamente, se iban fundiendo en la profundidad de la noche marplatense a medida que la aeronave iba cobrando altura. Ambos ocupantes lucharon vanamente para retener las lágrimas que afloraron sin premeditación alguna. El piloto sintió la cálida mano de su padre sobre la suya ejerciendo una leve presión. Y no necesitó volver el rostro para percibir el emocionado semblante de su querido viejo que, con los ojos enrojecidos y la mirada hipnotizada, observaba aquella amorfa geometría de un  estadio colmado y lejano.
-         Esto es maravilloso… ¿qué más se le puede pedir a la vida?... – le oyó murmurar con voz trémula. Junior sólo asintió con la cabeza. A él también le parecía mentira compartir tantas emociones. Luego de varios roces familiares había decidido acercarse más a su padre, algo que el presidente acogió con sumo agrado. Tanto el uno como el otro sabían del sacrificio que aquello significaba para el joven. A partir de un cambio de actitud, el muchacho, pasaría más tiempo al lado de su progenitor; cumplimentando determinadas funciones, similares a la de un secretario personal, encargado del papeleo menor y al manejo relacionado con la agenda proselitista, los distintos discursos y temas puntuales de campaña. Era un trabajo simple, sin horarios estipulados y, según palabras de voceros e interesados, ad honorem que, además de conferirle una total libertad de movimientos, era la excusa ideal para compartir más tiempos juntos.
     Lo que el padre ignoraba, o al menos prefería pasar por alto, eran las afirmaciones que el propio hijo había realizado dentro del propio seno gubernamental: “Creo que ha llegado el momento de que alguien de su propia familia cuide al presidente. Hay un entorno enrarecido cerca del presidente que a mi entender es pernisivo…” Y que realmente no sabría como tomarlo, de ser esto último. Si eran meras declaraciones tiradas porque sí, si se trataba de un simple comentario sacado de contexto, o si, en verdad, su hijo tenía intensiones de incursionar en la alta política, lo cual lo llenaría de dudas. Por eso, por el momento, se reconfortaba de tenerlo cerca.
-         En diez minutos llegamos, viejo. ¿Por qué no te cebás unos matecitos? – le dijo a su padre sin desatender los comandos. A ciento de metros sobre el suelo, sólo iluminados por las luces del instrumental de vuelo, padre e hijo, disfrutaban como dos chicos aquella escapada nocturna, lejos del protocolo y de los molestos custodios. A plena velocidad, surcando raudamente el espacio de la provincia. Cuando lo lograban, aquel espíritu cordial rozaba cierta complicidad infantil. Eran tal para cual. De su padre había heredado el gusto por la velocidad y los deportes. Pero aquello resultaba ser como una especie de espejismo. Una vez en tierra la política volvería a alejarlos.
-         Tomá, fijate si está bien de azúcar. – dijo el presidente acercándole un cálido y espumoso mate. – Tomar mate era algo habitual en la familia. La mayor de las veces amargo. El mandatario sonrió al pensar que el simple acto de compartir un mate en las alturas de un cielo áspero de nubes que le oponía cierta resistencia al desplazamiento del helicóptero, hubiera sido una buena tapa de diario. – Acá tenés bizcochitos… No sabés lo contento que estoy de que me hayas acompañado. Te lo agradezco… bueno, no me hagás caso. Te quiero muchos, ¿sabés?
-         No necesitás decírmelo, yo también te quiero. Las cosas siempre fueron del mismo modo en la familia. Al menos tratamos de sobrellevarlo.
-         Es cierto, a veces pienso en cómo hubiera sido vivir una vida común y corriente… tengo una deuda con ustedes que deberé saldar algún día.
-         Vos naciste para la política, viejo. Es lo tuyo. En cambio yo… lo único que quiero es correr. No sirvo, ni me interesa nada más. Yo no me bancaría como vos a más de cuatro chupasangre que se la pasan sobándote el lomo. Yo no les daría la espalda… Hay que ser de piedra para aguantarse quilombo tras quilombo. – señaló mientras hacía sonar la bombilla con largas chupadas.
-         Así es la política. Casi sin darme cuenta se me pasó la vida metido en despachos, reuniones partidarias, campañas…¡Qué le vamos a hacer! – respondió el presidente encogiéndose de hombros. – Bueno, cambiando de tema. Contame, ¿cómo anda el auto?
-         Excelente. Tuvimos un pequeño problemita con la caja de cambio. Se cagan cuando las exigís. Bajamos el motor y los muchachos esperan contar con las nuevas. Mañana paso por Ezeiza a retirarlas. Avisá que voy yo así no rompen las bolas con los controles, ¿eh? – dijo introduciéndose otro bizcochito en la boca.
El presidente volvió a llenar el mate. La pieza era un fiel exponente de la más fina artesanía criolla. Trabajada en plata vieja con incrustaciones de oro y el escudo nacional en relieve laqueado con los colores patrios. Las iniciales realizadas en oro sobre el cuerpo bombeado de la calabaza hablaban de un obsequio personal. La bombilla también ostentaba la enseña patria cincelada delicadamente. Sin embargo, ambas piezas, desentonaban grotescamente con el termo de cobertura plástica con flores estampadas, encargado de mantener la temperatura del agua en su punto exacto.
         Con prolijo esmero el presidente iba endulzando cada mate y pulsando
       la tecla vertedora del utensilio para que el delgado y humeante chorro de
        agua colme el recipiente hasta el borde sin derramar una sola gota.
-         Ya casi llegamos – le indicó su padre adelantando su cuerpo. – pasame la radio así doy aviso que llegamos sin novedad. ¿Bajamos en Aeroparque?
-         Mejor, así cargo combustible.
       Buenos Aires de noche era como volar sobre un campo cubierto de
    luciérnagas. Millones de lucecitas titilaban en lo profundo de la noche,   
    mientras el aparato ponía fin a su raid aéreo sobre las crestas de un río 
    color león, inquieto, que comenzaba a iluminarse de tímidos albores
    fronterizos.

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