CHILE: LA CONCERTACIÓN ADVIERTE QUE SE DEBE CAMBIAR EL SISTEMA POLÍTICO CHILENO/LOS JÓVENES ESTÁN DISPUESTOS A PERDER EL AÑO Y GANAR LA DIGNIDAD DE UNA EDUCACIÓN LIBRE DE PRIVILEGIOS.
"HEMOS LLEGADO A LA CONCLUSIÓN DE QUE SIN UN CAMBIO CONSTITUCIONAL Y DE SISTEMA POLÍTICO, ESTE PAÍS VA DERECHO A UNA DESCOMPOSICIÓN TREMENDA DE SU CONVIVENCIA, DE SU INSTITUCIONALIDAD Y DE SU CAPACIDAD DE ENFRENTAR LOS DILEMAS QUE TIENE", ASEGURÓ TOHÁ.-
NO CABEN DUDAS DE QUE ESTE ES UN MOMENTO ESPECIAL PARA CHILE: SE ABREN LAS TRINCHERAS DE LA MEMORIA DE SUS PADRES, DE SUS ABUELOS, DE MUCHOS SOBREVIVIENTES QUE DURANTE TODOS ESTOS AÑOS RUMIARON UN GRITO.
NO CABEN DUDAS DE QUE ESTE ES UN MOMENTO ESPECIAL PARA CHILE: SE ABREN LAS TRINCHERAS DE LA MEMORIA DE SUS PADRES, DE SUS ABUELOS, DE MUCHOS SOBREVIVIENTES QUE DURANTE TODOS ESTOS AÑOS RUMIARON UN GRITO.
La Concertación advirtió que se debe "cambiar" el sistema político heredado de la dictadura de Pinochet para evitar una "descomposición social" en el país.
En una reunión con los corresponsales de prensa extranjeros, Ignacio Walker, presidente del Partido Demócrata Cristiano (PDC), y Carolina Tohá, presidenta del Partido por la Democracia (PPD), abogaron por un "nuevo pacto político", que incluya una nueva agenda social, un nuevo pacto constitucional y fiscal, entre otras reformas.
"Nosotros hemos llegado a la conclusión de que sin un cambio constitucional y de sistema político, esta país va derecho a una descomposición tremenda de su convivencia, de su institucionalidad y de su capacidad de enfrentar los dilemas que tiene", aseguró Tohá, informa la agencia Efe
Para la líder del PPD, si bien la "democracia con limitaciones" que se heredó de la dictadura de Pinochet obtuvo importantes conquistas sociales, dejó de funcionar a partir de la "revolución pingüina".
"Desde los pingüinos, este sistema político se transformó en un bloqueo. Para las decisiones que el país tiene que tomar ahora, este sistema significa un bloqueo. Para resolver, en serio, el tema del pacto fiscal es un bloqueo, para el tema de la educación es un bloqueo, para el tema indígena es un bloqueo", enumeró Tohá.
Y añadió: "O hay cambio político, o todo lo que digamos va a ser música, y la situación de descomposición entre sociedad civil y mundo político se va a profundizar y va a ser un factor de estancamiento para el desarrollo de Chile".
En esta misma idea insistió Walker, quien señaló que además de un nuevo pacto social también existe un "cuestionamiento del modelo de desarrollo", que se refleja en un descontento social con la "desigualdad", que se asocia, en opinión de Walker, con las protestas estudiantiles y el "abuso" hacia los consumidores.
Fuente: El ClarínMás información: www.elclarin.cl/-------------------------------------------------MEMORIA FUTURO
Una mujer alta y rubia que fue entrenada para matar y no dejar matarse, una mujer que se salvó de una persecución salvaje de dos mil militares chilenos contra dieciséis guerrilleros del MIR en las montañas del Sur, me recibe en una vieja y crujiente casa de Santiago. Es alta, un Aconcagua de mujer, con el pelo rubio teñido de rojo. Al final de la escalera, en un estudio tapizado de papel con sillones cubiertos de telas antiguas, se sienta de espaldas a la ventana por la que entra una luz crepuscular. Apenas alcanzo a verle los rasgos; de sus ojos verdes ocultos por el reflejo del sol, sólo puedo pensar que me escrutan como a los pacientes tratados aquí mismo en sesiones de terapia; es psicóloga. Me ha dado una oportunidad sin saber quién soy y qué busco. Debo convencerla de que me cuente su vida. Hablo, intento resumir. Era un niño cuando nos refugiamos en la Patagonia argentina. Hasta ese momento, un junio frío como la niebla, había vivido al cuidado de una nana, mi nana, una joven campesina venida del pueblo de Liquiñe. Se llamaba -¿se llama?- María Valencia. Aunque yo le había inventado un nombre. Le decía Yeya, mi Yeya. Era el tiempo de la Unidad Popular y Salvador Allende resistía aún el embate de los momios, la derecha que luego sería pinochetista, la que le diría Tatita al dictador. Pasábamos junto a María la mayor parte del tiempo solos, en una vieja casa alemana de madera, y en esas tardes, en esas noches en que mi madre hacía guardia en el hospital, María me contaba historias. Prefería siempre hablarme de su amor: el Comandante Pepe, un líder del Movimiento de Izquierda Revolucionario que en las montañas ayudaba a los campesinos a tomarse los fundos madereros. Poco después del 11 de septiembre los milicos fusilaron a Pepe y a otros 11 militantes del MIR en el regimiento de Valdivia. Le cuento a la mujer la historia y ella escucha y habla, pero ya no del pasado, sino de las calles otra vez llenas. Chile, con marchas y paros desatados a lo largo de toda su angostura, le parece, a lo lejos, cuando la noche cae sobre Santiago, no tan olvidadiza: quizás, piensa la mujer, en estos cabros que tienen al país de pie y sorprendido de su audacia, algo de aquellas luchas y de la resistencia a la dictadura, haya sobrevivido al tiempo. Quizás -fuma y piensa- de esto se trate ese concepto con el que intenta curar algunas heridas en este consultorio, la memoria futuro.
LA MARCHA DE LOS PARAGUASEs un viaje raro, porque llego a Santiago para dar una conferencia en la Cátedra Bolaño de la Universidad Diego Portales que se llamará “Crónica, memoria y ficción: vuelve, ya no será lo mismo”. Es apenas un título para desgranar unas primeras reflexiones en torno a la historia con la que quiero construir un libro, quizás una novela. He pasado el verano entero investigando esa historia en el sur, yendo de ciudad en pueblo, del mar a la montaña, buscando a los sobrevivientes de aquella gesta que comenzó el Comandante Pepe y luego continuaron otros en plena dictadura, cuando el MIR decidió enviar a Chile a militantes entrenados en Cuba, en Libia y en Vietnam, a combatir la tiranía, y claro, fracasó. Fue como el retorno de los montoneros, pero al campo. Muchos de esos miristas murieron en combate. Otros, como la colorada que fuma y fuma, sobrevivieron y después de tanto, comienzan a contar lo que recuerdan. No es fácil convencer a estos sobrevivientes de hablar. Han sido clandestinos adentro y fuera de Chile por años, han vivido con otros nombres, han sido otros y han visto de cerca la muerte. Pero sospecho que llego en un momento especial: una a una las escenas se ordenan para dar paso a un relato nuevo, que escapa de los clichés del héroe revolucionario para volverse más reales en la calle. La mujer que me contactó con la rubia, por ejemplo. Cenamos en un restaurante de Bellas Artes, barrio bohemio y en reconstrucción cerca del centro, a cuadras de la Alameda. En esa cena la mujer -llamémosla Amanda-, que estuvo desaparecida y presa en el centro de torturas conocido como Villa Grimandi -donde también estuvieron Michelle Bachelet y su madre-, me saluda con un: “y, argentino, cómo ves ahora a mi Chilito?”. “Se puso lindo, no?”. Así es con cada uno: los amigos que conocí en el año 89, en el 90, cuando la resistencia final a la dictadura, tienen la alegría de los que vuelven a creer. Todos han estado en el cacerolazo, todos han pasado a bancar a los estudiantes en las marchas, todos paran esta semana de paro nacional, y todos creen que esto apenas comienza.
A juzgar por los miles de miles que salen del metro de Santiago en la estación Los Héroes, a juzgar por el entusiasmo de los grupitos de chicos armados de paraguas y nylon contra la lluvia, y de sus cantos, y de sus saltos, esto recién comienza. Algunos creyeron que la marcha de los estudiantes se suspendería: no sólo llueve, sino que en los barrios altos cae nieve. Son las diez y media de la mañana y los que vienen de por allá, la zona más acomodada, reciben mensajes en los celulares. “Hueón, por mi casa ya está todo blanco”, le comenta una nena de pelo fucsia a su consorte espigado. “Voy a llamar a la casa”, dice él. La noticia se riega por la Alameda, el primer tramo de la marcha de los paraguas.“¡ A luca el piragüitas, a luca!”, grita un vendedor. Salen los paraguas como las sopaipillas fritas en grandes cacerolas al costado de la manifestación. La torta frita chilena alegra la mañana. Seis grados, lluvia helada y persistente, la calle se sigue llenando. El gobierno de Santiago ha impuesto un recorrido chino, comenzar en una zona alejada de la Moneda por la avenida Alameda, y doblar en una calle estrecha de una zona comercial periférica, para hacer un buen trecho luego por un barrio de galpones y talleres mecánicos de persianas bajas. Todo al paso de los estudiantes tiene las persianas bajas: los medios han insistido con los enfrentamientos de lo que llama los encapuchados, los jóvenes más revoltosos, los que prenden barricadas de gomas y leña para cortar calles. En la marcha la fiesta es todo lo que pasa: no hay capuchas más que para la lluvia que no parará hasta el final.
el día más caliente del año
La marcha se vuelve angosta pero más consistente sobre la calle Blanco Encalada. En la porción más divertida una banda de músicos sopla los vientos y saca una marcha que agita a la multitud hasta el salto desenfrenado. Dos nenas de no más de catorce y sus pololos se han cubierto enteros con bolsas de consorcio, vendidas en el camino a una quinta parte que los paraguas. Son como teletubbies punkis saltando sin parar. En las piernas, chupines; en las cabezas sombreros inventados con nudos estrafalarios. Tienen esa felicidad irredenta que sólo en la fruición de la política juvenil. No les importa nada. Dicen que perderán el año, y qué. Así piensan los estudiantes, los secundarios y los universitarios. El diario El Mercurio publica una noticia para matizar el éxito del movimiento masivo: una escuela privada de ricos recibió a 19 alumnos de escuelas tomadas con altísimos promedios pero protege sus identidades porque temen que sus compañeros quieran lincharlos. La mayoría de los padres o “apoderados” apoyan a sus hijos en las tomas y en las marchas. Tienen cuarenta años, vivieron los ochenta con la misma fruición. Se endeudaron para mandarlos a la universidad. La conexión de esta generación de padres con esta generación de hijos es fuerte, son un eslabón de cierto tipo de cambio. Esta semana uno de los 30 chicos y chicas que están en huelga de hambre -algunos ya a punto de comenzar a tener secuelas de por vida por la falta de alimento- habló con su mamá para convencerla de que debe continuar: “Me dijo que ya no le importaba lo que le pasara a él -contó la madre, una trabajadora de un barrio popular-, que ahora sigue adelante porque quiere que sus hermanitos sí puedan ir a la universidad”.
Con la marcha detenida mientras comienzan a tocar los grupos invitados, frente a la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile, el vapor de las cien mil bocas que parecen respirar acompasadas, cubre a la multitud de una espesa bruma. Es el frío del día más frío del año. Nieva en Santiago y ellos están allí sin moverse. Una nena con la cara llena de piercings recibe un llamado. Escucha. Corta. “De mi colegio llamaron a mi papá”, cuenta. “Le preguntaron si sabía dónde yo estaba, les dijo que en el colegio. Pero no. Ahora estoy castigá”. Sus amigos se ríen y la rodean para apretujarla. Se viene un pogo general de paraguas.
Es cómico saltar con los paraguas. Llevo uno que había en la casa de mi amiga, con un print de postales de Río de Janeiro. Y mi novio, a mi lado, uno naranja. No nos perdemos nunca en la multitud porque somos identificables desde lejos. Luego nos veremos en las fotos del diario El Mercurio entre todos esos pingüinos, saltando en un pogo a ritmo tropical. El canto, ese tema de no sé quién pero que se pega luego durante la semana entera: “tus besos son los que me dan alegría, tus besos son los que me dan el placer, tus besos son como caramelos, me hacen llegar al cielo, me hacen hablar con dios”. Lo toca Chico Trujillo, banda de lo que ya se conoce como La nueva cumbia chilena, un encuentro entre el rock y el ritmo que en realidad define la identidad chilena con mayor justicia y memoria. Entre los pogueros del ritmo pasa, intocado, un viejo profesor, un señor de lentes con aire allendista. “El Chicho” está presente: en grafitis, en remeras, en conversaciones. Se habla de los planes que algún día tuvo la Unidad Popular para la educación. “Güena Chicho!”, le grita uno al profesor. Risas. Y la masa arranca con el lema que no abandonan más: “Y va a caer, y va a caer la educación de Pinochet!”. Parece que regresar es volver al futuro. La mujer que recuerda las luchas perdidas, la sobreviviente, su amiga, los que quisieron cambiar el mundo de pronto pueden creer en su descedencia. Los hijos están allí, caminan por las grandes alamedas.
Por: Cristian AlarcónFuente: Revista Debate
: www.reWebvistadebate.com
se cae un bastión de la derecha.Se cae porque no hay pueblos dispuestos a entregar el futuro a otros que no sean su hijos. Los herederos de su lucha organizada, diaria y de resistencia.
ResponderBorrarLos que forjamos el mundo exigimos.
AraÑa