Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

domingo, septiembre 18, 2011

Novela "Una rosa para Junior" - (3) -


    Eran pasadas las dos y media de la madrugada. Divah redondeaba, en medio de aplausos y gritos, su actuación. Exuberante y bella, amaba la danza y disfrutaba plenamente entregándose en cuerpo y alma a ella. Había nacido para danzar y desplegar todo su arte sobre un escenario para deleite de aquellos exigentes y adinerados hombres de negocios de origen musulmán. Ella sabía interpretar el sentir de la música y era sí que, tanto su cuerpo, como su mente y su espíritu, adquirían vuelo propio. El nirvana, el tocar el cielo con las manos, no era algo inalcanzable para la bailarina. Era allí, en medio del escenario, en donde podía alcanzar el clímax. Al ritmo de los tamboriles, las flautas y los cascabeles como el fondo musical ideal que la conducía, la seducía, la poseía. Todo lo demás brotaba de muy adentro suyo.
     Noche a noche presentaba su show de gasas y tules en el club de El-Kir. Sólo le bastaron unos pocos años para convertirse en la mimada, en la más requerida y codiciada odalisca de todo Marbella. En El Medinah se autoconvocaban más de un centenar de clientes cada velada. Y no eran pocos los que admitían retornar tan sólo para verla danzar de ser posible. Siempre y cuando las pretensiones monetarias de la niña fueran bien retribuidas, hasta podían llegar a permitirse el lujo de que la diosa libanesa accediera a bailar en privado, solamente para ellos.
    Divah tenía veinticuatro años y los ojos verdes más bellos de todo Oriente. Rescatada por El-Kir de un burdel de poca monta de las afueras de Beirut, no puso reparos para abandonar su oscura carrera como bailarina de público barato, delincuentes y milicianos; y así, de un salto, convertirse en figura excluyente, de uno de los locales más exclusivos de la costa española. Diestra en danzas árabes y embaucadora de ricachones, la amante predilecta del acaudalado empresario sirio podía llegar mucho más lejos si la causa y la paga eran generosas. Incondicional de su amo y señor, como así también de la lucha del pueblo árabe, ni siquiera intentó ahondar en detalles cuando éste le propuso ser ”La espada ejecutora que blande la mano de Allah”.
    Toma querida, estos cincuenta mil dólares son para ti. Acéptalos como un humilde obsequio de tus hermanos – le dijo El-Kir acariciándole uno de los tersos senos que asomaban generosos por sobre el escote de su corpiño. – Hay otros cincuenta mil aguardándote a tu regreso. Ahora retorna al escenario, a tu público. Despídete como solamente tu sabes hacerlo. Vamos, demuéstrales a ésos estúpidos como baila una mujer de verdad. Mosser aguarda, él te guiará; y más le vale regresarte sana y salva…
-         Mi señor… - preguntó tímidamente la bella joven - ¿Es peligroso?
-         No debes temer, mi pequeña. Allah estará junto a ti.
-         Algo más… quisiera dormirme entre tus brazos esta noche.
-         Por supuesto cariño, anda ya.
    Mosser la recibió en el escritorio de su amplia biblioteca, en apariencia, distendido, y fumando. Lucía impecable enfundado en una larga bata de seda con motivos búlgaros, con camisa blanca y pañuelo al cuello. Olía a hierbas frescas. El sutil perfume la transportó a su aldea natal, a su infancia y a los olores perdidos de su adolescencia. Fue tan sólo un instante. Pese a todo, el rostro del sirio denotaba cansancio.
    Se conocían bien. Eran amantes circunstanciales, con pleno consentimiento de El-Kir. Éste la presentaba a sus amigos y clientes como el dátil más dulce y jugoso de todo Oriente. Excelente bailarina, mejor amante. Mosser podía dar fe de ambas cosas, aunque cambiaba el orden: excelente follando, mejor danzando.
    Aquel encuentro no daba pie para otra cosa que no fuera finiquitar los sacros mandamientos del Islam. La chica había sido elegida, además de sus cualidades para desenvolverse en situaciones extremas, por sus dotes occidentales, entre las que se contaban el color caucásico de su piel y un perfecto dominio del idioma castellano. Salvo pequeños detalles fáciles de subsanar bien podría superar los controles fronterizos sin problemas, haciéndose pasar por una vulgar turista.
     El sirio le hizo entrega de un pasaporte español y un billete de avión además de una pequeña agenda conteniendo ciertas recomendaciones sobre cómo y a quién dirigirse en caso de algún contratiempo o no poder contactarse con los agentes sudamericanos.
-         Sales mañana en un vuelo directo a Río de Janeiro. En el aeropuerto habrá personas esperando por ti. De todos modos en la agenda hallarás los teléfonos de gente consustanciada con la causa. Ellos están al tanto de tu arribo. Esto es por si acaso. Cooperarán contigo en todo momento aunque no los veas. Oye bien; a medida que vayas superando etapas deberás destruir cualquier dato, nombre o dirección que pudiera llegar a jugarnos en contra. No deben quedar evidencia alguna del verdadero propósito de tu estadía en el país. Yo me mantendré en permanente contacto contigo.
-         ¿Nada más?
-         No que yo sepa. No queda más que desearte que tengas un buen viaje y buena suerte.
-         ¿Estás seguro?
-         Bueno, me agradaría pasar la noche juntos aquí y que bailes para mí. – agregó el hombre estrujándola contra su pecho, con tanta fuerza que creyó desmayar. Lo conocía. Bien sabía que ese extraño cosquilleo en la boca del estómago, mezclado con el intenso flujo adrenalínico que precede a la acción, al riesgo y tal vez a la misma muerte que ahora se adueñaba del sirio, no hacía más que excitarlo como a un brioso semental.
-         Imposible, mi señor espera. Ya tendremos tiempo de sobra si Allah así lo dispone. Adios.
-         Seguramente. Aguardaré ansioso la llegada de ese momento. –dijo besándole las manos. Adiós.

    Aquella madrugada, Divah, bailó para su señor, El-Kir, como a él más le gustaba: completamente desnuda. Apenas cubierta por un velo, iluminada por la tenue luz de media docena de candelabros dispuestos en círculo sobre el piso alfombrado de la recámara. Luego, cuando él así se lo indicara, ella se recostó sobre los almohadones ofrendándole su desnudez, y le permitió hacer. El hombre separó sus blancos muslos para arrodillarse entre ellos. La contempló extasiado unos instantes antes de derramar, sobre los rosados pezones de la joven, pequeñas gotas de licor de dátiles que iba succionando plácidamente, como un niño chupetea un dulce.
    Exhausta y agitada por la sucesión de orgasmos que su señor le hizo alcanzar se durmió profundamente acurrucada junto al esmirriado cuerpo de su hombre.
     Horas más tarde, el jumbo 747 de la compañía Iberia, carreteaba con su trompa elevada apuntando hacia el cielo encapotado de Madrid. Cómodamente instalada en su butaca, una Divah diferente, observaba como el mundo se iba achicando bajo las alas de la poderosa aeronave. Una azafata pasó ofreciendo champaña y canapés. Ella prefirió zumo de naranjas y revistas. Se entretuvo leyendo los encabezados y mirando fotografías de personajes relacionados con el mundillo farandulero. Caras bonitas, palacios de ensueño, sonrisas estereotipadas… ¡pavadas! Finalmente desistió, prefiriendo contemplar las fotos del apuesto joven enfundado en un buzo antiflama que, sentado sobre el capot de un automóvil deportivo, supuestamente, le sonreía a la cámara.

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