Darío hizo su entrada a la disco cerca de las tres de la madrugada. Apenas traspasada las puertas preguntó a uno de los encargados de seguridad por su amigo. Habían acordado encontrarse allí. El empleado le confirmó sobre la presencia de Junior y otro de los guardias le fue abriendo paso entre la multitud hasta el sector vip en donde lo esperaba. Con cara expresiva se sumó al grupo. Besando primero a las chicas y después a los corredores.
- Hola – saludó - ¿Interrumpo algo importante? – preguntó con suma cortesía mientras buscaba acomodo junto a la barra y deshacerse del teléfono celular que sostenía en una de sus manos. Ordenó una botella de champaña y se sentó sobre uno de las butacas.
La charla siguió su curso. Ahora, el que vertía sus puntos de vista era el inefable empresario. Así por largo rato mientras la espumosa bebida corría con la misma velocidad que los bólidos. Transcurrido cierto tiempo una de las jóvenes, harta ya de tantas habladurías, comenzó a tironear del brazo de Víctor y, entre caricias y besos, lo condujo hasta el epicentro bullanguero. La otra no quiso quedarse atrás e intentó hacer lo propio con Junior pero con menos fortuna que su amiga. El rechazo del joven corredor rozó lo grotesco. Tal vez por la ingenuidad de la niña que no le posibilitó enmendar su error. Junior hablaba de carreras y cuando lo hacía no toleraba que nada ni nadie se entrometiera. La rubia, avergonzada, pegó la media vuelta para desaparecer entre la muchedumbre con rumbo incierto.
A escasa distancia, y cómodamente apoltronados sobre sillones y almohadones, el trío seguía atentamente el desarrollo de la escena. Eran dos hombres maduros en compañía de una exuberante pelirroja que bebían champaña y sonreían mimetizados entre la concurrencia. Pero había algo que los diferenciaba del resto: el modo en que miraban.
Mosser tomó su celular y marcó un número. El teléfono sobre la barra sonó. Darío se excusó por la interrupción indeseada y atendió. Entonces giró para ver al individuo de la barbita freudiana que lo saludaba e invitaba a compartir su mesa. Antes de aceptar consultó a Junior – Son unos amigos portugueses que quisiera presentarte – Y dicho esto pasó un brazo por sobre el hombro del muchacho y lo condujo hacia el sector en donde aguardaba el trío.
- ¡Darío, amigo! – saludó el sirio con impostado acento portugués. – Ven aquí, bebamos juntos. Te acuerdas de Antuán, ¿verdad? Y esta preciosura de mujer se llama Concha… - agregó realizando las presentaciones del caso, en ese caso Osmar y Divah. – Pobrecita, tuve que ponerla al tanto sobre algunas cosillas propias del idioma; como el significado que ustedes, los argentinos, le atribuyen a ese nombre… Es su primer viaje a vuestro país y no conoce a nadie. Está más que deseosa jóvenes de su edad para divertirse. ¡ah! Quien pudiera tener veinte años nuevamente. Ven, toma asiento a mi lado y dime una cosa, ¿quién es este buen mozo que te acompaña? – preguntó el sirio.
- El es Junior. Es piloto de carreras – le respondió el empresario.
- Mucho gusto – saludó el joven algo reacio a las presentaciones. Sin embargo, y más allá de ese detalle, la contemplación de la bella mujer obró el milagro de sacarle una tenue sonrisa.
Ambos hombres tomaron asiento. Como obedeciendo a un orden preestablecido los dos empresarios se distanciaron de Junior y de Divah. El muchacho se sintió algo cohibido por la insistente mirada de la pelirroja que no le quitaba los ojos de encima. Pero el punto alto llegó cuando la muchacha, so pretexto de ir al baño, realizó un estudiado movimiento que culminó con su formidable trasero apoyado en el rostro del piloto; ocasionándole una erección lujuriosa. Junior, embriagado por el cálido y exquisito perfume emanado de aquel cuerpo, se contuvo de no morder la manzana.
- ¿Así que tu fuerte son los fierro, muchacho? – le preguntó el sirio mientras volcaba champaña en la copa, aprovechando la fuerte impresión causada por la astuta libanesa, que ya comenzaba a dejar huella en la cabeza del joven piloto.
- En efecto. Soy un profesional y amo lo que hago – respondió sin desviar la mirada del trasero carmín que se alejaba. Jamás había visto semejante tipo de hembra. Toda una invitación al deseo aquel metro setenta y cinco y medidas de película, enfundada en un ceñido y diminuto vestido de jersey rojo. Rojo como sus cabellos. Rojo como su boca. Rojo como sus pensamientos más escabrosos.
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