Hotel Hyatt, Buenos Aires.
Cómodamente instalados en la habitación de Divah, el sirio intercambiaba puntos de vista sobre las posibles estrategias a seguir. Las órdenes emanadas de labios del sumo profeta hacían hincapié en que todo debería parecer un accidente. Nada de emboscadas, nada de secuestros, nada de recurrir a sustancias como lo era “la gota rusa” para simular un infarto, utilización de métodos violentos o cualquier metodología que desvirtuara el plan maestro.
Frente a un abanico de posibilidades, se debatía allí el mejor modo para eliminar al joven. Así se desechó la idea de sabotear su coche de carrera porque, para acceder libremente a los talleres, se debería contar con la colaboración y el absoluto silencio de un infiltrado de confianza. Ello generaría pérdidas de tiempos además de la eliminación de testigos eventuales. También se descartó la posibilidad de muerte en pelea callejera o intento de robo porque el chico se movilizaba a todas partes con la custodia asignada; atropellamiento en la vía pública, caída al vacío, etc.
- De ninguna manera, mi querida. – afirmó Mosser que caminaba en círculos por toda la habitación mientras Divah escuchaba con atención pero sin despegar la mirada de la fotografía en donde se la veía bailando con el apuesto muchacho. La misma había sido obtenida la noche anterior en El Cielo por El Ángel. El contacto argentino contratado para tareas de logística y apoyo estratégico. De esa manera, el agente nazi, se encargaba de realizar el trabajo que los agentes diplomáticos no podían hacer sin levantar un manto de sospechas.
- ¡Lo tengo! – exclamó Divah, agitando una foto de Junior sentado al comando del helicóptero. - ¡Eso es! ¡El helicóptero! El chaval pasa gran parte de su tiempo libre volando en su juguete. Sabemos que cualquier error o desperfecto mecánico sufrido en las alturas es sinónimo de una muerte segura… al menos en un alto porcentaje…
- Convengamos que en un noventa y nueve coma nueve por ciento de darse ciertas condiciones. Y deberíamos ser nosotros los que generemos ésas condiciones. Creo que has dado en la tecla. Bien, es menester, pues, encargarnos hasta del más mínimo detalle. Trataremos de realizar el mejor trabajo… sin testigos… sin rastros de violencia… - Los ojos del sirio se iluminaron. Es que la muchacha, además de ser una hembra apetecible, sabía pensar. Digna de El-Kir. ¿Bien por ella! Qué mejor, entonces, que la muerte agazapada en el cuerpo de una mujer. – Excelente idea. ¿Recuerdas el número telefónico que se te ordenó retener?- Ella asintió con la cabeza. – Bueno, te diré lo que deberás hacer…
Mosser se excusó para realizar un llamado. Dado lo trascendente del asunto, y acordada la forma del homicidio, sólo restaba contar con los recursos esenciales para llevar a cabo la delicada tarea. Y nadie mejor que El Ángel para pulir detalles y la provisión de los elementos requeridos para tales fines.
Pero por más que lo intentó, no pudo comunicarse con el mercenario argentino. Finalmente optó por delegar en la muchacha la responsabilidad de contactarlo.
- Oye, no responde nadie… así que a partir de ahora todo queda en tus manos. Comunícate con ése teléfono. Todo lo que necesites lo obtendrás ahí. El muchacho estará bajo estricta vigilancia las veinticuatro horas del día y no hará falta que te muevas del hotel para conocer sus movimientos. Maneja los tiempos con prudencia y los puntos de reunión a tu antojo. Sólo aguarda el momento para actuar. Otra cosa; puede que nuestro buen amigo Darío intuya algo. Más no te preocupes, al fin y al cabo hasta podría llegar a beneficiarnos. Es muy probable que haga trascender sus temores. Eso hará que se desvíen las miradas. El cuco por aquí son las bombas, los atentados…
- Darío me tiene sin cuidado – respondió Divah encendiendo un cigarrillo – lo que más me preocupa es el tiempo. Los hijos de Amed me dijeron que cuento con dos semanas para sacarme del país… y comienza a parecerme poco. Recién pude conocerlo anoche. Todo lo que tengo no son más que un puñado de fotografías. Concretamente, que el chico tenga fama de mujeriego, no significa que desee intimar conmigo – señaló la pelirroja que lucía radiante en las transparencias de su camisón negro.
- Pero mujer…¿dudas de los atributos con que te ha dotado el Señor? Eres la más perfecta y letal arma de seducción que se haya creado sobre la faz de la tierra. Y no existe hombre que pueda resistirse a tanta hermosura. Y quién te lo dice sabe de lo que habla. Muéstrale más a ése joven. Haz que arda de deseo por ti. – El sirio la tomó de un brazo y la atrajo hacia él. – No existe hembra igual en el mundo… ven aquí, criatura. Baila para mí ahora. El buen Mosser desea que bailes…
La joven obedeció. Se despojó del camisón al tiempo que ondulaba su cuerpo desnudo para beneplácito del sirio que tarareaba y batía palmas. Su desnudez se reflejaba en los enormes espejos que enmarcaban las paredes de la suite, devolviendo la imagen multiplicada de la exquisitez. Con sugestivos movimientos la espectacular pelirroja comenzó a envolverlo. Hasta que la lujuria se adueñó de sus cuerpos y los enredó en un singular juego sexual. Ella sabía complacer a sus hombres del mismo modo que complacería la voluntad de Dios, convirtiéndose en su daga implacable.
Aquella misma tarde Mosser y Osmar abandonaban el país con rumbo al viejo continente.
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