Aeropuerto de Ezeiza, Buenos Aires, marzo de 1995.
La Pathfinder negra de Junior sorteó los estrictos controles de la policía aeronáutica, encargada de custodiar el área restringida del aeropuerto internacional, sin dificultad. El comandante a cargo había recibido un llamado directo de presidencia poniéndolo en conocimiento de su llegada. Los guardias echaron un ligero vistazo al salvoconducto firmado de puño y letra por el presidente como para no quedar en evidencia y lo saludaron haciendo la venia militar.
Junto a él iba su inseparable amigo Darío. Al reconocerlos, varios funcionarios que prestaban servicio en el sector aduanero, se apresuraron a saludarlo. Junior maniobró la camioneta y la estacionó frente a las puertas de un pequeño hangar destinado al acopio de mercadería en tránsito. El jefe de sector, por ende familiar suyo, le dio la bienvenida en un castellano rebuscado. El hombre hacía poc que estaba en el país y poco y nada era lo que dominaba el idioma. Mientras tanto su amigo se encaminaba hacia las oficinas acompañadas por otro de los empleados.
- ¡Qué tal! ¿Cómo anda todo? ¿Tú padre bien? Ya está todo en orden. Me tomé el atrevimiento de llenar los papeles por vos. Sólo falta firmarlos y listo. Vení que te muestro.
Junior siguió los pasos de su pariente que a su vez siguió los de un guardia a cargo de la seguridad. Entraron al depósito repleto de cajas y bultos de formas y tamaños dispares. Apartados e identificados con una etiqueta en donde se destacaba su nombre escrito en letra de imprenta con fibrón de color verde, se hallaba lo que había venido a retirar. Eran dos cajas medianas de madera, perfectamente embaladas. Con precinto y la leyenda de destino y procedencia pintadas en negro.
U.K. – ENGLAND – EZ. – ARG.
A pedido del interesado el guardia, muñido de un alicate, cortó los precintos y desclavó las tapas. Una a una las piezas mecánicas fueron alineadas sobre el piso. Luego de inspeccionarlas minuciosamente y cotejarlas con el listado que figuraba en la planilla de ingreso Junior dio el okey. El uniformado volvió a envolver las piezas en el papel engrasado de origen y posteriormente a embalarlas. Nada anormal, todo coincidía. Dos cajas de velocidades, un cigüeñal y repuestos varios para los autos del joven.
- ¿Todo en orden? – dijo dirigiéndose al soldado.
- Sí señor, puede retirarlos – respondió este mientras se quitaba los restos de grasa de las manos con un manojo de estopa.
Junior cargó las cajas en la parte trasera de su camioneta ayudado por dos operarios. Desde el interior del vehículo se despidió de su pariente con un beso en la mejilla, como así también del guardia y de los operarios que habían cooperado con él y permaneció a la espera de que su amigo concluyera la charla y el café compartidos animadamente con algunos empleados del lugar. Como la cuestión se demoraba más de lo previsto le avisó haciendo sonar la bocina. Darío se volvió para hacerle señas con las manos que lo esperara para retornar más tarde a la carrera.
- Aguantá un toque. Arreglo un asuntito con Gutiérrez y vuelvo. Mientras tanto estacioná la camioneta del otro lado de la puertita lateral. – Y dicho esto último despareció corriendo. Junior acató las indicaciones que le hiciera su amigo y allí lo esperó sin bajar de su vehículo, desde donde observó la conversación que mantenía Darío con el tal Gutiérrez y su pariente en un apartado de las oficinas que daba al exterior del sector restringido, al cual podía accederse atravesando la puerta en donde esperaba sin controles aparentes. Volvió a hacer sonar la bocina nuevamente. Darío y Gutiérrez atravesaron la pequeña puerta cada uno con una maleta del tipo Samsonite de color azul. Con rápidos movimientos las acomodaron en el interior de la camioneta, ocultándolas bajo una manta.
- Dale, vamos. – indicó Darío, ya con medio cuerpo adentro. Arrancá…
- ¿Sos boludo o te hacés? – le recriminó indignado Junior, sabedor del contenido de las valijas - ¡Si nos cazan nos rompen el culo! ¡Acordate el quilombo que se armó con lo de mi tía!
- No pasa nada. Está todo bajo tranquilo; nadie se avispó. No pensés mal, no es para mí. Me lo pidió tu pariente como una gauchada… no me podía negar. ¡Cuántos favores nos hizo! ¿O no te acordás…? – le respondió su acompañante con el rostro iluminado por la excitación.
- Ya lo sé. No hace falta que me lo recordés. Favor con favor se paga, es cierto. Pero vos sabés que yo en ésta no me prendo. No me cabe. Vos ponés en juego la cabeza del viejo…¡No me quieras pasar otra vez porque se pudre todo! Entendela, no me tomés de gil, okey?
- Okey. Lo único que te digo es que yo no tengo parte en esto. Es solamente sacar el equipaje del aeropuerto. ¿Quién se va a animar a revisar el vehículo del hijo del presidente? Del otro lado hacemos el cambiazo y se terminó. – Darío se preparó para escuchar algún otro reproche de parte de su amigo, pero el joven no abrió la boca en todo el trayecto, limitándose a seguir sus indicaciones en el mayor hermetismo. Miles de imágenes se sucedían por su cabeza y se negaba aceptar semejante situación. Realmente se sentía molesto por la guachada de su amigo y lo único que quería en ese momento era deshacerse de las putas valijas lo más rápido posible. Eso y, en tanto y en cuanto, el diablo no metiera la cola. ¡Con qué cara miraría a su padre si las cosas se complicaban!
Lleno de dudas y temores condujo la camioneta hasta la intersección de la autopista Richieri y General Paz. En donde, efectivamente, la transacción se llevó a cabo, allí, al costado del camino. Con la premura del caso las dos Samsonite azules pasaron de la camioneta de Junior al interior del Peugeot 505 marrón que aguardaba con las luces encendidas. Y una vez finiquitada la operación ambos vehículos siguieron cada cual por sus respectivos caminos.
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