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"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

jueves, octubre 27, 2011

UN AVE FÉNIX


De los mitos y leyendas que aún circulan a nuestro humano alcance, ninguno como el del Ave Fénix para reunir las ensoñaciones de la epopeya, la del renacimiento, la de la falsa extinción y la de la duración o, mejor aún, las de la tozuda e irreprimible permanencia. Muchas ideas y concepciones religiosas e ideológicas se nutren de él, y especialmente aquellas que alientan una supervivencia más-allá-del-más-allá.
Cuenta Heródoto de Halicarnaso en su voluminosa y célebre Historia que “otra ave sagrada hay allí que sólo he visto en pintura, cuyo nombre es el de Fénix. Raras son, en efecto, las veces que se deja ver. Según los de Heliópolis sólo viene al Egipto cada quinientos años, a saber, cuando fallece su padre. Si en su tamaño y conformación es tal como la describen, su mote y figura son muy parecidos a los del águila, y sus plumas en parte doradas, en parte de color carmesí. Tales son los prodigios que de ella nos cuentan que, aunque para mí poco dignos de fe, no omitiré el referirlos. Para trasladar el cadáver de su padre desde la Arabia al templo del Sol se vale de la siguiente maniobra: forma ante todo un huevo sólido de mirra, tan grande cuanto sus fuerzas alcancen para llevarlo, probando su peso después de formado para experimentar si es con ellas compatible; va luego vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el cadáver de su padre, el cual ajusta con otra porción de mirra y atesta de ella la concavidad, hasta que el peso del huevo preñado con el cadáver iguale al que cuando sólido tenía; cierra la abertura, carga con su huevo, y lo lleva al templo del Sol en Egipto. He aquí, sea lo que fuere, lo que de aquel pájaro refieren”.
Refieren, en realidad, bastante más, y más interesante aún: Tácito, unos cinco siglos adelante, sostiene que la tradición ha fijado en mil cuatrocientos sesenta y un años la vida del Ave, y Plinio, en cambio, que ese tiempo corresponde buenamente a un año platónico, es decir, el plazo que necesitan el sol, la luna y los planetas para volver a la posición anterior: en pocas palabras, unos veinticinco mil setecientos setenta y seis años, lo que representa, para nosotros, tristes humanos, poquito menos que la eternidad. Esta inmensa persistencia y sus supuestos fundamentos astronómicos no hacen más que reiterar, me parece, el carácter de retorno o de repetición en el que se bañaría el Fénix; no sería, así, otra cosa que nuestra propia imagen o la de la historia de la Humanidad.
Surge efectivamente en el Antiguo Egipto, donde se lo denominaba Bennu, asociado a las crecidas del Nilo, a la resurrección y al Sol. Apoyado, además, en la proyección de los estoicos, para quienes el universo nace del fuego, en él muere y renace, y así hasta el infinito. Cristianizado, el Fénix habría vivido en el Edén, anidando en un rosal. Cuando Adán y Eva fueron expulsados, de la espada del ángel que los desterró surgió una chispa que encendió aquel nido, haciendo que ardieran éste y su morador, el Ave Fénix. Por ser el único animal que se negara a probar la fruta prohibida, se le concedieron varios dones, entre ellos la inmortalidad, con la capacidad de renacer de sus cenizas. Vendrán Dante Alighieri, Francisco de Quevedo y John Milton para coronarlo magníficamente.
También los chinos tienen su Fénix o, mejor dicho, son los occidentales quienes así lo consideran, porque se le asemeja más bien poco: el Feng o Fenghuang, que así se llama, es una criatura con cuello de serpiente, cuerpo de un pez y la parte trasera de tortuga y, más que parecerse al Ave egipcia, supone simbolizar la unión del yin y el yang. Aunque para otros tiene algo del faisán y del pavo real, en tiempos muy remotos visitaba el Palacio y los jardines de venerados emperadores en señal del favor celestial, y el macho, beneficiado con tres patas, moraba directamente en el sol.
En nuestra humilde América, los seres y los tiempos muchos más laicos suelen metaforizar a la famosa Ave, como a todo en estas nobles tierras, dentro de ese poderoso imán que es la política. Y es verdad que aquí se han dado corrientes cuyo nacimiento, crecimiento, decadencia, resurgimiento, inconmovible perennidad, hacen pensar naturalmente en ella.
Para no hablar sino del último siglo y solo de algunos pocos, el PRI (Partido Revolucionario Institucional), que surgió en el México insurgente a instancias de la Revolución del ’10, y sigue omnipresente en ese vasto país del norte latinoamericano; la Revolución cubana, devenida de agraria y antiimperialista en socialista, por el convencimiento de sus dirigentes y de las masas que los empujaron e impulsaron; el Sandinismo, nacido a partir de la resistencia a las cruentas invasiones y ocupaciones norteamericanas a los países de la América Central y del Caribe; el Apra peruano (Alianza Popular Revolucionaria Americana), uno de cuyos orígenes se encuentra (suele olvidarse) en nuestra Reforma Universitaria del ’18, que influyó en su fundador Víctor Raúl Haya de la Torre; obviamente, el peronismo en la Argentina.
Todos ellos encarnan esos movimientos colectivos a los que muchas veces he oído llamar “proteicos”. Quizá porque los griegos, que supieron e informaron sobre el singular Fénix no lo incorporaron, como extranjero, a su acervo y prefirieron una creación autóctona: Proteo, la del dios cambiante de formas como el mar. Y a quien uno de los mayores ensayistas del continente, el uruguayo José Enrique Rodó, dedicó sus ideas sobre regeneración individual y mutabilidad del ser, Motivos de Proteo, obra que, junto con su anterior, Ariel, constituyen dos basamentos del pensamiento latinoamericano, fundadores de un trabajo intelectual, de una moral y de una identidad auténticas y autónomas.
No es de extrañar, por eso, que el movimiento originado en la Argentina de los ’40 perdure aún y con singular vitalidad, a pesar del tiempo y de las batallas, ascensos y caídas sucedidos en el tiempo americano. Tal vez por los cambios que supo producirse en su inicial identidad, los que le aseguraron seguir siendo “el mismo” siendo a cada paso “otro”. Y haciendo que lo veamos, a casi setenta años de su fundación, prácticamente invencible a pesar de los vaivenes de sus avances y sus retrocesos, de la satisfacción de los intereses populares y de ciertos traspiés con ellos, de los innumerables y poderosos enemigos que tuvo y que mantiene.
Como configurando nuevos mitos o revalidando aquéllos que vienen desde antes de lo que podríamos llamar Historia, donde las ideas y las palabras se tocaban con las cosas, con los sentimientos primordiales, con la verdad y el avance de las necesidades y los hechos.

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