Cuando conoció a Rodolfo Walsh, Lilia tenía apenas 23 años. Acababa de llegar a Buenos Aires desde su Junín natal con el siguiente plan: alternar la carrera de Química con el profesorado de Letras. No imaginaba que otras letras se cruzarían en su camino: textos de John William Cooke y artículos publicados en la revista Cristianismo y Revolución. Exploró esas lecturas junto a un grupo de jóvenes que convivían con ella en una pensión mixta del centro. Fue su despertar político. Y a la vez deseaba descubrir nuevos escritores argentinos. Un día compró un libro de cuentos llamado Un kilo de oro; su autor: Rodolfo Walsh. Luego un amigo la encontró en una mesa de la confitería La Paz y, mirando la tapa de soslayo, exclamó: “Mirá, ahí está Walsh”. Y le hizo firmar el libro. La siguiente coincidencia entre ellos se produjo semanas después en el restaurante Pepito. Fue la definitiva. “De repente veo un brazo que se levanta –recuerda ella– y era Rodolfo que me invita a comer con él. Ahí comenzó una larguísima charla, porque él sostenía que ‘escribir es escuchar’. Y él escuchaba. A él le interesaba mucho conocer a la otra persona. Yo era terriblemente tímida, entonces él me hacía preguntas para que yo pudiera seguir hablando. Y se sorprendió cuando le conté de dónde era, porque su madre había nacido en Junín. Y en esos meses estaba trabajando un cuento sobre su tío Willy que también era de Junín y había muerto en la Primera Guerra Mundial. Rodolfo, ya sea en sus notas o en sus cuentos, tenía el oficio del investigador. Aunque ese material estaba destinado a ser una ficción, él lo investigaba como si fuera cierto. Eso fue permanente porque, por ejemplo, para la investigación de Quién mató a Rosendo, efectuada cuando ya estábamos juntos, él me pedía que fuera al archivo de los diarios para ver el pronóstico del tiempo en el día en el que ocurrió el tiroteo de La Real. Rodolfo buscaba el contexto en el que se producen los hechos no sólo para explicar algunas consecuencias sino para adentrar al lector en la escena y la trama. –¿Cuál era el cuento que estaba escribiendo en esos días? –Uno basado en vivencias de su infancia en un internado irlandés. En la ficción, el personaje se llama Malcolm; su título: Un oscuro día de justicia, un cuento muy hermoso que tiene que ver con la figura del héroe. Rodolfo siempre cuestionó a la figura del héroe como un semidiós que no presenta fisuras. Y el personaje del cuento defiende a su sobrino que había sido humillado por un celador. Pero bueno, el celador lo derrota y hay una frase que marca esa mirada sobre el héroe: “El tío Malcolm, del otro lado de la cerca en donde permaneció insensible, quedó como un héroe en la mitad del camino”. –¿Cómo fue evolucionando la relación entre ustedes? –Las intimidades amorosas sí, pero queremos detalles inmobiliarios: ¿cuánto tiempo tardaron en irse a vivir juntos y a dónde fueron? –Fue rápido, casi inmediato. –A un departamento de un ambiente que él alquilaba en Cangallo 1671, 8° C. Me acuerdo muy bien. Es entre Montevideo y Rodríguez Peña. En realidad fue muy rápido; primero hubo citas de café, cine y restaurantes con mantelito. En uno de esos encuentros me engañó arteramente –Lilia se sonríe–, porque me dijo que quería leerme ese cuento que estaba escribiendo. Y fuimos al departamento. Allí me leyó el cuento; la última página todavía estaba sin escribir. Y yo, a mis 24 años, estaba ahí con ese hombre que me leía su cuento, sentada con una especie de aturdimiento emocional. Y cuando terminó de leer, levantó la cabeza y me miró. Yo no sabía qué decir. Tenía la cabeza como en blanco. Él se dio cuenta de la emoción que tenía, porque, además, el final del cuento es muy conmovedor. Y bueno, esa noche salimos del departamento, y me acompañó hasta la pensión. Íbamos caminando hacia Callao, y en la plaza que está sobre Paraguay hay un monumento que tiene un paredón; entonces nos paramos y me besó. Al poco tiempo, ya estábamos viviendo juntos. Aún hoy paso por ese paredón y veo la escena perdida. –Es en esa época cuando empieza a editar el periódico de la CGT de los Argentinos? –Por entonces llega la invitación de Cuba para participar del Congreso de los Intelectuales que se hizo en La Habana en enero de ’68. Rodolfo va con Paco Urondo, Ricardo Piglia, David Viñas, Dalmiro Sáenz y otros. Y eso fue para Rodolfo muy impactante, la posibilidad del regreso a La Habana, donde estaban los dirigentes de los movimientos revolucionarios de todo el mundo. Al regresar de La Habana, pasa por Madrid y ahí lo conoce a Perón. Es curioso como a veces hay instantes que pueden parecer casuales pero que marcan la vida de los hombres. Porque al terminar la entrevista, Perón le presenta a Ongaro. Así fue como Rodolfo y Raymundo se relacionaron. Y Rodolfo empieza a colaborar con él. La CGT de los Argentinos estaba en plena gestación.
–¿Por esos días Walsh ya era peronista? –Bueno, hay que decir que Rodolfo no había sido miembro de ningún partido político, excepto su fugaz y juvenil paso por la Alianza Libertadora Nacionalista. El fue un autodidacta. Un intelectual en el más vasto sentido de la palabra. Es decir, no había tenido una formación política propiamente dicha a partir de una militancia, pero sí estaba comprometido con su época. Y tuvo una afinidad con lo que sería el nacionalismo revolucionario latinoamericano. La investigación de Operación Masacre fue su primer sacudón. Y si bien entonces no era peronista, la investigación del libro le disuelve toda adhesión al antiperonismo. De todas maneras, él mantenía una mirada más bien crítica, pero con un profundo interés y, sobre todo, con un gran respeto. –¿Y cómo se inicia su militancia propiamente dicha? –A partir de la investigación de Quién mató a Rosendo conoce a la familia Villaflor. Y nos invitan a un asado en su casa de Avellaneda; ellos pertenecían a la Acción Revolucionaria del Pueblo (ARP), que era la agrupación de John William Cooke, y ahí empieza la posibilidad de la participación de Rodolfo y mía, porque todo ese trayecto hacia el Peronismo de Base (PB) lo hicimos juntos.
–¿Cómo se produce el paso de ustedes del PB a Montoneros? – A mediados de 1972. Porque ya a partir de ahí con la proximidad del regreso de Perón, había empezado el crecimiento de la JP y Montoneros. En paralelo, se agudiza la crisis interna de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y el PB. Nosotros como militantes del PB trabajamos en la Villa 31 de Retiro y ahí habíamos asistido al crecimiento irrefrenable de la JP. Fue el comienzo de nuestra incorporación a esa corriente. A comienzos de 1973 pasamos a Montoneros.
–Walsh fue un precursor en interceptar comunicaciones policiales y militares. ¿Cómo descubrió esa veta? –Una noche, viendo televisión en un aparato que nos había regalado una amiga. Creo que estábamos viendo El planeta de los simios o alguna serie. Resulta que el aparato tenía flojo el sintonizador. Rodolfo intenta arreglarlo y, en ese instante, se escucha: “Comando llama, comando llama”. Ahí se acabo el televisor. Rodolfo se abalanzó hacía el televisor, para manipularlo y empezaron a salir todas las frecuencias de la banda policial. A partir de entonces, empezó a organizar el tema de las escuchas. Rodolfo era muy obsesivo.
–¿Cómo era la militancia de Walsh? –A partir de 1974 comenzó a editarse el diario Noticias. Todo el tiempo personal estaba absorbido por la militancia. La militancia como oficio en el diario y la militancia en el servicio de informaciones de Montoneros. Igual, el siempre escribía. Rodolfo reflexionaba con la máquina de escribir. A la noche se sentaba y escribía. O discutía con alguien, o con algún texto que había leído.
–¿Cuándo fue que Walsh comienza a efectuar sus críticas a la conducción de Montoneros? –Fue en 1976. Creo que uno de los disparadores que agudiza el pensamiento crítico son las sucesivas caídas de ese año, desde la de Paco Urondo en Mendoza a la muerte de su hija, Vicky. Y de compañeros que formaban parte del ámbito donde él estaba. La sucesión de caídas y esa evaluación constate de cómo avanzaban en el cerco de aniquilamiento y una posibilidad de que esa vía, ese exterminio se pudiera frenar a partir de un cambio en la política de la conducción de Montoneros es lo que Rodolfo empieza a elaborar en esos documentos, que eran para circulación interna. Y además son documentos que recogen la visión crítica de los compañeros. Lo que él escribe es una voz colectiva de muchos compañeros que compartían esa lectura.
–¿Ya vivían en San Vicente? –Nos fuimos allí porque éramos súper clandestinos, pero teníamos la cobertura de que Rodolfo era un maestro de inglés jubilado y yo era ama de casa. Todo era muy modesto; no había ni luz eléctrica. Nos fuimos instalando en la casita de ladrillo, con un terreno muy grande, con árboles muy hermosos, con calle de tierra, y al lado, otra casita. Una mañana estábamos junto al alambrado y aparece un camión de mudanzas. Vemos que bajan chicos, abuelas, tíos, carbones, vinos, damajuanas, sillas, manteles, y mirábamos ese bullicio de risas y excitación. Era la vida. Rodolfo Walsh partió hacia el centro en la mañana del 24 de marzo de 1977 para distribuir copias de su Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. Horas después fue emboscado en la esquina de Entre Ríos y San Juan por un grupo de la Armada.
Por Ricardo Ragendorfer y Gabriela Juvenal Fuente: El Argentino |
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