Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

martes, noviembre 01, 2011

Novela "Una rosa para Junior" - (18) -


Darío se hizo presente en la receptoría del hotel preguntando por la señorita Concha Ríos Moya. Vestido con ropa deportiva de color azul, gorra con visera y zapatillas blancas. Llevaba en una de sus manos su inseparable teléfono y lentes oscuros para proteger la vista de la claridad.
-   Buenos días. – Saludó al conserje.- ¿Sería tan amable de avisarle que el señor Darío la está esperando?
-    Enseguida. Un minuto por favor. – respondió el empleado mientras levantaba el teléfono para comunicarse con el cuarto. Al cabo de unos segundos agregó. – La señorita dice que la espere en el bar. Ya baja.
    Ordenó un café con crema, encendió un cigarrillo y se entretuvo admirando el buen gusto con que estaba decorado el salón. Pero poco es lo que pudo hacer. Ni siquiera tuvo tiempo para interiorizarse acerca de la procedencia de un enorme jarrón de terracota esmaltada que concitó toda su atención no bien se hubo instalado en el bar, porque la delicada mano de la pelirroja lo sustrajo definitivamente de su curiosidad inicial al posarse sobre su hombro. Y ni siquiera necesitó darse vuelta para saber de quién se trataba. Aquella presencia llegaba impregnada de perfumes mediterráneos.
-         Buen día, guapo. ¿Adónde tienes pensado llevarme hoy? – dijo Divah posando sus labios sobre la mejilla del impresionado empresario.
-         ¡Santo Dios! – exclamó Darío mientras tomaba distancia para contemplarla mejor – Decime que no estoy soñando…
Y no era para menos. Divah lucía magnífica enfundada en un traje de hilo crudo ceñido al cuerpo, camisa de seda color tostado y capellina de ala ancha ladeada. Pendientes de oro y brillantes que hacían juego con el diseño de sus ocho anillos que engalanaban sus delicados dedos. La abundante cabellera ensortijada caía grácilmente sobre sus hombros como si fuera una cascada de fuego. Y fue por primera vez que el empresario experimentó la enorme atracción emanada de aquellos rasgados ojos color esmeralda. Y por si fuera poco, como colofón a tamaña obra de arte: La perfección de sus dientes blancos brillando alineados cuán perlas aprisionadas entre aquellos carnosos labios.
-         ¿Vamos? – le dijo ella. – Estoy ansiosa por conocer algo de vuestra maravillosa ciudad. Me han dicho que es muy bonita.
-         Okey. – Darío apuró su café. Abonó la consumición y tomándola por la cintura la condujo hacia la calle.
Como el día se prestaba para ello aprovecharon para recorrer diversos puntos de la ciudad. Así pasearon por los bosques de Palermo y por la costanera en donde aprovecharon para hacer un alto en uno de sus característicos carritos y comer panchos con salsa Tabasco y cerveza mientras contemplaban la serenidad del ancho río envueltos, cada tanto, en el torbellino de las turbinas de los aviones que maniobraban en el aeroparque.
-         ¿A qué te dedicas en España? – indagó el empresario tratando de obtener algún tipo de información que pusiera en evidencia a la amiga del sirio. O, caso contrario, éste le había dicho la verdad y la chica no tenía nada que ver con nada. Tan solo era una muchacha en viaje de placer.
-         Soy coreógrafa. Mejor dicho bailo. Me especializo en danzas árabes. Tú sabes… eso del vientre y los velos… - agregó divertida con ciertos movimientos alusivos.
-         Con ése cuerpo, ¿qué otra cosa? ¿O sea que tu relación con Mosser viene por ahí? Si mal no entendí me habló de cierto parentesco entre vos y él.
-         Bueno. No tan así. Lo del parentesco corre por su cuenta – respondió mientras derramaba más salsa picante sobre la salchicha. ¿Sabes una cosa? Me encantan los perros calientes con mucho pimiento. No es muy recomendable para mi profesión. Pero estoy de vacaciones y deseo pasarlo de puta madre.
-         Me hablabas de tu relación con… - insistió Darío tratando de evitar que la conversación no se fuera por las ramas desviándose del tema de su interés, en tanto que ordenaba otra cerveza para aplacar el ardor de su lengua.
-         Ah, déjame que te cuente. Sí. Él es muy amigo de un tío mío. Nacieron y crecieron juntos… imagínate, tantos años llevan a considerarte como un miembro más de la familia. A Mosser lo he tratado muy poco. Es asiduo concurrente al negocio de mi pariente. Allí monto mi show. ¿Conoces Marbella? Es un sitio agradable en donde se reúne gente de la comunidad árabe a beber, a cenar, a fumar y a escuchar música. El que nos hayamos cruzado aquí, en Buenos Aires, es producto de la casualidad… A propósito, él tuvo que retornar a España por unos asuntillos. Me ha dejado muchos saludos para a ti y para vuestro amigo… Ay… ¿Cómo es que se llama el guapo?... Bueno ya lo recordaré… - Divah, sagaz como pocas en el arte de la simulación, desarrollaba muy bien su rol de dama olvidadiza.
-         ¿Te refieres a Junior? ¿En serio no te acordás de su nombre?
-         Se me ha borrado por completo. – respondió ella con cierta ingenuidad. - ¿Por qué me lo preguntas? A cualquiera puede pasársele por alto… aunque no debería se así pues fue con el único tío con quien bailé. ¡Ay! ¡Qué cabecita la mía! Es un chaval sumamente simpático. Me agrada. Imagínate. Si hasta me ha contado que tiene un helicóptero y me ha invitado a volar cuando lo desee.
-         A él también le agradaste y mucho. Al punto que insistió para que le consiga tú número de teléfono. Si no tenés compromisos, se sobreentiende. – las dudas iniciales de Darío comenzaron a disiparse al enterarse que Mosser y su secretario habían abandonado el país. Si bien el peligro de un inminente atentado continuaba latente, cierto era que no se sentiría condicionado por la sórdida e inquietante presencia del árabe pisándole los talones.
-         ¿Cómo me ves? ¿Tengo la apariencia de una mujer comprometida? Óyeme bien, hombre. Soy una mujer sola, lejos de su casa y de su familia. Ávida por conocer hombres guapos, gente linda y a tu bonita ciudad. Así que si no quieres verme enfadada mueve tu trasero y muéstrame ésos bellos lugares de los que me ha contado mi pariente. Él me ha asegurado que tú eres la persona indicada. No querrás que se enoje, ¿verdad? – agregó pícaramente.
Darío estacionó su camioneta frente al cementerio. Es que ella había demostrado sumo interés por conocer algo de la historia que encierran los muros de la paqueta necrópolis. Caminaron por entre bóvedas fastuosas, monumentos y sepulturas, sin perder detalle a los relatos relacionados a sus silenciosos moradores. Más tarde visitaron las salas de exposición del centro cultural en donde se entretuvieron admirando las diversas obras expuestas. De ése modo, y de la mano de su gentil caballero, conoció las fachadas de los más renombrados centros de diversión del exclusivo barrio porteño. Hipopótamus, New York City, Lola, entre otros para finalmente recalar en un clásico: La Biela. Allí, bajo la reconfortante sombra de un gigantesco ombú, le dieron un poco de respiro a sus pies.
     Gustosa, aunque algo agotada por el trajín, Divah aceptó la invitación de Darío que insistió en ordenar champaña, tostados y helado de limón a la crema. Fascinada, la joven le transmitió sus deseos de salir a bailar todas las noches de su estadía en la Argentina. En todos los casos fue cuidadosa en no mencionar el nombre de Junior. Formaba parte de su estrategia no evidenciar demasiado interés por el joven piloto. Nada que pudiera poner al descubierto las verdaderas razones de su presencia allí. Sólo se limitó a hablar de los sitios que más le habían agradado, mostrando curiosidad acerca de los lugares en donde los jóvenes pueden divertirse como una manera apropiada de disipar dudas o sospechas. Muy lejos se hallaba Darío de presumir que, toda la información vertida en comentarios o en las distintas visitas realizadas a los lugares por él frecuentados, le proporcionaban, sin saberlo, valiosa información con que la pelirroja iba delineando un mapa preciso acerca de los gustos y movimientos de su futura víctima. La conclusión era por demás clara: Donde iba el empresario allí estaría Junior, o viceversa. Y de no resultar tan así, los agentes proporcionados por las embajadas amigas que habían sido contactados por Mosser antes de su partida, la mantendrían al tanto de cada uno de sus movimientos. Por ahora y, en esas primeras instancias, todo quedaba supeditado a su sagacidad y poder de seducción. El-Kir no se había equivocado. En su terreno ella era francamente implacable. Acompañada por Darío, Divah, realizó algunas compras en el Patio Bullrich. Sin reparar en gastos ni privarse de nada invirtió su tiempo y dinero en adquirir prendas de vestir. Entre ellas una campera de cuero, varios suéters y un arsenal en lencería de todo tipo, tela y color. Tampoco se privó de tener un gesto de gratitud para con su nuevo amigo.
-         Toma. Lo compré pensando en ti. Acéptalo como una muestra de cariño, por tantas molestias. No es sencillo seguirle el tren a una mujer como yo. Puedes devolverlo si no es de tu agrado, pero aguarda a que me marche si deseas hacerlo – le dijo haciéndole entrega de un pequeño envoltorio.
Darío rompió el papel. Y su cara se transformó de sorpresa. Una bella traba para corbatas de oro con una piedra azul fulguraba en el interior del estuche.
-         Me agradó. No lo tomes a mal, ¿eh? – dijo ella.
-         ¡Mierda! Es maravilloso – exclamó él. – es demasiado. No debiste… es la primera vez que una dama me obsequia una joya por hacerle compañía. Gracias. – Darío la abrazó intentando besarla en los labios pero ella lo apartó con sutileza.
-         Primero quisiera verla como luces con ella, y si me gusta tal vez…
Se despidieron como amigos en la puerta del hotel. Antes de ingresar ella se volvió encandilándolo con sus ojos verdes.
-         Darío… yo quisiera pedirte un favor…
-         Lo que quieras, dulce.
-         No sé cómo decirlo… es que apenas empezamos a conocernos y no quisiera abusar de tu amistad…
-         Hablá, te escucho. Mientras que no me pidás matrimonio… - bromeó.
-         Es algo íntimo. Algo que me brota del alma. – dijo con voz pausada y con cara de contrición. Divah ponía en juego sus habilidades melodramáticas. Apuntaba directo al corazón del empresario argentino, a sus sentimientos. – Soy hija de libaneses. Aunque me siento española no puedo renegar de mis raíces. Por mis venas corre sangre musulmana y me gano la vida como bailarina de danzas árabes en un club árabe. Siento vergüenza ajena, ¿comprendes?... Yo…yo desearía conocer el lugar en donde se cometieron los atentados… es horrendo saber que toda esa barbarie haya tenido origen en alguna facción musulmana. Como hija de la fe es un peso que quiero quitarme de encima. Desearía dejar una pequeña ofrenda en el lugar de los hechos y rezar una plegaria por los muertos en nombre de los millones de musulmanes que se han sentido horrorizados por la barbarie perpetrada en nombre del Islam…
-         Cuando lo dispongas, cariño. Es un gran gesto el tuyo. ¿te parece bien el jueves por la mañana?
-         Tú decide cuándo. Me llamas y listo. Bien. ¿Me pasas a buscar para ir a la disco esta noche? – dijo ella depositando un sonoro beso sobre la mejilla del empresario.- Hasta luego y mándale un beso de mi parte a tu amigo.
-         Descuida. Hasta luego.




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