Coincidentemente a la finalización de su conversación con el contacto local, Divah, recibió el llamado de Junior que, por enésima vez, intentaba convencerla para que accediera a salir con él. Desde que su amigo Darío le hiciera el comentario de que ella había demostrado cierto interés, el muchacho no había cesado de acosarla. Habían pasado cinco días desde aquel primer encuentro en la discoteca y no pasaba día en que no recibiera un llamado telefónico o el envío de algún presente floral. Ella se mantenía esquiva a tales requerimientos. Jugaba a las evasivas con Junior igual que lo hacía con el maduro empresario a sabiendas de que ello tendía un velo de iniquidad sobre sus verdaderos propósitos. El piloto estaba al tanto de las periódicas salidas de la pelirroja con su amigo y ello le molestaba y mucho. No obstante, y movido por los celos o por la competencia, no aceptaba las negativas bajo ningún punto de vista.
- ¿Hola?... Sí, ella habla… Ah, eres tú… ¿Qué cuentas, majo?
- ¿Qué querés que cuente?... ¡aparte de los llamados y los frentazos!
- ¡Ay!, corazoncito…¡Qué terco eres!... No, no es que no desee verte… es que tengo algunas cosillas que hacer…
- ¿Cómo salir con Darío, por ejemplo!... No entiendo… ¿Y el beso de la otra noche, ¿no significó nada…?
- ¿No estarás celoso?... Oye, te prometo que cuando me sienta lista voy a por ti adonde sea. Dame algo de tiempo…
- ¿Tiempo para qué? No veo el momento de estar a solas con vos. De besarte. De hacerte el amor… ¿Preparada para qué? – insistió el muchacho - ¡quiero que nos veamos ya!… me muero de deseos…
- Nooo. No te mueras todavía, mi amor. Espera. No te apresures. Recuerda que el que corre nunca llega…
- ¡No aguanto más! ¡Ahora mismo salgo para allá!
- No. ¡Ni se te ocurra!... te he dicho que seré yo la que salga en tu búsqueda… Mira, estoy más cachonda que tú. Ardo de calentura por sentirte muy dentro mío… te explico, hombre… ando con las reglas. Respétame. Con Darío sólo salgo a divertirme. Créeme, que la cosa no ha pasado de ahí…
Como nunca antes la bailarina tuvo la certeza de una total manipulación del asunto de su parte. El chico tenía las horas contadas.
Ella conocía al dedillo todos los movimientos del apuesto hijo del presidente. Los agentes musulmanes realizaban un perfecto seguimiento al joven; y no había hora y lugar que no fuera registrado puntillosamente por ellos. Podía, entonces, despreocuparse momentáneamente de él.
Por si fuera poco, encandilado por sus encantos, el empresario también intentaba afanosamente ganarse un lugarcito en el corazón de la libanesa. Darío, en realidad, era un buen parámetro para conocer, sin levantar sospechas, el paradero de su amigo. En esa constante contienda sentimental en donde él creía correr con ventajas, lo mejor que podía hacer ella era que así lo creyera.
La mañana de aquel jueves, Darío pasó a buscarla por el hotel. Habían combinado en encontrarse a eso de las siete para desayunar juntos e ir de compras. Él la llevó al Alto Palermo. La atracción que la muchacha ejercía sobre el argentino era de tal magnitud que, en más de una oportunidad, ella tuvo que sosegarlo. El enamoradizo empresario se desvivía por obtener los favores de la dama. Tal vez como una manera implícita de rivalizar con Junior, mucho más joven y apuesto que él, para ver quién podía seducirla primero.
Pasaron horas recorriendo los distintos niveles del paseo de compras. Divah se dedicó a la contemplación de las variadas mercancías expuestas en los coquetos locales. Finalmente se inclinó por la compra de unas botas texanas y unos jeans. Pese a oponerse enfáticamente, fue el hombre quien corrió con los gastos.
Al salir, Divah, le pidió a su acompañante que la llevara a una florería. Ella no se había olvidado de la promesa hecha. Depositar una ofrenda floral en el edificio destruido de la AMIA.
Una docena de rosas rojas y una docena de claveles blancos fue lo que, una compungida joven de cabellos rojos e insondable alma, dejó dispersos a lo largo de la vereda; junto al vallado de madera negra en donde podían leerse los nombres de cada una de las víctimas, frases dolidas y poemas, pintadas en blanco..
Darío respetó la voluntad de Divah. Ella prefirió hacerlo sola. La observó todo el tiempo que permaneció allí, en actitud recogida, desde el interior de su camioneta. Viéndola depositar cada flor con pausada delicadeza en el sitio elegido con lágrimas que corrían por sus mejillas. Y, ante tamaña actitud, él también sintió un nudo en la garganta.
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