Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

jueves, noviembre 17, 2011

Ser escritor...



Los giros de la palabra en la mente de Daniel Sada.





Daniel Sada está desnudo. Sentado frente a la máquina de escribir, teclea afanoso con las manos manchadas de tinta tras haber cambiado el carrete. Es de madrugada y hace frío, pero le estorba la ropa para trabajar. No tiene más remedio que robarle horas al sueño porque a las nueve de la mañana deberá estar en su puesto de revisor de textos en la Universidad Autónoma Metropolitana. Fuma un cigarro tras otro, y casi con la misma frecuencia usa el líquido corrector. Cuando la hoja no aguanta una enmendadura más, no duda en arrancarla del rodillo y volver a empezar.
Le obsesionan los giros verbales, puede pasar una jornada entera con una frase, incluso con una palabra, dándole vueltas en la cabeza. Llega a hacer hasta cinco versiones de una misma obra: cuento, novela; de un poema muchas más.

Así trabajaba el autor norteño hace dos décadas, cuando escribía su segunda novela, Albedrío (Leega Literaria, 1989), que se ubicaba en el árido norte de México y que cuenta la historia de un niño, Chuyito, que se une a una compañía de húngaros que recorre los pueblos proyectando, con un sistema rústico, una única y vieja película.

Hoy, Daniel Sada no puede escribir. Una diabetes mal cuidada le desencadenó a principios de año, problemas renales, cardiacos y pulmonares y una reducción importante de la visión.

Es una soleada mañana de septiembre. El escritor que el próximo 25 de febrero cumplirá cincuenta y nueve años sale de una recámara y camina con lentitud hasta la sala de su casa.
—No quiero fotos porque me veo muy demacrado.

Alguna vez robusto, está muy delgado, tiene la piel pálida y los ojos parecen haberse achicado. Al sentarse en el sillón, deja que su espalda resbale hasta adoptar una postura más cómoda. La playera polo gris se le ha levantado y permite ver una gruesa cinta adhesiva en el vientre. Desde abril tiene que someterse a diálisis diarias; tres enfermeras lo acompañan a lo largo del día y de la noche para administrarle puntualmente los medicamentos prescritos por especialistas del Hospital Regional 1º de Octubre del ISSSTE, además de vigilar su presión y ayudarlo a moverse. El tratamiento le ha permitido mejorar, pero muy lentamente, con altibajos. A mediados de octubre tuvo que enfrentar las complicaciones de una peritonitis y la acumulación de agua en los pulmones, pero se negó a ser hospitalizado.
—Me está costando mucho trabajo seguir las indicaciones médicas, pero me tengo que resignar.

Con el paso de los años, dejó el cigarro, ya no se quita la ropa para concentrarse y adoptó la computadora, que tiene una tecla que, dice, le parece maravillosa: borrar.
—La uso mucho, casi tanto como las demás.

Vive en un departamento rentado en la avenida Amsterdam de la colonia Condesa, con su mujer desde hace quince años, Adriana, y su hija de trece, Fernanda. El sitio es amplio, iluminado, con grandes ventanales que hacen que los muebles rústicos de la sala y el comedor parezcan pequeños. En las paredes hay largos libreros, de piso a techo, en los que los poetas de la Grecia y la Roma clásicas alternan con autores decimonónicos, novelistas contemporáneos, teoría literaria y El código Da Vinci.

Sada vive para la literatura. Ha sacrificado todo por ella, principalmente la seguridad económica que proporciona un trabajo con horario fijo.
—Toda mi vida he evitado tener puestos de responsabilidad porque decidí dedicarle a la escritura el 98% de mi tiempo.

POR ANTONIO BERTRÁN
Fuente: Catopardo 

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