Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

viernes, diciembre 02, 2011

Flaquezas de enferma .



MIÉRCOLES 30 DE NOVIEMBRE DE 2011



Estamos en el apogeo anual de las gripes. Una enfermedad pasajera y bascosa que obliga al paciente a transitar del mal humor a la ñoñería más tontorrona sin que apenas se aperciba de la mudanza. Y el vivo ejemplo lo tuve en casa desde el miércoles pasado, cuando regresó de Varsovia a las tantas de la noche, con un genio más allá de lo tolerable y un catarrazo de padre y muy señor mío.
Naturalmente y según ella era una filfa, y al día siguiente acudiría a su oficina como cualquier mañana, hasta que sonó el despertador y al meter uno de sus piececitos en la babucha notó que la mañana se le había emborrascado, que su garganta no pensaba dejar de toser y que su nariz se aprestaba unirse con dos o tres docenas de estornudos. Y ya me tienen a mí corriendo a la farmacia con los pelos del espanto para aprovisionarme de Aspirinas, jarabes y paracetamoles con los que atemperar aquel desconcierto.
Pero ni ante aquellas flagrantes manifestaciones ni ante mis sensatos ruegos estaba dispuesta a ceder; más aún, entre estornudo y estornudo, insistía crispada en que, cuando se atiborrara bien de fármacos, saldría pitando para resolver esto y aquello y lo de más allá. Y en lo de más allá sufrió un desvanecimiento que me obligó a cazarla al vuelo y a meterla de nuevo en la cama bien arropadita, hasta que, a las cuatro horas largas, dio otra vez señales de vida y porque entré en el dormitorio con la bandeja de su menú de niña enferma. 
Ya era otra; ni un átomo de su intransigencia quedaba en su mirada vidriada por la fiebre y menos en aquel hilillo de voz, que apenas sí se dejaba oír. No sólo eso, se había refugiado en un infantilismo desvalido que al pronto me desconcertó. Pero luego, le cogí el gusto a mi recién descubierto menester de enfermero y, la verdad, yo también me sentí otro al saberme repentinamente imprescindible. Porque, saben, es muy grato eso de saberse repentinamente imprescindible, tanto como para quedarme sin rechistar toda la tarde a su lado, cogiditos de la mano y viendo películas de Frank Capra. Ah, y aún hubo más; ella tan silenciosa y tajante de natural, se tornó de una niñería parlanchina para desmenuzarme sus días escolares, y con tal afán como si no hubiese habido en su vida momentos más decisivos que aquellos cuando se comía la merienda con una falda escocesa plisadita.
Entonces, me di cuenta que había descubierto a otra mujer que guardaba sólo para sí. Y un pellizco de rubor me punzó en el centro justo de eso que llamamos corazón.

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