Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

sábado, diciembre 31, 2011

MUÑECA - Cuento



De mi gran amiga y consejera Ada Mantini. 





¡Ay de quienes no creen en la peligrosidad de los inocentes! No de los que aún consideran inocentes y bien muertos están todos y cada uno, sino de los que siguen viviendo y haciendo daño. 
A la perra idiota la conocí hace treinta y ocho años, cuando las cosas estaban bravas y un felpudo del General había liberado a los revoltosos. Por entonces, mi única opción era acercarme a los que soñaban otro país y ofrecerme a apoyar un cambio definitivo. Experiencia no me faltaba. Sin embargo como una camarilla de mediocres me había hecho a un lado, entré en los setenta bien en la lona. Pero cuando, por un contacto, conocí a un secretario del Almirante, le canté un curriculum que lo dejó boquiabierto. El tipo entendió que si había estado relacionado con sucesos grosos como el de José León Suárez, o había marcado cuevas e  itinerarios de mierditas que en las horas señaladas pasaron al otro lado de este mundo que apestaban con sus ideas, este varón bien podría serles útil a la hora de señalar a otros que jodían más que los anteriores.
A la perra la conocí por esa razón. Digo porque cuando llegué al mismísimo Almirante, él me explicó que detrás de lo que harían habría un plan económico, y que para reorganizar a esta nación era imprescindible contar con la adhesión del empresariado. Si hasta pilcha de la mejor ordenó el patroncito que me comprara, me procuró un semipiso de la gran puta y lo bien que hizo, porque sin buena ropa y un coche sin chofer hubiese sido imposible acercarme a tantos pescados gordos. Uno de los cuales, el principal, era el padre de la gran perra. Cuando llegamos a su quinta de Pacheco, donde se hacía un asado, el secretario del Almirante  me pidió que actuara con naturalidad, como si ese tipo de sitio que yo sólo había visto en películas de la MGM, para mí no pasara de ser uno más entre los tantos distinguidos que frecuentaba. Aunque no sé si allí todo era tan distinguido, empezando por el anfitrión que comió como un oso y chupó hasta ponerse en pedo y soltar la lengua. ¿Qué necesitaban el secretario y este Lázaro?, así rebautizado por el Almirante que al tomarme a su servicio, y con eso resucitarme, me puso nombre guerra, preguntó el hombre. ¨¿Apoyo a lo que los muchachos vienen tramando? Desde ya, o no jugamos para el mismo equipo? Pero ustedes sobre todo vinieron por guita, ¿no? Y bien, entonces anótenme como soldado de la gran causa, y díganle al Negro que el resto lo hablamos personalmente¨. Así habló el padre de la gran perra. Al final del asado del que habíamos participado solamente hombres, cayó la familia del empresario. O parte, ya que al único hijo varón se lo había reventado la guerrilla y sólo le quedaban tres hijas: una viviendo en New Yok con un marido financista, la otra actriz que salía en las revistas y frecuentaba boliches caros, y la gran perra. Que, de paso, era dueña de una hermosura espectacular. Recién cuando abrió la boca, advertí que hablaba como una nena. ¨Así como la vez, tiene un trastorno madurativo¨, me sopló el secretario del Almirante, y agregó que el viejo igual la tenía ubicada. ¨¿Dónde, en alguna escuela diferencial?, pregunté molesto porque el problemita de la pollita no encajaba en mis planes de seducción. ¨No, le puso una empresa que hace muñecos¨, contestó el secretario que a esa altura ya era mi amigo. 
Me casé con ella a fines de 1982, después de una larga conversación con el Almirante que, como nunca, me demostró que sabía quererme. Gran estratega de la situación nacional aun después de la derrota de Malvinas, comenzó por agradecerme todas las manos que le había dado. Pero algo le preocupaba, y era que el pueblo estaba decepcionado por la derrota, y que el gobierno de ese borracho que había salido al balcón como si fuese Perón, comenzaría a tambalear. Por lo que opinó  que lo más inteligente para mí, sería abrir el paraguas casándome con esa mujer hermosa pero atrasada. Asombrado, argumenté que no le veía la gracia a lo casoriarme con una mujer que pensaba y hablaba como una nena; y que encima hacía muñecas con las que seguramente jugaría hasta delante de la clientela.  Pero el Almirante me explicó que así me aseguraría el futuro pasara lo que pasara;  ¿porque que más podía querer el padre que alguien le sacara de encima a esa hija que socialmente era como un estigma? Además yo debía evaluar que siendo miembro de la familia me pararía para siempre, ya que en caso de que volviera la democracia los empresarios, como otra veces, terminarían actuando como veletas.  El cortejo, si así  puedo llamarlo, fue tan breve como eficaz. Que la perra fuese como una nena estaba lejos de calentarme; a la vez que su inocencia me eximía de darle explicaciones y, de lo más tranquilo, yo hacía mi vida por otro lado. Además era una chupacirios que tomaba la religión como si fuese cosa de magia; y el día que nos casamos y pareció una princesa mientras su boca estuvo cerrada, estoy seguro de que lo habrá tomado como otro juego. Pero no yo cuando su padre salía conmigo y en medio de festines y copas y mujeres, me trataba como si fuese la reencarnación del hijo que había perdido. Así que tal como lo anticipara el Almirante, el viejo, cada vez más jodido por una cirrosis que lo llevaba de una internación a otra, no tardó en delegarme el manejo de los fatos turbios de sus empresas. Fuera de eso, mi relación con la perra era espasmódica y neutra. Con la anuencia del padre y la indiferencia de las hermanas, yo seguía viviendo como si fuese soltero, y ella lo hacía en su mundo de cuentitos y nubes rosas en el que lo único que le importaba, y hacía con mucho talento, era diseñar muñecos y más muñecos que se vendían aquí y afuera gracias, como es de suponer, a la colaboración de una corte de empleados satisfechos que le sacaban lo que querían.
Pero al margen de los trabajitos para mi suegro, yo seguía al lado del Almirante. Hombre pragmático e inteligente, su gran sueño era llegar a ser presidente de la República; y como para eso trabajaba noche y día, yo lo apoyaba haciéndole relaciones públicas y marcándole a los que podrían meterle piedras en el camino. Pero no todo eran esas cosas, como una noche que al salirle su parte sensible me preguntó: ¨¿Qué te pasa Lazarito, que andás con cara de culo?, contá en confianza.¨ Y aunque yo nunca hablaba de cosas personales, le conté que la perra idiota había vuelto de los EE. UU. embalada con tener un hijo como su hermana. ¨¿Y qué tiene de malo, por qué no le das el gusto¨, me preguntó el Almirante. No tuve más remedio que decirle que la familia, cuando le presenté un diagnóstico fraguado por un médico amigo, se había tragado que ella era estéril. Pero mi jefe respondió que también se podía adoptar, ya que a una mujer tan lenta como la mía era posible venderle cualquier verdura. Así fue como un atardecer llegué a casa con la ¨hijita¨ que demandaba. Recuerdo que la hice corta, y nada costó que la idiota omitiera cualquier pregunta por tragarse en el acto que ¨Diosito se la mandaba¨. Por supuesto no iba a contarle que esa beba no venía precisamente del cielo sino más bien del infierno. O de una de las rondas en la Escuela cuando chicas embarazadas eran exhibidas a uniformados que, acompañados a veces por sus mujeres, según figuras y color de piel elegían a las criaturas que salvarían del mal cuando esa madres parieran. La perra quiso llamarla Muñeca, y a los tres meses ya estaba saliendo la línea ¨Muñeca bebé¨ a la que gradualmente siguieron ¨Muñeca en el Jardín¨, en la escuela primaria, ¨o Muñeca de vacaciones¨ o tomando la Comunión, y junto a eso un satélite de otras empresas dedicadas a hacer diminutos muebles, vajilla, paraguas, remeras, figuritas, vestidos y hasta una obra teatral. 
O sea que mi vida hubiese seguido deslizándose como sobre una alfombra de no haber llegado el tiempo, maldito tiempo, en que Muñeca adolescente entró en la universidad. Desde entonces mi vida se fue a la mierda, y no por alguna imprevista sospecha de mi mujer sino porque Muñeca se hizo amiga de una chica que ponía en duda su identidad. Por eso sigo pensando que si en este país no hubiera un gobierno que jode con los Derechos Humanos, u otro anterior no hubiese llevado a juicio a tantos hombres preclaros, tal vez el Almirante hubiese llegado a la presidencia y si aún viviera, hoy  yo no estaría encerrado. Pero desgraciadamente hubo un día en que Muñeca acompañó a la amiga a esa oficina que visitan jóvenes que dudan de la legitimidad biológica de los padres que los criaron, y mientras la muchacha exponía lo suyo, para matar el tiempo, Muñeca se dedicó a mirar fotos de zurdos y zurdas que aspiraban a apoderarse de este país. Hasta que en una de ellas descubrió un rostro que, de tan idéntico al suyo, la llevó a  dudar de si estaba frente a un espejo o ante un retrato. Conclusión, que al cabo de un tiempo descubrió que la apropiada no era la amiga sino ella misma.
Sólo yo sé cuánto rogué para que a la hora de las preguntas la idiota me defendiera, como tan lealmente lo hacían las mujeres de otros involucrados. Pero ella, siempre montada en su nubecita, ¿qué recordó al momento de repetir el libreto que le había hecho?: que yo había recibido a Muñeca de un ángel que se la había traído como regalo de Dios.
Por eso ahora y seguramente en los años que pasaré enterrado en este paisaje de patio y rejas, lo único que persistirá del pasado será esa pesadilla angustiante que me atormenta. Terrible pesadilla en la que aparece aquella hermosa jovencita frente a cuya panza y su mirada aterrada, elegí a Muñeca tres meses antes de que a su madre y combativa zurda aguerrida le regalaran un viajecito por las alturas.
Según un compañero que me visita, madre e hija siguen unidas y asimiladas a la familia grande que por mucho tiempo esperó a Muñeca. También supe que la chica va a ser madre dentro de poco, y que la futura muñeca que saldrá de la empresa de la que al fin me mandó a cafúa, será ¨Muñeca argentina¨, vestida de azul y blanco en homenaje a este país que, según millones de imbéciles y de ingenuos, finalmente tiene un futuro. Tras lo que ahora entenderán  por qué comencé diciendo : ¡Ay de quienes no creen en la peligrosidad de los inocentes!

Memory 

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