El joven piloto abandonó el restaurante en donde acababa de cenar. Hacía calor y el cielo tenía un color extraño que variaba entre negros, grises y algunas pinceladas purpúreas. Había llovido y del asfalto se elevaban sutiles vapores que conspiraban con el alumbrado para teñir las calles de un color sepiado antiguo. Junior levantó la cabeza para observar el cielo encapotado que amenazaba con nuevas lluvias, inquieto ante la posibilidad de tener que posponer el vuelo.
Al reconocerlo, los dos hombres apostados en el interior de un Renault 21 con chapa diplomática salieron del letargo que los envolvía. Llevaban cuarenta y ocho horas de vigilia ininterrumpida. Sin demorar un segundo, el acompañante del conductor asió el Movicom que reposaba entre sus piernas para marcar el mismo número por séptima vez.
En una maniobra excelentemente calibrada, el convertible negro conducido por la pelirroja emergió de la oscuridad. Junior apenas había caminado unos pocos metros cuando la brusca frenada del vehículo lo sorprendió. Pero más se sorprendió con la súbita aparición de Divah que le invitaba a subir. Tentado por la mágica presencia de la mujer que le había robado el sueño, Junior, puso al tanto al custodio que lo seguía de que nada raro ocurría y se arrimó al vehículo.
- Hola, guapo. ¿No te acuerdas de mí?... Anda, no te quedes ahí mirándome como si fuera un fantasma, sube que quiero hablar contigo. – le dijo abriendo la puerta de su auto para que subiera. Junior aceptó gustoso aquella invitación y segundos más tarde viajaba sentado al lado de la pelirroja.
- ¿La verdad? Me sorprendiste. Pensé que no volvería a verte. Le pregunté a Darío y me dijo que te habías ido. Como no le creí llamé al hotel y me confirmaron tu partida… No sé que pensar. Igualmente me encantó la manera en que apareciste. Como algo irreal que surge de la nada… envuelta en misterio.
- Te cuento; estuve con un pié en el avión pero recordé que entre tú y yo había algo pendiente. Entonces cancelé el vuelo y aquí me tienes, toda para ti. Yo cumplo mis promesas – le dijo estacionando el automóvil en una zona boscosa y mal iluminada.- Dije que saldría a por tí cuando realmente sintiera deseos de estar contigo. – agregó acariciándole el rostro con el dorso de su mano.
Junior se extasió de la belleza de aquel rostro perfecto. De la luminosidad de sus ojos verdes. De sus labios carnosos e incitadores. De la suavidad de su pelo rojo cayendo en furibundo contraste sobre la blancura de sus pechos agitados y se volvió a tentar.
Con el asiento reclinado y la contundente anatomía de Divah embotándole los sentidos, Junior, se entregó sumisamente a sus besos y caricias. Lloviznaba mansamente y el cuerpo desnudo de la libanesa se perló de diminutas gotas. Los brazos de él fueron insuficientes para abarcar su cuerpo encendido, húmedo de sudor y lluvia. Un espectro irreal sacudiéndose con frenesí sobre sus muslos. Una silueta resbalosa que vibraba escapándosele de las manos… y sus dedos deslizándose sobre la tibia piel de nácar y miel que lo turbaba.
Entregados al juego de los sexos intenso. Refugiados entre los árboles del parque y extremadamente vulnerables a la llovizna de un marzo curioso, Junior, tuvo su último acto de amor en la tierra. Tal vez el único de su corta existencia en la que no necesitó de hacer prevalecer su status social para conseguirlo.
No era amor, lo sabía. Era la libertad absoluta de los sentidos manifiestos, simplemente. Sin sábanas de seda ni champaña. Sin nada preestablecido de antemano. Estaban allí, hombre y mujer; solos como las primeras criaturas de la creación. Abrigados por el calor de los cuerpos. Saciando su sed con los besos y el agua caída del cielo; y una única música compuesta de suspiros y palabras soeces emitidos con el descaro de la pasión.
Ella se desmontó de él. Los cuerpos relajados sintieron el frío de la madrugada, sin embargo permanecieron desnudos contemplando la lluvia que corría despreocupada sobre el parabrisas. Con la mente en blanco y sin hablar. Ya no quedaba lugar para las palabras.
Divah se vistió y ayudó a Junior a hacer lo propio. Cruzaron miradas de complacencia mutua. Y por primera vez tuvo que esforzarse para sostener la lealtad de sus ojos frente a los de él. Tuvo que enfrentar toda la frescura emanada de aquellos veintiséis años, y creyó desfallecer. Buscó con denuedo algo en su interior que le ayudara a apuntalar la incómoda situación pero no lo consiguió. Una y mil veces, en secuencias veloces, tuvo que comparar aquella mirada cargada de ternura con la del turco degollado, desangrándose sobre el piso de la habitación del mugriento hotel de Beirut. Comenzó a temblar. Sintió el miedo apoderarse de ella. Sus ojos se inundaron. Nunca, como en aquel momento, deseó desvanecerse en el aire. Evaporarse como el vapor emergente de las alcantarillas y tornarse invisible.
Puso en marcha el motor. El Escort saltó hacia adelante igual que una pantera salta sobre su presa. Los neumáticos chirriaron sobre el asfalto espejado, impregnándolo de caucho quemado para detener su alocada carrera en el mismo lugar en donde abordó al hijo del presidente.
- ¿Estás segura de no querer venir a mi departamento? – le preguntó Junior antes de descender.- Bueno, sabés que en un par de horas salimos para Rosario y es posible que no volvamos a vernos… No quisiera perderte.
- Me encantaría, pero no puedo, créeme. Temo perder el trabajo si no retorno en tiempo y forma.
- ¿Qué son un par de días más? – insistió él – Dale, venite conmigo. Vamos y volvemos en el día en el helicóptero, te lo prometo. Por favor, al menos regálame un día más. Si me decís que sí soy capaz de pedirle a mi viejo que le escriba una carta a tú patrón explicando los motivos de tu demora…
- Humm. Pensándolo bien no está mal la idea… Si es así podría cambiar la fecha del pasaje, pero con una condición: No te enojes si te digo que prefiero manejar mi propio carro… me produce pánico volar en avión, ¡ni te imaginas lo que sería de mí trepada a un aparato como el tuyo!
- ¿Estupendo! Te dejo mi teléfono así nos mantenemos en contacto durante el viaje. Y bueno… ya que no querés ir a mi departamento no vemos luego. Que no se te pase; salimos a las nueve y hacemos parada en el aeropuerto de Don Torcuato para cargar combustible.
- Deja, yo tengo el mío. Pásame el número. Y confía, allí estaré aguardando.
Junior anotó su número sobre la tarjeta personal en donde figuraba, además de su nombre, el de su escudería. Se despidieron con beso apasionado. Recoleta, a esa hora, presentaba escaso movimiento. Solo el ruido del escape de algunas motos y autos que circulaban vagamente. Divah se alejó del lugar. Antes de desplegar la capota y esperar el nuevo día se comunicó con los agentes de apoyo para pedirle que le avisaran a Mosser de que el plan entraba en su fase cero y para que la gente de Amed preparase la evacuación vía Rosario. Después se acurrucó sobre el asiento mojado y lloró.
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