ALIAS RAY
El padre le pidió que fuera policía y él abrazó la literatura como doble vida. Hugo Pratt le pidió una historieta policial y él inventó Precinto 56. Habla de Oesterheld como El Viejo y de Robin Wood como La Bestia. Escribió relatos románticos para revistas como Anahí bajo el influjo materno. Le ofrecieron dirigir Para Ti y Gente con Chiche Gelblung. Y actualmente es el director del Museo de la Policía. Pero lo más importante es que además de ser uno de los grandes guionistas de la historieta moderna argentina, Eugenio Juan Zappietro sigue siendo Ray Collins. Y el flamante premio de su novela Mi nombre es Zero Galván (Del Nuevo Extremo) es la excusa ideal para que él mismo repase su prontuario.
Por Martín Pérez
Un perchero lleno de toda clase de gorras de policía, una enorme caja fuerte antigua y una bandera argentina. Y además muñecos con uniformes, cuadros de todo tipo y una biblioteca atiborrada de papeles. Y como si fuese poco, una máquina de escribir Olivetti sobre su propia mesita. “Tuve una computadora, pero hice que se la lleven. Porque todo el tiempo estaba viniendo alguien a usarla”, explica el comisario inspector Eugenio Juan Za-ppietro, que ya lleva dos décadas ocupando el despacho de director del Museo de la Policía Federal, en el séptimo piso de un edificio en plena city porteña. “También tengo otro en el Centro de Estudios Históricos de la policía”, aclara Zappietro, anunciando que en su vida hay más cosas que las que están a la vista. Pero es que siempre parece haber más cuando se trata de alguien como Zappietro. Rodeado por un San Martín, una Virgen y dos gallos –símbolo de la Policía Federal–, sentado en el enorme escritorio que preside el despacho, cubierto de más y más papeles en toda su superficie, el comisario exhibe las dos novelas que acaba de editar, firmadas con el nombre de Ray Collins, un seudónimo que utiliza desde hace casi medio siglo para escribir historietas. Porque casi al mismo tiempo que nació el policía, con apenas tres años de diferencia, en la vida de Zappietro también apareció el escritor profesional. “Ser policía es algo que hay que explicarlo, pero es inexplicable”, asegura. Mientras que la escritura, aclara, es algo adictivo. “Como los bocadillos de acelga”, apunta con una sonrisa cómplice. “Son mi cocaína. Droga pesada.”
Tanto la policía como la historieta llegaron a la vida de Zappietro respondiendo una orden. Fue su padre –que llegó de Italia de adolescente, joven músico que alcanzó a tocar el corno inglés en el Colón por concurso, pero terminó ganándose la vida como comerciante– quien quiso que fuese policía. “Yo soy de una época en la que ni se te ocurría desobedecer a tu viejo”, explica, al tiempo que asegura que hace muy poco se enteró que aquella orden vocacional paterna era en realidad un homenaje a un amigo policía. “Era uno de los tres empleos que en el colegio te enseñaban a respetar, junto al de bombero y cartero.” La orden que lo llevó a la historieta, en cambio, fue de Julio Portas, director de la revista Misterix. Por entonces el futuro Ray Collins se dedicaba a adaptar fotonovelas para la editorial Abril, cuando Portas –ante la deserción de uno de sus guionistas– le exigió una historieta. Y un seudónimo. “No lo pensé mucho. Recién después me enteré que era el nombre de un actor, que terminó apareciendo en la serie Perry Mason. Así que no me lo puse en su homenaje, como aseguran Trillo y Saccomanno en su Historia de la Historieta Argentina”, aclara con un guiño Collins, que a partir de entonces fue ubicando su nombre en un lugar de privilegio de la historia local del género, hacia el fin de su edad de oro. Desde el lento ocaso de Misterix, pasando por la aparición de Skorpio y terminando en la última época de Columba, fue sumando personajes, y el más famoso de ellos es el que ahora reencarna en estos dos libros simultáneos. El primero, editado por la muy casera editorial La Llave, lleva simplemente el nombre de la serie en cuestión, Precinto 56. Y el segundo, Mi nombre es Zero Galván, acaba de ganar el concurso de novela negra de la editorial Del Nuevo Extremo. “Lo envié al concurso como una suerte de control de calidad. Porque quería ver si podía bajar al personaje del cuadrito”, asegura Zappietro, policía y guionista de historietas, flanqueado por sus libros. Y bien sentado en un escritorio que, a diferencia de lo que sucede en los policiales, no esconde una pistola en ningún cajón. “Sólo vas a encontrar mugre. Y bolitas de naftalina, porque soy un tipo de otra época.”
IDENTIKIT De Simenon, la cotidianidad. De Ellery Queen, el ingenio. De William Irish, la angustia. Y de David Goodis, la amargura. Zappietro puede enumerar todo lo que ha aprendido de cada autor de policiales que ha leído en su vida. Pero, aún así, la historieta policial tardó en llegar a su vida literaria. Cuenta que fue el gran Hugo Pratt quien le pidió una. Por entonces el Tano dirigía una segunda encarnación –la última– de la revista Misterix, donde Oesterheld y Breccia publicarían Mort Cinder, su gran obra de madurez, la que para muchos cierra la etapa de oro de la historieta local. “Conocí a Alberto Bre-ccia muchos años después, en casa de su alumno Horacio Lalia, cuyo rostro fue modelo para el personaje”, recuerda Zappietro, que puede ser policía y guionista de historietas, pero antes que nada es lector y fanático confeso del género. Y no hace más que demostrarlo una y otra vez. “¿Qué le pareció Mort Cinder?, me preguntó. Treinta años adelantado a su tiempo, le respondí.”
En esa misma publicación, Zappietro firmaba como Ray Collins su Garrett para el mítico y extraordinario dibujante chileno Arturo Del Castillo. “Me acuerdo que Alberto había entregado una página cualquiera del guión, porque las dibujaba sin ningún orden. Y Pratt la había puesto sobre un atril de dibujante y la estaba mirando”, cuenta Zappietro. “‘Che, policía’, me llamó. ‘¿Por qué esta mierda es tan triste?’. ‘Porque la vida es triste, Tano’, me burlé. Pero se nota que se quedó pensando, porque cuando más tarde salimos a tomar un café, me pidió que hiciera un policial. ‘Nunca hice policiales’, le contesté. Y pregunté: ‘¿Cómo lo querés?’. ‘Vos sabés cómo lo quiero’, me contestó. Así fue como nació Precinto 56.”. Dibujado por un joven José Muñoz, que luego se inspiraría en esas páginas para su Alack Sinner (“Recuerdo que me pidió permiso para usar el personaje desde su exilio europeo y yo se lo di, por supuesto”), Precinto 56 fue rubio en aquel comienzo, y luego devendría en morocho en la pluma de Lito Fernández para Skorpio, que aún hoy lo sigue dibujando.
Mi nombre es Zero Galván. Ray Collins. Del Nuevo Extremo 240 páginas
Pero por más lecturas y experiencias policiales que Zappietro atesore, sus comienzos en la escritura literaria vinieron –sorprendentemente– de la mano de las novelas románticas. “No tiene nada de sorprendente”, corrige el comisario. “Mi madre leía esa clase de revistas y novelitas pre Corín Tellado. Me había gustado mucho algo de Constancio Vigil, llamado Marta y Jorge, que nunca he vuelto a ver. Así que cuando me compré mi primera máquina de escribir, para probarla escribí cuatro o cinco historias y se las mostré a mi madre. ‘No están mal’, me dijo. Y me sugirió que las llevase a las revistas que leía.” Si Zappietro fue policía por mandato paterno, entonces, su universo literario parece haber sido guiado por las lecturas de su madre. ¿Cómo un policía se atrevía a escribir historias románticas? “Es que yo no era un policía, apenas si tenía un par de años de instrucción, y uno en la calle”, responde Zappietro, que asegura que su experiencia policial no le brindó historias del género, sino un cierto conocimiento de primera mano del comportamiento humano en situaciones límite. Armado de toda clase de seudónimos, en aquellos comienzos Zappietro llegó a escribir para catorce revistas. “Había eficacia. Escribir era algo natural. Como si segregase algo”, intenta explicar. Si bien la historieta siempre fue su pasión recurrente, llegó a comentar fútbol (su auténtico hobby) para Muñoz, e incluso –después de unos comienzos en comisarías de barrio– en la misma policía su labor terminó adquiriendo un perfil de comunicador. Dirigió la revista de la fuerza, trabajó en un noticiero televisivo y llegó a escribir guiones de series vinculadas a la institución, con títulos como Hombres y mujeres de bronce, o La sociedad juzgó. “Estuve a punto de tener a mi cargo una comisaría, ya entrado en mi carrera. Pero me juzgaron inmanejable, según me dijeron. No era verdad, pero para ser policía hay que ser un buen actor.”
Con el cierre de Misterix, el regreso de Zappietro a la historieta fue con la aparición de Skorpio, nombre que asegura haber ideado para su editor, Scutti. “Es el nombre de una película de Alain Delon, pero con k”, explica. Antes, un joven fue a buscarlo a la editorial de la policía, para que le escribiese algo. El personaje se apellidaba Chávez, y el joven era Horacio Altuna, que junto con Trillo inmortalizaría al popular Loco. “Cuando me quiso pagar por mi trabajo, le dije que no le cobraba nada. Porque gracias a su encargo había revivido Ray Collins.” Trabajaba para la editorial de Scutti, reescribiendo las fotonovelas de personajes como Killing, cuando el editor decidió incursionar en el género. Para él, aún fuera de ritmo, según confiesa, fue que revivió a Precinto 56. Pero por Precinto fue que lo llamaron de Columba, la gran empresa del medio. Su editor, Presa, le confesó que durante un tiempo pensó que Ray Collins era un seudónimo del Viejo. El Viejo es Héctor Germán Oesterheld, padre de la historieta argentina moderna. “Fue el mejor elogio que me hicieron en mi vida”, asegura Zappietro. Presa le advirtió que en Columba debería hacer algo diferente a lo que hacía en Record. “Pero hice exactamente lo mismo”, se ríe Zappietro, que heredó series del gran reinventor de la historieta en Columba, Robin Wood (o La Bestia, como él lo apoda), como Jackaroe o Dennis Martin. “Cuando Presa me dijo que Wood no quería hacer más Jackaroe, le dije que se la escribía yo, pero que la siguiese firmando Robin. Porque a una marca así no se la puede dejar morir.”
EL OTRO LADO DE LA LEY Para Zappietro, aquella época de la historieta murió porque todos traicionaron al lector. Los editores, con reentapados. Y los artistas, por creerse más importantes que sus obras. Aunque nunca fue un infiltrado, asegura. Por eso Pratt podía referirse a él como “policía”, y justamente por eso Zappietro siempre hizo lo que quiso. Si Misterix se murió en sus brazos, supo abandonar tanto Record como Columba antes de que desaparecieran. “Me armé un equipo, y durante mucho tiempo creamos historietas para el mercado italiano”, cuenta. Pero hacia el final de la década pasada esa etapa también se cerró. Y empezó a dedicarse a otras cosas, cuenta. Cosas como la historia de la Policía Federal, por ejemplo. O novelas. “Tengo escritas cinco”, cuenta. “Y estoy trabajando en un policial, ambientado en la época de la fiebre amarilla.”
Su único vínculo actual con la televisión o el cine, se burla, es atender en el teléfono del Museo de la Policía a los vestuaristas, que piden referencias sobre los uniformes de tal o cual época. “Nunca dejan de sonar”, dice, señalando los dos teléfonos que hay en su oficina, uno blanco y otro negro. Hay también un cenicero de pie, resabio de otras épocas. “No creas”, aclara cómplice. “A veces cerramos la puerta y quebramos la ley.” Asegura tener algunas historias curiosas en su currículum –como si ser policía y guionista de historietas al mismo tiempo no alcanzasen–, como la vez que fue seleccionado por una consultora de personal para dirigir la revista Gente junto a Chiche Gelblung. “Dije que no, porque querían supervisar todo lo que escribiese. Me terminaron ofreciendo Para Ti.” Y también lo llamaron para dirigir la página policial de Libertad, un diario que nunca llegó a sacar Romay a comienzos de los ’70. “Duré sólo tres días.” Para todos esos trabajos, asegura, la jefatura de la policía le dio manos libres. “Igual, también me echaron dos veces. Pero esto no lo pongas, porque no me echaron. Me sugirieron que me fuese. Y acá estoy.”
Pero a pesar de todos sus oficios terrestres en el ámbito de las letras, Zappietro siempre regresa a la historieta. “Puede ser un género menor, pero cuando una historieta es buena de verdad, ni cinco novelistas juntos podrían hacerla tan bien”, asegura. Para él, Pratt fue el mejor guionista de todos. Y Del Castillo el mejor dibujante. “Vivió como quiso, y recuerdo que una tormenta que inundó la zona donde vivía se llevó todo su archivo. Una tragedia. Fue el mejor dibujante del Oeste, sin dudas.” Asegura, también, que Carlos Albiac y Eugenio Mandrini fueron los únicos guionistas que nacieron para eso. “Los demás, fuimos paracaidistas”, exagera. “Este año se cumplen 51 años de mi primera historieta, 53 de mi primer cuento y 40 de mi primera novela. ¡Parece que tengo mil años!”, se lamenta este hombre que aún vive en la casa de su abuela, en Villa Urquiza. “Tengo tres parras. Una la plantó ella, otra la planté yo y la tercera se la robé a un vecino”, se ríe Zappietro, que no parece tener muchas deudas pendientes en la vida. “Yo vivo haciendo pruebas. Eso sigue siendo para mí la historieta, un gran campo de pruebas”, explica ahora como Ray Collins, autor todavía de Precinto con Lito Fernández y un detective ambientado en los años ’40 y ’50 llamado Maura, que dibuja Lalia. “La policía existe porque la sociedad fracasa”, asegura Zappietro, casi a modo de despedida. Pero antes de entretenerse con otra cosa, como el taller literario que dirige en su oficina del Museo, asegura: “Hice lo que quise, me pagaron por eso y hay gente que me recuerda. No hay mucho más que decir”.
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