Rodolfo Walsh en el Tigre.
Rodolfo Walsh se refugió en el Tigre para escribir, descansar y esconderse cuando fue perseguido. A 85 años de su nacimiento, una recorrida por las islas que eligió el escritor como su lugar en el mundo.
Solía estar allí los fines de semana, pero muchas veces dejaba pasar la lancha del domingo, y se quedaba en el Tigre el tiempo que fuera necesario. Fue en las islas bonaerenses donde halló el sitio propicio para la creación. "Defendía con argumentos enmarañados pero convincentes el distanciamiento de la ciudad practicado por el cuentista selvático", sostuvo hace algunos años David Viñas, uno de sus frecuentes visitantes, en relación a la identificación que Rodolfo Walsh sentía con Horacio Quiroga, el autor de Cuentos de la selva, que también se había refugiado entre los árboles, pero de la selva misionera.
Walsh llegó a las islas en los ‘50 y se despediría de ellas apenas unos meses antes de que le llegara la noticia de que la Armada y la Prefectura habían allanado "Liberación", su tercera casa en el Delta, sobre el río Carapachay. Antes de "Liberación" había alquilado varios años primero en un recreo, y luego en Lorelei, una casa lindera que fue su primera vivienda en la isla.
El recreo en cuestión era del polaco Sigmund Jasinsky, sobre el que Walsh ocupó varias líneas en su crónica Claroscuro del Delta, publicada en 1969 en la revista "Georama": "Veteranos de la gran dispersión europea suelen reunirse para contar historias olvidadas, entre vasos de vino e interminables discusiones sobre el ‘comunismo’, que Segismundo denuesta mientras Carola, su esposa italiana, entona Bandiera Rossa entre carcajadas. Algunos de los hombres que acuden allí no tuvieron en el Delta la suerte que ayudó a la mayoría de los colonos".
Para recorrer el Carapachay es necesario abordar la lancha Jilguero, que todos los días parte desde la estación fluvial hasta el río Paraná de las Palmas. Tras una hora y media de marcha, los carteles de las casas vecinas a Lorelei parecen remitir, aunque más no sea una casualidad, al escritor perseguido: Los Recuerdos, La Fuga, Fe y esperanza, Los Amigos, El Secreto.
Son muy pocas las fotografías de Walsh en el Tigre que sobrevivieron al entierro. Una de ellas entrega pistas de la fachada de la casa, frente a la cual un tranquilo Rodolfo Walsh camina hacia el muelle –mojarrero en mano–, vestido de pulóver, camisa y una gorra vasca. Cuando Jilguero se acercó lo suficiente, no hizo falta leer el cartel del muelle para entender que habíamos encontrado la casa que había pertenecido al escritor en los ’60. Antes eran dos viviendas contiguas pero independientes, tipo dúplex; hoy, un sólo techo cobija a ambas, y el revoque, jamás pintado, deja entrever la forma original de Lorelei, que conserva su nombre como en los tiempos de Walsh.
A su lado está lo que fuera el recreo de Sigmund Jasinsky, hoy casa de Juan Frías, un típico viejo isleño, que igualmente piensa terminar sus días allí. Es poco lo que recuerda de Walsh y muchas cosas pasaron a tener significado para él después de conocer el destino del escritor: "Hablamos algunas veces, era un tipo muy macanudo, pero para nosotros era uno más. Alquilaba una de las dos casas en Lorelei. La otra la ocupaba un matrimonio. Pescaba. A veces se quedaba la semana entera". La parca descripción parece corresponder fielmente a la austeridad que caracterizó al escritor.
Algo más allá de Lorelei, también sobre el Carapachay, tiene su casa el joven Lucas Nocito. Va los fines de semana. Desde que llegó a la isla se encargó de recolectar cuanto elemento remitiera a la historia del Delta y su gente, y entre los cachivaches que ha ido coleccionando halló dos fotos que pueden considerarse inéditas, que muestran a un desbocado y sonriente Rodolfo Walsh, junto a Sigmund Jasinsky y su hija en pleno festejo.
Esas fotos surgieron de uno de los tantos días de Walsh en el recreo de Jasinsky. Al polaco le decían Segismundo en lugar de Sigmund, y por ingenio coloquial de los lugareños, al recreo se lo conocía como "Sigue – Mundo". Jasinsky había llegado al Delta después de la Segunda Guerra Mundial, donde había oficiado de sargento para el ejército de su país. Su posada fue una meca de los personajes trashumantes de la isla, aunque los de "segunda clase", porque otros vecinos de "primera", como Hugo del Carril, "jamás hicieron una parada ni siquiera por una copita", sostiene Juan Frías.
Cuando Rodolfo escuchó en un bar de La Plata la frase "hay un fusilado que vive", entendió que necesitaba algo más de intimidad. Fue ése el momento en que alquiló Lorelei a Pablo Stopfka, otro de los personajes que frecuentaba el recreo. Allí Rodolfo se refugió con un revólver, su máquina de escribir y una cédula falsa con el nombre de Francisco Freyre, para dar origen a lo que sería no sólo Operación masacre, sino la génesis misma de un nuevo género literario, conocido ahora como "novela de no ficción".
LA OTRA ISLA. Walsh frecuentó Lorelei hasta que los acontecimientos en Cuba lo hicieron cambiar una isla por otra y se fue a trabajar en la agencia de noticias "Prensa Latina", creada por el periodista argentino Jorge Ricardo Masetti, por idea del Che Guevara. Aún en el Delta, una noche de 1960 junto con David Viñas, las comparaciones entre el peronismo y la revolución cubana se extendieron tanto como imaginar romances forzados, de acuerdo a los testimonios que quedaron del hombre de los bigotes blancos: "¿Es un juego? Walsh me dijo que sí, se rió con acidez; y se largó a imaginar una pareja de Eva y el Che. Aunque al final –ya iba amaneciendo y alguien nos llamaba desde el río– sugirió que ese presunto casamiento hubiera resultado un asunto incestuoso".
Cuando Walsh volvió de Cuba recuperó parte de su interés por la literatura, a la que muchas veces consideraba una distracción de las "cosas importantes". En 1967, cuando ya estaba vinculado sentimentalmente a Lilia Ferreyra, la situación económica lo obligó a abandonar Lorelei, pero volvió recurrentemente al Tigre, a la casa de su amigo Alberto y, ocasionalmente, a lo del Polaco, como el 17 de noviembre del ’68, cuando escribió: "Ahora hemos caído en desgracia, no tenemos casa, y al fin recalamos con el lumpen en lo de Segismundo, donde Pablo por lo menos me abrazó con alegría y se empeñó en que tomara cualquier cosa, que él pagaba. Pero el fin de semana en Segismundo fue un áspero recordatorio de lo que había significado Lorelei, ahora transferida a un par de jóvenes desconocidos por el mismo Pedro que afirmaba que si yo me iba alguna vez, él pondría una placa que dijera ‘Aquí vivió R. W.’. Bueno, ahora puede ponerla".
Poco tiempo después, en junio de 1969, una noticia lo alegró y sacudió por igual. Había sido asesinado el líder sindical Augusto Timoteo Vandor, y su vida corría peligro. En su novela ¿Quién mató a Rosendo?, Walsh denunciaba la responsabilidad de Vandor en el asesinato de otro joven sindicalista, Rosendo García. La noticia lo obligó a salir rápido de Buenos Aires. El mismo Walsh sostuvo: "Me alegré. Dije que me alegraba. Todavía me alegra. Pero entonces supe que tendría que irme hasta que las cosas se asentaran un poco".
Fue entonces que volvió a lo de Segismundo y aún más lejos, para recorrer durante ocho días los callejones de agua del Delta profundo. Por primera vez se metía con su oficio terrestre, pero en los misterios del Delta, su lugar en el mundo, ese sitio que hasta mencionaría en su texto final (Carta Abierta a la Junta Militar).
De aquel tiempo surgió la aún hoy casi desconocida crónica Claroscuro del Delta, donde combina su conocida rigurosidad periodística, con grandes dosis de ingenio literario, para resignificar la historia de un territorio tan vasto como inexplorado. En esta auténtica lección de periodismo, Walsh hace un feedback entre aquellos primeros pioneros que poblaron el Delta en la época de Sarmiento y los sobrevivientes que continuaron viviendo a la vera del río, y a la vera de todo, cien años después. Al Walsh estadista le llama la atención el avance interminable de las islas, 70 metros por año, y la supervivencia de sus habitantes. Al literato, en cambio, le maravillan los datos de color para remontarse ontológicamente en la raíces de la región:
"Al último tigre lo mataron los hermanos Cepeda en tiempos de María, la María, la contrabandista de trabuco recortado que se ahogó en el Bravo por salvar a un cristiano. Pero la memoria del tigre y los piratas se extinguió con Celestino Ceballos, cuando a los 106 años pobló por segunda vez la Boca de las Ánimas, lugar de su vida y de su muerte".
En Claroscuro... rescata el testimonio de hombres que son casi la voz misma de las islas. Se ocupa de que cada isleño le señale en algún objeto las marcas que dejó en la que Haroldo Conti llamó, en su última crónica periodística para la revista "Crisis" la "Puta creciente del ’40". Pero esas desgracias que parecen ser un simple designio de la naturaleza, tienen –como en Conti- una relación estrecha con el olvido al que el isleño ha quedado relegado.
Llega en sus recorridos hasta el Paraná Guazú. Cita entonces al mismo Conti, para refrescar eso de que "Es necesario llegar hasta aquí, recordé con Haroldo Conti, para saber lo que es un río en esta parte del mundo".
Cerca del Guazú contacta a los vascos que llegaron hasta allí huyendo de la fiebre amarilla para instalar una fábrica de cerámica en el Carabelas; a los italianos en el Luján; a los franceses dispersos que han dejado su huella hasta en la arquitectura; a Carolina de Seybold, la maestra holandesa de 91 años que está perdida entre sus libros que ya nunca podrá leer porque ha quedado ciega; también a los nutrieros, pocos, porque casi han desaparecido, y que ya había recuperado en su cuento "Los nutrieros", publicado en Leoplán en 1951.
"Son sobrevivientes de un tiempo que se acaba. Sus ranchos subsisten a la orilla de los ríos, sus trampas velan los comederos de las nutrias, sus manos mantean los cueros o engavillan el "unco", pero cada creciente que detiene el trabajo en las quintas, cada helada que paraliza los cultivos, arrastra a las ciudades próximas su marea de isleños. Muchos no vuelven".
Rodolfo Walsh tampoco pudo volver más, luego de que le llegara la información de que había sido allanada su última casa en el Delta, "Liberación", cuyo nombre él no había puesto, aunque la reminiscencia al escritor resulte inmediata. Cuando la Armada y la Prefectura allanaron la vivienda, Walsh, siempre un paso antes que sus captores, había dejado de concurrir a su lugar más querido.
Hoy, esta última etapa de Rodolfo Walsh en el Tigre ha sido retomada por la causa que investiga los asesinatos y desapariciones en la ESMA. Cuando la situación política lo llevó a esconderse en San Vicente, bajo la estética de un profesor de inglés retirado, le diría a su mujer, Lilia:
"Hay que seguir la ruta de las lagunas porque nos quitaron el Tigre. Necesito vivir cerca del agua".
Fuente: 7 Días.
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