Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

martes, enero 03, 2012

Novela "Una rosa para Junior" - (31) -


     El helicóptero apareció zigzagueante, precedido del potente zumbido de su motor y cortando el aire con sus aspas. Levantando remolinos de viento se posó levemente en el centro del círculo amarillo frente a uno de los hangares del aeropuerto. Rápidamente, los dos hombres vestidos de jeans y remeras se apearon y corrieron hacia un costado de la pista. Acomodando sus gafas oscuras sobre la frente, Junior, impartió algunas indicaciones a un empleado, entre otras cosas que procediera a la carga de combustible.
     La presencia de Divah lo gratificó enormemente. Al verla tuvo la impresión de estar en presencia de una de ésas estrellas hollywoodenses que tanto admiraba. Una inquietante mujer vestida de negro que fumaba displicentemente sentada con las piernas separadas sobre el capot de un descapotable que, inmutable, siguió las maniobras de la máquina hasta que esta tocó tierra; como enajenada del mundo. Siguiendo con suma atención los movimientos de una camioneta que se acercó a la nave recién posada; y el de las personas, entre las que se destacaba una muchacha rubia, que se apresuraron en tomar varias valijas y alejarse del mismo modo en que aparecieron, y que apenas se tomaron el tiempo de intercambiar saludos con el piloto.
     Junior sintió como se le aceleraba el pulso y necesitó comentarlo con su amigo.
-         ¿Y, qué te dije?... Ahí la tenés…
-         ¡Ay, mi dios! – exclamó éste rendido ante tanta belleza - ¡y te la comiste toda vos solito, guacho!
-         Al revés. Fue ella la que me comió a mí. – corrigió Junior al tiempo que levantaba su mano para saludar a la joven. Divah pitó por última vez el cigarrillo antes de arrojarlo y acercarse con andar desganado a los dos hombres.
-         Hola guapo. Ya me estaba impacientando. Pensé, este tío se ha borrado y yo me he quedado varada en esta bendita ciudad.
-         ¿Después de lo de anoche? ¡Jamás, hermosa! Déjame que te presente a mi gran amigo incrédulo, Víctor, mi coequiper… Víctor, ella es el bombón de quien te hablé. Lamento decirte que perdiste la apuesta y cuando lleguemos a Rosario pienso cabrártela.
-         Nobleza obliga. He conocido infinidad de mujeres que se mean por salir con este caradura, y una más linda que otra, pero debo confesar que vos superás con creces todo lo imaginable. Y lo de la apuesta no lo tomes a mal. Mi socio me habló de vos hasta por los codos y creí que me estaba macaneando… - señaló Víctor acercando su mejilla a los labios de la libanesa.
-         Encantada, Víctor. Me llamo Concha, pero no voy a permitiros que se mofen de tan bello nombre… - pronunció riendo.
-         ¿Tomamos un café mientras esperamos que alisten el helicóptero? – terció Junior.
-         Paso. Prefiero tomar aire fresco. ¿No te ofendes?... todavía me dura la resaca de anoche pero no me quejo, la hemos pasado de puta madre. Aquí los espero.
-         Como quieras. Volvemos en diez minutos.
-         Vale. ¿Te molestaría si le echo un vistazo a tu juguete? Es una preciosura de máquina y siento cierta curiosidad… Pero déjame aclararte qué ¡ni loca pienso subirme a tu helicóptero! Vuela con tu socio que yo los sigo desde tierra – agregó Divah socarronamente. Estos aparatos no me inspiran confianza, no son muy seguros.
    Los dos jóvenes se alejaron dejando a la pelirroja admirando el estilizado perfil de la máquina. Divah supo que no debía desperdiciar aquella oportunidad. Solo estaban el mecánico y ella. Ningún tercero en discordia a la vista, por lo que aguardó que éste concluyera su tarea, cuestión que no se dilató demasiado. El helicóptero estaba en óptimas condiciones, apto para volar. Revisado y reaprovisionado, aguardando el turno de despegar.
    Divah rodeó la aeronave, deslizando su mano enguantada por sobre la pulida superficie roja y blanca hasta llegar a su habitáculo. Antes de sentarse frente a los comandos volvió a cerciorarse de que nadie la estuviera observando, entonces, con rápidos movimientos tomó la jeringa que llevaba sujeta al elástico de la prenda interior y sujetándola entre sus dedos buscó afanosamente algún conducto de fluídos. Así hasta que su mano libre halló una manguera plástica. Semi agachada constató el recorrido del ducto que comunicaba directamente con el rotor principal. La delgada aguja atravesó el material como si se tratara de los colmillos de una cobra enfurecida. El pulgar de Divah presionó el émbolo hasta vaciar la hipodérmica. El veneno corría ahora por el interior del helicóptero. Quitó la aguja, volvió a cubrirla con el protector plástico y la escondió nuevamente entre su ropa interior. Como acto final tomó la rosa negra que portaba consigo desde su partida de España y la introdujo entre las pertenencias de Junior. Era el mensaje enviado hacia su padre, el presidente. Él sabría interpretar su verdadero tenor.
     Luego, y como si nada, prosiguió admirando el interior de aquella maravilla mecánica, en tanto que en su mente se repetían las palabras del Ángel: “… recuerda, éste ácido actúa como la gota rusa. Algo más lento pero con idénticos resultados…” No era una persona por lo tanto debería aguardar entre quince y veinte minutos antes de que el motor evidenciara los primeros síntomas, preludio del colapso terminal. Una caída libre desde las alturas y a gran velocidad era sinónimo de muerte. “Controla el tiempo, y si es preciso distrae la atención del piloto para quitarle cualquier margen de maniobra. Hazlo como te digo y no dudes…”
     Junior y Víctor retornaron en término. Divah les sonrió desde su ubicación, sentada al volante del Escort dispuesta a seguirlos. Junior encendió el motor del helicóptero, consultó el instrumental de vuelo y realizó un chequeo de rutina. Nada anormal. El mecánico se acercó para corroborar el perfecto funcionamiento. Arriba, el cielo presagiaba lluvias. El pilotó decidió no demorar más la partida.
-         ¿Está segura de no querer acompañarnos? Podés guardar el coche en el hangar hasta la vuelta… - insistió Junior por última vez.
-         Ustedes continúen con su viaje a su gusto. Yo prefiero manejar. Es más seguro – le respondió ella acelerando varias veces el motor del automóvil.
-         Bien, eso corre por tu cuenta, nena. Las estadísticas demuestran todo lo contrario. Ocurren más accidentes automovilísticos que aéreos.
-         Puede ser. Las estadísticas no dicen que hay menos aviones, ni menos gente que vuela… Nos vemos en… en… ¿cómo se llama la ciudad hacia donde vamos?
-         Rosario. Hasta luego preciosa.
-         Hasta luego mi amor. Y cuídate. No andes cometiendo locuras en el aire.

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