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"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

viernes, febrero 10, 2012

INFORME RATTENBACH



REPORTAJE A AUGUSTO RATTENBACH, HIJO DEL GENERAL: "MALVINAS FUE UN MUESTRARIO DE ACTOS DELEZNABLES Y HEROICOS"


EL MÚSICO E HIJO DEL GENERAL BENJAMÍN RATTENBACH HABLA DEL INFORME QUE ESCRIBIÓ SU PADRE SOBRE LOS ERRORES DE LA JUNTA MILITAR EN MALVINAS, DEL QUE NO CONSERVÓ NINGUNA COPIA. CREE QUE “NO SERÍA DIFÍCIL” RECONSTRUIR EL TEXTO, QUE FUE MODIFICADO POR LOS ALTOS MANDOS DE ENTONCES. HOY, DICE, EL EJÉRCITO ESTÁ ENCAMINADO A “LO QUE DEBE SER”.

"Malvinas fue un muestrario de actos deleznables y heroicos"

No es frecuente en nuestra historia reciente el hecho de que un jefe militar de enorme prestigio como el general Benjamín Rattenbach haya elaborado un informe implacable y, exactísimo, acerca de la Guerra de Malvinas marcando los errores y decisiones de la entonces junta militar compuesta por el general Leopoldo Galtieri, el brigadier Basilio Lami Dozo y el almirante Jorge Anaya.
Tampoco es frecuente que un militar de profunda vocación como el general Rattenbach tuviera un hijo, Augusto, compositor musical de talento que, sin dejar de ostentar su título de coronel, compusiera más de cien obras, entre ellas, doce óperas.
Y en un mediodía de este caluroso e implacable verano nos detenemos a conversar con Augusto en la atmósfera apacible en la que lo rodean su esposa Estela Villa (42 años de casados) y un pequeño jardín en el que invocamos muchos recuerdos.

—¿En qué momento elabora su padre el famoso informe que hoy lleva su nombre?
—Mi padre recibió la orden de efectuar ese trabajo. Tanto es así que lo instalaron en el Senado de la Nación (que en aquel momento no funcionaba) y pusieron a su disposición ese sector del Congreso. Una vez formados los equipos, comenzaron a trabajar. Iban llamando de a poco a los integrantes de este drama que se llamó Malvinas y, en un momento dado, luego de un año de trabajo, mi padre consideró que ya había que darle al país una explicación acerca de lo que realmente había pasado y por qué. Con su inteligencia habitual –subraya irónicamente Augusto– la junta militar archivó aquel informe. Ni siquiera lo leyeron. Lo ignoraron.
—Recuerdo que, en aquel momento, se comentó públicamente que su padre había tenido el coraje de enfrentarse con la superioridad de las Fuerzas Armadas.
—Efectivamente. ¡Pero no le dieron cabida! Incluso, ya en aquel momento, un año después de la rendición, la Junta de Comandantes prácticamente había dejado de funcionar. El general Bignone estaba a cargo de la presidencia, pero las cosas siguieron su curso tal como habían sido planteadas en su comienzo. Mi padre, sin embargo, decidió seguir con aquella tarea de análisis de lo actuado en Malvinas y cuando, junto con las distintas comisiones que habían colaborado, mi padre entregó el trabajo el general Bignone, impartió la orden de que no se hiciera públicamente. Los únicos presentes eran los tres o cuatro miembros de la Comisión. Una vez que ellos le entregaron aquel trabajo, Bignone ordenó que se guardara, con el mayor sigilo, en el Estado Mayor del Ejército. Por lo tanto, ni siquiera los militares pudieron tomar conocimiento de su contenido.
—También recuerdo, coronel, que circulaba el comentario de que su padre había pedido las penas más severas para Galtieri y para Menéndez, como comandante de las islas. Esto, por supuesto, no trascendió en el Ejército.
—Le digo francamente que, a mí, eso no me consta. ¿Por qué? Pues por una sencilla razón: tampoco tengo el original del informe. Quedó archivado. Mi padre ya había dejado de ser miembro de aquella comisión investigadora y recibió del Estado Mayor un informe que había que contestar sobre un sumario del que no recuerdo el motivo.
Mi padre aceptó esta situación, pero pidió, a cambio, que le entregaran el ejemplar del Informe que lleva su nombre y que, como le dije, se encontraba archivado en el Estado Mayor. Bueno, se lo entregaron, ¡pero allí mi padre pudo comprobar que habían cambiado varias hojas! Yo supongo que se trataba del asunto Astiz, cuando firmó la capitulación de las Georgias en el Atlántico Sur. Le repito que creo que fue en ese punto que mi padre comprobó que se habían cambiado páginas del informe. Lamentablemente, mi padre murió poco tiempo después y las cosas han quedado como acabo de relatarle.
—¿Quiere decir que el general Rattenbach no guardó ninguna copia del Informe Malvinas?
Se advierte un sincero dolor en la franqueza de Augusto: —No, no. Mi padre era muy correcto y al recibir la orden de entregar todo el Informe en el Estado Mayor no hizo sino acatar esa decisión.
—Una rectitud notable, pero que hoy lamentamos…
—Sí… De todas maneras yo tengo la sensación de que la reconstrucción de ese Informe no es tan difícil. Obviamente, se trata de una sensación personal sin ningún asidero.
—Imaginamos cómo se habrá vivido la guerra de Malvinas en su propia casa.
—Bueno, mi padre se agarraba la cabeza –recuerda Augusto– Sin embargo, todo quedaba en casa porque, exteriormente, él no hacía ningún tipo de declaraciones a pesar de la insistencia de la prensa por conocer el informe. En aquel momento, las cosas ocurrieron sin pena ni gloria.
—Y comenzaron a saberse cosas muy terribles con respecto al trato de los superiores hacia los soldados muy jóvenes que vivían aquella tremenda experiencia. Usted recordará, seguramente, la foto de un soldadito estaqueado, a pesar del frío intenso, por el simple hecho de haber robado una oveja para un asado con el que los muchachos sólo querían calmar el hambre a la que la mala organización los había condenado pese a que, luego de la rendición, se comprobó que los depósitos de la isla estaban abundantemente provistos.
—Bueno, pero no se olvide de una cosa: en Malvinas pasó de todo. Hubo actos horribles como ése que usted relata y, por otra parte, en otros lados las cosas se hicieron muy bien. Es decir, Malvinas fue un muestrario de actos deleznables y de actos heroicos. Así fue realmente. Conozco los relatos de muchos ex combatientes que señalan que ciertas cosas se hicieron muy bien. Otras, obviamente, no. Por eso es importante investigar cada caso.
—Nosotros ya estábamos casados y los chicos tambien participaban de lo que estaba ocurriendo – explica Estela–. Dibujaban barcos y aviones constantemente. Justamente fue la Fuerza Aérea la que cumplió el mejor papel con el hundimiento del Sheffield. Nadie sabía, en cambio, qué estaba pasando con los Exocet. Algunos decían que estaban vencidos y que ya no servían.
—Bueno, dentro de esa horrible confusión subrayamos– es notable cómo se ha conservado en forma impecable la figura de su padre.
—Eso fue la consecuencia de toda una vida y de toda una conducta que quizás haya sorprendido a algunos. Y, a lo largo de muchos años de carrera militar, él demostró justamente eso: un profundo sentimiento ético que no debía nunca menoscabarse.
—Tal como usted lo describe, es un verdadero militar de carrera y llama la atención que, justamente él, haya tenido un hijo músico, como usted. ¿Le costó aceptar esa vocación suya?
—La aceptó muy bien porque también mi padre amaba la música y creo que lo que vio en mí fue algo que tambien era una parte suya.
—Amaba la cultura clásica –recuerda Estela–. Especialmente, todo lo referente a Grecia. Además, en la familia siempre se escuchaba música clásica. En aquella casa de Belgrano, yo diría que Augusto era el “disc-jockey”. Además, comenzó a estudiar música cuando apenas tenía seis o siete años.
—Yo no fui al Liceo Militar. Entré directamente al colegio militar.
—¿Y cómo ve ahora al Ejército?
—Ahora lo veo bien. Pasó una época de crisis, pero me parece que está entrando en lo que debe ser. Es decir, el brazo armado de la patria y no otra cosa diferente. Afortunadamente, creo que se puede decir que hoy notamos un avance notorio.
—Con mucho coraje, un grupo de oficiales jóvenes crearon el Cemida que fue algo así como un centro de militares para la democracia. Usted era uno de ellos.
—Sí. Y tuvimos mucha oposición. Nos costó mucho trabajo llegar adonde estamos hoy. Era el final de la dictadura, esperábamos la democracia, pero igual nos pusieron una bomba que voló nuestras oficinas. Aguantamos y el Cemida siguió adelante hasta llegar a lo que queríamos. Es decir, a demostrar que las Fuerzas Armadas debían estar al servicio del país y no al revés. Siempre sospechamos de dónde venía aquella bomba.
—¿Es decir?
—Bueno, supongo que de aquellos elementos afines a las Fuerzas.
—De todas maneras deben haber sido momentos muy difíciles. Tambien para usted.
—Bastante… –tercia ella–. Durante la dictadura, cuando yo estaba embarazada de Federico, mi hijo mayor, encontramos esta biblioteca (la señala) y la de enfrente que estaban apoyadas en la pared, trasladadas a la mitad de la habitación. Habían entrado y las habían corrido en forma tal de poder descubrir quién sabe qué instalación secreta. Nos arrancaron varias veces los cables del auto y dejaron ostensiblemente sobre los asientos la documentación que estaba en la guantera. También nos seguía siempre un taxi y Augusto, mi marido, –y aquí se distiende y ríe– llevaba siempre sus partituras porque decía: “Si me meten preso, voy a seguir componiendo en la cárcel”. Ni siquiera quería cambiar de recorrido.
—Yo recuerdo que en el Cemida, el coronel Ballester y usted eran los únicos militares que hablaban con la prensa. De alguna manera, eran portavoces de cordura… Me imagino que, después de haber hecho el informe de Malvinas, su papá quedó muy aislado ¿no?
—Sí. Prácticamente fue así. Terminó con su cometido y murió al poco tiempo. Fue algo muy fuerte para él. Porque no sólo se trataba de redactar el Informe Malvinas, sino de una verdadera conmoción en su vida como militar.
—Además –recuerda ella–, tu padre repetía siempre que lo de Malvinas era justamente lo que no había que hacer en una guerra. ¡Los protagonistas hicieron todo lo contrario! Y vivir todo eso lo entristeció mucho… No lo hablaba pero, al poco tiempo, sufrió un derrame cerebral y ahí ya… después de una semana muy larga no hubo nada más que hacer… Un hombre muy fuerte, pese a sus 86 años.
—Me imagino que para un hombre de sus características, elaborar el duro informe de Malvinas fue como perder a un ser querido.
—Sí, efectivamente. Y también ocurrieron cosas desagradables. Cuando murió mi padre, se presentaron dos oficiales del Estado Mayor a reclamar la única copia del Informe que él había guardado como propia… La copia no apareció, pero fueron momentos muy tristes. Acababan de operar de la vista a la que yo llamaba “mi tercera madre” (el general Rattenbach había enviudado dos veces) y el llanto que le produjo ese episodio obligó a una segunda operación de cataratas.
—La habían operado el día anterior –recuerda Estela–. Y fue necesario intervenirla nuevamente. Se puso muy nerviosa y lloró largamente. Todos la queríamos mucho y falleció al poco tiempo.
—Historias de amor y de dolor y un informe bélico… Insólito, ¿no?
—Sí. El informe era un tema candente. Imagínese, el análisis de la guerra –prosigue Estela–. Nos parece bien que se publique el Informe, que se oficialice. Fundamentalmente, por los muertos. Por esa gente que ya no está para contar lo que le ocurrió. Sea bueno o malo. Y que este documento histórico quede al alcance de toda la ciudadanía, tal como lo hicieron los ingleses cuando publicaron sus errores y aciertos. –Augusto asiente–.
Lo que ahora se ha logrado es la publicación del documento para que todos los argentinos lean y juzguen cómo fue realmente Malvinas. Que se sepa todo lo referente a la vida en campaña. Es muy dura y sacrificada y, a la vez, muestra cómo son los hombres en la guerra. Se les debe todo esto a los muchachos que se jugaron la vida en Malvinas y a los que recibieron luego como bandoleros. Sin siquiera indicar a las familias adónde ir a recibirlos. Es indispensable que se conozca toda la historia.

Por Magdalena Ruíz Guiñazú
Fuente: Perfil

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