Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

viernes, marzo 09, 2012

Un falso rumor



Con todos estos trajines de la operación de su padre, del estelar tránsito de su tía Lula por ARCO y de mi torpe afán por celebrar nuestro aniversario, se me había olvidado contarles que, hace cerca de un mes, corrió entre los altos mentideros de Madrid —más o menos cuando se destapó el pastelón del déficit sin fondo del país— que a ella la iban a nombrar, de un día para otro, Secretaria de Estado para la componenda del monumental estropicio. No sé a ciencia cierta a quien se le ocurrió semejante bulo —aunque tenga mis candidatos y ella, naturalmente, los suyos—, pero si sé que viví una semana de absoluto trastorno. El teléfono no es que sonara, es que se quedó afónico durante el primer día, y el de su oficina, ni les cuento, y mientras, servidor, dando apurados desmentidos a troche y moche, unas veces en calidad de mayordomo y otras, en la de primo recién llegado para una delicada gestión, aunque, la verdad, ni una ni otra cosa importasen un bledo a los interlocutores, cuyo paladino y común empeño era dejar constancia de su nombre, su cargo y su anticipadora felicitación a la futura y “muy brillante” Secretaria de Estado.
Y como una mentira cien veces repetida acaba tomando visos de certeza, llegó un punto en que yo mismo dudé si no se escondería en todo aquel cúmulo de llamadas un tastillo de verdad. Y claro, de inmediato se me presentaron cientos de problemas. El primero y principal era cómo se lo tomarían, de confirmarse la falsa habladuría, mis amigos del Café Estar; es decir, si tendría que poner mesa aparte para recibir peticiones o bien, como manda la hidalga tradición castiza, empezarían a mirarme de costadillo, por no decir que me retirarían la palabra para los restos por emboscado y soplón de los conservadores. En fin, que no llegué a saberlo nunca porque con la misma premura que se levantó el rumor, a los cinco o seis días se desvaneció sin dejar la menor huella hasta este fin de semana, cuando, por celebrar ese olvidado aniversario del que les hablaba en la anotación pasada, nos fugamos a un hotelito “con encanto”.
En efecto, allí nos encontrábamos, yo jugando con el mando del televisor y ella secándose el pelo de la ducha; entonces, me dijo coquetuela:
—¿Te imaginas que me hubiesen nombrado Secretaria de Estado?
—Uff, menudo trastorno… —Le respondí.— Siendo como son éstos del gobierno, por lo pronto, tendríamos que casarnos y, luego, mil cosas más por el estilo; así que más vale olvidarlo.
Por un momento empalideció y luego, mirándome fijamente, asintió:
—Sí, mejor lo olvidamos para siempre.

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