Masacre de Ledesma: El Familiar sigue reclamando víctimas
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Por MATÍAS ANGULO
Hace pocas semanas, para un trabajo de la facultad, entrevisté a un ex trabajador del ingenio Ledesma, quien me relataba: “Siempre que yo estuve en la zafra, en los trapiches del ingenio, por año morían uno o dos. Morían apretados y después no le encontrás ni la uña. Lo que decían era que el dueño del ingenio tenía un pacto con el diablo. A nosotros nos recomendaban que andemos silbando de noche, porque El Familiar no se acerca, se hace a un lado, porque es como un alma…”.
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No viene a cuenta el nombre de mi entrevistado porque esa charla tenía otro fin: escribir la historia de vida de un hombre, como tantos otros, que le pusieron el lomo a la provincia y que aportaron su granito de arena para que Jujuy sea verdaderamente Grande.
Por supuesto, no es nuevo lo que narra este viejo zafrero. Mucho se ha escrito sobre la leyenda de El Familiar. De acuerdo a lo que releo en ese escrito académico, la leyenda del Familiar, como parte del sistema mítico de las comunidades rurales, se configura por dos vertientes. La primera, de origen estrictamente americano, es la creencia en un ser sobrenatural en forma de perro inmenso, como el “cadejo” mesoamericano, que acompaña a las personas, especialmente de noche. La segunda, de origen mítico-español, es la representación del demonio de una forma terrorífica. De allí que algunos lo retratan como una serpiente grande y peluda y otros como un monstruo canino. Uno de los motivos de la difusión de esta creencia en la Ledesma de principios a mediados del siglo XX, está vinculado al rápido crecimiento de la industria azucarera dado por la llegada del ferrocarril, generando el vertiginoso enriquecimiento de los propietarios de los ingenios. Corría la presunción de que esa prosperidad no podía tener otra explicación que un pacto con el diablo. Por las dudas, me dice mi entrevistado, “yo, de noche, me venía rezando. Y tenía un machete para ponerlo en forma de cruz. Así me había enseñado mi mamá. Pero nunca me apareció nada”. Sin embargo, este año, y en un par de días, El Familiar no se llevó ni una, ni dos, sino cuatro preciosas vidas. Las de Juan Velázquez (37), Alejandro Farfán (22), Félix Reyes (21) y Ariel Farfán (17). Sus muertes tienen rasgos comunes con las víctimas que, año tras año, El Familiar del ingenio Ledesma hacía (y sigue haciendo) desaparecer. ¿A quién, preferentemente, se llevaba El Familiar? Lo explica el veterano zafrero: “Esa gente que desaparecía en el trapiche (…) siempre trataban de deshacerse de los gremialistas, gente del sindicato, que estaba ligada a la protesta. Era mucha casualidad que mueran muchos de esos. Las muertes eran verídicas. Que hayan sido obra del diablo, no sé…”. Hoy, aquellas representaciones que se construían en el imaginario zafrero a partir de la agitación de temores tan fantásticos como ancestrales, chocan con explicaciones más terrenales, aunque no menos espantosas: el exterminio de quienes se suman a la protesta social sigue más vigente que nunca. Como viene ocurriendo hace casi un siglo, en Ledesma. Y también en otros lugares de este Jujuy que repite, cada tanto, el ciclo histórico de la tragedia. Sin dudas, aquel “pacto con el diablo” permanece tan vigente como en aquellos días en que los lotes zafreros eran ghettos donde se aniquilaba la cultura de los caseños, criollos y, casi en la misma medida, de chaguancos y tembetas. ¿Cómo explicar, si no es a través de un pacto con el diablo, el exponencial crecimiento económico de algunas empresas, en detrimento de la mayoría de los habitantes de un pueblo? ¿Cómo explicar, si no a través del mismo pacto diabólico, que las responsabilidades políticas y judiciales de la represión de este jueves se diluyan en una maraña indescifrable de lamentos, oportunismos políticos, llanterío barato, enunciados demagógicos y vestiduras rasgadas de cabo a rabo, ante un desenlace que pudo no haber sido este? No hay otra explicación: a esas personas las mató El Familiar. ¿Cómo no pensar así si una de las víctimas, Félix Reyes, trabajaba en el surco? (Esto no hace sino intensificar el simbolismo de que alguien, de nuevo, con macabra motivación, lanzó a los trapiches una nueva víctima, para apaciguar el hambre de El Familiar). Hoy, bajo nuevos disfraces, El Familiar continúa cobrándose vidas humanas a partir de un pacto establecido hace muchos años en este país, en esta provincia, donde los más poderosos, los que más tienen, se ven beneficiados con la acumulación insólita de riquezas jamás distribuidas equitativamente. Pero para que ese pacto satánico siga vigente, hay que pagar un precio: la sangre de un obrero, de un trabajador, debe ser derramada una vez cada tanto. Así se apacigua la ira de El Familiar. No hay otra manera. De otro modo, es inexplicable esa orden del juez, el tremendo operativo montado, la disgregación de las responsabilidades políticas y las balas quemando la piel de nuestros hermanos. De jóvenes jujeños.
No me quedan dudas: fue El Familiar.
Y si la leyenda de El Familiar sigue más vigente que nunca, y si las únicas explicaciones existentes son puros mitos, ¿acaso no se está empujando a que –como hacían los viejos zafreros- los marginalizados de siempre, los obreros y los excluidos, vuelvan a empuñar los machetes…
…en forma de cruz? |

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