Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

miércoles, mayo 16, 2012

La ruta del poeta

 


 
Mario Benedetti y Montevideo ya son casi una misma cosa. El escritor encontró en la ciudad rioplatense uno de los principales escenarios de su producción literaria. A tres años de su muerte, un recorrido a través de los ojos del autor.




Texto y fotos: Gustavo Moure
De espaldas a América, y de hecho también de espaldas al resto del país, Montevideo, ciudad-puerto, sólo mira al mar, es decir a eso que llamamos mar y es sólo río (eso sí, el más ancho del mundo) y depende de imprevistas corrientes internacionales que sus aguas políticas o culturales sean dulces o saladas. Huelga decir que, por razones que quizá sean demasiado subjetivas, no la cambio por ninguna otra".
Mario Benedetti nació en Paso de los Toros, campo adentro del Uruguay de Artigas. Pero qué importa donde se nace si uno es donde finalmente se hace. Y es Montevideo el sitio que Benedetti adoptó para fraguar su creatividad, la belleza e ironía de sus palabras, siempre justas. Ahora, cuesta realmente separarlos, pensarlos al hombre y a la ciudad como dos entidades individuales.
Su presencia, fresca aún, reaparece en dos, tres, cien esquinas o lugares de la ciudad rioplatense, en Ciudad Vieja, en Pocitos, en Punta Carretas, en la 18 de Julio, en la Rambla, y así se siente la sensación de estar adentro de sus novelas y de sus cuentos. El secreto es uno solo: Montevideo reúne esa ambigua característica de "ciudad capital y pueblo chico". El escritor se sienta a tomar un café al lado del oficinista, el político camina por la 18 de Julio junto al albañil que se dirige hacia la obra, se es de Nacional o de Peñarol en la misma cuadra, o incluso hace años podía ocurrir que el escolar viajara en el tranvía al lado del gran poeta de la nación, como le ocurrió al propio Benedetti, que compartía recorrido con Juan Zorrilla de San Martín, hecho que inspiraría a Mario para escribir el poema Tranvía de 1929.
Años después, quien quisiera buscar la "casualidad" de encontrarse con ese niño devenido en el otro gran poeta nacional sólo tenía que acercarse al Café Brasilero, el más antiguo de la ciudad, el refugio bohemio al que, todavía hoy, asiste Eduardo Galeano y del que Mario Benedetti también era habitué. Su imagen, entre las de otras personalidades que por allí pasaron, decora las paredes de sus escasos 57 metros cuadrados.
Después del café, vale la pena hacer un desvío en "la Dieciocho" como llaman los uruguayos a su arteria principal. Ahí nuevamente Benedetti puede oficiar de "guía", por ejemplo leyendo su cuento Andamios: "Uno tiene la impresión de que aquí todos nos conocemos. Caminar por 18 de Julio es como moverse en el patio de la casa familiar". Pero lejos del paisajismo, el escritor opta por la retrospectiva y trata de ofrecer una observación completa sin la vergüenza de la clase opulenta por esconder al visitante las miserias de su ciudad: "La gran avenida es el termómetro de la ciudad. La dictadura la dejó sin árboles; la televisión, casi sin cines; la crisis, sin grandes tiendas. Invadida por los vendedores ambulantes y los ardides del contrabando, en algunos de sus tramos podría tomársela por un Marché aux puces del tercer mundo. No obstante, aunque ha perdido gran parte de sus modestos lujos, la avenida sigue siendo una obligada referencia para el montevideano. Si no luce como antes, se debe sencillamente a que somos más pobres. Pero no hay en la ciudad ningún acontecimiento que de verdad importe (…) que no se haga presente en 18 de Julio".
Tras sus pasos, el escritor Alfredo Fonticelli, con el apoyo de la Fundación Mario Benedetti, creó la llamada "Guía Benedetti" que ofrece seis recorridos para buscar al escritor en las calles de la ciudad. "No fue fácil la elección, porque existen más de 600 lugares en la ciudad referenciados en sus obras", cuenta Fonticelli. "La idea surgió a partir de una práctica personal de recorrer ciudades y bienes culturales y de reconocer la figura "extramuros" de Mario Benedetti y, sobre todo, por el desafío de hacer algo innovador en lo cultural como forma de identidad", agrega.
Pero Mario encontró una ciudad a su medida, pequeña, que es fácil recorrer en unas cuantas horas: "Un golpe bajo, evidentemente. Así no vale. Me sentí como desnudo, con esa desesperada desnudez de los sueños, cuando uno se pasea en calzoncillos por Sarandí y la gente lo festeja de vereda a vereda", dice en La Tregua, la novela que cuenta los sinsabores de Martín Santomé, un oficinista viudo, de 49 años, que comienza a comprender que su vida se esfuma entre las tareas contables y la fallida tarea de haber sido padre y madre a la vez, o ninguna de las dos cosas. Quizás sea Mario el propio Santomé en sus tiempos de oficinista. Fue Benedetti quien llegó a decir que el Uruguay era "una gran oficina".
A la vuelta de la peatonal Sarandí está la Plaza Constitución, también llamada "Matriz": "Estuve un rato contemplando el alma agresivamente sólida del Cabildo, el rostro hipócritamente lavado de la Catedral, el desalentado deseo de los árboles. Creo que en ese momento se me afirmó definitivamente una convicción: soy de este sitio, de esta ciudad", dice el protagonista de La Tregua, quien girando hacia la Plaza Independencia, contempla: "donde a una muchacha el viento le levantó la pollera. A un cura le levantó la sotana. Jesús, qué panoramas tan distintos". A unas cuadras, se levanta el fabuloso Teatro Solís, dónde en Gracias por el fuego, el escritor dirá "con decirte que la otra tarde vino Chelita y me llevó al Solís, a la vermout, claro, porque de noche, yo me duermo".
El recorrido céntrico quizás tenga un doble significado, que lo aporta en este caso la valiosa "Guía Benedetti". El pálido frente de edificio con el número 878 sobre la Avenida 18 de Julio, no sería relevante a no ser por dos cosas: primero porque allí vivió Benedetti y segundo, quizás lo más notable, porque allí el escritor escondió al legendario líder tupamaro Raúl Sendic a quien le dedicó El cumpleaños de Juan Ángel, en 1971.
Rodó, Pocitos y Punta Carretas. "Los domingos…iban al Parque Rodó, a caminar por el borde del lago, a soportar sin comentarios el escándalo de los chicos en la calesita para volver a eso de las siete, llenos de buen aire, sobre el vaivén del mismo tranvía". Esta vez, el extracto pertenece al cuento No ha claudicado, de 1959.
Luego de los jardines y lagos del parque es posible salir directo a la Rambla, la permanente referencia de la capital uruguaya: "Me conmueve ese murallón de grandes edificios que dan sombra a la playa y la cubren de una falsa melancolía…", dice Ramón, el protagonista de la novela Gracias por el fuego. No muy lejos de allí está el barrio de Punta Carretas. La antigua cárcel de la que se fugaron famosos anarquistas italianos en 1931 y 106 tupamaros de una manera novelezca en 1971, es hoy un moderno shopping que poco tiene que ver con aquel pasado de sombras que Mario rescata en La borra del café, escrito en 1992: "Nos mudamos a Punta Carretas, calle Ariosto, al costado de la cárcel. Precisamente esa vecindad poco esplendorosa abarataba el alquiler" (…) "Del otro lado de la cárcel, exactamente sobre la calle Solano García vivían mi abuelo Javier y mi abuela Dolores, la enferma permanente. Su vivienda, bastante modesta, quedaba entre los fondos de la iglesia, Nuestra Señora del Sagrado Corazón, y el local que había ocupado la ya célebre carbonería ´El Buen Trato´ donde se fraguó y llevó a cabo la fuga de Rosigna, Moreti y otros presos gracias al túnel que se cavó debajo de la carbonería".

El año 1967 fue seguramente un antes y un después en la vida de toda aquella generación. Tras el asesinato de Ernesto "Che" Guevara en Bolivia, Mario pone sobre la mesa la incómoda discusión del compromiso de los intelectuales con la realidad y escribe el poema Consternados, rabiosos: "Da vergüenza mirar/los cuadros/los sillones/las alfombras/sacar una botella del refrigerador/ teclear las tres letras mundiales de tu nombre/en la rígida máquina/ que nunca/ nunca estuvo con la cinta tan pálida// Vergüenza tener frío/y arrimarse a la estufa como siempre/ tener hambre y comer/ esa cosa tan simple/(…) cuando tú comandante estás cayendo/ametrallado/ fabuloso/nítido/eres nuestra conciencia acribillada…"
Su compromiso lo obligó a exiliarse primero en Buenos Aires, hasta que la banda parapolicial "Triple A" lo puso en su mira. Pasó por Perú, Cuba y España. Diría por entonces "me confiscaron la palabra y hasta el horizonte". Fueron doce años a la deriva hasta que volvió a su Montevideo amada en 1985. Intentó irse en mayo de 2009, cuando murió, pero esta vez ya no pudo. Benedetti está en sus calles, en su gente. Se cuela irreverente entre las suelas de los zapatos, especialmente claro, entre las suelas rotas.





























































 

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