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"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

jueves, noviembre 22, 2012

Desarrollismo: religión de la periferia capitalista


El desarrollismo es la religión de la periferia capitalista. Es una religión que nace de la promesa burguesa del progreso social para todas las clases sociales bajo el régimen del capital en escala mundial.
 
 


Desarrollismo y dependencia en América Latina
 
“Embora parecesse ser um hábito comum, conosco não dava muito certo, sobretudo porque só começávamos a fazer as malas um pouco antes de o trem entrar na estação. E aí naturalmente já estávamos aflitos e mal tínhamos esperança de alcançar o trem, muito menos de conseguir bons lugares”
Franz Kafka, 29/10/1911
Nildo Ouriques
El desarrollismo es la religión de la periferia capitalista. Es una religión que nace de la promesa burguesa del progreso social para todas las clases sociales bajo el régimen del capital en escala mundial. No es sencillo escapar de su poder de seducción pues se trata también de una ideología que puede, en determinadas fases del desarrollo del sistema capitalista, presentar cierta base material. Pero no puede sostenerse de manera indefinida ni jamás cumplir la promesa de un reino de la felicidad y mucho menos de la abundancia en el planeta tierra. De hecho, ni siquiera puede cumplir la promesa de garantizar para las mayorías las condiciones mínimas necesarias para la reproducción digna de la vida, como bien lo demuestra la crisis estructural del sistema capitalista, particularmente intensa en los países centrales. No obstante la amnesia social que afecta a las grandes mayorías de la periferia capitalista, nadie podría olvidar jamás las enseñanzas históricas, pero suele suceder que, más allá de frustraciones anteriores, las clases subalternas vuelven a creer que el desarrollo económico puede ser eterno y contemplar a todos en las coyunturas de baja la tasa de desempleo o cuando suben los precios de las materias primas que su país exporta.
Más allá del optimismo ingenuo o interesado que actualmente sufrimos, es posible observar que el “nuevo desarrollismo” padece de los mismos males del “viejo desarrollismo”, aunque este tenía mayor capacidad política y formulación teórica que el primero. Cuáles son los principales obstáculos para el “nuevo desarrollismo”?
La economía política enseñó que el sistema capitalista reserva un papel estratégico para la su periferia. Ésta es responsable por dos mecanismos importantes, de hecho, decisivos para su funcionamiento global: la transferencia de valor de la periferia hacia el centro y la sobreexplotación de la fuerza de trabajo. Como sabemos, no fue sencillo identificar estos dos mecanismos básicos de la economía política contemporánea y ni siquiera las corrientes más importantes del socialismo (el reformismo social-demócrata y los comunistas) aceptaran la transferencia de valor y la sobreexplotación como leyes inexorables del funcionamiento sistémico.
Por ende, una parte de la izquierda apoya decididamente el “nuevo desarrollismo” porque supone no existir alternativa viable de corto o mediano plazo o sencillamente supone que el desarrollismo es la única vía hacia el socialismo. Aunque se presente como “realista” es evidente que se trata de una falsa alternativa que, precisamente por ello, merece la crítica. Las ciencias sociales en América Latina tienen larga tradición en la crítica al desarrollismo, especialmente las vertientes marxianas. Ocurre que no pocas veces las corrientes o movimientos sociales abandonan un diagnóstico correcto porque suponen no existir correlación de fuerzas favorables para cambiar la vida. Es un error común y fatal. Someter nuestro diagnóstico de la dinámica de la crisis actual a las limitaciones de la correlación fuerzas entre las clases sociales no cambiará para mejor nuestra situación. Además, más temprano que tarde no inducirá al error en las opciones prácticas que todo movimiento social tiene que tomar.
En la actualidad, hay obstáculos importantes para la realización de la promesa desarrollista. En primer término, es necesario identificar la base real del optimismo burgués que impulsa el “nuevo desarrollismo”. De hecho, en los últimos años, al contrario del comportamiento básico del sistema, los términos de intercambio fueron favorables a la periferia: la alza de los precios de la minería y de los productos agrícolas permitió un ingreso adicional a los países periféricos que no existía en los períodos anteriores. El deterioro de los términos de intercambio fue sustituido por una relación favorable. Pero hay que advertir sobre dos aspectos decisivos.
El primero es que tal fenómeno consolidó una posición de los países periféricos en la división internacional del trabajo ultra adversa. Ocurrió, de hecho, una renuncia en avanzar hacia las fases más importantes de la industrialización, es decir, las fases en donde se concentra la disputa científico-técnica y la multiplicación de la capacidad de producir con menor gasto de fuerza de trabajo. Las pérdidas económico-financieras de esta renuncia es extraordinariamente más importante que los dólares que entran en el país por concepto de la elevación de los precios de las materias primas agrícolas y minerales.
El segundo aspecto, es que no hay garantía alguna que los precios permanecerán con esta tendencia de alza por mucho tiempo; al contrario, mucho más que la famosa “demanda china” hay buenas razones para suponer que la especulación de precios y su administración monopólica constituyen las razones fundamentales para este comportamiento reciente. No hay dudas que volverán a la tendencia histórica de baja.
La característica fundamental de la economía dependiente no es, como pensaban los desarrollistas cepalinos de los sesentas y los defensores actuales del orden burgués, el deterioro de los términos de intercambio, sino el intercambio desigual responsable por la transferencia de valor de la periferia hacia el centro del sistema bajo múltiples conceptos que superan con creces la mejoría eventual de los precios de las materias primas minerales y agrícolas (commodity). La economía política latinoamericana identificó un fenómeno real – el deterioro de los términos de intercambio – pero no logró establecer que aún cuando positivo, no pueden de hecho compensar las transferencias por otros conceptos (royelties, interés de la deuda externa e interna, administración monopólica de los precios, préstamos inter-firmas, etc.) que son lo que realmente decide la suerte del siempre precario equilibrio del balance de pagos de los países de la periferia.
Es por ello que el llamado “neodesarrollismo” o “nuevo desarrollismo” no puede cumplir la promesa burguesa en la periferia capitalista. Las transferencias de valor de la periferia del sistema hacia el centro son tan expresivas que contrarrestan con creces los eventuales y sin duda pasajera mejoría en los términos de intercambio.
Hay dos indicadores que son muy sencillos para impedir el paraíso terrenal en la periferia capitalista. El crecimiento de la deuda interna – proceso iniciado en fines de los años ochenta – es, de hecho, el fenómeno más importante para la acumulación de capital en América Latina. Todas las fracciones del capital (financiero, comercial, industrial, agrario) son beneficiarios directos del super-endeudamiento del estado latinoamericano. En Brasil nada puede ser más expresivo de esta regla básica de la economía política burguesa: precisamente durante la fase “desarrollista” los gobiernos de Lula e Dilma transfirieron miles de millones de reales de los impuestos hacia el pago de los intereses de la deuda interna. En el último año de su gobierno, Lula destinó 40% de toda la recaudación fiscal para la deuda; Dilma, en su primer año destinó 44% y, en segundo, sencillamente 45,05% de toda la recaudación para los acreedores del estado. No por otra razón, el porcentaje destinado a la vivienda – principal programa del actual gobierno – recibió apenas 0,16% de la recaudación y nada invirtió en 2011. Mientras tanto, 12 millones de familias se quedan sin habitación y no hay razón para suponer que tal programa pueda avanzar en el corto plazo del actual gobierno. Alguien puede creer que con semejante política económica las cuestiones sociales gravísimas del país podrán encontrar solución? Además, és creíble la promesa de la presidente Dilma en erradicar la pobreza en el país?
El segundo indicador es la super-explotación de la fuerza de trabajo, es decir, el hecho de que en Brasil 76% de la población económicamente activa gana hasta tres salarios mínimos. El DIEESE calcula que el salaria mínimo necesario es de casi R$ 2.300,00 reales mientras que el gobierno anuncia que este ano el mínimo será de R$ 622,00 reales. Este profundo contraste impide la constitución de un mercado interno de masas, razón por la cual no pasa de ideología los discursos sobre la “nueva clase media” brasileña. Por cierto, ningún intelectual o periodista que todos los días publican textos sobre este supuesto nuevo fenómeno estaría dispuesto a sumarse a la “nueva clase media”. Según el IPEA – instituto oficial – el 10% de la población detiene el 75,4% de la riqueza del país. El presidente del IPEA, economista Márcio Pochmann, afirma que “más allá de los cambios políticos, las desigualdades estructurales siguen sin cambio” en país. Durante un breve período del segundo gobierno Lula algunos sindicatos lograron aumentos de salario por encima del aumento de la productividad, pero fueron muy modestos y excepcionales. En la actualidad nadie se recuerda de este período que ya está marcado por la concepción de “austeridad” una vez más cuando ocurren negociaciones entre capital y trabajo. Es decir, un crecimiento permanente del ingreso o por lo menos a la par del aumento de la productividad de la industria no se verifica en el país, razón por la cual es imposible suponer que se desarrollará un mercado interno de masas capaz de eliminar la pobreza extrema y la desigualdad de clase que marca las formaciones sociales latino-americanas.
Es necesario entender que la estabilidad de los gobiernos de Lula y Dilma es producto del pacto de clase que sostiene los gobiernos de la república desde 1994, es decir, el pacto de clase que sostuvo originariamente Fernando Henrique Cardoso. De hecho, el llamado Plan Real (1994) no solamente dio la victoria electoral a FHC en contra de Lula ya en la primera vuelta de los comicios presidenciales, sino que estableció un nuevo pacto de clase que finalmente gobierna el país desde entonces. La “magia” de Lula después de dos derrotas para FHC consiste precisamente en adoptar como programa del PT y sus aliados las directrices de política económica emanadas de aquel pacto; agregó, obviamente, la “dimensión social”, es decir, la legitimidad de Lula, del PT y de las organizaciones sociales que lucharan durante más de una década en contra de la política “neoliberal”. Es necesario decir que FHC – su candidato era José Serra – no tenía ninguna condición de vencer Lula en 2002 porque el programa de las privatizaciones, de endeudamiento del estado y de apertura de la economía nacional al capital internacional y de la llamada “precarización de la fuerza de trabajo” ya estaba completo. El desgaste político y social del programa del grande capital era enorme y Lula vencería los comicios aun sin hacer concesiones estratégicas a las clases que forman el pacto de 1994. Cuando Lula asumió aquel programa y tuvo a su favor los vientos favorables de la economía mundial capitalista pré-crisis, fue posible incluir bajo control electoral amplios sectores sociales que recibieron migajas en la forma de programas sociales más o menos amplios y consistentes. Así, Lula incorporó al pacto los sectores sociales “desorganizados”, es decir, la amplia masa de los trabajadores de un país cuyo mercado de trabajo incluye dos terceras partes de los trabajadores. En definitiva: Lula emprestó la legitimidad de la “cuestión social” a la política del gran capital. Los precios favorables de las exportaciones permitieron que algo del gran festín burgués también llegara a la mesa de las clases subalternas. Reconocer esta mejoría relativa no significa supones que los cambios estructurales finalmente están a la esquina como de hecho insiste el “neodesarrollismo” y sus defensores.
Hay que reconocer que el viejo desarrollismo también suponía un pacto de clase en el cual los trabajadoresse sumaban a los intereses de clase dominante bajo garantías políticas y sociales: tenían fuerza política organizada y se beneficiaban con las políticas de empleo y ingreso relativamente amplias. La presión organizada de los sindicatos y las políticas de inspiración keynesianas pretendían, mucho más que políticas sociales que actualmente existen, políticas basadas en el trabajo formal, reconocimiento de derechos elementales (seguridad social, vivienda y reforma agraria limitada, por ejemplo). Este contraste real no puede legitimar el “viejo” desarrollismo pero ciertamente permite analizar con mucho más sobriedad los resultados pretensamente mejores del “nuevo” desarrollismo y sus entusiásticos defensores.
En los dos casos históricos – el viejo y el nuevo desarrollismo – hay los dos obstáculos insuperables para una economía periférica enfrentar el tema de la soberanía nacional y la llamada “cuestión social”, tal como lo indicamos anteriormente. Estos límites estructurales no impiden el apoyo o aún la simpatía por medidas de política económica y social de combate hacia la pobreza extrema y la indigencia. Pero tampoco pueden ocultar que nunca como en la actualidad los dueños del poder acumularan tanta riqueza como en la actualidad. Poco a poco, las clases subalternas descubren en América Latina que el recurso a las dictaduras fue una necesidad histórica de las clases dominantes cuando el protesto y el nivel de consciencia de las primeras crecieron al punto de poner el orden dominante en jaque. Descubren también que las democracias pueden ser tan útiles como sistema de dominación para las clases dominantes cuanto a su tiempo lo fueron las dictaduras. No hay, por lo tanto, razón para defender las “conquistas actuales” como se estuviéramos amenazados de volver a la Edad Media por decisión de los poderosos de siempre. Solamente la experiencia de lucha que desarrollan en cada coyuntura, el acumulo político y la consciencia histórica que adquieren es la garantía de que están, de hecho, pariendo un mundo nuevo.

(*) Profesor de Economía y ex-Presidente del Institutode Estudios Latinoamericanos de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC-iela)

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