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"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

domingo, abril 27, 2014

Las guerras que volvieron a EE.UU. con sus soldados



      
Daños colaterales. Los veteranos de guerra suelen acarrear serias secuelas físicas.


Unos 2,6 millones de hombres y mujeres norteamericanos han sido enviados a las guerras de Irak y Afganistán. Según un reciente estudio realizado por The Washington Post, casi un tercio de ellos afirma que su salud mental es peor que cuando partieron.
Después de una discusión por el rechazo de una licencia, el soldado especialista López sacó una pistola Smith & Wesson calibre 45 y comenzó una matanza indiscriminada en Fort Hood, la mayor base de EE.UU., que dejó tres soldados muertos y 16 heridos. Cuando lo hizo, también sacó del armario las mortecinas guerras de EE.UU. Esta vez, una matanza masiva en Fort Hood, la segunda en cuatro años y medio, fue cometida por un hombre que no era un “extremista” religioso ni político. Parece que sólo era uno de los veteranos heridos y perturbados de EE.UU. que ahora ascienden a cientos de miles.
Unos 2,6 millones de hombres y mujeres han sido enviados, a menudo repetidamente, a las guerras de Irak y Afganistán, y según un reciente estudio de veteranos de esas guerras realizado por el Washington Post y la Kaiser Family Foundation, casi un tercio dice que su salud mental es peor que cuando partieron, y casi la mitad dice lo mismo de su condición física. Casi la mitad dice que sufren repentinos estallidos de ira. Sólo un 12% de los veteranos entrevistados afirman que ahora están “mejor” mental o físicamente que antes de partir a la guerra. La cobertura de los medios después de la matanza de López fue, por supuesto, continua, y hubo mucha discusión sobre el PTSD (trastorno de estrés postraumático).
Es la etiqueta (poco comprensible) que ahora se utiliza indiscriminadamente para explicar casi cualquier cosa desagradable que ocurra o sea causada por actuales o antiguos hombres y mujeres militares. En medio de la andanada de cobertura, sin embargo, algo faltaba: la evidencia de que desce hace años la violencia de las guerras distantes de EE.UU. vuelve para agobiar a la “patria” junto con los soldados. En ese contexto, los asesinatos de López, aunque a una escala a la que no se ha llegado con frecuencia, constituyen una marca más en una sangrienta pista letal que conduce de Irak y Afganistán al corazón de EE.UU., a bases y patios interiores en toda la nación. Es una historia con un número de víctimas que no debemos ignorar.
Durante los últimos 12 años, muchos veteranos que han “empeorado” durante la guerra se podían encontrar en las bases del país y sus alrededores esperando para volver a desplegarse y a veces cometiendo daños graves contra otros y contra sí mismos. La organización Veteranos de Irak Contra la Guerra (IVAW) ha hecho campaña durante años por el “derecho a sanar” de un soldado entre despliegues. El próximo mes publicará su propio informe sobre una práctica común en Fort Hood de enviar a soldados dañados y fuertemente medicados de vuelta a zonas de combate a pesar de las órdenes de los médicos y las regulaciones oficiales de la base. No se puede esperar que esos soldados sobrevivan en buena forma.
Inmediatamente después del tiroteo indiscriminado de López, el presidente Obama habló de esos soldados que han servido múltiples períodos en las guerras y “necesitan sentirse seguros” en sus bases de operaciones. Pero lo que el presidente calificó de “ese sentido de seguridad… roto una vez más” en Fort Hood, se ha deshecho una y otra vez en bases y ciudades de todo EE.UU. post 11-S, desde que los soldados vejados, engañados y maltratados comenzaron a llevar consigo la guerra a su país.
Desde 2002, soldados y veteranos han estado cometiendo asesinatos individualmente y en grupos, matando a esposas, novias, niños, otros soldados, amigos, conocidos, personas ajenas a ellos y –en sobrecogedoras cantidades– a sí mismos. La mayoría de esos asesinatos no ha ocurrido a una escala masiva, pero se suman, incluso si nadie lleva la cuenta. Hasta la fecha nunca se han contado en su totalidad.
Los primeros veteranos de la guerra en Afganistán volvieron a Fort Bragg, Carolina del Norte, en 2002. En rápida sucesión, cuatro de ellos asesinaron a sus esposas, después de lo cual tres de los asesinos se quitaron su propia vida. Cuando un periodista del New York Times pidió a un oficial de las Fuerzas Especiales que comentara sobre esos eventos, respondió: “A las Fuerzas Especiales no les gusta comentar sobre asuntos emocionales. Somos gente de Tipo A que saltamos a la torera cosas semejantes, como noticias de ayer”.
Por cierto, gran parte de los medios y gran parte del país han hecho precisamente eso. Aunque medios cercanos a la escena han informado de asesinatos individuales cometidos por “los héroes de nuestra nación” en el “frente interior”, la mayor parte de esos crímenes nunca llega a las noticias nacionales y muchos son invisibles incluso localmente, cuando sólo se informa de ellos como asesinatos de rutina, sin mencionar el hecho aparentemente insignificante de que el asesino era un veterano. Sólo cuando esos crímenes se agrupan alrededor de una base militar, los diligentes periodistas locales parecen juntar las piezas del cuadro general.
En enero de 2008, The New York Times intentó por primera vez llevar la cuenta de semejantes crímenes. Encontró “121 casos en los cuales veteranos de Irak y Afganistán cometieron un asesinato en este país, o fueron acusados de cometerlo, después de su retorno de la guerra”. Enumeró titulares tomados de periódicos locales más pequeños: Lakewood, Washington: “Familia culpa a Irak después que hijo mata a su esposa”; Pierre, Dakota del Sur: “Soldado acusado de asesinato testifica sobre estrés post-guerra”; Colorado Springs, Colorado: “Veteranos de la guerra de Irak sospechosos de dos asesinatos premeditados, banda de delincuentes”.
The Times estableció que cerca de un tercio de las víctimas de asesinatos fueron esposas, amigas, hijos u otros parientes del asesino, pero significativamente, un cuarto de las víctimas fueron otros soldados. El resto eran conocidos o extraños. Entonces, tres cuartos de los soldados homicidas todavía estaban en las fuerzas armadas. La cantidad de homicidios representó entonces un aumento de cerca de 90% en los cometidos por personal en servicio activo y veteranos en los seis años desde la invasión de Afganistán en 2001. Sin embargo, después de rastrear esa “pista de muerte y angustia por todo el país”, The Times señaló que su investigación probablemente había revelado sólo “la cantidad mínima de casos semejantes”. Un mes después, descubrió “más de 150 casos de violencia doméstica fatal o abuso infantil [fatal] en EE.UU. en la que estaban involucrados soldados y nuevos veteranos”.
Hubo más casos. Después de que el equipo de Combate de la Cuarta Brigada de Fort Carson, Colorado, volviera de Irak en 2008, nueve de sus miembros fueron acusados de homicidio, mientras “las acusaciones de violencia doméstica, violaciones y abusos sexuales” en la base aumentaban fuertemente. Tres de las víctimas de asesinatos fueron esposas o novias; cuatro fueron otros soldados y dos fueron extraños escogidos al azar.
Mientras esta especie de combate en el interior pocas veces llegó a las noticias nacionales, los asesinatos no se han detenido. En realidad han continuado mes tras mes, año tras año, generalmente mencionados sólo por medios locales. Muchos de los asesinatos sugieren que los asesinos se sentían como si estuvieran en alguna especie de misión privada en “territorio enemigo” y que ellos mismos eran hombres que, en distantes zonas de combate, se habían acostumbrado a matar y adquirieron el hábito. Por ejemplo, Benjamin Colton Barnes, un veterano del ejército de 24 años, fue a una fiesta en Seattle y se involucró en un tiroteo en el que hubo cuatro heridos. Entonces huyó al Parque Nacional Mount Rainier donde mató a tiros a una guarda forestal (madre de dos pequeños niños) y disparó a otros antes de escapar hacia las montañas cubiertas de nieve donde se ahogó en un torrente.
Algunos soldados homicidas actúan en conjunto, tal vez recreando en casa ese famoso sentimiento fraternal de la “banda de hermanos” militares. En 2012, en Laredo, Texas, unos agentes federales dándoselas de dirigentes de un cártel mexicano de la droga arrestaron al teniente Kevin Corley y al sargento Samuel Walker –ambos del tristemente célebre equipo de combate de la Cuarta Brigada de Fort Carson– y a otros dos soldados en su escuadrón de la muerte privado que habían ofrecido sus servicios para matar a miembros de cárteles rivales. “Trabajo húmedo”, le denominaban los soldados y estaban tan bien entrenados para hacerlo que los auténticos cárteles mexicanos de la droga habían contratado a ambiciosos veteranos de Fort Bliss, Texas, y probablemente de otras bases en las zonas fronterizas, para eliminar objetivos mexicanos y estadounidenses a 5.000 dólares por cabeza.
Parece que semejantes soldados nunca salen del modo de combate. El psiquiatra de Boston Jonathan Shay, bien conocido por su trabajo con veteranos perturbados de la Guerra de Vietnam, señala que las habilidades inculcadas al soldado de combate –astucia, engaño, rapidez, sigilo, un repertorio de técnicas asesinas y la supresión de los sentimientos de compasión y culpabilidad– lo equipan perfectamente para una vida de crimen. “Lo diré del modo más directo posible”, escribe Shay en Odysseus in America: Combat Trauma and the Trials of Homecoming: “El servicio en combate per se prepara el camino hacia carreras criminales después, en la vida civil”. Durante la última década, cuando el Pentágono aflojó los estándares para rellenar las filas, algunos miembros emprendedores, por lo menos de 53 bandas estadounidenses distintas, iniciaron sus carreras criminales alistándose, entrenando y sirviendo en zonas de guerra para perfeccionar sus habilidades especiales.
Algunos veteranos han llegado a convertirse en terroristas nacionales, como el veterano de la “Tormenta del Desierto” Timothy McVeigh, quien mató a 168 personas en el edificio federal de Oklahoma en 1995 o en asesinos masivos como Wade Michael Page, el veterano del ejército y súper-racista que asesinó a seis creyentes en un templo sij en Oak Creek, Wisconsin, en agosto de 2012. Page había llegado a conocer la ideología de la supremacía blanca a los 20 años, tres años después de entrar al ejército, cuando se adhirió a un grupo neonazi en Fort Bragg. Eso fue en 1995, el año en el que tres paracaidistas de Fort Bragg asesinaron a dos residentes locales negros, un hombre y una mujer, para merecer sus tatuajes neonazis en forma de telas de araña.
Una cantidad desconocida de asesinos semejantes, simplemente queda libre, como el soldado raso del ejército Isaac Aguigui, quien fue finalmente condenado el pasado mes en un tribunal penal en Georgia por asesinar a su mujer embarazada, sargento Deirdre Wetzker Aguigui, lingüista del ejército, hace tres años. Aunque el cuerpo esposado de Deirdre Aguigui había revelado múltiples golpes y señales de lucha, el médico legista militar no “detectó una causa anatómica de muerte”, un hecho conveniente para el ejército, que no tuvo que seguir investigando, e Isaac Aguigui cobró medio millón de dólares en prestaciones militares por fallecimiento y seguro de vida para financiar su propia guerra.
Los ejercicios rutinarios de entrenamiento básico y los eventos catastróficos de la guerra dañan a muchos soldados de maneras que parecen sombríamente irónicas cuando vuelven a casa para traumatizar o matar a sus parejas, sus hijos, otros soldados o extraños al azar en una ciudad o en una base. Pero de nuevo, para obtener las historias tenemos que basarnos en periodistas locales.The Austin American-Statesman, por ejemplo, informa que, desde 2003, en el área alrededor de Fort Hood, en Texas central, casi el 10% de los involucrados en incidentes de disparos con la policía han sido veteranos de las fuerzas armadas o miembros en servicio activo. En cuatro enfrentamientos separados desde diciembre pasado, la policía mató a tiros a dos veteranos que habían vuelto recientemente e hirió a un tercero, mientras un policía resultó muerto. Un cuarto veterano sobrevivió a un tiroteo sin daño alguno.
Semejantes enfrentamientos trágicos llevaron a los funcionarios estatales y municipales de Texas a desarrollar un Programa de Reacción Táctica ante Veteranos para entrenar a la policía en el manejo de tipos militares perturbados. Algunas de las técnicas estándar que utiliza la policía de Texas para intimidar y controlar a sospechosos –gritos, lanzamiento de “flashbangs” (granadas), o incluso realizar disparos de advertencia– son contraproducentes cuando el sospechoso es un veterano en crisis, armado y altamente entrenado a abrir fuego por reflejo. El policía civil promedio es inferior a un combatiente enfurecido, como dijo el presidente en Fort Hood, “del mejor ejército que el mundo haya conocido”. Por otra parte, un veterano con su cerebro dañado que necesita tiempo para responder órdenes o responder preguntas puede ser maltratado, aplastado, atacado con láser, aporreado o algo peor por policías antes de que tenga tiempo de decir una palabra.
Y hay otro giro irónico. Durante la última década, los reclutadores militares han presentado como atractivo la política de “preferencia para veteranos” en las prácticas de reclutamiento de los departamentos de policía. La perspectiva de una carrera vitalicia en el mantenimiento del orden después de un solo período de servicio militar tienta a muchos adolescentes vacilantes a alistarse. Pero los veteranos que son finalmente dados de baja del servicio y se ponen el uniforme de un policía civil ya no son los mismos que cuando se alistaron.
Los estadounidenses en el “frente interior” nunca fueron movilizados por sus dirigentes y generalmente no han asumido las guerras libradas en su nombre. Al respecto, sin embargo, tenemos otra ironía: resulta que tampoco lo ha hecho la mayoría de los hombres y mujeres militares de EE.UU. Como sus contrapartes civiles, muchos de los cuales están demasiado fácilmente dispuestos a volver a desplegar a esos soldados para intervenir en países que ni siquiera pueden encontrar en un mapa, una cantidad significativa de veteranos todavía tiene que deshacer sus maletas y examinar las guerras que han traído a casa en su equipaje, y en demasiados casos, sórdidos, ellos, sus seres queridos, los demás soldados, y a veces extraños al azar pagan el precio.

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