El
racismo en el fútbol europeo, desde Marcos Acuña al congoleño Chancel
Mbemba.
Marcos Acuña recibió insultos racistas en Getafe.
La ligereza, la lisura, la forma
simple de un teléfono están calculadas para sugerir a la mirada y al tacto una
perfección platónica, una asepsia inmune a la mugre, a lo áspero, a lo
pegajoso. Una forma tan pura como un prisma de alabastro, translúcido y sin
peso. El cobalto va por dentro: tres gramos en un “smartphone”, 30 en
una “tablet”. Y junto a él, la esclavitud, el sufrimiento, la miseria de la
gente del Congo que araña y cava la tierra y abre túneles en ella buscando las
manchas azules reveladoras del mineral.
La mayor parte del cobalto que
se produce en el mundo viene de este país, y está presente en las baterías del
celular, del libro electrónico, del patinete, de la bicicleta y del coche
eléctrico. Los gigantes mundiales de la tecnología afirman en sus
páginas web sus proclamas angelicales de bondad corporativa, la sostenibilidad
de su minería, el respeto a los derechos humanos, la ausencia de trabajo
infantil. Todo es mentira. Lo denunció Chancel Mbemba, el
jugador congoleño de la selección nacional y del Olympique de Marsella: “El
cobalto está desangrando a mi gente y a mí país”. Lo que antes fue el
caucho y el cobre -y el aceite de palma que enriqueció a los fabricantes del
jabón Palmolive- ahora es el cobalto. Sobre el sufrimiento de toda esa gente y
la destrucción de su mundo se sostiene el progreso tecnológico y el bienestar
del nuestro.
De tanto mirarnos en el celular
hemos abandonado ontológicamente al otro. La vida también va de eso, de hablar,
de preguntarse sobre ese “nosotros” cada vez más restringido, más intolerante. “Me
escupen, me insultan en los estadios. Me llaman mono. Me envían mensajes
racista por el teléfono, por ese mismo teléfono que no funciona sin el cobalto
de mi país”, expresaba a un medio Mbemba.
El fanatismo racista, como
sabemos, puede cebarse sin misericordia hasta con las realidades más
modestas. Al jugador de la Selección Argentina Marcos Acuña también lo
llamaron mono en Getafe, España. Y “puto sudaca argentino”. Algo que
generó sorpresa. ¿Dónde acaba nuestra preocupación por el otro, cuando ese otro
no pertenece a la tribu? ¿Nos sentimos interpelados de la misma manera
cuando lo llaman “mono” a Mbemba que cuando se lo dicen a Marcos Acuña?
El odio sobre identidades ajenas
también está de moda en nuestro país. Solo falta que Milei se quite la corbata
y se la anude a la cabeza para encabezar la conga de la intolerancia, de los
discursos racistas, xenófobos, sexistas, homófobos que desembocan gratamente en
gran parte de la sociedad. Esta nueva modernidad sin alma, sin venas,
que ya no consuela, ni cobija, solo raspa y duele. Transitamos tiempos en que
lo miramos todo con la indiferencia tumoral de lo naturalizado. Bajo
esa trampa de vivir para producir, consumir, para estar al día, para ser
visible, para no desaparecer.
Hoy el celular es tu conciencia.
Lo sabe todo de ti. No se conoce en la historia de la humanidad un amo
con semejante poder de dominación. En el Congo lo saben, y lo sufren. El
cobalto y el “puto sudaca argentino” son “bienes” exportables del Sur Global. Esa
parte del mundo que le pide a la vida tan solo un poco más de vida. Ese elogio
a la esperanza, aún sabiendo que no somos lo que somos, somos lo que nos dejan
ser.
(*) Ex jugador de Vélez, clubes
de España y campeón Mundial Tokio 1979
No hay comentarios.:
Publicar un comentario