Mientras Europa se blinda con exigencias ambientales, China asegura alimentos con acuerdos bilaterales y Brasil se potencia en los BRICS, Argentina queda como peón de EE.UU. El riesgo de este rumbo no lo pagan los grandes exportadores, sino los votantes de Milei, ganaderos y agricultores que dependen de mejores precios para sostener su producción.
Por Matías Jauregui*
(para La Tecl@ Eñe)
Mientras el mundo se reorganiza en bloques, el gobierno de Javier Milei se arrodilla ante Donald Trump. Lo grave es que Estados Unidos no es aliado, sino competidor directo en los mercados más importantes para el agro argentino.
El contraste con Brasil es evidente. Este año, cuando caía el precio del maíz, el productor brasileño casi ni lo sintió, la devaluación del real amortiguó el golpe y su Banco Central, independiente y estratégico, garantizó competitividad.
El ejemplo más claro está en la soja. En Paranaguá (Brasil), la tonelada “BRICS” se paga a 430 dólares; en Rosario, apenas a 310. La brecha de 120 dólares por tonelada no es solo por retenciones. Brasil negocia de forma directa con China e India, mientras nosotros quedamos afuera del bloque. Esa diferencia implica menos transporte, menos trabajo industrial y menos impuestos que podrían financiar salud y educación en nuestro país.
En conclusión, cobramos menos por lo mismo porque Milei nos ató a una política exterior subordinada a EE.UU. Mientras tanto, Brasil y Chile multiplicaron su comercio exterior con acuerdos bilaterales con China, dándoles previsibilidad a sus productores.
La guerra comercial de Trump contra China mostró que ambos reforzaron consumo interno y aplicaron proteccionismo. El mundo se blinda; Milei abre de par en par la economía, desarma el Estado y deja al agro librado a su suerte. Lo paradójico es que mientras en el mundo “se peronizan”, defendiendo cadenas de valor, acá nos venden un liberalismo reciclado de los ‘90.
Además, Milei decide dejar de mirar a Asia, el verdadero destino de nuestras exportaciones, para arrodillarse ante Estados Unidos, que apenas concentra el 8,5% de nuestras ventas al exterior. En agro es todavía menor, solo el 4% de nuestras exportaciones agroindustriales.
Los grandes medios, sin embargo, insisten en instalar la idea del “gran negocio” con EE.UU., ocultando que nuestro destino central sigue siendo Asia. Y lo poco que los norteamericanos nos compran, no proviene del agro, sus principales importaciones desde Argentina son recursos naturales no renovables (acero, aluminio, petróleo, oro, litio y cobre). Del campo argentino llegan apenas aceitunas, aceite de oliva, jugo de manzana, vino, limones, miel y el 3% de la carne vacuna. El 76% de la carne que exportamos va a China, siendo EEUU, el quinto destino detrás de China (76,1%), Israel (7,6%), Alemania (3,7%) y Chile (3,2%)
Aunque no le guste al sector conservador del campo, nosotros los consumidores somos los mejores socios comerciales de los ganaderos argentinos, consumiendo el 75 % de su producción.
Un consumidor de carne que vive en Gerli y compra con la cuenta DNI los sábados, es 25 veces más importante para el ganadero argentino que un comprador norteamericano.
Como bien decía Pedro Saborido, estamos colonizados hasta en lo simbólico, todos sabemos quién es Bruce Willis, pero pocos recuerdan el nombre de la partera que nos trajo al mundo.
Ese trasfondo cultural se ve en Tandil. Hace unas semanas la ciudad amaneció con una “M” amarilla en pleno centro, el primer McDonald’s local. Muchos lo festejaron como atractivo turístico, pero cada combo vendido son pesos que no van a parar a las pizzerías, bares y restaurantes de barrio, que sí reinvierten en la comunidad. Lo mismo ocurre a nivel nacional, se abren las puertas a multinacionales que extraen riqueza y precarizan trabajo, mientras se relega industria y producción nacional.
No es un fenómeno nuevo. En los ‘90 llegaron los hipermercados, en el macrismo las termoeléctricas de amigos del poder, y ahora Milei abre la puerta a otra ola de extranjerización. La postal es triste: Tandil dejó de ser reconocida por tener las sierras más antiguas del mundo, o por producir los mejores quesos y embutidos de Latinoamérica; ahora el “gran atractivo” es una M gigante donde los turistas posan para sus selfis.
Mientras Europa se blinda con exigencias ambientales, China asegura alimentos con acuerdos bilaterales y Brasil se potencia en los BRICS, Argentina queda como peón de EE.UU. El riesgo de este rumbo no lo pagan los grandes exportadores, sino los votantes de Milei, ganaderos y agricultores que dependen de mejores precios para sostener su producción.
Ingresar a los BRICS no es una cuestión ideológica. Significa comerciar en monedas propias, reducir la dependencia del dólar y acceder a los principales mercados de proteínas vegetales. Eso permitiría recuperar márgenes para la industria aceitera, hoy con 40% de capacidad ociosa, y fortalecer la recaudación del Estado, con recursos que deberían volcarse en salud, educación e infraestructura.
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