Anularon los programas de turismo social por tratarse de “un peligroso ejemplo de demagogia populista y antidemocrática”.
La directora de Asistencia Integral del Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública de la Revolución «Libertadora» dictaminará que “la atención de los menores era suntuosa, incluso excesiva, y nada ajustada a las normas de sobriedad republicana y las sábanas, mantas cortinas y juguetes arderán en los patios de los hogares de niños y serán destruidos todos los pulmotores para la parálisis infantil, por tener placas metálicas con la inscripción “Fundación Eva Perón”.
Por Teodoro Boot
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Los pulmotores y personal afectado a la atención de niños ante la poliomelitis
Sus inicios en el servicio social comenzaron en 1915 cuando, recién egresada del Colegio Sagrado Corazón del barrio de Almagro, ingresó a la congregación “Hijas de María”, participando de reuniones de estudio y formación apostólico-social en las Hermanas de la Asunción.
“En 1925 –dirá en una entrevista– junto con otras señoritas de posición económica holgada, con tiempo disponible y deseo de ayudar a los pobres”, Marta Ezcurra empezó a trabajar en “El centavo”, asociación destinada a asistir a mujeres necesitadas a través de la provisión de alimentos y trabajo en talleres de costura.
En el año 1930 ingresó a la recientemente fundada Escuela de Servicio Social del Museo Social Argentino, donde tres años después se recibiría de asistente social, pero antes, en 1931 el arzobispo Santiago Copello la designó presidenta del Primer Congreso Superior de las Jóvenes de la Acción Católica.
Al año siguiente, en representación de la flamante asociación tuvo una audiencia privada con el Papa Pío XI y tomó contacto con programas de asistencia social europeos que adherían a la idea de que “ofrecer trabajo era mejor que ofrecer limosna”.
Pero nada será comparable a lo que llevará a cabo después, luego de que en 1943 en la residencia de Juan Bernardo Sullivan y Juana Berthet creara la Asociación para la Lucha contra la Parálisis Infantil (ALPI).
Juan Bernardo Sullivan era director de La Forestal S. A, empresa de origen británico que desde 1872 venía explotando 1.500.000 hectáreas de quebrachales para la exportación de tanino, postes y durmientes, obteniendo notables ganancias a cambio de agotar el recurso forestal con graves consecuencias económicas, ecológicas y sociales.
En prueba de que los explotadores, negreros, represores y, llegado el caso, homicidas también tienen buen corazón y son tan sólo víctimas del odio de clases, será Sullivan quien solvente los gastos de la primera sede de la Asociación, en el segundo piso de Paseo Colón 221, que Marta orientará entre 1944 y 1950.
Luego de trabajar para Naciones Unidas, el 23 de septiembre de 1955, el coronel Ernesto Alfredo Rottger la designa directora de Asistencia Integral del Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública.
Como es lógico y natural, su primera medida moralizante fue intervenir la Fundación Eva Perón, dispone el desalojo de los internados en la Clínica de Recuperación Infantil Termas de Reyes, en Jujuy, destruir la lujosa vajilla y cristalería de las unidades turístico termales Puente del Inca y Las Cuevas y acabar con los bancos de sangre de los hospitales de la Fundación.
Asimismo, clausura definitivamente la Escuela de Enfermeras, confisca todos los muebles de hogares para niños, hogares escuelas y hogares de tránsito por ser demasiado lujosos, anula los programas de turismo social por tratarse de “un peligroso ejemplo de demagogia populista y antidemocrática”.
No contenta con eso clausura del Plan Agrario, el de Trabajo Rural, desaloja Ciudad Estudiantil “Presidente Juan Perón”, institución modelo dentro de lo que eran los hogares-escuela, donde vivían y estudiaban jóvenes provenientes de familias de bajos recursos y estudiantes becados que llegaban desde distintos puntos del país.
De ahí en más sera utilizada como cárcel para las diputadas, nacionales y enfermeras, asistentes sociales y empleadas de la fundación.
Al recibir los primeros informes de los distintos interventores, la escandalizada dama católica dictaminará que “la atención de los menores era suntuosa, incluso excesiva, y nada ajustada a las normas de sobriedad republicana que convenía para la formación austera de los niños.
Aves y pescado se incluían en los variados menús diarios.
«Y en cuanto a vestuario, era renovado cada seis meses”.
Naturalmente, ordenará un cambio de dieta, más acorde con la naturaleza de los internos.
Y como para acabar con el último símbolo de demagogia populista, sábanas, mantas cortinas y juguetes arderán en los patios de los hogares de niños y serán destruidos todos los pulmotores por tener placas metálicas con la inscripción “Fundación Eva Perón”.
Difícilmente Dios hay tenido que algo que ver, pero resulta aleccionador que por obra del furor moralista, libertador y democrático de esta piadosa creadora de ALPI, pocos meses después nuestro país sufriera una de las más graves epidemias de poliomielitis de toda su historia y cientos de niños murieran por no disponer de pulmotores, hasta que pudieron importarse nueve fabricados en Estados Unidos.
Ni los rezos, ni la moralina ni la austeridad de los pobres acabaron con la horrenda epidemia: fue el doctor Salk.
Luego de siete años de trabajo Jonas Edward Salk desarrolló la primera vacuna contra esa dolencia que cada verano aterrorizaba a cientos de millones de familias del mundo entero.
Difícilmente fuera creyente y de ningún modo era católico, sino que se trataba de un hombre bondadoso que se negó a patentar su descubrimiento, que pudo así llegar a todos los niños del mundo sin pagar royalties.
Cuando en una entrevista televisiva le preguntaron quién poseía la patente de la vacuna, Salk simplemente respondió: “No hay patente.
¿Acaso se puede patentar el sol?”.
A veces, un simple acto de auténtica bondad puede ser infinitamente más significativo que una vida entera dedicada a moralizar las vidas de los demás.
TB/
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