Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

domingo, junio 28, 2020

Cádaver - Relato -


Las calaveras emergen de las calles para celebrar el Día de ...

Como todas las cosas que pasaban por allí, Cadáver aparecía de vez en cuando. ¿Qué extraños vientos lo trían?, era un misterio. El flaco era una ráfaga vital medio loca, que aparecía o desaparecía con ingeniosa fatalidad. Siempre merodeando la estación, los andenes, en falso equilibrio sobre las barandas de las escaleras o encaramado a las rejas. Espumado de vinos, empastillado: iba y venía en su andar deschavetado. De Este a Oeste. Lado Norte o lado Sur. Corriendo desaforado, siempre corriendo.
A veces gritaba cosas. A veces jugaba haciendo tumbo carnero. Y, de vez en cuando, permanecía largo tiempo arrodillado y con los brazos en cruz.
El Pucará, el quitapenas de rigor  para todos los sonámbulos que desayunaban penas con alcoholes lentos, le hacía un lugar entre sus mesas sucias. Entonces se acurrucaba en un rincón a canturrear canciones de cuna.
Cadáver era un pibe como cualquiera de ésos pibes que parió la calle. Ojeroso, desgarbado, ensimismado… Pero demasiado respetuoso con los demás. Algo de virtuosismo se escapaba de su mirada cuando enfocaba con sus ojos claros. Algo que no correspondía con su condición de lúmpen desarraigado. Nadie nunca supo bien su nombre y mucho menos su origen.  Cuando alguien se animaba a preguntárselo, el pibe respondía: “Soy Cadáver y te voy a comer”… Y así le quedó. En parte por su respuesta y en parte porque eso era lo único que se le oía repetir cada vez que le daba el ataque.
   – ¡Cadáver! ¿Eh, dónde estás, Cadáver? ¡Aquí estoy, Cadáver! ¿No me ves?
Y se reía y gritaba. Y silbaba imitando al tren.
Aquella madrugada, despoblada de almas y de andenes vaporosos, Cadáver, se pagó su vino con monedas chicas. “Cadáver se va”, se le oyó decir. Vació la copa. Se limpió la baba con el dorso de la mano y saltó la reja para representar la parodia acostumbrada.
El monstruo anunció su llegada y Cadáver le sacó la lengua. Parecía una criatura deslumbrada por su presencia. Ensayó dos pasos de baile, hizo una reverencia como la que hacen los toreros con su capote, abrió los brazos, gritó : “¡Chau, Cadáver!…” Y ¡Plop!, se clavó las vías de un salto.

Reo West. De su cuentario: “Non Fiction, el infierno al Oeste”

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