Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

domingo, julio 05, 2020

El Whisky - relato -


WHISKY SOLO WHISKIES •ᐉ Americano, escoces, Irlandes.
Aquellas palabras sonaron en mis oídos como el estallido de un petardo.
Me enteré de la suerte corrida por un viejo amigo del barrio de la forma más pelotuda e inesperada que podría imaginar. De boca de un desconocido, durante el festejo alocado por la obtención del campeonato mundial de fútbol.
Fue en pleno bullicio de aquel carnaval futbolero desatado en el obelisco que me acoplé, se me acopló o nos acoplamos. Envuelto en celestes y blancos. Entre cantos, gritos y bailes nos fuimos enchamigando y de esa forma descendimos hacia el oeste apretujados en uno de los vagones del Sarmiento que se sacudía "al compás del tamboril".
Chico, Chico Gigena, me dijo que se llamaba aquel morocho de cuerpo robusto y pelo crespo que propuso alargar la comparsa en Morón.
La pizzería Oriente fue el punto elegido. Cervezas, ginebras y un par de grandes de Muzarella amenizaron el encuentro entre dos desconocidos hasta ese momento.
Un espacio arrinconado entre la multitud desaforada que gritaba sin parar. Ruido de vasos, cubiertos y palmas sobre la formica verde de las mesas.
Chico mezclaba su cerveza al modo gitano. Un chupito colmado de ginebra introducido en el vaso espumoso. Así, uno tras otro, hasta que los ojos se le tornaron vidriosos y la lengua se le fue aligerando.
Lo primero que avizoré en aquel tipo fue una necesidad imperiosa de liberarse de sus demonios internos, Acostumbrado a ello le presté la oreja. Los que me conocen me dicen que debí haber sido psicólogo. Tal vez tengan razón...
A esas alturas  jamás pude imaginar los carriles por los cuales se adentraría la charla. Y mucho menos la confesión de su profesión: Policía.
Éramos el  agua y el aceite unidos por la rara alquimia del deporte por excelencia de los argentinos. Allí estábamos los dos: El tal Chico Gigena. Cuarentón y exonerado de la Federal y quien esto relata: Un veinteañero pelilargo y filo peronista. Confieso que se me erizaron los pelos del culo al enterarme pero ya estaba en el baile y vaya a saber porque raros artilugios de la vida, bailé...
Quizás haya obrado a favor el reflejo suplicante de su mirada o la curiosidad que mata al gato que es una de mis características. O, lo que es peor: La truculencia del relato que desgranó sin miramientos.
Llevo grabado en mi memoria la última vez que lo vi. Fue en un cabarulo de mala muerte en Castelar, lado sur, planta alta. Me sorprendió verlo allí, trajeado y trabajando como portero, "culata" o algo así en el antro prostibulario al que solíamos concurrir cuando las noches no eran más que una cucharada de aciagas realidades. Unos copetines con los vagos, rodeados de minas añejas, entradas en años y en carnes que se esmeraban en aplicarles una inyección de vida a los corazones entristecidos de los clientes que, noche a noche, acudían al lupanar en busca de alguna caricia, alguna sonrisa, alguna propuesta indecorosa que no pasaba más que de alguna sacudida de chota bajo la mesa o, en el mejor de los casos, si era tu día de suerte o te sobraban algunos billetes se te permitía derramarte entre las tetas.
El Whisky, aquel flaco chueco, insolente y de zurda magistral. Aquel que era promesa en la cuarta de Morón. Al que no le gustaba entrenar y se escapaba para jugar por el asado y el vino en cualquier campeonato barrial o de interfábricas. Que brillaba sobre el piso de las canchas de Papi con sus pisadas y sus chutazos desde afuera del área en el Club Villa Tesei, en los Bomberos de Haedo, en el Club Gaona o en las canchas del INTA de Villa Udaondo. El mismo que repartía que daba calambre a la hora de los bifes. El que eligió el amor al barrio al grito de una tribuna colmada coreando su nombre, pero sin renunciar nunca a los colores del Gallo. Ése que siempre tenía una petaca de whisky junto a la línea de cal a la que nadie se animaba a tocar... y de allí el mote ...
El Whisky se había transformado con el transcurrir de los años en eso que vi la noche en el cabaret: Un hombre obeso que apenas entraba en su traje ajado. Con la cara hinchada y enrojecido por el alcohol y el vientre abultado bajo el saco. No. Aquel no era el Whisky que yo había conocido. Distaba mares del que mi memoria guardaba.
La fuerza de sus brazos estrujando mi endeble humanidad evidenciaba la alegría del encuentro.
   - ¡Uh! ¡Flaquito!... ¡Qué alegría verte, che! Pasen, pasen. Acá tenés una mesa. Pedí lo que quieras que yo invito. Acomodensé que ya empieza el show. Van a ver que buenas minas...
   - La alegría es mía. Y no te preocupés por la consumición, cobramos la quincena. Igual agradecemos. Es un gustazo enorme volver a verte, che... No sabés...
    - No seas ortiba. Yo invito y no se habla más. Ahora vengo... - agregó al ver que desde la barra el mozo le hacía una seña.
   - ¡Che, dos corchos... fijate los de la mesa tres que se están poniendo pesados. Sacámelos del local. Hace una hora que están rompiendo las bolas y no tienen más guita...¡Echalos a la mierda!
¿Dos corchos? ¿ O escuché mal? Pregunté sorprendido.
   - Y acá los muchachos me llaman así - respondió sonriente -
   - Explicame.
No agregó una sola palabra. Solo se limitó a extraer de los bolsillos de su saco dos corchos de sidra para mostrarlos.
   - No entiendo,,,
   - Esto es así - me dijo apretándolos en sus puños. - Cuando hay que actuar esto te garantiza un nocaut. ¿Ahora entendés?... Pedite otra copa que yo pago, flaquito.
    - Me cuesta creerlo. Si vos nunca precisaste nada para voltear monos. Siempre pegaste como una mula.
   - Es cierto pero tené en cuenta que los años no vienen solos.
   - ¡Ahhh!
El exonerado de la Federal iba por su tercer cerveza "agitanada" de ginebra y el relato tomaba el cariz de una novela de suspenso. Habló del operativo en donde junto a un par de compañeros se negaron a fusilar a dos jóvenes acusados de pertenecer a una organización terrorista.
"Eran un par de mocositos que se colgaron de mis pantalones y suplicaban entre llantos que no los matemos... No puedo sacarme esa puta imagen de mi cabeza. Me persigue todo el tiempo. Sus caras, sus voces... y los itakazos del jefe del operativo que no tuvo compasión... No me acuerdo bien lo que pasó después porque me contuvieron mis compañeros. Estuve a punto de matarlo. ¿Sabés porqué? Porque una cosa es matar en combate y muy diferente asesinar a sangre fría. Creeme, no entré a la fuerza para convertirme en verdugo de nadie..."
"Pensé en mis hermanitos, de la misma edad de esos pibitos... Revoleé la ametralladora y me metí en el patrullero a sabiendas de lo que nos esperaba por no haber acatado la orden de un oficial."
"La sacamos barata. Por menos de esto y en estos tiempos te ajusticia tu propia gente. Nos dieron la baja bajo promesa de no abrir la boca. Ahora estamos intentando un indulto para ser reincorporados. Mandamos cartas; hasta hablamos con Videla que, aunque nos recibió, no se le movió un pelo del culo... Es más, por la cara de orto del tipo, creo que nos prefería muertos... Impresiones que uno se lleva..."
Dónde y en qué punto surgió el tema de El Whisky no lo tengo claro. El nexo fue, creo, la Royal Enfield 500 roja con la figura del gallo pintada en el tanque de combustible que, según Gigena, es la misma con la que se pavoneaba el hijo de un cana de San Miguel. Se la habían robado a un ex futbolista que trabajaba de culata en varios de los locales nocturnos de la zona oeste... Al que todos en el ambiente lo conocían por "dos corchos".
"Lo chuparon cerca de la estación en Castelar por expreso pedido de un sargento al que le había bajado los dientes de un piñón cuando se sobrepasó con una de las chicas. Desafortunadamente para el colega, era la pareja de dos corchos en ese momento."
"Fue por venganza, no tengo dudas. El sargento se había quedado con la sangre en el ojo y no paró hasta cobrársela. Así se trabaja en las fuerzas. Si tenés una deuda. Si tenés algún bien que le interese a alguno de los zumbos. O si te garchaste a alguna de sus mujeres, decí alpiste..." "Son los códigos mafiosos que se manejan adentro. Basta que alguno lo proponga para que comience la cacería. Forma parte del juego. Allí salen las brigadas. Te levantan. Te muelen a palos. Te pasan la dos veinte por las bolas. Te cuelgan el cartelito de rojo comunista y aparecés en un zanjón... Tienen vía libre para hacer y deshacer a su antojo, además de repartirse el botín. Respetando jerarquías y rangos, se entiende..."
"Mirá como será la cosa que si te pegás una vuelta por San Miguel y preguntás por la Royal Enfield roja  no va a faltar quien te diga que es la moto del bobito. Es la moto del hijo del sargento. Y el pendejo es tan boludo que ni siquiera se molestó en tapar la imagen del gallo. Yo vivo por esa zona y sé de lo que hablo."
Vacié el vaso de ginebra de un saque. Ni siquiera escuchaba los cantos de "¡Argentina!... ¡Argentina!" que tronaba en el salón. La sangre me hervía.
   - Conozco a quien mencionás. Éramos amigos. A pesar de la diferencia de edad prácticamente crecimos juntos. Era quien nos conseguía entradas para ver al Gallo. Trabajó en la Deutz como tornero. Estuvo preso un tiempo por ser delegado y zafó de pedo porque se metió con una mina, hija de un milico. Fue esa misma mina quien lo garcó con su mejor amigo, compañero de fábrica. Después se armó un tallercito de motos en el fondo de la vivienda de sus viejos cerca de La Alámbrica sobre la calle de tierra por donde pasaba el arroyo. Con eso y con lo que pichuleaba en los campeonatos, tiraba. Se disputaban entre los equipos para tenerlo. Era un lujo verlo jugar. La gambeta corta. ¡Cómo la pisaba el hijo de puta! Capaz de clavártela en un ángulo desde treinta metros...
   - Sí. Es el mismo loco que corrió a un patrullero a cascotazos cuando lo vinieron a    buscar por la denuncia de tener colgadas las fotos de Perón y Evita o el busto enterrado del General...¡Un loco lindo!...
   - Mirá lo que son las casualidades. Recuerdo la última vez que lo vi en el cabaret de Castelar. Estaba muy cambiado. Ya no era el mismo. Excedido de peso y avejentado, mal. Me contó los porqué de su nuevo apodo...
    - Los corchos de sidra. Sí, siempre los llevaba encima. Quien le enseñó la técnica fue un viejo mozo retirado que tenía su bien ganada fama de terrible pegador. Mirá como son las cosas, flaquito. Vos y yo acá, compartiendo unos tragos, sin tener nada en común. Hablando del mismo tipo  Mirá lo que hace el fútbol. Unidos por la celeste y blanca hoy y matándonos en nombre de la celeste y blanca mañana por lo bajo... Realmente estoy asqueado de tanta hipocresía... Creéme; necesitaba sacarme la mierda de encima... Gracias por escucharme. No es fácil... No... Pero mejor es aprender a olvidar... ¡Vamos Argentina carajo!...
Chico Gigena gritó con voz ronca elevando la botella de cerveza para llenar los vasos de los desconocidos que aprovecharon de buena gana el convite de aquel morocho.
   - ¿Cómo pasado? - pregunté con el peor de los presentimientos - ¿Qué le pasó al Whisky? - Quiero saber... - Y en un acto desesperado lo sacudí del brazo para que cuente. Me miró de mala manera. Se desprendió de los brazos que lo apretujaban. Acercó su rostro amenazante al mío y respondió:
   - ¿Cómo? ¿Acaso no te enteraste? Pensé que te lo había dicho.
   - ¡No! - repliqué con tono de voz furiosa.
   - Los turros de la brigada lo asesinaron y fue el propio sargento quien dio la orden de colgarlo como a una vaca junto a los cuerpos de otros que corrieron su misma suerte en la caja de un camión frigorífico que abandonaron en un descampado camino a La Plata...
Y no pude escuchar más. Salí corriendo de la pizzería, llevándome por delante individuos, mesas y sillas. Crucé la calle directo a la estación de trenes. Y vomité, vomité... vomité. Dejando el alma en cada horcajada. Hasta que las tripas se me vaciaron por completo. "¡No, Whisky! ¡Vos no, amigo mío!...¡Vos no!..."  
La noche en donde más fulguran las estrellas celestes y blancas se me incrustaron en el corazón como puñales. Y lloré todo un río de lágrimas en soledad durante días.
Del tal Chico Gigena, el misterioso agente exonerado de la Policía Federal por negarse a cumplir una orden no supe más nada.
Reo West
Relato extraído del libro "Non Fiction, el Infierno al Oeste"

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