100 años de Charlie Parker, el jazz y la vida.
Se cumplieron 100 años del nacimiento del saxofonista creador de un sonido que no
solo revolucionó la música del siglo XX, sino que abrió un camino contracultural
que artistas y escritores tomaron como forma de vivir.
«Si la historia de Occidente se divide en «Antes y Después de Cristo», la del jazz se divide en «Antes y después de Charlie Parker»». La frase pertenece al rosarino Hugo Pierre (1936-2013), uno de los saxofonistas locales que mejor entendió y recogió el legado del músico que no solo revolucionó el modo de ejecutar su instrumento e influyó a sus colegas de todo el planeta, sino que también produjo el big bang que partió en dos la historia del género y que dio inicio a la era del jazz moderno.
Esa explosión, a mediados de 1940, dio como resultado el bebop, una arenga en forma de onomatopeya, con la que se bautizó a esa transformación que dejó atrás la era de las grandes bandas, el swing y el jazz asociado a la música bailable, para adoptar una dinámica más intelectual, aunque tan adrenalínica como una montaña rusa.
El poeta y escritor afroamericano Langston Hughes sostiene que la etimología del bebop es más violenta que musical. En la jerga, se utilizaba para reflejar los golpes de los bastones de la policía neoyorquina sobre la cabeza de los músicos negros, en las puertas de los clubes nocturnos.
Parker fue el líder de una camada de músicos que incluía al trompetista Dizzy Gillespie, al baterista Max Roach y a los pianistas Thelonious Monk y Bud Powell, entre otros genios, que sintieron el doloroso ¡be! ¡bop!, resonar en sus cráneos, al mismo tiempo que hacían estallar cabezas con su inventiva musical. De todos ellos, Parker era el ídolo, Parker era el rey.
Hacia 1945, la sensualidad pirotécnica del movimiento se había trasladado del escenario de Minton’s, el emblemático club de Harlem, a los boliches de la calle 52, en pleno centro de Manhattan. «El público se aglomeraba en los clubes para escuchar al grupo de Gillespie y Charlie Parker, como en el Three Deuces, que era lo más hot de Nueva York», recordó el trompetista Miles Davis, otro de los músicos que fue parte de ese movimiento, en su célebre autobiografía editada a fines de los 80. «Bird era casi un dios. La gente lo seguía a todas partes. Tenía una verdadera corte. Lo rodeaba toda clase de mujeres, traficantes de droga de primera fila, gente que lo cubría de regalos y atenciones. Bird pensaba que así era como debían ser las cosas. Por lo tanto, lo aceptaba todo».
Esa escena maradoniana explica el magnetismo que ejercía Parker, cuyo apodo, Bird, proviene de su fanatismo por el pollo frito, al que se hizo adicto en su primera excursión a Nueva York en la adolescencia (trabajó en un restaurante), y que comía con voracidad. Lo devoraba, en verdad, como todo lo que hacía, con intensidad y urgencia. Una constante de esos tiempos, con el fantasma de la Segunda Guerra Mundial todavía sobrevolando la escena. Consciente, acaso, de lo efímero de la vida. Luchando contra los fantasmas de una infancia traumática y de la muerte, que había asolado a varias generaciones como consecuencia de las dos guerras mundiales.
La música de Charlie Parker fue la banda sonora del movimiento beatnik, una corriente contracultural de la que escritores como Jack Kerouac, William Burroughs y Allen Ginsberg fueron emergentes que, más allá de romper los cánones literarios, introdujo ideas progresistas que abarcaban los movimientos de liberación de la mujer y de los afrodescendientes y que, años más tarde, impulsaron el ascenso de la contracultura hippie. El bebop, a su vez, se constituyó en una actitud de resistencia cultural y redujo la colonización de la música negra. Si en la era del swing el jazz había tomado un giro comercial, Parker y sus secuaces lo transformaron en una expresión de vanguardia, sin olvidarse de sus raíces, los blues y otros sonidos primitivos. Y los escritores beatniks intentaban reproducir en sus narraciones los fraseos entrecortados y electrizantes de Parker y Gillespie.
Eso que ocurría en el mundillo literario tuvo su correlato visual en el expresionismo abstracto de Jackson Pollock, creador de la técnica del dripping, que consistía en salpicar la pintura sobre el lienzo extendido en el suelo, en una búsqueda igualmente dramática y fugaz. Kerouac, Pollock y Parker, referentes indiscutidos de esos tres movimientos en sincro, tuvieron muertes prematuras, como consecuencia de esas vidas intensas, de excesos varios.
El tiempo está después
«Esto lo estoy tocando mañana». Como si fuera un mantra, la frase se repite obsesivamente, y es el leit motiv de «El Perseguidor», el cuento, inspirado en la vida de Parker, que Julio Cortázar incluyó en Las armas secretas (1959) y que tuvo su correlato en el celuloide con el film homónimo de Osías Wilenski, protagonizado por Sergio Renán e Inda Ledesma, y una banda sonora compuesta por el trompetista Rubén Barbieri, hermano del Gato Barbieri, que aportó su saxo para esa grabación.
«Un hombre angustiado a lo largo de su vida, no solamente por problemas materiales, como el de la droga, sino por lo que yo de alguna manera había sentido en su música: un deseo de romper las barreras como si buscara otra cosa, pasar al «otro lado». Me dije «éste es el personaje»». Así explicaba Cortázar la construcción de Johnny Carter, alter ego de Parker. Cortázar, que desde París se constituyó en uno de los pilares del boom latinoamericano, emuló el fraseo jazzístico de los escritores beat para interpretar los pensamientos fluctuantes entre la lucidez y la locura de un genio atormentado. Aficionado al jazz desde niño, el escritor posó su mirada sobre el creador del bebop al leer un artículo en la revista francesa Jazz Hot. Del fanatismo por su música y el interés por su biografía surgió uno de sus cuentos más célebres.
En 1988, Clint Eastwood se dio el gusto de homenajear a uno de sus héroes del jazz, al mismo tiempo que entregó uno de sus films más logrados: Bird (1988), una biopic ejemplar. Eastwood jugó con el escepticismo, los contrastes, la música y la crítica política y social para mostrar la lucha de Bird por encontrar un nuevo lenguaje. Y narró con maestría ese derrotero triste y doloroso, con episodios de pobreza y violencia racial, que en combinación con su personalidad inestable, malas compañías y su adicción a la heroína, se transformaría en una gran tragedia americana. En contraste con esa vida aciaga, emerge una banda sonora superlativa: en una explosión de creatividad, con la digitación virtuosa de un titiritero de corcheas y semicorcheas, fusas y semifusas, montadas sobre las secuencias de acordes de standards en fast forward, con la potencia de un elefante capaz de atravesar un bazar dejándolo intacto, por su destreza de malabarista. El prestigioso historiador y estudioso del jazz, Eric J. Hobsbawn, lo definió así: «Un nómade, un drogadicto, un andariego sin felicidad ni raíces, que murió a los 34 años. El Rimbaud del jazz moderno».
Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver. Parker le hizo honor parcialmente a esa frase, falsamente adjudicada a James Dean, que en verdad inmortalizó Humphrey Bogart en un film noir de los años cuarenta. Vivió rápido y murió joven, sí. Pero su cadáver, según indicó la autopsia, parecía de un hombre 20 años mayor. El pollo frito no era la única ni la más terrible de las adicciones de Charlie Parker: a los 15 años, cuando ya fumaba marihuana, se inyectó heroína por primera vez. Y desde entonces, salvo fugaces intervalos de desintoxicación, nunca pudo dejarla.
Un sonido superlativo
Hacia 1945, Charlie Parker se había convertido en una estrella, y unos años más tarde hasta tendría un club de jazz cuyo nombre le hacía honores: Birdland (que inspiró, en los 70, uno de los hits de Weather Report).
Parker dividió al jazz en clásico y moderno. Lo logró por su estilo, distinguido por un sonido despojado, un tono duro sin vibrato, ni ornamentaciones. Con gran libertad rítmica, puntuaciones inesperadas que diluyen la fuente del tiempo regular, un flujo entrecortado y acelerado. La improvisación parece caótica, interrumpida por silencios frecuentes. Algunas notas están implícitas; otras, por el contrario, adquieren un valor especial. En una atrevida emancipación armónica, retomó las sucesiones de acordes de temas clásicos hasta volverlos irreconocibles. Así, por ejemplo, «How High The Moon» devino «Ornithology». Su fascinación por la arimética de las notas sacuden los encantos de la melodía tradicional. Así, Charlie Parker, cuando los maestros del middle jazz (como las saxofonistas Coleman Hawkins y Lester Young, y el trompetista Roy Eldridge, entre otros) parecían haber alcanzado una perfección insuperable, permitió que la música afroamericana lograra un salto irreversible. El pájaro vio el cielo y se voló.
«Cambió la dirección del jazz. Fue un genio, un tipo sobrenatural, incomparable, que fue moderno pero siempre mantuvo los blues y el feeling jazzístico. Tocaba por la parte de arriba de los acordes, sobre intervalos disonantes, algo inédito hasta ese momento», sostiene Gustavo Bergalli. El trompetista, uno de los más reconocidos del ámbito local, vivió más de tres décadas en Suecia. Allí tocó varias veces con Dizzy Gillespie. «A diferencia de Parker, que tocaba de oído, Gillespie tenía una formación musical sólida. A Dizzy, por ejemplo, le preguntabas cómo había compuesto el puente de «A Night in Tunisia» y te lo explicaba sentado al piano. Parker, en cambio, era pura intuición».
La fascinación que ejercía la música de Charlie Parker trascendió las fronteras, de Nueva York y de los Estados Unidos. En una de sus giras por Europa, en 1950, pasó por Suecia. Allí, como en muchas otras partes del mundo, eran varios los músicos emergentes que para imitar al ídolo habían empezado a consumir heroína. «Tenían la falsa creencia de que, al hacerlo, iban a tocar como Bird. En Suecia, me contaron de primera mano que Parker les habló y les dijo que dejaran esa basura. Que no hiciesen lo que él hizo. Que el asunto era estudiar y tocar».
Estudiar y tocar. Eso es lo que hizo Parker, que nació en Kansas City el 29 de agosto de 1920, en el seno de un hogar pobre en el gueto negro, criado por una madre severa y un padre ausente. Había empezado con el saxo barítono en la banda escolar, al mismo tiempo que se iniciaba en las drogas con amigos del vecindario. Por esa época, Kansas City contaba con legendarias figuras del saxo tenor: Lester Young, Hershell Evans y Ben Webster. Por otra parte, el pianista Count Basie iba imponiendo a su orquesta, que se transformaría en una de las más importantes de la historia.
Parker quería tomar lecciones con alguno de sus referentes, pero no había tiempo físico: tocaban toda la noche, se acostaban a la mañana y cuando se levantaban era para reanudar sus actividades noctámbulas. Ya había cambiado su instrumento por un saxo alto y lo llevaba en una funda de almohadón, lo que provocaba la burla de los demás.
Ese no era el único motivo por el que sufrió algún tipo de bullying. Aunque para mantenerse había comenzado a tocar profesionalmente en algunas orquestas locales, en jornadas que alcanzaban las ocho horas, su meta era ingresar a las grandes ligas de la ciudad. Sus ideas revolucionarias ya estaban en su cabeza, pero su técnica y sus conocimientos eran limitados. Recibió varias ofensas en jam sessions, pero hubo una en especial que lo sacudió profundamente. Clint Eastwood la montó como una pesadilla recurrente en su film. En una zapada, el baterista Jo Jones, disgustado por las intervenciones de Parker, le arrojó uno de sus platillos hacia sus pies.
Esa humillación fue el combustible para que Parker se encerrara a estudiar escalas, en jornadas que podían durar 14 horas, y a explorar obsesivamente el instrumento hasta obtener un dominio colosal. «Después de ese período, de uno o dos años, su fraseo se había vuelto sorprendente, ostentaba un concepto armónico y rítmico novedoso, y una expresión y una técnica como ninguno lo había hecho antes», explica Bergalli.
«Parker era un improvisador excepcional. Es muy difícil evitar su influencia cuando estás tocando», reconoce el saxofonista, flautista y cantante Jorge Cutello, que se formó musicalmente en el Instituto Di Tella y, luego, en los Estados Unidos. «Rompió el molde mainswing en un contexto social donde ser negro equivalía a ser cruelmente discriminado. Llegó al podio de la música, pero lo disfrutó muy fugazmente. Su legado, de todos modos, perdurará por siempre.»
Hacia fines de la década del 30, Parker ya era un músico codiciado: integró las bandas de Jay McShann y Herman Leonard, y en 1942 se sumó a la orquesta del pianista Earl Hines, donde conoció a Dizzy Gillespie. Desde entonces entablaron una relación de empatía y respeto mutuo.
La primera gira de Bird y Dizzy, con su quinteto, fue en diciembre de 1945. Partieron en tren hacia California y debutaron con suceso en el club de Billy Berg en Los Ángeles. Uno de los habitués de esas sesiones, además de varios músicos de la Costa Oeste, fue Vinicius de Moraes. El poeta, diplomático y compositor era un amante del jazz y, no casualmente eligió como el destino iniciático para su carrera, como vicecónsul de Brasil, la emblemática ciudad californiana.
Pero pese a la fascinación inicial, el público californiano no fue consecuente con el bop y al poco tiempo comenzaron los problemas. Parker se permitió en aquellos días todos los excesos posibles: sexo, drogas y bebop. Pero también tragos y comidas a discreción. El resultado de ese combo, tan explosivo como sus performances, le provocaron una crisis emocional que lo empujó a quedar internado en el Hospital de Camarillo, mientras que el resto de los músicos regresó a Nueva York. Charlie fue imputado por la policía local de exhibición indecente, sospecha de incendio premeditado y resistencia a la autoridad. El reposo y la cura en el establecimiento actuaron como un bálsamo. Ubicado sobre las colinas, el lugar era considerado como un club de campo, y el aire puro y la vida regulada permitieron que después de siete meses obtuviera el alta. Al poco tiempo, respaldado por el productor Ross Russell volvió a grabar en plenitud. De aquellas sesiones se rescata el blues «Relaxin’ at Camarillo».
Sus primeras grabaciones como líder fueron para el sello Savoy en 1944. Luego firmaría para las etiquetas Dial y Verve. Pero quizás el más asombroso de los registros sean las grabaciones clandestinas del saxofonista Dean Benedetti, que se obsesionó con Parker, y lo siguió por una temporada donde fuera que tocase, para grabar -muchas veces- únicamente sus solos.
Parker desarrolló una intensa actividad entre 1947 y 1952, incluyendo su participación en Jazz at the Philharmonic, las giras que organizaba el promotor Norman Granz. Grabó con una orquesta de cuerdas (todos leían, él improvisaba: la versión de «Laura» es épica) y aportó sus improvisaciones a la génesis del jazz latino junto a Machito y su Afro-Cuban Orchestra, entre otros, aplicando su impronta tanto a la «Afro-Cuban Jazz Suite», de Chico O’Farrill como a «La cucaracha».
Sucio y desprolijo
La vida sentimental de Parker fue intensa y desordenada. Tuvo cuatro parejas formales. Se casó a los 16 años, en Kansas City, con Rebecca Ruffin. El matrimonio duró apenas un año. Luego formalizó con Geraldine Scott (1942), Doris Snyder (1948) y Chan Richardson, que adoptó su apellido en 1950 y lo quiso hasta su muerte. Pero la inestabilidad emocional de Bird fue imposible de controlar. Con Chan tuvo 2 hijos: Pree (que murió a los 2 años) y Baird (que falleció en 2014, a los 61 años). Kim, hija de Chan, vocalista de jazz, fue amparada por Parker.
Entre decenas de amantes, se destaca Pannonica «Nica» Rothschild de Koenigswarter, una baronesa que tuvo una larga relación sentimental con Thelonious Monk y otros grandes músicos del género. Llamada «la Peggy Guggenheim del jazz», oveja descarriada de una familia aristocrática, fue mecenas y protectora de muchos músicos. Con su cámara polaroid fotografió a sus preferidos y recibió en devolución varios temas escritos en su honor: «Pannonica» (Thelonious Monk); «Nica» (Sonny Clark); «Blues for Nica» (Kenny Drew) y «Thelonica» (Tommy Flanagan), entre otros.
En 1954, Bird ya no podía ingresar en ningún local nocturno de Nueva York, porque le habían retirado su licencia de músico por su adicción a las drogas. Hasta lo echaron de Birdland, el local que habían creado en su honor, por sus constantes escándalos.
Deprimido por la muerte prematura de su hija Pree, intentó suicidarse ingiriendo una botella de yodo mezclada con un pote de aspirinas. Aunque sobrevivió, se volcó al alcohol como nunca antes. Tenía una úlcera perforada y otras averías.
Una noche de 1955 se dirigió al Hotel Stanhope, donde la baronesa tenía su departamento, para solicitarle un momento de sosiego y un vaso muy grande de agua fría. Cuando Pannonica le ofreció un vaso de whisky y Bird no lo aceptó, decidió consultar a un médico amigo. El diagnóstico requería una internación de urgencia, pero Bird se negó. Solo pidió pasar un par de días con ella y su hija Nadine, pensando que eso sería suficiente para reponerse.
La noche del domingo 12 de marzo de 1955, en el cuarto de hotel, Charlie Parker miraba en la TV cómo un malabarista argentino hacía equilibro con unos ladrillos, mientras tocaba la orquesta del trombonista Tommy Dorsey. En medio de un ataque de carcajadas, tuvo un infarto y murió. Debido a este incidente, el dibujante uruguayo Hermenegildo Sábat tituló El pájaro murió de risa a su notable interpretación gráfica de Charlie Parker, editada en 2007. «Hay grandes artistas que tienen la condición de empezar y cerrar un ciclo consigo mismo», declaró Sábat en ese momento. «A Gardel le pasó lo mismo. Inventó un género y lo terminó».
A cien años de su nacimiento, su influencia persiste en buena parte de los músicos de jazz, especialmente en la de los saxofonistas que recogieron su legado y que le hacen honor a los grafitis que decían «Bird Lives» y que aparecieron en las paredes de Nueva York apenas corrió la noticia de su deceso. En algunos casos, la muerte no existe.
Fuente: La Nación
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