El siguiente: un reportaje, entre real e ilusorio, al protagonista de nuestro tiempo en medio mundo, y en la otra mitad también. Rodolfo Braceli despliega su condición de escritor y de periodista. En una caminata cotidiana encuentra (ver el registro fotográfico) una esferita vegetal del tamaño de una pelota de ping pong. Tiene el aspecto de un gigantesco Coronavirus. Hasta aquí lo real. Desde el interior de la pelotita emerge una voz y Braceli empieza a interrogar al espeluznante personaje. El diálogo, con humor y discusión, atraviesa la inquietud metafísica, el hartazgo de la mama Pacha, los robos conceptuales del (neo)liberalismo, los vericuetos de la condición argentina, la implacable suicidación planetaria. Atención a este concepto que pronuncia Don Coronavirus: “Los virus no somos causa, somos consecuencia”… “Lo único que por siempre nos puede derrotar es la solidaridad”.
Por Rodolfo Braceli*
(para La Tecl@ Eñe)
Con la vida no hay caso: siempre continúa. Últimamente nuestro paladar se acostumbró a la palabra “apocalipsis”; la sensación de “fin del mundo” nos acecha, nos merodea, nos insomnia, alevosamente sembrada por los medios de (des)comunicación.
Permiso.
Necesito compartir algo: No hace tanto, un día del pasado mayo del 2020 después del flaco Cristo, caminaba yo por la calle Estomba al 2900 con un solcito nacional y cielo inobjetable. Había salido para comprar alcohol y un par de malbec (alcohol para afuera y alcohol para adentro, para vadear con menos riesgo y cierta alegría esta eternidad demasiado eterna).
Algo detuvo mi caminata: en la vereda sin barrer, entre las hojas otoñales vi una esfera vegetal del tamaño de una pelotita de pingpong; de ella brotaban filamentos, ventositas. La pelotita me espeluznó: vi en ella una especie de gigantesco hotel, de hospedaje de coronavirus.
Me escuché decir: ¿La alzo o no la alzo? Pensé: ¿y si realmente en su interior anidan millones de coronavirus? ¿Y si en el núcleo de esta pelotita se esconde la clave de la crucial vacuna?
Caí en la tentación:
Alcé la esfera por el tallito, y retorné a mi casa. Apenas entré escuché una voz, brotaba del interior de la pelotita:
–Sí, estás en lo cierto: soy una usina de coronavirus. Terráqueo curioso, ¿en qué puedo servirte?
Con la irresponsabilidad del espanto, le respondí:
–Deme un reportaje. Ya.
–No me jodás, pedazo de güevón.
–Váyase a la mismísima mierda, don.
–No hace falta que vaya, en eso estoy.
–¿Me concede el reportaje o no?
–Sos un inefable de la primera hora; dale con el reportaje. Pero apurate, que tengo mucho que hacer.
–Don Coronavirus, ¿usted es o se hace? ¿Es o lo hicieron?
–De pura cepa soy. Trump ladra que me hicieron los chinos. ¡Qué insuperable pelotudo! El día menos pensado conseguirá que la gran burbuja le explote en las manos al aseado neoliberalismo. Dicho sea: el neoliberalismo es incoloro, insaboro y, sobre todo, inodoro.
–Por el modo en el que describe al neoliberalismo me da la sensación que usted, en lo esencial, simpatiza con la democracia.
–A la democracia la practico. Yo no discrimino: conmigo cagan fuego millonarios y pobres, famosos e ignotos, intelectuales y analfabetos. En cualquier momento decido cargarme a Trump, a Bolsonaro… Pero no, por el momento a estos monicacos los haré durar para hacerles perder las elecciones. Soy un democrático sádico. A todo esto: curioso, ¿quién sos vos?
–Don Virus, yo soy ¡argentino!
–¡Notable! Decís “soy argentino” sacaaando pecho. Enterate: ser argentino es algo que le puede pasar a cualquiera… Pero vayamos al grano: ¿a qué se debe tu interés en reportearme?
–Al julepe ecuménico… Esta pandemia viene a ser como el fútbol. Ambas espejan a nuestra sociedad: delatan el racismo, la xenofobia vecinal, las violencias, las euforias que son depresiones al revés, la paranoia convertida en ideología… Bue, en este país también se muestra nuestra capacidad para enarbolar hazañas.
–Argentino, otra vez sacando pecho… Es evidente que lo de Fangio y lo de Maradona les consolidó el ego… Hablando de hazañas: en tu Argentina, a propósito de la vacuna rusa, han resucitado una antigua frase: “¡Se viene el comunismo!”… Che, si eso fuese cierto, ¿qué harías vos?
–Haría lo que hacen los garcas patrios: me rajaría al campo. Pero mejor volvamos al tema. Cuando hablé de hazañas me refería a la de los y las enfermeros y enfermeras, a médicos y médicas, a Ramona Medina que murió de sed.
–Lo de Ramona tiene responsable. En concreto: hay un muchacho madrugador que está extenuando al color amarillo… se llama Rodríguez Larreta, le dicen Horacio, es hijo de su padre y nieto de su abuelo, pintarrajea de amarillo los pavimentos, confunde maquillaje con semblante. Típico neoliberal.
–Don, ya que estamos: compléteme su definición de un neoliberal.
–Un neoliberal es un pedazo de prolijo con buenos modales; se codea con la impunidad y se vale de la desmemoria, aprueba las guerras (genocidios) preventivos, considera que integrarse a Latinoamérica es estar “fuera del mundo”. Concluyo: básicamente ser neoliberal es ser ladrón.
–No se caliente, don Virus, a usted le conviene el frío…A ver, explíqueme lo de ladrón.
–Mirá, el liberalismo vive afanando conceptos… se afanó la palabra “república”. Y más: se afanó la palabra “liberal”, que viene de “libertad”.
–Cálmese, don. Tengo varias preguntas más…
–Joder con tus preguntas.
–Dígame, don: ¿de dónde venimos?
–De un virus huérfano, y sin abuelos.
–¿Qué somos?
–No solo de carne y de fútbol somos: somos un amasijo, un festival de virus pendientes.
–¿Y a dónde vamos?
–Vamos al Olimpo del carajo.
–Don Virus, dígame: ¿Dios existe?
–Sólo existe la palabra. Cada uno la escribe como le da la gana: Dios con mayúscula, dios con minúscula y, cuando estás desesperado, diós con acento. A la palabra Dios la mayoría de los humanos la usan para clausurar las eternas preguntas eternas.
–A usted qué le parece: la pandemia, ¿vendría a ser un castigo divino?
–Ma’ que castigo divino: es un castigo terrenal. La mama Pacha se hartó. Tiene las güevas al plato. Nosotros, los virus, obedecemos, ejecutamos con gusto un castigo merecido. Un castigo conseguido por ustedes, los humanos y las humanas.
–¿Qué hicimos para merecer esto?
–Te respondo con un barniz levemente poético: Ustedes, como planeta, hace rato que se están mandando cagadas y cagadones.
–Don, usted prometió responder con “un barniz levemente poético.
–Hacés muy bien en recordármelo… con eso de los cagadones quiero decir que los terráqueos y terráqueas están desafinando fiero en la sinfonía del universo… Han podrido las aguas y podrido los aires; han desanimado glaciares y violado la mar; decapitan bosques a rajacincha; si te fijás, ya no quedan sombras de árboles porque árboles había una vez; los perros ya no le ladran a la luna porque ¿dónde se escondió la desgraciada? Ay, humanos y humanas, ¿y qué fue de la fervorosa humedad de la conversación de los cuerpos?
–Estremece y desconsuela su balance, don Virus.
–No es todo: el mar y la mar ya no recuerdan sus orillas; pájaros y peces crepitan; el sol está perdiendo la voluntad; el sol, desolado, no sabe ya si salir a alumbrarnos otro día de mañana… La mama Pacha lo sabe y lo padece: ustedes, terráqueos, en los últimos 50 años han destruido más que en 5 mil años. Así es: a suicidio galopante ¡de pronto! el planeta Tierra le está sobrando a la ecología del cosmos.
–Don, francamente:¿tenemos alguna chance de salvación?
–Sólo si toman conciencia de que están en una pulseada. Y si aprenden que el momento más peligroso de la pulseada es cuando creen que la van ganando.
–Madremía, desahuciados estamos.
–Vamos, ánimo: ustedes, los argentinos tienen de donde aprender.
–Aprender… ¿de quiénes, acaso de los próceres?
–De los próceres no, porque están congelados por el bronce y ustedes los recuerdan por el día de su muerte. Argentino, te apuesto a que no recordás el día de nacimiento de San Martín. No vale googlear eh.
–Un 17 de agosto murió San Martín… y nació este… esteee…
–No le des vueltas, ustedes a los próceres los tienen apresados en los monumentos. En el apogeo de la pandemia, hoy por hoy, los próceres a ustedes no les sirven para un caraxus…
–Estamos de acuerdo, don. Con los próceres no contamos. Entonces, de quién podemos tener pautas ejemplares… ¿se puede saber de quién?
–De las Madres Abuelas del pañuelo blanco. Ellas cada día y cada noche les enseñan el arte de la paciencia. Tienen que aprender que la paciencia es lo contrario de la resignación. Ellas, como nadie, les enseñan que la memoria es la forma más ardua de la esperanza.
¿Habitantes o invasores?
La tardecita presiente la noche. Sin darme cuenta pienso en voz alta y le comento a don Virus:
–La palabra “esperanza” oscila entre la güevada ingenua y el desesperado delirio. Evidente: escupimos, ultrajamos y violamos al planeta. No somos “habitantes”, somos “invasores” de la Tierra.
–Si eso lo tienen así de claro, ahora podrán reconocer que nosotros los virus no somos culpables de esta sinfonía de espantos. Los virus no somos la causa, somos la consecuencia.
La tardecita ya fue, la noche ya es. Un sentimiento inexplicable me atraviesa. Ahora debiera llorar en voz alta. Pero ni una lágrima. En cambio me sale otra pregunta, impensada:
–¿Puedo darle un abrazo, don?
–Invasor, si es un abrazo de los antiguos, guardátelo. Aprovecho para decirte que lo de ustedes son espasmos de solidaridad. Curten un individualismo carnicero: al neoliberalismo lo supieron conseguir. Ustedes no tropiezan dos veces con la misma piedra, tropiezan tres, cinco veces. Son militantes de la distracción. ¿Cuándo aprenderán que al destino no se lo puede coimear?
–Don Virus, usted no para de criticar… ¡me cago en el reportaje! Por esa puerta usted entró y por esa puerta usted se raja. ¡Ya!
–Pedacito de periodista, lo admito: no tengo ningún derecho a hacerle el caldo gordo a la desesperanza. Aunque suene cursi deben, pese todo, enarbolar la fe.
–¿De qué puñetera fe me habla?
–De la fe en la esperanza.
Vaticinio de sueño
Abro la puerta de calle. Necesito darle una flor de patada en el culo a don Virus. Pero me cancela la intención; se adelanta y me dice, irónico: “Prefiero que me des un codazo”. Después agrega, como en secreto: “A ustedes, terráqueos y terráqueas, les deseo lo que sepan conseguir… Sabélo, antes que la vacuna a mí lo único que me puede persuadir es la solidaridad entre ustedes”.
Me queda como en un eco abismal la última frase: “Sabélo… antes que la vacuna a mí lo único que me puede persuadir es la solidaridad entre ustedes.”
Ya se retira; la voz de don Virus se despide avisándome: “Esta noche vas a soñarte. En el sueño estarás desnudo frente a la mar. La mirarás hondo. Muy hondo. Más hondo… De pronto divisarás un barquito. Te preguntarás: ¿Viene o se aleja? ¿Será el de Noé?”
Buenos Aires, 15 de agosto de 2020
*Poeta, narrador y periodista.
Fotos: Rodolfo Braceli
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