Por Emiliano Gullo
Foto Federico Cosso
· El desalojo de la toma de Guernica, la más grande del país, tiene nueva fecha: el 1 de octubre. Allí, tres mil personas sin techo buscan desde hace dos meses una respuesta a la falta de trabajo, tierra y vivienda. Mientras distintos actores negocian a contrarreloj una salida democrática, Emiliano Gullo recorrió el predio de cien hectáreas, habló con sus protagonistas y escribió esta crónica sobre el déficit habitacional, un problema que afecta a más de un millón de familias bonaerenses.
Una mañana a
finales de julio la mamá de Maxi recibió un pedido que la puso en alerta. Un
vecino necesitaba un colchón.
—¿Para qué lo
querés?
—Están tomando
tierra. Me voy ya.
Enseguida supo que
tenía que moverse rápido. No por ella, que 15 años atrás ya había tomado el
pedazo de tierra donde todavía vive, en el barrio de La Yaya, Guernica,
cabecera del partido Presidente Perón. Era para su hijo mayor, Maxi, de 20
años, padre de una nena de 2 y con uno más en camino. Maxi nació en Empedrado,
un pueblo de Corrientes. Desde los cuatro años no paró de moverse con su familia.
Pasó por Wilde, Berazategui, Gerli, Avellaneda, La Yaya. Esta vez le tocaba a
él.
Su mamá lo dejó en
la esquina de Almirante Brown y Tesla, una de las entradas de la nueva toma de
Guernica -la más grande del país- que comenzó el 20 de julio y reúne alrededor
de 3 mil personas. Atardecía. Maxi llevaba una campera de la selección
argentina, una remera negra, un pantalón largo y unas zapatillas agujereadas.
Antes de salir se colgó del cuello una cadenita con el escudo de River Plate.
Caminó durante media hora hasta que un hombre se le acercó. Tirate ahí, le
dijo. Era el nuevo barrio La Lucha, al fondo de las 100 hectáreas que conforman
este predio. Se acostó sobre una lona plástica, se envolvió con una manta y
esperó a que el cansancio y el frío lo durmieran.
“La primera noche
fue horrible. Me congelé, cuando me desperté no sentía los pies. Los tenía
cubiertos de escarcha. Después empecé a moverme, pude levantarme y ya estaba
todo bien”, cuenta Maxi un día antes de que el juez Martín Rizzo aceptara la
postergación del desalojo. La nueva fecha, el 1 de octubre. “Esta es mi casa,
este es mi barrio, ya no es una toma. Mirá, hay calles, manzanas, cada uno
tiene su lote”. Su casa está sostenida en cuatro palos. Tiene paredes de nylon.
Adentro hay lugar para una pequeña cama, armada también de palos. La cubre un
plástico negro, el mismo que usó como colchón para dormir dos meses atrás,
cuando llegó por primera vez. El piso, como el de todos acá, es la
tierra.
Además de La
Lucha, nacieron San Martín, La Unión, 20 de Julio. Los vecinos se organizaron y
lotearon por igual todos los terrenos con medidas de 10 x 25 o 10 x 30. Están
demarcados por elásticos, sogas o cables muy finitos. Algunos tienen puerta de
entrada. Los baños son pozos rodeados por una carpa donde apenas entra una
persona de pie y están dispuestos de manera tal que puedan ser compartidos
entre dos o tres familias. Dividieron el predio en manzanas y eligieron a un
delegado y un subdelegado por cada una. Las asambleas interbarriales deciden
los pasos a seguir semana a semana.
Santiago Nardín,
sociólogo y magíster en Estudios Urbanos, explica que “la presencia de
organizaciones sociales y políticas aportan una expertise que permite reducir
los riesgos asociados a las primeras etapas de la ocupación, favorece
sociabilidades, limita la aparición de violencia interna al generar una
estructura de delegados y asambleas que permiten canalizar los conflictos que
surjan. También son un freno a los intentos de especulación y lucro”.
A Guernica se
acercaron militantes de las organizaciones MTR-Votamos Luchar, FOL, OLP
Resistir y Luchar, Víctor Choque, Mulcs, Polo Obrero, Barrios de Pie-Libres Del
Sur, Frente Popular Dario Santillan. Entre ellos y los delegados de los cuatro
barrios formaron la Coordinación de Delegados y Organizaciones de la
Recuperación de Tierras de Guernica.
El domingo pasado,
la Coordinación organizó un festival para levantar el espíritu entre los
vecinos, con el ánimo comprimido por la amenaza del desalojo. Parte se
desarrolló de manera virtual pero también hubo bandas en vivo. Sobre un pequeño
escenario tocaron los Tenores Obreros, El Cabra (ex cantante de Las Manos de
Filippi), Mendieta, Gorrión Gris, Presidentes Muertos, Rock Contestatario y
Alaza.
Nardín marca
diferencias en las tomas del Conurbano. “Hay redes importantes en Quilmes y
Matanza ligadas a las primeras tomas de los años ´80 y, hasta el día de hoy, la
Iglesia sigue siendo una referencia importante. En Moreno, las tomas de tierras
se desarrollaron a partir de negociaciones conflictivas con el municipio. En
Lomas de Zamora, cerca de la feria la Salada, estuvieron muy atravesadas
por las actividades informales que dinamizan la economía de la zona. En tomas
grandes (como la de Guernica) intervienen diversos tipos de organizaciones”.
Alan no quiere
saber nada con organizaciones externas. Tiene 27 años. Remarca la autonomía
barrial en la puerta de la casa que comparte con Silvia, su mujer de 25, y sus
dos hijos, de 6 y 8 años. Los dos están sin trabajo. Vienen de Florencio
Varela. “Lo hicimos nosotros, nos auto organizamos y repartimos a todos por
igual. Es cierto que hay organizaciones de afuera, pero solo nos ayudan, nos
asesoran, traen donaciones, pero nadie nos dice qué hacer y qué no”. El hijo
más grande le dijo muy seriamente a Alan apenas llegaron a la toma:
—Papá, tenemos un
gran problema. Acá no hay enchufes.
A los pocos
días, pagaron mil pesos para que los conectaran al palo de electricidad
que viene de uno de los barrios contiguos y que también nació como toma.
Gracias a eso pueden usar una lamparita y, como querían los chicos, un enchufe.
Algunos no lo
hacen por falta de recursos. Otros porque la amenaza del desalojo inminente los
desestimula para invertir lo poco que tienen. Los mantiene en un estado de
incertidumbre constante. Es la precariedad menos palpable y, a la vez, la más
acuciante.
Pero para ellos
-que tuvieron que dejar la pieza que alquilaban porque aumentó de 7 mil a 9 mil
pesos- es esto o la nada. Es la tercera vez que intentan asentarse en una toma.
En todas perdieron colchones, chapas, ropa. Esta vez -dicen- es la última.
“¿A dónde quieren
que nos vayamos? No tenemos otra opción. No podemos pagar un alquiler. Acá
llegamos y acá nos vamos a quedar. Hasta cuando vamos a estar dando vueltas.
Mis hijos ya nos dicen ´vamos a casa´. Para ellos, esta es su casa. Y para
nosotros también”, dice Silvia y avisa, con lágrimas y con firmeza, que si los
sacan se van al Obelisco con una carpa. Alan trata de no pensar en el desalojo
para que sus hijos y Silvia no lo vean triste. “Si me quiebro es peor para
ellos”.
El hermano de
Silvia les pasó el dato de la toma. Los ayudó en todo. Desarmó el alero de su
casa y les regaló las chapas para que las usaran como paredes. El techo, como
en muchas casas alrededor, es una pileta pelopincho abierta. Los ayudó hasta
que la policía bonaerense secuestró la camioneta cuando salía. “Hasta los
bidones de agua le llevaron”, cuenta Alan, que hace dos viajes por día para
traer líquido de afuera. Economizar la hidratación es fundamental. Los bidones
tienen que alcanzar para las necesidades de toda su familia: bañarse, lavarse
los dientes, cocinar, hidratarse.
Las denuncias
contra la policía provincial por robo, maltratos e insultos se multiplican entre
todos los vecinos. Estos cuatro barrios están cercados. Por un lado, un
riachuelo los separa de un campo, desde donde llegó una patota a caballos para
echarlos los primeros días. No pudieron. Ahora -sobre unos troncos que sirven
de puente- van y vienen chicos, mujeres y hombres a buscar leña. Esta noche
primaveral de septiembre la temperatura va a descender hasta los -1
grados.
Hacia otro
costado, los dueños de uno de los countries levantaron un alambrado y pidieron
la instalación de una garita de la Bonaerense. El principal denunciante ante el
fiscal Juan Cruz Condomí Alcorta es la firma Bellaco S.A, una empresa que se
dedica a la construcción de countries en la zona y que según ARBA le debe al
fisco provincial cerca de un millón de pesos en impuestos.
En los otros
puntos de acceso, que dan a barrios consolidados, la policía monta una guardia
hambrienta. Los vecinos se adelantaron y al inicio de la toma cavaron varias
zanjas para inhibir el avance de los patrulleros.
Las fuerzas de
seguridad no sólo detienen el ingreso de comida, agua y pertrechos para
construir. También detuvieron el ingreso de personas. El predio, de alguna
manera, ya está cerrado. Igualmente es difícil saber con exactitud cuánta gente
vive acá.
Según el censo
realizado por el Ministerio de Desarrollo de la Comunidad bonaerense, en este
lugar -grande como 100 canchas de fútbol- hay 2.344 parcelas, 1.904 personas y
604 familias. Aunque en la realidad de la toma esos datos estallan. Los vecinos
aseguran que son muchos más, al menos unas 3500. “Muchos no se quieren censar
porque ya lo hizo la intendenta de Presidente Perón (Blanca Cantero) y después
les armó una causa por usurpación”, explica Diego, de 30 años. A veces hace
alguna changa de pintura pero desde el año pasado no trabaja de manera estable.
Tiene una hija de cinco años a la que ve poco y nada. Hasta que no se
estabilice prefiere no traerla. Algo parecido le pasa a Maxi con Angélica.
Tiene tatuado su nombre en el brazo izquierdo. “A veces no paro de llorar.
Cuando estoy mal miro su nombre y me recuerda que todo esto que hago es por
ella, para que tenga un pedazo de tierra”.
También hay gente
que no pasa la noche. Pero los que abandonan su parcela corren el riesgo de
perderla. Algunos salen a trabajar o a ver a sus hijos. Cuando Maxi sale los
domingos a visitar a su hija, le pide una mano a Robelinda, su vecina más
próxima. Más que una mano, un ojo. Y muchas veces un plato de comida.
Robelinda tiene 37
años y viene de Fiorito. Tiene una hija de 12, uno de 18 y otra de 20. El hijo
varón trabaja en la construcción y la ayudó para que tuviera una casa lo más
cómoda posible. Tiene pared de chapa y techo de pelopincho como las demás, pero
también un espacio de estar, rodeado de lonas. En ese living desayuna Maxi
todas las mañanas. También viene a buscar comida Sabrina, que vive al lado
junto a sus tres hijos de 2, 3 y 5 años. Sabrina es de Glew. Duerme con sus
hijos en una misma cama, armada de pedazos irregulares de madera. Para
calentarse por las noches, dejá el brasero adentro. “Cuando se apagaron las
brasas ya nos dormimos, y podemos descansar bien”. El más chiquito corre por
afuera de la casa y se mete en living de Robelinda. Sabrina está tranquila si
su hijo está ahí.
En La Lucha todos
saben que Robelinda siempre está. En agosto se venció la perimetral que le puso
a su pareja. Una amiga le contó de la toma y se mandó. Robelinda lo tiene
claro. Ella no vuelve.
“Es su casa. Y que
se quede ahí. Yo ya fui a la Justicia mil veces. Nunca avanza la causa. Mi hija
más chica tiene secuelas de violencia. Yo a esa casa no vuelvo más. Todavía no
la puedo traer porque necesita tener buena conexión de internet para terminar
las clases. Pero ya lo voy a hacer”.
El sociólogo
Nardín explica que “estas tomas están motivadas, en parte, por la expulsión de
alquileres formales e informales, por el creciente hacinamiento que se agrava
por el confinamiento que impone la pandemia. No solo por aspectos sanitarios
(irse a vivir a una carpa en un lote no pareciera ser una mejora en ese
sentido) sino también por los conflictos intrafamiliares y las crecientes
tensiones que generaron en el marco del aislamiento”.
Antes de la
pandemia del Covid, Robelinda limpiaba casas en Capital. Ahora está en cero.
Para alquilar una habitación en Fiorito le pedían 9 mil pesos, cuando el
Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), creado durante la pandemia, es de 10 mil.
El cobro del IFE es caótico. Maxi dice que lo pudo cobrar dos veces. Robelinda
a veces lo cobra. A veces no. Otros lo cobran siempre. Hasta el momento, aún con
cierta inestabilidad, el IFE parecería la única política social que llega al
territorio.
El Plan Nacional
de Suelo Urbano, creado en la actual gestión de Alberto Fernández para intentar
dar una respuesta a este tipo de conflicto, tiene previsto la creación de 10
mil lotes con servicio para este año en todo el país. Forma parte del ProCreAr
que proyecta la construcción de 44 mil viviendas. Pese al anuncio, en esta
coyuntura urgente su ejecución aún no tiene fecha. La socióloga y especialista
en estudios urbanos María Mercedes Di Virgilio explica
que “la pandemia enlentece todo; el plan es muy reciente y no son políticas de
ejecución directa. Tiene que articular con las provincias, con los municipios y
eso genera una tensión en la implementación”.
Según Rubén
Pascolini, subsecretario de Acceso al Hábitat de la provincia de Buenos Aires,
“el déficit habitacional proyectado en la provincia es de aproximadamente
1.240.000 familias que tienen problemas de vivienda”. Pascolini forma parte del
Dispositivo Interministerial creado para destrabar este conflicto junto a
Andrés Larroque, ministro de Desarrollo de la Comunidad, y Lisandro Pellegrini,
subsecretario de Política Criminal del Ministerio de Justicia y DDHH. También
participan de las negociaciones organismos defensores de los Derechos Humanos
como el CELS, la SERPAJ, el Defensor del Pueblo, y la CODESEDH, entre
otros.
Sobre los
distintos marcos legales que debieran facilitar el acceso a la vivienda de
sectores populares, Di Virgilio detalla las dificultades. “Existen marcos
progresistas con respecto a las leyes. La ley de Acceso Justo al Hábitat en la
provincia de Buenos Aires, la Ley de Urbanización e Integración de Barrios
Informales. Es decir, los marcos normativos existen y son habilitantes pero se
tienen que hacer operativos en cuanto a los presupuestos. Solo con eso no
alcanzan para dar una respuesta efectiva a la emergencia”. Además -dice la
investigadora- “el mercado informal es un gran problema porque no hay forma de
regular qué es lo que se alquila o las transacciones; todo lo que el gobierno
decretó como la prohibición del desalojo no aplican para ese mercado”.
Con 49 años y con
sólo un mes y medio de atraso en el alquiler -en el medio del pico de la
pandemia- Gladys, sus cuatro hijos y sus tres nietos fueron obligados a dejar
su casa en Claypole. Por primera vez en su vida tuvo que participar de una toma
de tierras.
La nueva casa de
Gladys está llena de gente. Todos quieren estar cerca de ella. Por motivación
propia se convirtió en el comedor de La Lucha. A veces cocina al mediodía y a
la tarde hace una copa de leche. A veces cocina para la noche. Pero siempre
alimenta a unas 80 personas. Entre ellos está Maxi, que después de desayunar en
lo de Robelinda se prepara para sus almuerzos..
“Yo siempre tuve
comedores. En Claypole, en todos lados por donde pasé. ¿Por qué no lo iba a
hacer acá? Esto es todo para mi. Es esto o la calle”, cuenta Gladys y muestra:
“Mirá lo que son mis manos”. A esta hora de la tarde, apenas pasadas las
cuatro, todavía queda guiso del mediodía. Tiene fideos, tomate, zapallito,
zanahoria, papa, verdeo. “Todos ayudan. Algunos traen leña. Otros consiguen
verduras y las pasan como pueden. Mi hija más chica va a buscar agua. Otros
chicos recorren las carnicerías de afuera a ver si nos regalan algo. Y entre
todos logramos cosas”. Gladys es también la subdelegada de su manzana. Miguel,
el delegado, pasa por su almuerzo tardío.
Al atardecer se
levantan los teros con sus gritos agudos. Son decenas. Cruzan los barrios de La
Unión, La Lucha, 20 de Julio, San Martín. En el campo se dice que la estrategia
de los teros es gritar donde no están sus huevos y así despistar a sus
depredadores.
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