Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

jueves, septiembre 17, 2020

Guillermina - Relato -

 



 

En el barrio todos lo conocían como Guillermina o La Guille. Yo siempre supuse que era como una forma de tomarle el pelo por su gusto sobre los cigarrillos Vía Apia mentolados o por su manía con las uñas. Siempre limadas y laqueadas que no condecían con el oficio de albañil. Yo estaba terminando el industrial y muy poco y nada sabía o conocía sobre la vida y milagro de los vecinos. Bastante tenía ya con las gastadas de los vagos  que tenía que bancarme por ser el único traga libros de la barra. Estudiaba en Flores y ello me demandaba gran parte del día. Excepto por los fines de semana cuando nos juntábamos en la canchita a jugar a la pelota o en la esquina para programar las salidas por la noche.

No daba puto. Era un muchacho que rondaba los treinta. De contextura grande y cintura estrecha. De sonrisa franca, siempre bien afeitado y con el pelo peinado a la gomina hacia atrás, las manos delicadas, bien cuidadas y de mirada profunda. Jugaba de central. Un marcador de pierna fuerte pero nunca mal intencionada. Abusaba, tal vez, de su corpulencia y hasta se diría que lo divertía vernos despatarrados cada vez que íbamos a una pelota dividida.

Me lo presentó El Japo un sábado por la tarde. "Tengo un maneje con La Tana para esta noche y no tengo un mango. Haceme la gamba."

La Guille no vivía lejos de casa. Su "casita del amor" como gustaba llamarle era una prefabricada de madera bien parada al fondo de una casa vieja de la calle Rojas cerca de la Gomicuer. Nada hacía prever que detrás, como escondida, se erguía aquella hermosura de madera barnizada, muchas macetas floridas, un pequeño jardincito y el pasillo de ladrillos bien asentados que llevaba directo a la coqueta casilla.

Con él vivía, tiempo después me enteré que era su pareja, El Pata Miguel, un pendejo mal llevado que jugaba a dos puntas y que, paradójicamente, se cogía a la prima de mi amigo Pelé. Una rubiecita por la que babeábamos  todos en el barrio sin que nos diera cabida. No sé qué carajo le vio al turro pero la minita se mojaba toda por él, mal que nos pese. Para la gilada, familia incluída, era el noviecito oficial... Tan embobada estaba que nunca sospechó la doble vida del  proyecto de zángano.

Guillermina no era tonto. Muy por el contrario estaba al tanto del jueguito de su palomo y le concedía ciertos deslices. No era celoso. Tal vez como una forma de justificar los propios que no eran pocos. Diríase que conformaban una pareja "moderna open mind". Aunque el pendejo era demasiado celoso y de vez en cuando lo cagaba a palos. No sé si de puro masoca o vaya uno a saber porqué, lo cierto era que La Guille, de tanto en tanto, aparecía con un ojo en compota o con el labio partido. Algo incomprensible porque si algo le sobraba a La Guille eran pelotas. La loca se le paraba de mano a cualquiera e iba al frente como una locomotora. Cosas que tiene el amor o "Porque te quiero te aporreo" como decía mi abuela...

Sonaba Sandro a todo volumen. El Japo chifló tres veces. Era la contraseñada acordada para acceder a "La casita del amor". Rato después aparece El Pata con cara de orto, nos cruza y pasa delante nuestro sin siquiera saludar. "Amargo como culo´e mono" rumió mi compañero con la intención de obstruirle el paso. Lo retuve de un brazo. "El pendejo no vale un tarro de mierda, dejalo"

Jorgelina  parece un verdadero dandy victoriano, envuelto en la bata de satén azul petróleo. Se había depilado las cejas, tenía la cara encremada, las uñas recién pintadas y los labios con brillo.

   - Pasen, chicos. - dijo saludándonos con dos besos. Uno por mejilla. - Como los franceses. Llegan justo. Estaba a punto de agasajarme con un vermusito. Y donde toma uno toman dos. El boludito se ofendió y se fue. ¡Qué se joda!

La prefabricada por dentro era para caerse de culo. Como sacada de una película de Hollywood. Las maderas de las paredes pintadas al aceite. De un color celeste cielo embellecían la sala principal que hacía de cocina comedor y recibidor. Allí no había ni mesas ni sillas. Solo almohadones enormes para sentarse sobre la alfombra "persa". Había cuadros y artesanías. Colgantes, una pipa de agua y estantes y repisas por todas partes. Un Wincofon y cantidad de longplays. Muchos libros y un retrato grande de Evita junto a un florero con rosas blancas. Y lo que no podía faltar: Una pequeña barra colmada de botellas junto a la heladera.

Pero si eso me llamó gratamente la atención, ni comparación con la habitación que había detrás del cortinado florido. Una enorme cama de bronce bien presentada con un espléndido acolchado púrpura extendido en donde reposaba un  tigre gigante de peluche que ocupaba casi la totalidad del lecho. Sobre el machimbre pintado con exquisito buen gusto de un rosa delicado colgaba la imagen en bronce del Sagrado Corazón de Jesús,  enmarcado en madera lustrada junto a la foto de la que supuse sería su madre sosteniéndolo en brazos.

Trazos refinados y filetes en oro y plata conformaban curiosos arabescos sobre las paredes de  la habitación. Un televisor  "Noblex" y dos lámparas de aceite aromático , una a cada lado de la cabecera. El toque "kitch" y quizás el más estrambótico de todos era el enorme espejo colgante casi del mismo tamaño de la cama.  "Me lo afané en la demolición  de una casona en San Telmo. Fue todo un tema... pero me lo traje..." Comentó socarronamente al percatarse de mi cara de asombro.

Como buen anfitrión dispuso los vasos que llenó  generosamente de aperitivo. Un par de hielos y un chorrito de soda. Aceitunas negras, queso, longaniza y pan. Todo un banquete.

Vi como con mi amigo intercambiaban miradas cómplices. Comentaban por lo bajo y se reían. Sandro desgranaba sus mejores canciones. Guillermina deslizó una mano sobre la bragueta de Japo pero al percibir mi incomodidad depuso su actitud. Amagué con levantarme e irme pero me detuvo pidiéndome que aguardara allí.

Los vi entonces dirigirse a la habitación. Las manos del dueño de casa corrieron el cortinado. Subí el volúmen de la música para no escuchar y media botella de Cinzano más tarde la cortina volvió a correrse para permitir el paso de los dos hombres que avanzaron hacia mí tomados de la mano y sonrientes. Ya tendría tiempo de sobra para reprochárselo.  

     - Listo - dijo El Japo como si nada - Me costó convencerlo al guacho para que me prestara plata pero al final lo logré.

     - Si y espero que me la devuelvas pronto, bebé. Ya debe estar por llegar mi maridito, jé. Che, - me dijo - ¡qué caripela, querido! ¿Cómo, no sabías? ¡Sí, enterate mi amor! ¡Me la como y qué!... ¡Viva Perón, carajo! - gritó  lanzando una sonora carcajada.

Salimos de la casa. Un rosario de puteadas fue lo que tuvo que soportar mi amigo que actuaba como si aquello que acababa de ocurrir frente a mis narices fuera lo más natural del mundo. Se me desmoronó un ídolo. El mejor "pateador" de rock. El chabón que se ganaba las mejores minas se cagaba de risa. ¿Quién lo diría, El Japo teniendo sexo con un hombre por guita.. Y yo tirándome pedos de colores de la bronca por ser tan, pero tan pelotudo. Y no porque me jodiera ese tipo de relación sino por hacerme hecho sentir como un nabo mientras esperaba que los muchachos concluyeran su batalla amorosa.

    - No te chivés. Necesitaba un préstamo, ¿entendés?. Guillermina es un buen tipo, nunca te va a dejar a gamba. Te dije que necesitaba plata para la entrada de Intimé. Tengo promesas de gol con La Tana. hace rato que le tengo ganas y hoy le bajo la caña...

   - ¿Te quedaron ganas, todavía?

   - ¡Cómo! Y ya sabés, si andás corto de guita date  una vuelta por "la casita del amor" que la Guille seguro te va a atender... Avisale con tiempo, por las dudas...

   - ¡Andá a la concha de tu madre!

Fue pasando el tiempo y con ello se fue acrecentando el vínculo de amistad. No fueron pocas las veces en que visité a Guillermina. Grandes asados. Pantagruélicas reuniones que se prolongaban hasta el amanecer. Sandro, chalita y buen escabio pero nunca pasó de ahí. Los dos sabíamos el punto límite. Respeto ante todo. "En la casita del amor" nunca pasó nada. Para decirlo en criollo: Soy adicto a la concha y lo entendió. A tal punto llegó la confianza que me cedió las llaves de su aposento para que fuera con alguna de mis chicas y no fueron pocas las veces que se la bancó sentado sobre los almohadones de la sala como un monje tibetano esperando el fin de mis himeneos amorosos. Creo que fuimos compinches. El peronismo y la militancia fueron el factor aglutinante. Nuestras charlas se dilataban entre vinos y chalas que el mismo cultivaba los fines de semana hasta que hacía su intromisión el pendejo. Recuerdo la vez que le bajé un diente de una patada cuando la quiso ir de malevo e intentó levantarle la mano a la Guille. Se había peleado con su noviecita y se la quiso desquitar con él. Reaccioné de manera intempestiva. Nadie le pega a un amigo delante mío. Desde aquel día El Pata no jodió más. Al menos en mi presencia. Fue tal el correctivo que hasta aprendió a saludar.

Volvía el General a la Argentina. Todo en las calles era ebullición y fiesta. Guillermina pasó a eso de las cinco a buscarnos a cada uno por su casa. En total éramos cuatro. Lo hizo en una rural Rambler verde clarito de la UOCRA a la que le habían pintado enormes cruces rojas en techo y puertas además de quitarle los asientos traseros. No venía solo, lo acompañaba una compañera enfermera.

Manejaba con una damajuana de copiloto. Así fue todo el trayecto hasta Ezeiza. Cantando y tomando. Era una jornada de gloriosa felicidad y el pueblo así lo manifestaba. Miles y miles de argentinos marchando hacia el reencuentro largamente esperado con su líder.

No sé como lo hizo. Lo cierto es que logró estacionar el Rambler muy cerca de la parte trasera del palco. Allí hasta tuvimos tiempo de compartir mates y tortas fritas con Leonardo Fabio y el Negro Edgardo Suárez que eran los presentadores del acto. Yo no cabía de contento en mis pantalones. Me costaba creer estar frente a frente a ésos dos grandes del campo nacional y popular. Y todo marchaba de maravillas hasta que el rumor, recargado de oscuros presagios comenzó a tomar dimensión: Había gente emboscada. Francotiradores dispuestos a disparar a las gruesas columnas Montoneras que avanzaban hacia la zona del palco. A todo eso y al tanto de los acontecimientos que se magnificaban el avión que traía a nuestro general decidió a último momento  desviar el vuelo hacia la base aérea de Morón.

No sé cuándo y de donde emergieron los primeros tiros. Imposible determinarlo. Solo sé que las balas rebotaban en las estructuras metálicas del escenario y vi a Fabio poniéndole el pecho a las balas. Hablando y pidiendo cordura a la multitud. Pero nadie escuchó, solo importaba salvar el pellejo. Y fue el caos.

Gente corriendo, gritos, personas caídas, heridos... Hombres, mujeres y chicos tirándose cuerpo a tierra. Vi a Guillermina sacar de la rural en la que habíamos viajado un par de revólveres. Le dio uno a la enfermera y volviéndose hacia nosotros gritó: "¡Rajen de acá que la pudrieron mal!" Casi que lo ordenó. Yo jamás había escuchado como se oye el silbido de una bala sobre la cabeza. Puedo asegurar que se te frunce el culo. No sé para qué lado corrieron mis compañeros. Solo sé para qué lado corrí yo. Lo último que vi fue a La Guille disparando a diestra y siniestra mientras corría hacia el lado de los bosques y a su compañera herida. Me abrí paso como pude entre la multitud y así me fui alejando de aquella locura. Hice dedo y de esa manera pude llegar hasta la estación de Liniers.

Volvió a pasar el tiempo con la fuerza de un viento violento, ya había terminado la secundaria y mi abuela hizo migas con un tal Pradas, a la postre gerente de la sucursal del Banco provincia en Morón. El tipo solía salir a caminar los domingos y era parada obligada la vereda de casa. Allí pasaba largo rato mirando y admirando la fachada de la vieja capilla "El Señor de los Milagros" erigida justo frente a nuestra vivienda. Así entre charla y charla la abuela Leticia le comentó que su nieto (por mí) había terminado el industrial y buscaba trabajo. Fue eso y la enorme bonhomía de aquel SEÑOR que le dijo que lo fuera a ver a su oficina. Así lo hice. Una breve charla y la recomendación para que vaya a hablar de parte suya al señor Novas, gerente de personal de La Alámbrica.

A la semana ya estaba laburando.

Yo había empezado mi noviazgo con Mónica. Trabajaba en turnos rotativos y eran pocas las veces que coincidíamos con Guillermina. El seguía trabajando en la construcción. Seguía viviendo con el vago de Miguel y de la barra pocos, casi nadie, se daba una vuelta por "la casita del amor". El Japo también había sentado cabeza. La Petisa de la pensión lo tenía cortito y no le aflojaba la soga. También su madre, al ver que finalmente su hijo se había decidido involucrarse en una relación seria, le obligaba a cumplir religiosamente con su trabajo en el puesto de la feria. Con todo eso era lógico que nos fuéramos distanciando.

La última vez que me lo crucé fue en El Sportman. Yo estaba con mi novia comiendo una pizza y él con un mocosito. Habían salido de la trasnoche del cine Achával y ya se lo llevaba para "la casita del amor" me dijo guiñándome un ojo. Aprovechando que el tarambana de Miguel se había ido a un cumpleaños con la minita por la que todos desparramábamos babas.

 

Pero las cosas suceden de una manera subrepticia y cruel entre los mortales. Fue el propio Japo quien me puso al tanto de lo acontecido. Serían las cuatro de la mañana cuando golpearon las manos en la puerta de casa. Estaba blanco como un papel y tartamudeaba al hablar.

   - ¡Loco!... ma... ma... mataron a Guillermina... lo... lo...lo...

   - ¿Qué decís? - le pregunté zamarreándolo - me estás jodiendo...

   -  No te miento... Me llamaron de la UOCRA para avisarme. Lo encontraron anoche en una obra en construcción abandonada... en Haedo... Le reventaron la cabeza con una pala. Lo dejaron irreconocible... No sabés lo que fue... Tuve que ir yo a reconocerlo... ¿Sabés lo que le hicieron ésos hijos de puta? Lo empalaron. Le metieron un palo en el culo y le dejaron un cartel que decía "Esto te pasa por puto y peronista" Es terrible... cómo puede haber gente tan turra?

   - ¿Y cómo lo reconociste si estaba desfigurado?¿ Estás seguro que es él? - indagué totalmente turbado por la noticia  - La Guille tenía un tatuaje - continuó con su relato mientras pitaba tembloroso un cigarrillo - Un tatuaje en la nalga izquierda. Un corazón atravesado por una flecha y la leyenda "Soy tuyo.¡Cómo no iba a reconocerlo!"

- ¿ Y por qué no fue Miguel?¿Acaso no vivían juntos?

   - El hijo de puta se borró. Dijo que tenía que salir con la rubia.

Maldije en silencio, arrepentido de no haberle retorcido el cogote aquella vez.

¡Pendejo de mierda! - Grité indignado -

Y nos quedamos abrazados, llorando como chicos bajo el farol de la calle más oscura del mundo.

Reo West

 De su libro; Non Fiction El Infierno al Oeste

No hay comentarios.:

Publicar un comentario