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"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

domingo, marzo 21, 2021

MUJERES DE LA MAFIA


Dolores del clan Etchevehere

I Parte

La mafia es un poder fibroso que parece inexpugnable y cuya estructura responde a una organización que ejerce violencia sostenida y a un dominio patriarcal, pero hay sujetos que pueden ponerlo en estado de crisis aunque sea por un instante. Son las mujeres que han decidido sustraerse a los mecanismos familiares de los clanes en los que han nacido y crecido. Mujeres que, en algún momento de su vida, por distintas razones, deciden tomar distancia del pacto de poder mafioso. Las organizaciones mafiosas, y en lo específico la ‘ndrangheta, son estructuras patriarcales –de hecho se organizan alrededor de la figura de un capobastone— que como tal secundarizan a las mujeres, sean esposas, hijas, sobrinas o nietas pertenecientes a tal o cual famiglia (1). De esto desciende que la participación de las mujeres en la criminalidad organizada de tipo mafioso es menor respecto de los hombres. La constitución patriarcal de la ‘ndrangheta y la inferiorización del sujeto femenino dependen de una manera de ser y accionar derivadas de la historia, de procesos psicosociales de larga duración y también de los procesos de socialización de las mujeres de mafia. En los contextos de las famiglie ‘ndranghetistas las mujeres están sujetas a un control social primario más estricto que los hombres y en función de eso naturalizan el hecho de tener una cuota menor de poder y libertad: para decidir, salir, elegir amistades, parejas, orientación sexoafectiva, para trabajar o estudiar. Este tipo de sociabilidad implica la introyección de una vulnerabilidad que hacen propia. También una debilidad cuidadosamente construida por los miembros masculinos del clan. Es un tipo de sociabilidad que tiene un impacto en la participación del sujeto femenino en la organización del crimen. Cuando esa naturalización se desarticula pone en marcha un mecanismo reactivo respecto de la violencia criminal y del pacto de omertà que imponen las famiglie. En Calabria los casos de mujeres que se separan de su clan no son pocos y lo hacen para salvar su vida. Las mujeres rebeldes han sido víctimas de las estructuras criminales, han padecido el lado más descarnadamente opresor de los clanes, el sistema de la violencia que permite el despliegue del accionar mafioso.

En los ambientes de ‘ndrangheta y de mafia en general la violencia es una constante, una suerte de aceite de las relaciones sociales, una relación de la vida cotidiana que se refracta fuera de los clanes mafiosos, pero que se aplica en su interioridad también, entre sus miembros. Cuando activa fuera del clan es instrumental, ligado a las actividades criminales. Cuando se aplica adentro tiene otro sentido porque opera sobre un plano estrictamente relacional-familiar y a menudo puede concernir a los sujetos femeninos.

En Italia la situación intrafamiliar de las mujeres de mafia salió a la luz con las colaboradoras de justicia (2). A través de ellas se pudo indagar en la cultura doméstica -aunque no exclusivamente- de una sección conspicua de la mafia italiana: la ‘ndrangheta. El testimonio de los colaboradores de justicia -y de las pocas colaboradoras- en el ámbito de los juicios de mafias llevados a cabo en Italia ha implicado fragilizar los equilibrios familiares y organizativos de las ‘ndrine. Por otra parte, esas declaraciones hicieron emerger las distintas declinaciones que el sujeto femenino puede asumir dentro de las organizaciones mafiosas. Desde ya, la imagen de la mujer y su rol en las familias de mafia, y de ‘ndrangheta en lo específico, no es ni uno ni fijo. Se trata de las relaciones entre mujeres y violencia o, más generalmente, de las relaciones que esas sujetas tienen con la criminalidad organizada.

En términos generales, fragilizar la estructura “mazorquera” de los clanes para el sujeto femenino puede implicar cierta emancipación, entendida como liberación de la violencia mafiosa patriarcal tanto en las relaciones íntimas como en las públicas, conquista de la individualidad y confirmación de la propia subjetividad.

¿Pero esa emancipación significa siempre un alejamiento de la lógica mafiosa de origen? Una de las dimensiones de la escena política nacional-pandémica, y que forma parte de la discusión pública es la que articula Dolores Etchevehere, quien ha descubierto una trama y una racionalidad mafiosa relacionada con su propia familia. Más preciso: ha echado luz sobre una batalla interna dentro de una familia que evidencia lógicas mafiosas presentes en la Argentina. Dolores Etchevehere no acató el pacto de omertà –con su cuota de patriarcado– que pretendía imponerle la alianza familiar constituida por sus hermanos y su madre, por medio del cual buscaron ubicarla en un lugar de obediencia y secundarización. Además, su decisión de externar el conflicto ante la justicia y hacia la esfera pública, la transformó en un sujeto refractario respecto de su propia familia de origen. Pero, ¿al historizar la figura de Dolores en la clave de la violencia –herramienta central de la mafia– qué aparece? Quiero decir: ¿el caso de Dolores Etchevehere y su rol es el de la víctima de la violencia mafiosa?

La familia Etchevehere tiene una estructura de clan –pues la rige un pacto de poder, silencio y violencia: esta es la omertà-– que no pareciera tener vínculos ni con Italia ni con Calabria –aunque una abuela de lxs Etchevehere proviene de Italia, si bien Dolores Etchevehere desconoce de qué región–, pero sí con la teoría del Estado del gobierno de la Alianza Cambiemos –imbricada con la cultura mafiosa– a través del vínculo orgánico entre el ex ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca –Luis Miguel Etchevehere– y el ex presidente Macri. El ex ministro garantizó que la Sociedad Rural Argentina y CREA –los dos actores principales de la oposición al peronismo– tuvieran el control de la política agrícola durante el gobierno de la Alianza Cambiemos.

Dolores es evidentemente perseguida por su clan mafioso-patriarcal de origen, que le aplicó violencia de género, afectando también sus derechos económicos/patrimoniales y amenazando a sus hijxs. Pero en el revés de trama del personaje, aparece una Dolores imbuida en esa misma racionalidad violenta, herramienta nuclear de la mafia; que por otra parte se solapa con una antigua herramienta oligárquica: “Matar era fácil”, dice la primera frase de la novela Los dueños de la tierra de David Viñas. Y sobre la base de ese solapamiento, en la Argentina se establecieron alianzas de clase (entre el clan Macri y el clan Etchevehere por caso). Avanzaré sobre un análisis comparado entre la ocupación de la estancia Casa Nueva (octubre de 2020) y  La Porteña (perteneciente a la familia Güiraldes, en octubre 2005) y sus respectivos modus operandi en la tercera parte de la serie que inaugura esta nota. Si en el primer caso la figura de Dolores Etchevehere se aproxima a las mujeres rebeldes de mafia, el segundo deja en evidencia cómo participaba del orden mafioso que dio origen a una “guerra familiar”.  Segundo Güiraldes es el esposo de Dolores Etchevere y juntos ocuparon hace tres lustros la estancia que se disputaban distintos miembros de la familia. Entonces no los acompañaban militantes políticos sino lisos y llanos matones. Altri tempi.

Roles, honor y omertà

En términos generales, la ‘ndrangheta reserva a las mujeres que forman parte de ella una vida de secundarización, privaciones, una casi completa falta de decisión y una serie de muertes, que atañen a los miembros masculinos del clan, sobre todo en los momentos de conflicto entre ‘ndrine a causa de la violencia que enhebra el código mafioso. Sobre las mujeres regimentadas dentro de las famiglie pesa el “código de honor” –de “respetabilidad”, digamos– de la organización. Para la Onorata Societa (uno de los tantos nombres de la ‘ndrangheta) el honor está por encima de la famiglia, de padre y madre, de hermanxs, de otras relaciones de parentesco y de los afectos. Ese código impone a las mujeres un sistema que debe ser acatado. Una forma específica de las relaciones sociales, impuesta por el padre, o en todo caso por los miembros masculinos del clan, que además eligen con quienes deberán casarse para ramificar las alianzas entre famiglie. La solicitud permanente de permisos para moverse. Incluso, un sistema de la moda que debe ser respetado. En fin: una secundarización respecto de los miembros masculinos.

En las familias de ‘ndrangheta el sujeto femenino “es entendido como la prolongación misma del hombre, uno de sus bolsillos. Silenciosa, inmóvil, escondida, confiable y carente de iniciativa” (Dina Lauricella, Il codice del disonore. Donne che fanno tremare la ´ndrangheta, Torino:Einudi, 2019, p.61). Éste es el modelo femenino que la ‘ndrangheta articula y “respeta”. En general.

Cuando los hombres de ‘ndrangheta son perseguidos por el Estado italiano por crímenes mafiosos, es usual que, para no caer en manos de la policía, se entierren en bunkers construidos debajo de la tierra en algún paraje periférico de la campiña calabresa, en sus propias casas, en cuevas preparadas para el autoaislamiento e invisibles, o en una zona montañosa inaccesible del Aspromonte. Es la figura del latitante, el fugitivo. En estos casos, su ausencia deja el lugar para que las mujeres empiecen a “trabajar” para la famiglia. Lo hacen también cuando padres, maridos o hermanos son encarcelados. En esos casos, no es infrecuente que empiecen a dictar las políticas criminales de su ‘ndrina, contactando a otros mafiosos, estableciendo disposiciones acerca de los negocios, estrechando alianzas estratégicas. En esos casos ocupan roles importantísimos (Renate Siebert, Donne di mafia: affermazione di un pseudo-soggetto femminile. Il caso della ‘ndrangheta. Università degli Studi di Palermo: Palermo, 2003). Algunas hasta cuentan con el título de “hermana de omertà”, que no se consigue a través de ninguna ceremonia secreta –descritas en El Cohete a la Luna— sino por ser hija o esposa de. Se trata de un título mafioso-patriarcal que se asigna a las mujeres que hicieron mérito dentro de la organización. La “hermana de omertà” es el revés de trama de la mujer rebelde. Su rol se activa cuando el capobastone de la familia cae preso y entonces ella asume la regencia de la ‘ndrina. Es, por caso, la historia de Aurora Spanò, compañera de Giulio Bellocco, la “capa” –tal como se autodefinía (3)– de la ‘ndrina Bellocco de San Ferdinando (prov. de Reggio Calabria), relacionada con la cosca homónima presente en Rosarno, Emilia Romagna y Lombardía y la Argentina (4), quien se ocupaba de digitar las estrategias criminales del local de su clan (5).

Las mujeres que fragilizan la cultura mafiosa en la que nacen y que las contiene se “deshonran”, es decir, son consideradas causantes de la pérdida de la “respetabilidad” del clan. Quebrar los vínculos de esa cultura para las mujeres rebeldes tiene un contrafrente que es siempre violento: persecución y muerte, que verifican lo que se conoce como el “homicidio de honor”. La orden para llevarlo a cabo corre por cuenta del padre de la mujer –que en general suele ser el capobastone de la ‘ndrina–, a menudo acompañada por la anuencia de la madre y en algunos casos hasta con la complicidad de lxs propixs hijxs. Ese homicidio restituye la “respetabilidad” de la familia deshonrada, repone el honor perdido a causa del quiebre de los códigos de parte de uno de sus miembros descarriados. En la Argentina habría que historizar esa expresión de la lengua nacional: “no tiene códigos”, que refiere a alguien que no se atiene a ciertas reglas comunitarias y que al romperlas incurre en un comportamiento reprobable.

La mayoría de las mujeres de ‘ndrangheta que rompen un pacto de omertà son jóvenes y han padecido la violencia mafiosa sobre su propio cuerpo. Han conocido el orden mafioso-patriarcal impuesto por un padre capobastone y su naturalización por la figura materna. Esas madres que naturalizaron el orden mafioso no son ajenas a las actividades criminales del clan y a menudo hacen propias las gestualidades más vengativas de la ‘ndrangheta. Las mujeres ‘ndranghetistas de las zonas rural-tradicionales suelen tener un rol periférico en las actividades criminales, pero asumen –históricamente y en el presente también– un lugar central en las faide (guerras a muerte entre familias de mafia), en las vendette, estimulando las venganzas y su pedagogía en relación con sus hijos. Esas guerras, en las que el familiar asesinado puede “descansar en paz” sólo cuando se derrama la sangre de un rival, al comienzo eran consideradas por el Estado italiano como ajustes de cuentas entre particulares, que se llevaban a cabo por cuestiones de “onore”, si bien se concretan en realidad para controlar criminalmente un territorio. En la faida, la mujer mafiosamente regimentada, es un sujeto activo, que exige la vendetta, y a quien se le presta la mayor atención por más que no forme parte centralmente de la organización. Esas mujeres tradicionales asumen roles centrales en la vendetta: tengan la forma de un homicidio de honor en contra de una hija que ha traicionado o de una guerra entre familias. Estas mujeres, convencidas de su rol, son sujetos que ayudan a impartir a los hijos varones la pedagogía criminal. Según Eugenio Facciolla, procurador adjunto de la Direzione Distrettuale Antimafia de Catanzaro, en las zonas rurales las mujeres de ‘ndrangheta “saben pero se quedan calladas, no dicen nada, no hablan, no emergen nunca para ocupar lugares importantes” (Siebert, p. 17).

Los procesos de emancipación femenina, el mayor grado de instrucción, el trabajo y la participación de las mujeres en las actividades propias de la esfera pública –sobre todo en el caso de las nuevas generaciones– trajeron aparejados transformaciones que implicaron también a las mujeres de la criminalidad mafiosa. En términos generales, la tasa de escolarización de las mujeres de los clanes tradicionales –anclados a los antiguos territorios calabreses– no es alto.

Cuanto más tradicional es el clan, más marginadas están sus mujeres. En cambio, en los clanes más modernos y urbanos, la situación del sujeto femenino es más emancipada y su rol dentro de la organización es más central. En estos casos, las mujeres suelen alcanzar una mayor escolarización que los hombres del mismo clan. Cuando se verifica un mayor grado de instrucción, las mujeres, incluso sin romper los vínculos familiares, toman cierta distancia respecto de los modos del clan. Esto se puede verificar en el establecimiento de vínculos por afuera de la famiglia y en el sistema de la moda. Y si son esposas o compañeras de un boss arrestado y sentenciado “gestionan la actividad desde un punto de vista económico, porque en la mayor parte de los casos son las que gestionan las cuentas bancarias, son ellas las que se ocupan de las operaciones financieras y crean empresas” (Siebert, p. 23). En definitiva, participan de la gestión del clan, de la administración y ampliación de la riqueza de la famiglia, y también en la actividad criminal violenta, como la extorsión, la usura, el tráfico de droga, de armas y de personas.


(1) “El término familia fue utilizado en primer lugar por los romanos, a fin de designar una unidad social cuyo jefe gobernaba sobre la mujer, los hijos y los esclavos (según la ley romana poseía derechos de vida y muerte sobre todos ellos); famulus significa esclavo doméstico y familia denota el conjunto de esclavos pertenecientes a un solo hombres”, Shulamit Firestone, La dialéctica del sexo, [1973, traducción de Ramón Rihé Queralt], Rosario: La ciudad de las mujeres, p. 74.
(2) La cuestión de la colaboración de justicia en Italia se activó a partir de la década de 1990.
(3) Juicio en contra de G. Bellocco, rg. pm. 150/14 y luego Proceso “Tramonto”, rg. pm. 8507/10.
(4) Presente en la Argentina tal como contamos en www.elcohetealaluna.com/el-sabor-del-limon/.
(5) La historia de Spanò está registrada en la operación “Blue Call”, Procuraduría de Reggio Calabria, rg. pm. 8507/10.

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