Por Atilio A. Boron

Fuentes: La Tecl@ Eñe
El politólogo Atilio Boron, quien para analizar la
vida política del país estudia con disciplina espartana los editoriales de la
prensa hegemónica, le responde en esta suerte de carta a Jorge Fernández Díaz,
quien publicó en el diario La Nación del 7 de marzo del corriente, el artículo
“Quedarse con todo y para siempre”, título que para Borón evoca la expresión
alemana «für ewig», desconociendo que lo único permanente en la Argentina,
salvo breves experiencias políticas, es la inmensa concentración de poder que
conforman los poderes mediático y judicial unidos a la plutocracia vernácula.
***
Mi
pretensión de analizar la vida política argentina me impone penosos
sacrificios. Por ejemplo, tener que estudiar –no sólo leer: estudiar- las notas
editoriales de la prensa hegemónica de este país los fines de semana,
especialmente los domingos. Hegemónica, aclaro, no por su calidad periodística
sino por el antidemocrático control oligopólico que ejercen sobre el espacio
comunicacional. Se trata de una labor insalubre pero necesaria y la
realizo con disciplina espartana. Me permite comprender cuáles son las
“ideas fuerza” que movilizan a la derecha, sus estrategias de persuasión de
masas e identificar a los blancos de sus cada vez más extremistas
enunciaciones. Pocas veces escribí artículos criticando a los autores de
aquellos ardientes libelos y, por supuesto, en ningún caso obtuve respuesta. El
negacionismo u ocultamiento de toda crítica es una constante en el universo
ideológico de la derecha. Aún cuando ocasionalmente señalara al destinatario de
mi crítica con nombre y apellido y, en un caso, demostrara diez errores
fácticos contenidos en su supuesto análisis -que, como casi siempre, es una
pieza de propaganda- la respuesta invariable fue, y será, un sepulcral
silencio. La derecha aborrece el diálogo y no acepta debates. Lo suyo es la
imposición, la prepotencia. [1]
En este caso me permitiré hacer públicos algunos
comentarios sobre la nota titulada “Quedarse con todo y para siempre”, que
Jorge Fernández Díaz publicara en La Nación el 7 de marzo del corriente año.[2] Pese a
estar habituado a los bombásticos titulares o los zócalos televisivos que la
“prensa seria” de este país utiliza para mantener a la población en vilo, y de
ser posible aterrorizada, confieso que en esta ocasión sentí un leve
escalofrío. ¿Quedarse con todo?, y además, “para siempre.” La frase me
sobresaltó porque evocó la expresión alemana «für ewig», usual en los tiempos en que Hitler
proclamaba el comienzo del milenio para la raza aria, lo que significaría que aquel
desgraciado suceso, ese “quedarse con todo”, sería eterno, un irresistible
cataclismo político que arrasaría con las instituciones de la república y
la democracia instaurando en su lugar un nebuloso “despotismo electivo.”
Alarmado, me adentré en la lectura del texto y observé
que pocas líneas más abajo aparecían varias referencias al recientemente
fallecido Pepe Nun. Guardo una gratitud muy grande con él porque fue quien en
un inolvidable almuerzo junto a Torcuato Di Tella en el Club Universitario de
Buenos Aires, me recomendó enfáticamente que leyera a un autor para mí por
entonces desconocido: Antonio Gramsci. Yo poseía una suerte de instinto crítico
pero mi formación teórica era, a los diecinueve años, muy elemental. Detestaba
a la oligarquía argentina y sus aliados por su prepotencia y su soberbia; por
el desprecio que habían sufrido mis padres inmigrantes y porque en tres veranos
sucesivos había recorrido buena parte del Noroeste argentino y comprobado el
daño que esa clase había hecho y seguía haciendo al país. Pero adolecía de un
instrumental analítico adecuado. En el almuerzo seguía, como hipnotizado, el
animado intercambio entre Pepe y Torcuato sobre el “empate catastrófico”
de la Argentina y sus consecuencias. En un momento, Pepe advirtió mi
desconcierto para decirme: “Gramsci, leé a Gramsci. Está todo allí.” Torcuato
asintió y les hice caso. Gracias a ellos me interné en un camino que terminaría
convirtiéndome en un intelectual marxista. Volviendo a Nun, tuve la suerte de
ser su colega en la FLACSO/México desde finales de los años setentas y hasta
1983, y además vecino casa por medio cuando ambos vivíamos en Tlalpan, en
el Sur de la Ciudad de México. Retornados al país mantuvimos un frecuente
contacto durante varios años conversando casi siempre sobre uno de los temas
que más nos preocupaba: la difícil –todavía inconclusa- “transición
democrática” de la Argentina.
Es por esa familiaridad con su pensamiento que noté
que pese a las constantes referencias a Nun, la línea argumental de Fernández
Díaz se apartaba considerablemente de la de mi amigo. Pepe hizo críticas muy
duras en contra del kirchnerismo en los últimos años de su vida, pero jamás
dejó de señalar que el problema fundamental de la Argentina no eran los pobres
sino los ricos. Fiel a esa viga maestra de su pensamiento, realizó notables
trabajos para demostrar cómo éstos, con su insaciable voracidad, son los
principales responsables de la decadencia argentina y cómo se enriquecieron al
compás de la degradación nacional y el empobrecimiento de su población. En una
nota publicada en La
Nación hace unos diez
años, Nun reconstruyó la conversación mantenida con un amigo (casualmente
también un novelista, cuyo nombre preservó en el anonimato). Allí cuenta
que, café mediante, “me preguntó si yo de veras pensaba que no había gente en
el país que logró amasar una gran fortuna gracias a su esfuerzo, sin violar las
leyes y creando fuentes de trabajo. Le respondí que sería un necio si lo
negase, pero que no era ésa la gente a la cual me refería, sino al número muy
considerable de ricos que eluden y evaden impuestos, que son partícipes
necesarios de abundantes casos de corrupción y que encabezan una monumental fuga
de capitales del mercado doméstico (unos 70.000 millones de dólares en los
últimos cinco años, según estimó Roberto Lavagna).”[3] Pepe se
extiende luego en un detallado análisis de la inequidad tributaria
argentina y concluye que “desde hace más de treinta años el país pasó del
régimen fiscal razonablemente progresivo que instaló el primer peronismo (y
desmanteló después la última dictadura militar) a otro claramente regresivo,
que es el que nos rige hasta ahora, dejando a salvo la importante corrección
positiva que introdujeron las retenciones.” Analiza también los horrores
contenidos en la aplicación del impuesto a las ganancias, que al recaer sobre
las empresas más que sobre las personas (a diferencia de lo que ocurre en
Europa) tiene un impacto regresivo porque aquellas trasladan esa erogación
tributaria a sus precios. En la Argentina, decía, el 70 % de lo que se recauda
lo pagan las empresas… y además “las rentas financieras de las personas
están exentas.” Para Pepe era claro que el país estaba en manos de una
plutocracia rapaz e inescrupulosa. Y que el régimen tributario, lamentablemente
aún en vigor, reproducía sin cesar tan desgraciada situación.
Lo anterior echa por tierra una afirmación crucial de
la nota de Fernández Díaz (compartida por todos los analistas de derecha)
cuando descarta “el cuento según el cual ella (cuando dice “ella” es CFK,
por supuesto, no Lilita Carrió o Patricia Bullrich) y sus bravos patriotas
rentados luchan contra ‘el poder permanente’, cuando lo único permanente en las
últimas décadas ha sido el peronismo, y también que son víctimas de los
‘poderes concentrados’, sarasa que reemplaza la vetusta “sinarquía
internacional”. Aquí los poderes los detentan los kirchneristas, y
están concentrados en quedarse con todo y para siempre.”
La virulencia de la expresión no es suficiente para
ocultar el equívoco historiográfico de su razonamiento. En este país existe una
elite de poder, para utilizar la expresión de C. Wright Mills, que ha dominado
e impuesto su ley desde el fondo de la historia. Yrigoyen, Perón, durante un
corto tiempo el alfonsinismo y luego el kirchnerismo, fueron breves paréntesis
que apenas si atenuaron el prolongado dominio de la plutocracia vernácula. Y
digo plutocracia porque ese conglomerado de súper-ricos no merece el nombre de
burguesía. Ésta fue una clase -y lo digo en pasado porque con la
internacionalización del capital está en extinción en casi todo el mundo- que
producía, acumulaba capital, se enriquecía pero tenía un proyecto de nación,
elitista, no-democrático, pero proyecto al fin. Los grupos que conforman la
oligarquía actual en la Argentina tienen como propósito excluyente saquear las
riquezas del país, hacer negocios con superganancias aseguradas gracias a la
ayuda de los gobiernos, fugar sus divisas lo antes posible y pasar el resto de
sus vidas disfrutando de ese dinero mal habido en Miami o alguna otra ciudad
del primer mundo. No sólo un “capitalismo de amigos”; más que nada un
capitalismo parasitario. La fuga de capitales a la cual Nun aludía en su nota,
se reprodujo exponencialmente bajo el macrismo contando con la insólita
protección del gobierno, la prensa hegemónica, el aval “académico” de los corruptos
gurúes de la City porteña, la “distracción” de jueces y fiscales (preocupados
por descubrir dos PIBs que según ellos y la prensa, Cristina habría enterrado
en la Patagonia) y los aplausos de los grandes empresarios y la derecha,
beneficiarios principales de este atraco.
La tesis de Fernández Díaz se apoya en un error: la
identificación entre gobierno y poder, la creencia de que acceder al
gobierno es lo mismo que conquistar el poder. Ignora el ABC que cualquier
estudiante de ciencia política aprende la primera semana de clases. Sí, hubo
intentos de algunos gobiernos para modificar esa desmesurada concentración de
la riqueza y el poder, pero esos conatos fueron débiles, o intermitentes, o mal
concebidos y en todo caso fueron derrotados por la reacción. Don Hipólito, “el
General”, Alfonsín, Néstor y Cristina gobernaron con el favor de grandes
mayorías electorales e intentaron recortar en parte las aristas más
escandalosas de la prepotencia del capital, con sus lujos y privilegios
y, en el reverso de la medalla, la pobreza y miseria de las mayorías. Pese a
sus empeños, aquellos gobiernos lograron afectar, apenas parcialmente y por
poco tiempo, los intereses de los miembros de la nomenklatura oligárquica, conspicuos
evasores de impuestos y “sacadólares”, y que los multimedios de La Nación y Clarín defendieron a capa y espada
durante décadas. Además, ese poder fue mutando y robusteciéndose mediante un
doble proceso: por una parte, concentrando la riqueza en una minoría cada vez
más insignificante desde el punto de vista estadístico –el famoso 1 % de los
súper-ricos- pero poderosísima en términos económicos y financieros; y,
por la otra, gracias a su entrelazamiento con dos nuevos y potentes socios: los
medios de comunicación y un Poder Judicial corrupto y politizado, con capacidad
de neutralizar las amenazas que pudiera provenir del Ejecutivo y el Legislativo
y de burlar, llegado el caso, las preferencias de las mayorías electorales. En
esta perversa división de funciones el dispositivo mediático es decisivo para
las tareas de “dirección intelectual y moral” señaladas por Antonio Gramsci
para la manipulación de conciencias y corazones; para satanizar
adversarios y endiosar aliados apelando a las “fake news”, la tergiversación de
noticias y el blindaje informativo. En una palabra, como hace toda mafia,
brindando “protección” mediática a los delitos de la plutocracia. La literatura
sobre este tema en Estados Unidos y Europa es inmensa, y también ha
crecido mucho en Latinoamérica. El segundo, el Poder Judicial, se encarga de
disciplinar a la sociedad, vigilar y castigar a los indeseables, como diría
Foucault, y sacar del juego político a los inconformes y revoltosos que
desafían el orden social vigente. Sus actos confieren “veracidad” a las
mentiras de los medios gracias a la creencia, ampliamente difundida, sobre la
imparcialidad de la justicia. No es un dato menor que estas dos inmensas
concentraciones de poder, el mediático y el judicial, estén completamente al
margen de cualquier tipo de control democrático. Son poderes fácticos,
incontrolados e incontrolables, que han unido sus destinos con la plutocracia.
La famosa “rendición de cuentas”, la accountability, que deben realizar los gobiernos ante la sociedad,
no se aplica en el caso de los medios y el Poder Judicial. Y esto les confiere
un poderío inexpugnable.
No sorprende que el predominio de esta constelación de
poder haya crecido hasta límites inimaginables en las últimas décadas.
Hubo tres hitos significativos en esta trayectoria: la dictadura
cívico-militar, la década menemista y el macrismo. Fue bajo estos tres
regímenes que el predominio de la clase dominante se volvió agobiante y
arrasador; acabando con la democracia, como durante la dictadura genocida;
o vaciando de contenidos al proyecto democrático bajo el menemismo y el
macrismo. Esto, Fernández Díaz, es lo “único permanente” que hay en la
Argentina; el resto, como dice usted, es “sarasa”. Por eso decía Pepe que los
dueños de la riqueza destruyeron “el régimen fiscal razonablemente progresivo
que instaló el primer peronismo”. Y esos gobiernos, incluyendo el
kirchnerista, fueron incapaces de resistir la feroz arremetida del gran
empresariado nacional y extranjero, de sus lobbies y organizaciones
corporativas; de los grandes medios de “desinformación y confusión
de masas”, y un Poder Judicial que le puso el sello de la legalidad a este
desdichado itinerario.
En su artículo usted cita unas expresiones de Pepe que
lo retratan como un fuerte crítico del kirchnerismo. Y lo fue, sin duda alguna,
como también lo fue del menemismo y mucho más de la dictadura. Pero tan
siniestra como usted la pinta no debe haber sido la experiencia política del
kirchnerismo para que Nun haya sido, durante cinco años, entre 2004 y
2009, Secretario de Cultura de Néstor y de Cristina Fernández. No pudo hacer
todo lo que quiso, por las restricciones presupuestarias y, concedo, las
interminables “internas” dentro del elenco gobernante, lo cual es una constante
en la vida política de todos los países, no sólo el nuestro. Pero que yo sepa
no utilizó expresiones como las suyas para descalificar a Cristina, aunque en
los últimos años fue muy crítico de ella y del kirchnerismo, y nunca cayó en el
insulto o el sarcasmo, cosa a la cual usted se ha vuelto tan aficionado que ya
parece ser un vicio. Epítetos o insultos nunca sirven para validar un
argumento. Recuerde la célebre frase de don Miguel de Unamuno a los fascistas
españoles: “vencerán pero no convencerán”. Usted y sus colegas vencen
(por ahora) en la desigual batalla de ideas porque están parados sobre inmensos
aparatos propagandísticos, pero no convencen. Sólo reavivan el odio de los que
ya están convencidos reproduciendo mil veces sus mentiras. ¿Recuerda lo
que hace poco decían sobre la vacuna Sputnik V, que era un veneno? ¿Cuántas
veces los “perioperadores” de los grandes medios lo repitieron, con voz
engolada y cara muy seria, en la prensa gráfica, en la radio, en la televisión,
en las redes sociales? ¿Qué lograron con esa mentira? Incitar el odio y la
furia en contra de un gobierno acusado de querer envenenar a la población. Una
mentira gigantesca y siniestra, pensada para consolidar la fidelidad y el
fanatismo de un cierto contingente electoral con vistas a las próximas elecciones.
Y ahora, que la gente se pelea por ser vacunada con la Sputnik V, ese
pseudo-periodismo instala otro tema y sigue mintiendo. El repertorio es
interminable. Volviendo a Unamuno; ¿convencerán? ¿A cuántos, y por cuánto
tiempo? Este año lo sabremos.

Retomo el hilo luego de esta breve digresión. Un buen
escritor de novelas policiales como usted –campo que definitivamente es el
suyo, no así el análisis político en donde es apenas un modesto principiante-
debería abstenerse de utilizar hasta el hartazgo expresiones difamatorias como
“la Pasionaria del Calafate”, la “Arquitecta egipcia”, o la “Emperatriz de la
calle Juncal.” Esta ingeniosidad facilonga puede ser aceptable en un grupo de
WhatsApp de adolescentes, pero para un periódico cuyo fundador definió su
función, la de ser “tribuna de doctrina”, la apelación a ese tipo de
caracterizaciones revela el fracaso del proyecto fundacional del diario y, además,
una cierta pobreza del pensamiento. Debo decirle que la Pasionaria original, la
entrañable Dolores Ibárruri, lo habría abofeteado sin piedad al terminar de
leer cada una de sus notas dominicales, cargadas como están de odio, de
machismo y de un insoportable servilismo en relación a los dueños del poder.
Por lo tanto, y por respeto a los centenares de miles que murieron en la Guerra
Civil española, sería bueno que usted dejara ya de utilizar la imagen de la
Pasionaria para sus diatribas contra Cristina Fernández. Entre otras cosas
porque, si hoy viviera, Dolores estaría del otro lado de la barricada, nunca de
su lado. Y además, usted debería saber que el primer paso de un femicidio es la
agresión simbólica de la que es víctima una mujer. Los psicólogos y
psicoanalistas han acumulado suficientes antecedentes para demostrar que las
palabras no sólo comunican ideas o sentimientos sino que también tienen efectos
prácticos, concretos. La violencia simbólica, algo que usted y sus colegas
practican a diario con fruición en contra de Cristina, es el primer acto de una
secuencia que suele ser seguida con la agresión física y, en algunos casos, el
asesinato de la mujer. Usted la acusa de “matonismo y bullying”, pero el periodismo de guerra, del
cual La
Nación y Clarín son sus naves insignia,
practican ambas cosas de modo irresponsable y con total impunidad. No es lo
mismo decir que una persona tiene una postura política inapropiada,
inaceptable, autoritaria, pongamos el caso, que decir que ese personaje es un
“matón.” Cuando se califica de ese modo a Cristina, o a cualquier protagonista
de la vida política argentina, se corre el riesgo de que se abra la caja de
Pandora y antes de llegar al fondo, donde reposa la esperanza, lo más probable
es que encuentre una Browning de 9 milímetros. Tenga en cuenta que ni usted ni
sus colegas podrán hacerse los desentendidos si alguno de sus lectores, oyentes
o televidentes, envenenado por la constante demonización de la que hacen
objeto, un día de estos se arroje sobre esta suprema encarnación del mal que
para usted y sus colegas es Cristina, y pretenda hacer justicia con mano
propia.
Otro tema: disfruto de la lectura de sus novelas. Ya
lo dije; eso es lo suyo, más allá que me disgustó cómo resolvió la trama
de El
Puñal, pero eso no le quita
méritos a la obra. No tome a mal cuando dije que en temas de análisis político
usted es un “modesto principiante “. Alguien como usted, que habla del
“risible verso del lawfare”, es o bien una persona que
desconoce ciertas cuestiones básicas de la ciencia política o, para usar sus
propias palabras, un publicista “rentado”, un amanuense que escribe lo que le
ordenan. Prefiero que sea lo primero: un desconocimiento de la literatura
de un campo que claramente no es el suyo. Le sugiero, por eso, que haga una
rápida visita a Amazon y busque libros sobre Lawfare, sólo en inglés, para evitar que
aparezcan gentes latinoamericanas que para usted podrían ser sospechosas de
“populismo”, “kirchnerismo” o vaya a saber que otra plaga. Yo hice un pequeño
sondeo antes de escribir estas líneas y encontré quince libros –repito, sólo en
inglés, dejando afuera textos en castellano o portugués- en una primera y
rápida búsqueda. Además me topé con referencias al Lawfare Institute, cuya ceremonia inaugural tuvo lugar
en la University of London el 5 de Diciembre del 2017, y una mención del
blog especial sobre Lawfare patrocinado por la
Brookings Institution, organismo radicado en Washington y que para evitar
confusión entre sus tan mal informados o prejuiciosos lectores, aclaro que no
fue creado por la Cámpora o por órdenes de Cristina. Por lo tanto, lo que usted
llama este “risible verso” resulta que es un poquito más que eso y lo
convertiría en un hazmerreír mundial si tuviese la mala idea de ir a dictar alguna
conferencia en una universidad de los Estados Unidos o Europa y saliera con esa
frasecita. Un periodista tiene una misión sagrada: ilustrar a sus lectores y no
embrutecerlos con afirmaciones como esas.
La verdad es que su columna daría pie a un largo
ensayo sobre sus numerosos errores de análisis y sus excesos de lenguaje. Su
defensa de una corrupta Justicia Federal y de personajes del bajo fondo que
fungen y medran como jueces y fiscales (usted y sus lectores saben muy bien a
quienes me estoy refiriendo) es incomprensible e imperdonable; lo mismo su
alucinación acerca de la inminente conformación de “un esquema de partido
único” en un país que, grieta mediante, está partido en dos y en donde el único
partido único de verdad es el de los medios, que acaparan con malas artes la
casi totalidad de la audiencia. Su aquiescencia y la de sus colegas ante tamaña
monstruosidad jurídica como lo es la instalación de una “Mesa Judicial” en la
Casa Rosada no es menos sorprendente, sobre todo porque usted y los mal
llamados “periodistas independientes” no escriben un párrafo sin citar a
Montesquieu, la Constitución de Estados Unidos con sus “pesos y contrapesos” y
alabar las virtudes de la división de poderes. También lo es la complacencia
que mostraron cuando Mauricio Macri tuvo la anti-republicana osadía de
pretender designar dos jueces de la Corte Suprema por decreto. Pero parece que
todas estas reglas no se aplican a la hora de hablar de los gobiernos amigos;
son de aplicación exclusiva para los adversarios. También fastidia a amplios
sectores de la ciudadanía la “protección mediática” que se le ha brindado a los
negociados y corruptelas del gobierno de Macri, una sucesión de gigantescos
escándalos sobre los cuales, un hombre como usted, tan imaginativo a la hora de
pergeñar frases hirientes y altisonantes, permanece en un desconcertante
silencio. Un consejo: reserve estos fuegos de artificio verbales para sus
novelas policiales, para Remil y sus amigotes. Dedíquese a eso, que es lo que
sabe hacer muy bien. Y recuerde que la ciencia política es una ciencia, que
como lo recordaba siempre Pepe, tiene 2.500 años de historia. Una ciencia, no
un palabrerío.
Cordialmente.
Referencias:
[1] Por ejemplo, “Morales Solá, o la mentira como
pasión”, https://www.pagina12.com.ar/241236-morales-sola-o-la-mentira-como-pasion ,
11 de Enero del 2020.
[2] Puede leerse en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/quedarse-con-todo-y-para-siempre-nid06032021/
[3] “Otra perspectiva para abordar el desafío de la
pobreza. ¿Y si el problema son los ricos?”, 8 de septiembre de 2011, accesible
en https://www.lanacion.com.ar/opinion/y-si-el-problema-son-los-ricos-nid1404256/
Fuente: https://lateclaenerevista.com/sobre-el-poder-permanente-en-la-argentina-por-atilio-boron/
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