Los “mutantes” para aquel torturador eran sus torturados, una especie de
seres subhumanos que eran capaces de sacrificar sus vidas en beneficio de una
vida mejor para las grandes mayorías. Por eso constituían un peligro para el
sistema. ¿Y si los mutantes del presente, en realidad, fuéramos nosotros, las
grandes mayorías?Compartir en X (Twitter)
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Por Carlos del Frade
(APe).- -No sea cosa que se le queme el
alma.
Esa fue la frase que eligió uno
de los mayores torturadores de decenas de personas militantes revolucionarios
de los años setenta para enrostrarle al periodista que investigaba por qué
vejaban, mataban y robaban bebés durante el terrorismo de estado.
El trabajador de prensa siempre
entendió los ideales de transformación de aquella generación pero también
quería que hablaran los desaparecedores, no solamente los de las manos sucias
de sangre si no también los de guante blanco, los titiriteros de los integrantes
de las fuerzas de seguridad y las fuerzas armadas.
El torturador jugaba su
perversión con la idea de disfrazar sus víctimas como si fueran los malos de la
película y quería marcar las contradicciones de aquella dirigencia
revolucionaria.
El periodista quería saber sobre
el destino de los desaparecidos y también conocer el paradero de los bebés
secuestrados o nacidos en cautiverio.
En esas charlas, atravesadas por
el horror y los vómitos que le ocasionaban al cronista, el torturador, todavía
libre en ese entonces de la primera década de la democracia recuperada, le dijo
que sus víctimas eran “mutantes”.
La palabra le resonó porque
hacía mención a quienes luchaban contra un héroe de la historieta argentina de
fines de los años setenta y luego reeditado en los noventa, “Mark”, del
fenomenal escritor paraguayo Robin Wood.
Wikipedia, tan insultada por los
dueños de las empresas de la era digital por su contenido “colectivo”, dice que
Mark “es una historieta
argentina de acción postapocalíptica y ciencia
ficción creada por el guionista Robin Wood y el
dibujante Ricardo Villagrán y publicada por primera vez en el Anuario
n.º 13 de la revista de Editorial Columba El Tony, en 1977. La
historia está clara y confesamente inspirada en la película The Omega
Man (1971) –la segunda adaptación cinematográfica de la novela Soy
leyenda, de Richard Matheson- la historieta parte de una premisa similar a
la del film pero se ve disparada hacia distintos rumbos y presenta personajes
diferentes”.
El argumento es que “una nube de
contaminación devastadora como producto de una compleja reacción
de materiales radiactivos y bacteriológicos ha comenzado a
arrasar la Tierra. Si bien Mark logra sobrevivir, comprueba que todas aquellas
personas a las cuales la contaminación no mató, se han convertido ahora en
horripilantes y deformes mutantes que se ocultan a la luz del día y
buscan saciar su sed de sangre con los posibles humanos sobrevivientes.
“Esta nueva horda de mutantes
poseen una rudimentaria alineación estratégica y no dudan en atacar a Mark
apenas este comienza a transitar las calles desoladas. Sin embargo el joven ha
sido entrenado en el combate con armas de fuego y posee un revólver que le
heredara su padre con el cual abate a un par de mutantes apenas lo atacan. El
joven sobrevive en las calles, crece y se hace más fuerte, se provee de más
armas y adquiere recursos tácticos, encarnando una lucha sin cuartel por
erradicar a la nueva estirpe de mutantes de la faz de la Tierra. Para ello ya
desde el comienzo les advierte:
“-¡Digan a todos que Mark ha
llegado!”
Aquellos “mutantes”, para el
torturador, eran semejantes a sus torturados, una especie de seres subhumanos o
no humanos que eran capaces de sacrificar sus vidas particulares en beneficio
de una vida mejor para las grandes mayorías. Pensaban y vivían diferentes y por
eso constituían un peligro para el sistema. Eran mutantes y merecían ser
torturados, asesinados y desparecidos.
Casi al borde de la tercera
década del tercer milenio, es necesario pensar en aquel argumento de “Mark” o
de la siempre reconocible y repetida historia de los “muertos vivos” que
vuelven en series y películas varias.
¿Si los mutantes del presente,
en realidad, fuéramos nosotros, las grandes mayorías?.
Es decir, ¿el ser humano sigue
siendo un ser humano o ha devenido en otra cosa, en otro existente?.
Dice Byung Chul Han que “el ser
humano del futuro, sin interés por las cosas, no será un trabajador (homo
faber), sino un jugador (homo ludens). No necesitará vencer laboriosamente las
resistencias de la realidad material mediante el trabajo. Los aparatos
programados por él se encargarán de hacer ese trabajo…”.
“…El humano manualmente inactivo
del futuro se acercará a ese Phono sapiens que toca con los dedos su
smartphone. Usar el smartphone es una forma de jugar. Es tentadora la idea de
que el humano del futuro solo juegue y disfrute, es decir, de que no tenga
`preocupaciones´…”.
“…El Phono sapiens, que solo
experimenta, disfruta y quiere jugar, se despide de esa libertad a que se
refería Hannah Arendt, que está ligada a la actividad. Quien actúa rompe con lo
que existe y pone en el mundo algo nuevo, algo completamente diferente. Para
ello debe vencer la resistencia. El juego, en cambio, no interviene en la
realidad. Actuar es el verbo de la historia. El humano jugador, manualmente
inactivo del futuro representa el final de la historia…”.
Somos, entonces, mitad máquina y
mitad seres sentipensantes. Somos Phono sapiens. Casi ciborg, casi robots,
mutantes.
Quizás sea tiempo de la rebelión
de los mutantes.
Recuperar la cabeza, soberanía
de la cabeza, para reconquistar las otras soberanías.
Los Phono sapiens están lejos de
la necesidad de construir una sociedad que en el trono de su vida cotidiana
esté la noble igualdad. No la ven.
Y no recuerdan porque la memoria
remite a lo colectivo, a sabernos parte de una lucha histórica.
Fuente: “Soberanía
de la cabeza”, del autor de esta nota, publicado por Editorial Fundación Ross,
Rosario, 2025.
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