Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

viernes, septiembre 30, 2011

Novela "Una rosa para Junior" - (7) -


    Darío arribó a su dúplex de Figueroa Alcorta pasadas las cuatro de la madrugada. Estacionó la flamante camioneta Mitsubishi metalizada en la cochera y abordó el ascensor que lo depositaría en el piso octavo del edificio. No iba solo. Una hermosa criatura veinteañera, reconocida modelo publicitaria, caminaba prácticamente colgada del cuello del empresario. Excitada y eufórica. Excedidos ambos de éxtasis y champaña.
     El hombre forcejeó con la cerradura y con la empecinada jovencita que intentaba desvestirlo. La puerta se abrió. Desaliñados y cachondos pasaron directamente a la suite.
-         Ya vuelvo. Quiero ponerme linda para vos, mi amor. Esperame… - le dijo ella arrojándole un besito que quedó flotando en el ambiente en tanto que desaparecía tras la puerta del baño. Él asintió embelesado, pujando con los pantalones. Tarea más que complicada por la borrachera evidenciada. Transpiró, bufó y puteó hasta conseguirlo. Liberado, se dirigió a la kitchenette. Llenó una cuba con hielo y descorchó una botella de Barón B que introdujo removiéndola con intención de refrescarla. Tomó dos copas y las llenó hasta más allá de la mitad. Como toque personal les agregó una cereza… “rojas como los labios de la pendeja…” y otra dosis del alucinógeno de moda.

     Copa en mano mientras aguardaba la reentré de la muñequita, Darío, aprovechó para dirigirse a su oficina. Pese al estado en que se encontraba, no pasó por alto la meticulosa tarea de verificar si había algún recado de importancia en el contestador o algún fax de última hora.
Así lo hizo. Desnudo y bebiendo a sorbos su champaña, el empresario cumplimentó la rutina. Desgrabó la cinta del contestador automático. Nada importante. Testeó la pantalla de la notebook. Sin novedad. Tampoco había ningún fax para responder con premura. Aquella oficina revestida en roble y moquette delicada era su nexo con el mundo exterior.
     No obstante, pudiendo hacerlo en sus oficinas ubicadas en el corazón de la city, se sentía a gusto cada vez que cerraba buenos negocios en la intimidad de su lujoso piso. “A mis asuntos los manejo mucho mejor desde la cama, con champaña y un buen culito…” Comentaba jactancioso entre amigos e íntimos.
    De la habitación continua le llegaron claros indicios de su acompañante. Sin perder el talante volvió el rostro para cerciorarse. La chica se hallaba instalada sobre el confortable lecho. El cuerpo esbelto completamente desnudo y mojado. Perfectamente bronceado por largas sesiones de cama solar, lo impactó como la luz de un flash disparada a los ojos. Darío le sonrió levantando su copa. Ella lo imitó. Con gesto desinhibido y provocativo separó las piernas para volcar el contenido de su copa sobre su pubis depilado y labios rosados. Lo que siguió hizo que Darío perdiera los estribos y se abalanzara sobre ella. La chica conocía al dedillo el libreto “calienta hombres”, y con total descaro introdujo sus largos dedos en la vagina regada con la espumante bebida comenzando a masturbarse con frenesí.. Así lo hizo hasta llegar al límite del paroxismo. Con el cuerpo inclinado hacia atrás y pidiendo a gritos que la penetrara mientras lamía sus dedos húmedos.
    Demasiado para el hombre que se deshizo de su copa disponiéndose a aplacar el llamado de la sangre. Y no era para menos, aquella pendeja le estaba dando vueltas la cabeza.
    En plena faena. Sobrellevando con altura los gritos, mordiscos y pellizcos de la impetuosa chiquilina. Con la mente y los cuerpos totalmente descontrolados, y por demás susceptibles a la mágica poción de drogas y alcohol; fueron sorprendidos por el inoportuno llamado.
La primera reacción fue ignorarlo pero fue tal la insistencia y lo inusual de la hora que le hizo perder concentración y, por ende, la erección. Ofuscado saltó de la cama. Casi de inmediato el zumbido inconfundible de un fax le dio la pauta de que algo andaba mal. En efecto. Era de Mosser.

"Cargamento llega Ezeiza mañana 7:30
Piezas mecánicas coche. Inglaterra.
Retirar valija. Llama a Amed."

    Y más abajo una inscripción en árabe y el dibujo borroso de una rosa, del que muy bien conocía su significado y no necesitaba traducción. Aquella era la tercera vez que tomaba contacto con el mortal emblema.
    Darío experimentó una leve taquicardia que lo mantuvo estático por un momento. La chica de la vagina ardiente continuaba masturbándose como si nada. Ignorando por completo que cualquier atisbo de lujuria se había desvanecido definitivamente de la cabeza de su frustrado amante. Una vez pasada la molesta arritmia, el hombre montó en cólera. Fuera de sí tomó de un brazo a la desconcertada modelo y la sacó a la rastra del departamento. Súbitamente y sin ninguna explicación, la pobre chica, fue a dar con toda su desnudez al hall de entrada y con ella sus pertenencias. A empujones la introdujo en el ascensor desoyendo las súplicas de la bella despechada.
     Ya solo en el interior de su vivienda se encerró bajo llave con la intención de no ser molestado por nadie. Darío temblaba como una hoja tratando de encontrarle una explicación lógica a la demencia del mensaje que tanto lo alteraba. Dejó pasar unos instantes. Y recién cuando se sintió un poco más sereno llegó a la conclusión de que Mosser se había vuelto loco. No podía entenderlo de otro modo. Todavía estaban frescas las imágenes horrendas del último atentado en la mente de los argentinos..
     El turbado empresario, sin pertenecer al Islam, bien sabía el nefasto significado que encerraba una rosa negra. Y su mayor duda radicaba, ahora, en saber que sobrevendría a ello algo que, de por sí, ya comenzaba a torturarlo.
    En esos pensamientos lo sorprendió el nuevo día. Y con la certeza cierta de que sólo conocería la respuesta cuando ésta le reventara en el rostro. Darío comprimió los dientes hasta hacerlos rechinar, acto seguido destruyó el fax. Nada podía hacer Entonces supo, y en ese instante como nunca, la verdad encerrada en aquel párrafo bíblico que instruía acerca de las lealtades: “nadie puede servir a dos amos a la vez…”


   



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