LOS MARTÍNEZ DE HOZ AL ATAQUE
No me puedo quejar. Hay que tener suerte. Los Martínez de Hoz me han iniciado juicio. Eso no le pasa a cualquiera. Ahora sí que me siento un elegido por el destino.
Es por el film Awka Liwen donde se analiza la Campaña del Desierto de Roca y mencionamos al fundador de la Sociedad Rural que fue, por supuesto, un Martínez de Hoz. El juicio alcanza también al codirector del film, Mariano Aiello y al historiador Felipe Pigna. Los que inician el juicio son los dos nietos de José Alfredo Martínez de Hoz, el conocido ministro de Economía de la dictadura de la desaparición de personas. A nosotros nos defenderá el conocido abogado de derechos humanos Beinusz Szmukler.
“¡Qué extraño!”, me digo, los tataranietos se sienten injuriados por lo que se sostiene del retatarabuelo y no por lo que hizo el abuelo, el mejor amanuense de la última dictadura más feroz de nuestra historia. La acusación contra nosotros es por “injuriar” al fundador de la Sociedad Rural. Lo escrito en esa acusación provoca hasta conmiseración en el lector, cuánto sentimiento cuando se habla de los hechos de un antepasado de hace ciento cincuenta años. Y nace una especie de sonrisa irónica cuando el lector piensa: ¿por qué tanto sentimiento por un lejísimo antepasado y no dolor y vergüenza por un abuelo que dominó en una brutal dictadura la economía mientras a su lado se torturaba, se desaparecía, se arrojaba vivos a prisioneros al mar desde aviones? Personaje que sigue teniendo juicios en la actualidad por acciones deshonestas, entre ellas la de Papel Prensa.
Me hubiera gustado que esos nietos me hubieran desafiado a un debate en la Biblioteca Nacional, por ejemplo, donde hubiéramos podido públicamente abrir todos los documentos que aseveran lo que sostenemos en el film. No. Inician un juicio, donde exigen una condena en dinero impagable por la cual los supuestos condenados deberíamos pagar solicitadas en todos los diarios del país declarándonos culpables de haber falsificado la historia. Por mi parte no tengo ningún temor. En mi vida de investigador histórico sobre los aspectos más oscuros y dramáticos de nuestra historia del último siglo he ganado todos los juicios o se han enterrado todas las amenazas de juicios. Porque siempre he sostenido que en historia no se puede mentir ya que, de hacerlo, alguna vez vendrá un investigador surgido de las bibliotecas y archivos para demostrar la verdad. Si en este caso el juez podría tener en cuenta el “dolor de retataranietos”, demostraré que no tengo ni por asomo fondos como para pagar lo que exigen –ellos, acostumbrados a las grandes sumas– y preferiré ir a la cárcel para pagar lo que no he cometido. No será la primera vez que estaré entre rejas por lo que escribo, aunque eso fue en dictaduras militares.
Leer el escrito de los nietos del ex ministro dictatorial nos despierta curiosidad. Sostienen, por ejemplo, que lo que se describe acerca del retatarabuelo estanciero Martínez de Hoz causará daños irreparables a la actual familia. Por ejemplo, le escriben el juez: “¿Advierte Vuestra Señoría el daño que las acreditadas falsedades de los autores contra los Martínez de Hoz causarán a la familia, a los suscriptos y a nuestros descendientes si tales falsedades son introducidas al ámbito escolar? El perjuicio contra nuestra familia sería, lisa y llanamente irreparable”.
Ante esta frase podemos sonreír: no se hagan problemas, el daño irreparable ya ha sido hecho por el abuelo José Alfredo Martínez de Hoz, repetimos, ministro de la dictadura más feroz de nuestra historia. Con ganarnos el juicio por unas escenas de nuestro film acerca de la Campaña del Desierto y el genocidio indígena no van a limpiar nunca jamás el nombre de Martínez de Hoz. Les recomiendo que en vez de preocuparse por el retatarabuelo, los descendientes se quiten la parte de Hoz, y se llamen a partir de ahora sólo Martínez, que es un apellido muy difundido y así pueden liberarse de ese terrible pasado familiar que es la figura del ministro dictatorial. El es quien asestó un golpe feroz e ilevantable contra su familia al ser ministro de esa dictadura.
Más todavía que el abogado que nos hace el juicio, ese nieto, se llama justamente José Alfredo Martínez de Hoz, igual que el ministro de la vergüenza nacional.
¿No es acaso este juicio un principio de tratar de hacer olvidar nuestro presente con una acusación contra un film que habla de la historia de cómo se robaron las tierras en las cuales vivieron durante siglos los pueblos originarios?
Los nietos demandantes sostienen que su retatarabuelo no intervino para nada con respecto a esas ocupaciones de tierras donde nacieron luego los grandes latifundios tan bien representados por la actual Sociedad Rural.
Justamente, ahora, aquí, voy a reproducir un documento de la Sociedad Rural donde habla acerca del fundador de esa entidad de estancieros, justamente de José Martínez de Hoz.
Esta solicitada fue publicada nada menos que el lunes 11 de junio de 1979, es decir, en plena dictadura militar de Videla, a página entera, siendo ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz, por el diario Clarín, cuando se cumplieron cien años de la Campaña del Desierto. La solicitada dice, a todo título: “La Sociedad Rural Argentina, las Fronteras y los Indios”. En la misma se trae la resolución del ministro de Guerra, coronel Martín de Gainza de junio de 1870 que (textual) “acude a la Sociedad Rural Argentina pidiéndole se hiciera cargo de adquirir 1500 caballos para el Ejército con destino a la campañas contra los indios”. Luego sigue la solicitada (textual): “El entonces señor presidente de la Sociedad Rural Argentina, don José Martínez de Hoz respondió a ese petitorio diciendo: En contestación a la nota de V.E.... felicitándose la Sociedad Rural de que V.E. le haya dado esta brillante oportunidad para demostrar cuánto puede hacer en beneficio de los intereses rurales que está encargada de promover, cooperando siempre en todo sentido cuando se trata de dar seguridad y bienestar a nuestros pobladores de la campaña”. Aquí habría que decir que más bien se refería a la propiedad nueva de que se iban apoderando los nuevos dueños de la tierra con ayuda oficial. Luego, en la solicitada viene la circular firmada por Martínez de Hoz del 4 de julio de 1870 donde dice: “Siendo un deber de todo ciudadano prestar su auxilio y cooperación a los gobiernos, siempre que se ocupen de la seguridad y bienestar de las sociedades que dirigen, la corporación que presido no ha titubeado ni un momento en encargarse de la compra de 1500 caballos que el Excmo. Gobierno Nacional necesita urgentemente. La Comisión Directiva de la Sociedad Rural no ha trepidado ni un solo momento en tomar a su cargo tan importante comisión, porque ha creído que aceptándola trabaja en el sentido de favorecer los intereses rurales que tiene el deber de promover”. Firmado José Martínez de Hoz.
“Los intereses rurales”, dice el retatarabuelo de quienes nos iniciaron juicio. ¿Cuáles intereses, los de los pueblos originarios que vivían allí desde hacía veinte siglos? No, los intereses de los recién llegados que vieron que eso era una fuente de riquezas. El mismo día se hace la “asamblea general extraordinaria de la Sociedad Rural”. Y en el comunicado señala que el objeto de esa reunión es tratar la oferta hecha por “el gobierno de la Pcia. de Bs. As. al de la Nación para alejar los indios al otro lado del río Negro”. Misión que llevará a cabo ocho años después el general Roca. En la asamblea se resuelve ofrecerle al gobierno “la cooperación de los hacendados sin limitación alguna”. Estas tres palabras lo dicen todo.
Luego, los hacendados levantan el tono y ofrecen al gobierno: “La más decidida cooperación para reunir los elementos bélicos necesarios que, ayudando a los que tiene la Nación, sirvan a repeler los indios lejos de nuestras fronteras actuales”. Todo, firmado por José Martínez de Hoz.
Y trescientos ganaderos.
Luego sí, Martínez de Hoz muere antes de la expedición de Roca. Pero es que la Campaña del Desierto ya había comenzado mucho antes.
Bien, he presentado la primera prueba. Mi esperanza es –aunque yo vaya preso por faltar el respeto “a la Sociedad Rural”– que con esto tome un nuevo curso la gran polémica en el país acerca del genocidio que los argentinos cometimos hace un siglo y medio contra los pueblos originarios. Así que, bienvenido el juicio que nos han iniciado los Martínez de Hoz. Servirá para ventilar ese oscuro pasado.
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DEL RETATARABUELO AL ABUELO
A propósito del juicio que los nietos del ministro Martínez de Hoz, de la dictadura, me han iniciado por el film Awka Liwen (entre los acusados también figuran el codirector Mariano Aiello y el historiador Felipe Pigna), debo decir que hemos recibido un respaldo que emociona: docentes universitarios de Neuquén, escritores, dirigentes de organizaciones obreras, organizaciones de los pueblos originarios, lectores de este diario, entidades de derechos humanos y muchos más. Vemos que no se puede acallar la verdad a través de un juicio por el cual esos nietos –uno de ellos abogado– piden dinero como indemnización porque, según ellos, hemos agraviado a toda la familia al mencionar al retatarabuelo de ellos, José Toribio Martínez de Hoz, fundador de la Sociedad Rural y primer presidente de ella, como hombre que apoyó las campañas contra los pueblos originarios hace un siglo y medio. En nuestra última contratapa publicamos el acta que firma ese retatarabuelo Martínez de Hoz por el cual proveerá de caballos y otros elementos bélicos al ejército “para repeler a los indios lejos de nuestras fronteras actuales”. Además de otros datos históricos.
También, en esa contratapa invité a los dos nietos acusadores a discutir el tema en uno de los salones de la Biblioteca Nacional, con público, con la lectura de documentos históricos. Pero ellos no contestaron. Reitero la invitación y los espero.
Siempre hemos sostenido que los hijos no deben cargar las culpas de sus padres y mucho menos, como en este caso, los retataranietos (choznos) nada tienen que ver con los delitos contra los derechos humanos de su retatarabuelo, pero, estos retataranietos, José Alfredo y Alejandro Martínez de Hoz, nos reclaman una indemnización en dinero y además que paguemos solicitadas en diarios pidiéndole disculpas a su familia. En la acusación señalan que nuestro film “constituye un ilegítimo, arbitrario y malicioso intento de deshonrar nuestra reputación familiar”. Es para no creer. En vez de concentrarse en el tema de su propio abuelo, el ministro de Economía de la dictadura de la desaparición de personas, José Alfredo Martínez de Hoz –que lleva el mismo nombre y apellido que su nieto acusador José Alfredo Martínez de Hoz– no, derivan toda su ira a nosotros porque nuestro film habla de un pariente muy, muy lejano.
Entonces, para que comprendan que tienen que preocuparse por lo que hizo su abuelo y no su retatarabuelo, voy a reproducir los conceptos de uno de nuestros más grandes intelectuales, Rodolfo Walsh, sobre José Alfredo Martínez de Hoz, poco antes de ser, el autor de Operación Masacre, asesinado por esa dictadura en la cual ese abuelo de estos acusadores fue el todopoderoso hacedor de la economía argentina. Lo escribe textualmente Rodolfo Walsh en su “Carta a la Junta Militar”, una obra maestra del periodismo, escrita a un año del golpe. En uno de sus párrafos, luego de describir la forma bestial en que son asesinados los prisioneros políticos se refiere a Martínez de Hoz y dice (textual): “Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire, a Uruguay, o Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, a la nueva oligarquía especuladora y a un grupo selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la US Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete. Un aumento en los precios de la producción animal en 1976 define la magnitud de la restauración oligárquica emprendida por Martínez de Hoz en consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su presidente Celedonio Pereda: ‘Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos’.” Toda una línea familiar.
Poco después Rodolfo Walsh era asesinado de la forma más brutal por miembros de la Junta Militar.
“Congelando salarios –continúa Walsh– a culatazos, mientras los precios suben en las puntas de la bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisiones internas, alargando horarios, elevando la desocupación al record del 9 por ciento y prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial y, cuando los trabajadores han querido protestar, los han calificado de ‘subversivos’, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos y en otros no aparecieron.”
Rodolfo Walsh llama la atención sobre cómo se agravia a la ecología y en eso hace referencia de nuevo al abuelo de los demandantes. “Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires –escribe– para comprobar la rapidez con que semejante política la convierte en una villa miseria de 10 millones de habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y sólo adornan la Plaza de Mayo. El río más ancho del mundo contaminado en todas sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus residuos industriales y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe.” Parece que en esto no se sienten “agraviados” –para emplear un término de ellos, los nietos del ministro–, pero su abuelo ya está siendo juzgado. Eso sí, tiene a su disposición abogados que lo defiendan y no hay peligro de que lo torturen como hizo con los detenidos la dictadura a la que él perteneció.
Volvemos a decir, los nietos no tienen la culpa de lo que hizo su abuelo. Pero por un gesto de altura, de sentido de la ética, estos dos nietos acusadores tendrían, por lo menos, que ir a la orilla del Río de la Plata y arrojar un ramo de rosas blancas a las aguas en memoria de las tres primeras Madres de Plaza de Mayo que fueron arrojadas vivas desde un avión de la Armada al Río de la Plata. Y el abuelo Martínez de Hoz se calló la boca. Lo mismo que la sociedad valorizaría que esos dos nietos acusadores De Hoz llevaran unas flores a la placita Rodolfo Walsh en esta ciudad, como gesto de pedir disculpas al pueblo por lo que cometió su abuelo.
Este juicio que nos han iniciado los Martínez de Hoz nos ha llevado a archivo históricos, bibliotecas y a dialogar con otros historiadores sobre el caso. Y al ir descubriendo más cosas sobre los Martínez de Hoz nos interesó aún más esa familia. Desde aquel inicio –según varios historiadores– del primer Martínez de Hoz que llegó a estas tierras en tiempos de la colonia y fue traficante de esclavos, tal vez el más denigrante delito de un ser humano, pasando por el hacendado José Toribio, primer presidente de la Sociedad Rural, para arribar finalmente al más ostentativo de todos, el José Alfredo, ministro de la peor dictadura genocida de nuestro país, la de la desaparición de personas y el robo de niños. Y el prólogo de ese nuevo libro va a ser el dictamen que tome la Justicia argentina con respecto a la denuncia judicial de los dos miembros de esa familia contra nuestras investigaciones. Felipe Pigna se ha adherido con entusiasmo a este plan de búsqueda de la verdad histórica.
Es posible que tengamos que afrontar varios juicios, pero sabemos que esa verdadera historia no va a poner los laureles de la gloria en la cabeza ni de José Toribio ni de José Alfredo Martínez de Hoz. En cambio, a Rodolfo Walsh lo han premiado ya con calles, un monumento, una plaza, aulas universitarias y nombres de premios académicos. Siempre, al final triunfa la ética.
Por Osvaldo Bayer Fuente: Página 12 |
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